Avengers: Age of Ultron

Desorientada, desordenada, repetitiva: la nueva de Marvel es insalvable. 
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Avengers: la era de Ultrón abre con una toma larga, similar a esta otra de la primera entrega. En el  microcosmos de esas tomas es posible encontrar algunas diferencias notables entre las dos películas: la más importante está en el control de la cámara. Mientras la primera entrega quería darse a entender por encima de la shaky cam del cinema del caos, ahora parece ocurrir lo contrario: es tanto lo que se quiere mostrar y es tan poco el control sobre ello que la cámara se sacude innecesariamente, los encuadres se descomponen; es como si el ojo del director no alcanzara a cubrir todo lo que desea y, en consecuencia, corriera de un lado a otro, desorientado.

El arranque puede servir para entender qué sucede con Age of Ultron: ese engolosinamiento terminará por consumir a la cinta. Recibimos información acerca de los personajes más o menos principales —son unos seis o siete— a través de diálogos reiterativos y sosos (digamos: de la escuela Christopher Nolan de guion cinematográfico); esta información, además, es redundante o al menos obvia («Salvemos al mundo… Juntos») y, debido al abultado número de protagonistas, paradójicamente insuficiente. El eje dramático está puesto en todas partes y, en consecuencia, en ninguna: lo mismo vemos el pasado de Capitán América y el de Black Widow, una visión de Thor, un viaje de Thor a Inglaterra, un viaje de Tony Stark a Suecia y una narración de la infancia de Pietro y Wanda en Sokovia, entre otros momentos presuntamente emotivos. Esto, lejos de enriquecer, empobrece: en el papel hay mucho que mostrar, pero en la práctica vemos tan poco que no hay de donde asirse.

Como a menudo sucede en el género de acción, la estructura de la película consiste en seguir las relaciones entre los personajes y el conflicto que buscan resolver; una vez que esto se ha desarrollado lo suficiente, el curso de los hechos desembocará en una secuencia de acción, y el breve ciclo vuelve a empezar. En La era de Ultron esta estructura es llevada a un grado de desinterés particularmente agudo. Varios factores influyen en esto: uno de ellos son los actores con sus respectivos punchlines, ya gastados, vistos una y otra vez. (A estas alturas, el universo cinematográfico de Marvel está compuesto por once películas, tres series y cinco cortometrajes.) ¿Cuántas veces podemos ver a Iron Man dar un golpe y añadir una frase dizque ingeniosa antes de volverse totalmente predecible?

Desde Guardians of the Galaxy y Captain America: The Winter Soldier, parecía que el molde narrativo impuesto por Marvel Studios ameritaba una revisión. Age of Ultron lo confirma: salvo la voz de James Spader, que dota de algunas dimensiones a Ultron, no existe mucha diferencia entre este villano o el de cualquier otro de esta megafranquicia: Loki, Ronan, HYDRA, Red Skull, elija el que guste. Todos los antagonistas de Marvel parecen perseguir el mismo objetivo en cada una de las películas: la dominación de un mundo, una parte de la galaxia, un trono, un país. El universo de Marvel, aunque inicialmente poseía algunos matices (las cintas de Iron Man estaban conducidas como cintas de acción y de guerra; la de Hulk, con reminiscencias de películas de persecución tipo Enemigo Público o El Fugitivo; los cómics de la editorial presentan incontables ejemplos de obras que exploran el noir, la comedia, el romance, entre otras múltiples posibilidades), ha ido convirtiéndose en un panorama repetitivo, con la única diferencia de que cada entrega es más grande, más cara, pero no mejor hecha. Las películas de la franquicia de Avengers se han confinado a manosear una y otra vez a malvados enemigos con hambre de totalitarismo, pero poco más que eso: ¿por qué no explorar lo thrilleresco, el horror, el cine de aventuras? ¿Por qué todo tiene que ser un anticlimático y repetitivo «el mundo está en peligro»? A estas alturas resulta obvio que el lineamiento creativo de la franquicia es confundir lo grandote con lo grandioso..

Hay, claro, algunos momentos interesantes. La convivencia entre los Avengers –que fue “quemada” casi en su totalidad en uno de los primeros tráilers— permite ver el desperdicio de estos actores, tan disímiles en sus alcances pero tan efectivos a la hora de la camaradería, el tono cómico. Jeremy Renner, Hawkeye, es quizá el mejor actor del ensamble en solitario, con algunos chistes que dan un respiro a la hora de la destrucción de Sokovia —un país ficticio de Europa del Este. Mark Ruffalo continúa, sacando la chamba con decoro, aunque con poco tiempo en pantalla. No hay mucho más. Age of Ultron, inevitablemente, reventará la taquilla mundial: está fabricada para ello; sus deficiencias bien podrían estar calculadas para satisfacer a audiencias de pruebas, a grupos de población entre 10 y 40 años de edad. Age of Ultron es el punto, acaso sin retorno, en el que Marvel Studios y Disney sacrifican definitivamente cualquier clase de aspiración a la calidad cinematográfica a cambio de romper los récords de recaudación taquillera.

La partida del director Joss Whedon (y sus recientes declaraciones en torno al difícil proceso de filmación de Age of Ultron) deja entrever que las diferencias creativas al interior de Marvel Studios provocan separaciones (la de Edgar Wright, fichado para dirigir Ant-Man, ha sido la más sonada); estas rupturas derivan en la delegación del trabajo a directores menos capaces pero quizá más obedientes, más dispuestos a escuchar y acatar las indicaciones de los productores ejecutivos. En este proceso las voces interesantes son desplazadas por directores menos respondones, de forma similar al experimentado por DC Entertainment, y ha derivado en que Zack Snyder, un tipo incapaz de dirigir dos escenas seguidas, sea el faro creativo guiando las decisiones de esas películas. Marvel Studios avanza con velocidad en esa dirección, y no hay ninguna señal en el camino anunciando que van a detenerse. Con once películas en camino de aquí a 2019, el panorama para Marvel luce tan predecible como sus productos cinematográficos: recaudación más allá de lo imaginable montados en películas complacientes y mediocres. Qué remedio.

Porcierto #1: En medio de una constante discusión pública en torno a la representación de personajes femeninos en la cultura popular, las películas de superhéroes de alto presupuesto, gracias a su tamaño y alcances, tienen una particular importancia. Por alguna razón, y en más de un rubro, Marvel Studios parece ignorar —deliberadamente, quizá, en vista de todos los reclamos hechos, y un poco a contracorriente de sus políticas editoriales, tal vez las más incluyentes del cómic mainstream, con comics como Miles Morales: Ultimate Spider-Man, Ms. Marvel o Spider-Gwen para demostrarlo— la necesidad de mostrar una gama más amplia de personajes femeninos: no solo más, sino mejor escritos y más complejos. Vaya, el mismo trato que se le da a los personajes masculinos. La era de Ultrón no solo ignora esta necesidad sino que parece machacar los estereotipos: mientras que Capitán América, Thor y Hulk lidian con su pasado, sus demonios internos y sus responsabilidades como los seres más poderosos del mundo, Black Widow tiene como mayor conflicto una relación amorosa y la imposibilidad de tener hijos. «Me esterilizaron en el sitio donde entrené para ser espía», dice en algún momento a Bruce Banner, Hulk, «y tú creías que eras el único monstruo del equipo». Híjole.

Porcierto #2: En días recientes, un entrevistador recuperó una declaración de Alejandro G. Iñárritu en la que llamaba a las películas de superhéroes «genocidio cultural». Robert Downey Jr. respondió con humor políticamente incorrecto, pero la cita ha ido y venido en boca de muchos que la usan para descalificar a todo un género cinematográfico. La declaración me parece desafortunada. Se ha comentado aquí con anterioridad, pero no sobra reiterar: el género superheroico, aunque omnipresente en estos años, como tantos otros géneros, ha creado obras memorables y desechables por igual. Basta echar un vistazo a películas como Unbreakable, Chronicle, el Batman de Tim Burton o el Spider-Man de Sam Raimi (¡y hasta Birdman, del mismo Iñárritu!), o a novelas como The Amazing Adventures of Kavalier & Clay, de Michael Chabon, o a ensayos como Supergods de Grant Morrison, entre muchos otros ejemplos, para entender la importancia cultural del superhéroe. Lo superheroico es tan solo un vehículo para contar historias, plantear discursos, cuestionar realidades; el hecho de que algunas películas —Age of Ultron entre ellasdesaprovechen sus posibilidades no justifica el menosprecio por la totalidad del género.

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Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.


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