Unidad de lugar, de Carlos Vitale

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Unidad de lugar no es una reedición del libro que con el mismo título editó Plaza y Janés en el año 2000, sino un libro en marcha que edita ahora la editorial Candaya completado con nuevos poemas de su autor. Unidad de lugar es un libro que se va fundando con los años, ampliándose y construyéndose como una ciudad sobre su propio nombre –pues el nombre de las ciudades tiene un significado que se va modificando con el tiempo–, al igual que hicieron obras poéticas de singular solidez que fueron modificando el alcance de su paisaje, como, por ejemplo, La realidad y el deseo de Luis Cernuda y Hojas de hierba de Walt Whitman. Unidad de lugar recoge la poesía de su autor de los siguientes libros: Códigos (1976-1981), Noción de realidad (1981-1985), Confabulaciones (1986-1990) y Autorretratos (1987 –1997).

Carlos Vitale –argentino con raíces italianas, y con raíces posteriores en Barcelona, donde vive desde principios de los 80– es autor del libro de microrelatos Descortesía del suicida (Plaza y Janés, Debolsillo, 2001), un género afín a su gran capacidad para filtrar y extraer el hecho poético reducido a su exacta pureza, de las temblorosas aguas donde viven los seres con potencia literaria. También es autor de numerosas traducciones al español, sobre todo de poetas italianos (Montale, Ungaretti, Campana, entre otros muchos), labor que le ha valido importantes premios, una labor afín a su gran capacidad para volcar, con la lentitud precisa, las palabras que merecen ser leídas en su justo punto de fuego.

Al abrir Unidad de lugar nos encon-tramos con una cita de los Cuatro cuartetos de Eliot: “y donde estás es donde no estás”, que alude inmediatamente al título de la obra, jugando con él y contradiciéndolo de un modo que interroga al lector. No es casual que el verso de Eliot pertenezca a un poema cuya última estrofa es una maravillosa construcción de paradojas, una de las cuales, el penúltimo verso dice: “y lo que sabes es lo único que no sabes”, una certeza que describe perfectamente –con la perfección de las paradojas– la idiosincrasia de una poesía como la de Carlos Vitale que se escribe, más que como “unidad de lugar”, como “unidad de conocimiento”, una revelación hecha de palabras que sólo puede venir de la contemplación de la inmensa “unidad de desconocimiento” en que consiste la realidad para quien la mira sin prejuicios y esquemas previos. O como escribió Rilke en El testamento –y continúo con las paradojas–: “y de aquel conocimiento, que era infinito, le nació la infinita carencia”, pues es ella, la carencia, la que empuja al poeta a extraer del incontable páramo del tiempo unas pocas palabras sólidas y concentradas.

Con ellas están construidos los poemas de Carlos Vitale. Por ejemplo éste, perteneciente al libro Noción de realidad, y que se titula igual que el conjunto de su obra: “Unidad de lugar”: “Nada ha cambiado./ Sólo el sitio/ donde mi cuerpo cae”. Donde mi cuerpo cae, ese lugar donde se encuentran muerte y vida, en cada instante, –“he quedado presentes sucesiones de difunto”, decía Quevedo–, un punto de encuentro que consiste en un abismo donde el poeta, al darse cuenta de ello, descifra su propio secreto poético.

Y los secretos de la poesía de Vitale se guardan en alguna remota redoma alquímica, en donde el maestro que busca las quintaesencias, la verdad de la piedra filosofal, fabrica y extirpa del complejo mundo unos versos que a la manera machadiana están formados por unas “pocas palabras verdaderas” que confieren a parte de su obra un carácter aforístico desde su primer libro Códigos: “La memoria del humillado/ permanece/ la memoria del humillado/ no vence su memoria” (poema 3).

El poeta, sin embargo, no es un alquimista que desde la tarima de su ego escarba en ese mismo ego; sino un buceador que, al sumergirse en sí mismo, se va extrañando a sí mismo: “Miro hacia adentro/ para no ver/ Ojos de ciego/ me miran” (poema cinco). De manera que la búsqueda –y, sobre todo– el encuentro directo con la realidad termina de nuevo en paradoja: “Digo/ y contradigo/ Sólo/ aseguro/ el sueño/ y la derrota” (poema 7).

Este libo primero, Códigos, es buena muestra de los diversos talentos de esenciación que nos entrega Vitale. Desde la perspectiva del haiku está escrito el poema ocho, donde el ingenio culmina una asociación de imágenes y conceptos: “Muerte a lo lejos/ Canto difuso/ Una sola nota bastará”. Y desde la expresión del verbo puro está escrito el diez, donde la acción es una suma de emociones desnudas: “Yo pedía socorro/ yo estiraba los brazos a la nada/ yo pedía socorro/ yo gritaba y gritaba/ yo pedía”.

La poesía de Vitale se desnuda en el primer libro y, a partir de aquí, se enriquece con desnudeces de distintos tonos, que usan y combinan distintos elementos desnudos. Por ejemplo en este poema de Noción de realidad, donde se van sumando la imagen casi fotográfica, su resonancia mitológica, un aventurarse por la psique del otro (yo es otro, decía Rimbaud), y un definitivo aventurarse en la poesía, es decir, en aquello que se conoce justamente porque se desconoce, porque se aventura sobre el resbaladizo desconocimiento: “Un hombre duerme sobre su pierna muerta/ piel de madera para fundar un reino/ base descreída de su propio impulso/ qué camino seguir qué recorrido/ un pie y otro se desconocen/ alguien cierra un ojo para ver el doble/ un hombre se detiene a mirar lo que no existe”. Tanto ronda Vitale la esencia poética que a veces concentra palabras alrededor de las cuales la poesía se ha quedado constelando, poemas en los que habla el vacío que las rodea. Así, en Confabulaciones: “Duermes./ Silencio” (poema cuatro) o “Un paisaje detrás de otro paisaje./ Y la niebla dorada” (poema 15). La palabra de Carlos Vitale nace en el vacío para alinearse en él en forma de proverbio: “De una cárcel de sentido huye el peligroso azar”. En forma de greguería: “La ventana es un abismo domesticado”. En forma de descubrimiento revelado: “¡Cava hacia arriba!”. Lo dice Wallace en una cita que Vitale recoge en Unidad de lugar: “No hay alas como el significado”. Por eso Carlos Vitale es un eliminador de las sobras del poema, de la retórica y de las ventanas falsas, y sabe mostrarnos aquellas palabras que deben permanecer en la casa de la página porque tienen el derecho a la vida, en su condición de seres vivos articulados en letras frente a otras palabras que son seres mecánicos articulados en letras. “La celda de tu vientre es verdad y racimo”, dice en el último poema de Autorretratos, poemas en los que el poeta prescinde con ironía de su propia voz para prestársela a las diferentes máscaras de un personaje de ficción apellidado Laguardia: creaciones que evidencian que la mejor poesía contemporánea se encuentra donde el yo se ha desvanecido en el otro, o en el todo, con ironía o con transparencia, pues desde esa posición externa habla nítidamente la voz más interior.
     Agradezco a Carlos Vitale esta Unidad de lugar, una ciudad de palabras que, una vez habitada, es ella la que nos va habitando. ~

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