Tres libros, de José Juan Tablada

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Novedad del orienteJosé Juan Tablada, Tres libros. Un día… (poemas sintéticos). Li-Po y otros poemas. El jarro de flores (disociaciones literarias), estudio preliminar de Juan Velasco, Hiperión, Madrid, 2000, 178 pp.La incorporación de lo oriental a la tradición sajona tiene una fecha, 1915, cuando en Cathay Pound traduce poemas chinos con la ayuda del sinólogo Ernest Fenollosa. Para la literatura en español el artífice de una aportación semejante es el mexicano José Juan Tablada, que, hasta 1918, se había venido interesando por Japón como consecuencia de su militancia al modernismo y de la tendencia exótica y escapista de dicho movimiento.
     La diferencia con otros modernistas que también se dedicaron a lo mismo radica en que para Tablada aquella manía oriental era más que una moda: constituía un valor seguro de modernidad. Curiosamente los haikai, estrofa japonesa que él imita, le parecen "justo vehículo del pensamiento moderno". Y, dejada aparte la paradoja de que lo nuevo pudiera revestirse con ropajes antiguos y con el concurso de un trabajo casi arqueológico, la actualidad de ese tipo de poemas japoneses se deba quizá a sus servicios en la eliminación "de la zarrapastrosa retórica" —caballo de batalla de Tablada— y su capacidad para contar lo intangible en una manera escueta.
     Con 17 sílabas, distribuidas en tres versos de 5, 7 y 5, el haikú es un modelo de concisión y de síntesis. Lo vago y difuso —"esos impulsos del alma hacia el misterio y el infinito que ningún vocablo puede traducir"— encontraban una forma clara y una voz neta que haga más nítido aquello inconsútil.
     Insistamos en que en Tablada su rescate para Occidente no constituía un arcaísmo sino una novedad. Al fin y al cabo, hablando de Baudelaire, Victor Hugo había definido la poesía moderna en tanto estremecimiento que se remite y se circunscribe a los sentidos, una frase rápida abrazando la vaporosa emoción. Tablada comprende igualmente cómo el arte poético ha de intentar "reducir todo el mundo sensible a una forma palabral", capaz de expresarlo y contenerlo. Esa forma o fórmula palabral —porque lo que Tablada instituye desde ahí es una operación de producción lírica, reiterada desde los estridentistas hasta Octavio Paz, antes que un género anecdótico— es el haikú.
     Pero había más implicaciones en la mirada a Oriente que con él se inaugura, y de este modo Tablada se sigue alejando de los usos modernistas para incurrir en una vanguardia de la que él será primer impulsor dentro de México. Observar, estudiar e imitar la cultura japonesa suponía mucho más que la adquisición de una técnica. Conllevaba una revolución y una diferencia en la comprensión de la escritura que pasaba de ser un arte secuencial y sucesivo para entenderse ahora, a la oriental, como el ejercicio de lo momentáneo.
     Por eso, y dedicado a Basho y Shiyu, Un día… (1919) es un libro sintético, lleno de oraciones breves y veloces, de revelaciones impacientes, de miniaturas y fulgores, donde la inminencia es el primer contenido, la acrobacia el juego del idioma y el relámpago el gesto habitual de textos que se incendian de repente y de repente se apagan. La fugacidad sustituye como principio a la duración y el intento último consiste en "fijar las maravillas del instante". Lo que ocurre es que éste, en tanto presente, en tanto momento único y súbito, está más unido al espacio que al tiempo, y de ahí la siguiente revolución liderada por Tablada, con todo su interés hacia lo territorial del poema frente a su material auditivo y sonoro.
     La escritura se extiende sobre el terreno de la página blanca y dibuja con su enlazarse gráfico el significado del poema mismo. Así pues, este último tiene también una categoría visible, para nada despreciable. Desde entonces Tablada lo escribirá como un ideograma o un jeroglífico, considerando todo el volumen espacial y pictórico de lo que se enuncia.
     Frente a los caligramas de Apollinaire, los suyos inscriben incluso el gesto escritural en el semantismo del poema: en muchas ocasiones, dentro de su homenaje a Li-Po (1920), Tablada respeta su grafía y ofrece textos manuscritos. De hecho, es de agradecer la publicación por parte de la editorial Hiperión de los tres títulos fundamentales en José Juan Tablada, porque mantiene y conserva las peculiaridades de esa letra, tal y como aquél lo delineara.
     El poeta —como señala Guillermo Sucre— es entonces un calígrafo, alguien que hace de la labor de trazar sobre el papel un recurso poético más y un sentido. Con ello, Tablada consigue dotar al poema de una "existencia visual" —el poema se ve, no sólo se oye—, además de concederle sobre todo una existencia autónoma, ya que no le debe nada a la realidad exterior, no es su simple imitación ni su reflejo. Construye su propio orbe, ofrece una imagen que es de él sólo, esboza su propio perfil.
     Y esa viene a ser la definitiva, la principal reivindicación que en nombre de la causa poética Tablada acomete. Él es consciente de la pérdida de posición del artista en la sociedad contemporánea. Lamenta que si antes "arquitectos, escultores y aun los amantecas y tlacuilos de las cortes imperiales aztecas" tenían una función y una situación reconocidas, ahora se han dislocado ambas. A partir de ahí, su trabajo irá destinado a fabricarle una región y una localidad al poema, a hacer de su peculiar redacción la búsqueda de un sitio plenamente suyo y autogestionado. Y esas dos convicciones —la vida independiente del poema y la ausencia de lugar social para el artista— conforman el verdadero cambio de la literatura antigua a una moderna y nuestra, cambio en el que la obra y la figura de José Juan Tablada resultan ineludibles. –

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