Retratos de los meidosems, de Henri Michaux

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Pese a ser un autor minoritario, la obra completa de Henri Michaux (1899, Namur, Bélgica- 1984, París) se ha recogido desde 1998 en la Bibliothèque de la Pléiade  de Éditions Gallimard. Durante toda su vida, especialmente cuando ya tenía una cierta reputación como escritor, Michaux evitó la presunción y el exhibicionismo mundano. Su discreción era proverbial. Prueba de ello es la escasez de fotografías suyas o que las entrevistas que concedió se cuentan con los dedos de una mano. Discreción que, asimismo, se proyectaba en sus escritos y pinturas donde las emociones –dolor, angustia, soledad, desesperanza, hastío– están sofocadas o disimuladas.

Raymond Bellour, encargado de compilar la obra de Michaux, tuvo dificultades para que ésta no desentonara en una colección como La Pléiade basada en un orden cronológico, pues el escritor belga solía a posteriori refundir sus pequeños textos en conjuntos más amplios. Así, Voyage en Grande Garabagne, que se publicó por primera vez en 1936, acabará incluido en Ailleurs, editado en 1948. Precisamente en ese año se publicaría, en las ediciones Le Point du Jour y acompañado por doce litografías, Retrato de los meidosems (titulado entonces sólo Meidosems). Un año después, Michaux incorporó ese texto al volumen La vie dans les plis (Gallimard), aunque en esta ocasión suprimirá las litografías y un fragmento del poemario original. El libro que ahora presenta Pre-Textos, exquisitamente traducido por Chantal Maillard, recoge esa ulterior versión, recuperando, asimismo, los dibujos de la edición inicial.

Retrato de los meidosems marca un cambio de tendencia en la obra de Michaux, pues a partir de ese momento se decantará más hacia la pintura e, incluso, se interesa por el cine (en 1963 dirigirá junto con Eric Duvivier el filme Imágenes del mundo visionario) y la música. Un dramático hecho origina esa inflexión: Marie-Louise, la esposa de Michaux, sufrirá un accidente doméstico que le ocasiona graves quemaduras por todo el cuerpo. Un mes y medio después, todavía convaleciente en el hospital, morirá a causa de un edema pulmonar. Mientras Michaux asiste a la agonía de su mujer, sobrecogido e impotente, escribirá Retrato de los meidosems. Chantal Maillard, con sagaz perspicacia, señala en sus notas de lectura que esa trágica muerte es esencial para comprender la lógica interna de estos poemas en prosa.

Quizá, como proyección de su lúgubre estado de ánimo y antes de escribir el texto, Michaux dibujara, de forma refleja (a modo de “escritura automática”) y con “tinta de lágrimas”, los doce dibujos de los meidosems. Sea como fuere, los poemas nos introducen en un mundo imaginario y umbrío poblado por seres espectrales. Este “lejano interior” sirvió a Michaux para refugiarse de la lacerante situación que sufría. Años más tarde, en Émergences-Résurgences, definirá ese ámbito ficticio como “otra realidad, la realidad de la distracción, la que no tiene que vérselas con la muerte”.

Aunque seres imaginarios, los meidosems nada tienen que ver con las invenciones étnicas (urgullas, magos, hacs, émanglons, hivinizikis…) que Michaux incorpora en sus libros de viajes escritos antes de 1948. En puridad, los meidosems son formas metafóricas de sentimientos y emociones: seres sombríos, filosos, punzantes; de largas y elásticas extremidades, de cabeza arborescente o similares a simios o insectos; rostros como oriflamas; entes que caóticamente trepan, se entrelazan (como “lanzas imbricadas”), crecen, se expanden y contraen; observan y acechan; “toman forma de burbuja para soñar, toman forma de liana para conmover”; habitan en espacios concentracionarios rodeados de muros. Michaux describe esos seres proteicos como pura cinética: movimiento incesante y con vida propia: “Flujos de afectos, de infección, flujos de sufrimiento residual, caramelo amargo de antaño, estalagmitas formadas lentamente, con esos flujos camina, con ellos aprehende, miembros esponjosos nacidos del cráneo, atravesados por miles de pequeños flujos transversales que llegan hasta el suelo, extravasados, como de sangre que reventase las arteriolas, pero no es sangre, es la sangre de los recuerdos, del alma traspasada, la frágil cámara central, luchando en la estopa, es el agua enrojecida de la vena memoria fluyendo sin propósito, pero no sin causa en sus tripas pequeñas que hacen aguas por doquier; ínfima y múltiple descomposición.

Los meidosems son hijos engendrados por un alma herida. A este respecto, la caracterización que hace Deleuze de Michaux es pertinente: “No es exactamente un pintor, ni siquiera un escritor, sino una conciencia: la sustancia más sensible descubierta hasta la fecha para registrar las fluctuaciones de la angustia de la existencia día a día, minuto a minuto.” Al mismo tiempo que Michaux conforma el entorno y figura de los meidosems, intercala secuencias reales –inconexas, insinuadas, inconcretas– del drama que padecía. El resultado de esa mixtura es una armónica arquitectura poética cuya clave de bóveda son determinadas palabras –reventado, extraviado, conmocionado, hundido…– de agudo y patético significado.

Conteniendo el dolor (“nada de dramas, nada de lágrimas”), Michaux presencia la paulatina extinción de su esposa: “Tal es su canto, un alarido que traspasa el silencio”, “Y espera, ligeramente desplomada, aunque mucho menos que cualquier cordaje de su dimensión que se apoyara sobre sí mismo. Espera. Días, años, venid ahora. Ella espera […] El reloj avanza, la hora se detiene. El núcleo del drama, ahí está […] No obstante, vive…” Al cabo, toda resistencia –de la víctima y del testigo– queda anulada por la muerte. Michaux murmura entonces lo que podría ser un escueto réquiem: “Se acabó la vida. No queda. Se podrá tan sólo, si alguien insiste, convertirla en relato […] ¡Tiempo! ¡Oh, el tiempo! Todo ese tiempo tuyo, que hubiese sido tuyo…”. Qué extraña belleza emana del horror y la angustia que subyacen en estos poemas. ~

 

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