Remy de Gourmont: calores y colores

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Remy de Gourmont defendía que toda novela que se preciase debía ser concebida y ejecutada como un poema. Ponía como ejemplos la versificación de la Odisea o la Eneida, pero también señalaba que Pantagruel, Don Quijote o Salambó estaban vertebradas mediante un informulado ritmo poético. Para reforzar esta afirmación, citaba la correspondencia de Flaubert donde este revela las lógicas narrativas de Madame Bovary: “Es preciso dar a la prosa el ritmo del verso (dejando la prosa muy prosa; sin alterarla, eso sí, en lo más mínimo) y escribir la vida corriente como se escribe la historia o la epopeya.” Además de poetizar su prosa, Remy de Gourmont requería en el cuento otra condición imprescindible: “Es necesario, para escribirlo, la ilusión, por lo menos fugaz, de que se es feliz.” Escribir, para Remy de Gourmont, suponía un acto donde se armonizaba la poética y la experiencia gozosa.

En el último tercio del siglo xix y principios del xx coincidieron en Francia un elenco de escritores. Destacar entre esos eximios literatos, incluso poseyendo talento y modos, suponía una ardua tarea. Remy de Gourmont (1858-1915), aunque de manera discreta, lo lograría. Tras estudiar Derecho en la Universidad de Caen, se instalará en París en 1879. Allí dirigirá una sección de la Biblioteca Nacional y, al mismo tiempo, colaborará en el diario Le Contemporaine y en la revista de arte La Vogue. A finales de los años ochenta se emparejará con Berthe de Courrière, modelo y heredera del escultor Auguste Clèsinger. En su novela Sixtina (1890), Remy de Gourmont se inspirará en su amante. Joris-Karl Huysmans también recurrirá a Berthe de Courrière como referente para su novela Lá-Bas. Por un artículo publicado en 1891 (Le Joujou Patriotisme), donde critica el chovinismo francés, Remy de Gourmont recibirá virulentas críticas, será despedido de la Biblioteca Nacional y los diarios en los que colaboraba le cerrarán las puertas. Sólo pudo seguir escribiendo en el Journal, gracias a la intermediación de su amigo Octave Mirabeau. En 1889, Remy de Gourmont, junto con Alfred Vallette, Louis Dumur, Ernest Raynaud y Jules Renard fundará la revista Mercure de France, complementada cinco años después con una editorial que todavía perdura (actualmente pertenece al grupo Gallimard) y que tuvo a principios del siglo pasado una influencia hegemónica en los medios literarios franceses. Paul Léautaud, en su extenso Journal littéraire, ha dado minuciosa cuenta de la fecunda trayectoria literaria de los escritores que participaron en Mercure de France. Afectado por un lupus que le iba deformando físicamente, Remy de Gourmont se retirará de la vida mundana parisina. Morirá en 1915 a causa de un infarto cerebral. Su obra abarca la poesía (Jeroglíficos, Oraciones malas), el teatro (Lilith, Teodato) y la novela (Merlette, Sixtina, Prosas morosas, Una noche en Luxemburgo, Un corazón virginal); no obstante, a mi entender, es en los artículos periodísticos y los relatos breves, reunidos luego en libros, donde su estilo brilla con más intensidad y mejor aquilata el sentido de los temas tratados.

Podemos constatar una muestra de ese talento narrativo en Colores, compilación de relatos breves, que exquisitamente acaba de publicar Ediciones Barataria, acompañados con dibujos simbolistas de Odilon Redon (la mayoría de ellos, coloreados con mórbidos tonos pastel, representan a mujeres espectrales o con los ojos cerrados evocando un mundo onírico). En esta edición, junto a los trece relatos que componen Colores y que dan título al libro, se agregan otros dieciocho textos bajo el epígrafe de “Antigüedades”. Todos los relatos tienen a la mujer como protagonista. Son concisos y directos, con prosa (poética) elocuente y precisa, más cercanos al naturalismo que al simbolismo. En Colores, Remy de Gourmont vincula simbólicamente un determinado tono cromático con un aspecto voluptuoso de la mujer. Los personajes femeninos que describe pertenecen a diversas clases sociales: campesinas, princesas, viudas burguesas, niñas párvulas, solteronas, beatas en lo público e infieles en lo privado, amigas o hermanas compitiendo entre sí en la artera caza de un marido… Son mujeres que entregan fácilmente su cuerpo, avariciosas, calculadoras, pérfidas e incluso criminales. Los hombres –sin coste social o moral– son los principales beneficiarios de esos cuerpos, cuya relajada sexualidad temen y, a la vez, anhelan.

En años de vida de Remy de Gourmont proliferaron los discursos misóginos. La constricción de la mujer a un modelo predeterminado ya no se ejercía a partir de la religión, sino desde la moral burguesa, usando para ello la literatura, el arte y determinadas disciplinas médicas. Bram Dijkstra, en su excelente ensayo Ídolos de perversidad, pormenoriza, especialmente en el arte, los distintos imaginarios femeninos que transgredían o cuestionaban el canon burgués de mujeres castas, sumisas, maternales y recluidas en su casa como “sacerdotisas de la inanidad virtuosa” o “monjas hogareñas”. Las mujeres que se desviaban de ese modelo canónico serán consideradas infames, diabólicas (como las calificaría en una de sus obras Jules Barbey d’Aurevilly) o bien enajenadas. Uno de los paradigmas de perversión por entonces, como señala Elisabeth Roudinesco en Nuestro lado oscuro, será la mujer anómica a la que tipifican –y medican– como histérica. Asimismo, los tratados médicos de antaño adjudicaban a las mujeres un remanente de animalidad que les hacía proclives a los placeres impúdicos y desordenados. Las mujeres perversas, en tanto que encarnación del mal, seducen fatalmente al hombre (Circe, Dalila, Judith y Salomé), le tientan para apartarle de su recto proceder (como a San Antonio), se aferran a él hasta hundirle (metáfora de las sirenas) o le absorben su vida y fortuna (súcubos y vampiras). Al cabo, la imagen misógina por excelencia es aquella que presenta a la mujer como atracción carnal que esconde, al mismo tiempo, una amenaza mortífera en potencia. Ese sentimiento ambivalente, de deseo y terror, es atávico en el hombre.

Los cuentos de Remy de Gourmont reunidos en Colores y Antigüedades –epígonos de las Thérèse Raquin, Nana o Madame Bovary– contribuyeron también en la estigmatización de la mujer perturbadora o perversa. Qué duda cabe que hoy en día son cuentos “políticamente incorrectos”. No obstante, ese prejuicio sexista que los fundamenta no empaña su excelente factura literaria. Gourmont no juzga a las mujeres, sólo expone un determinado carácter voluptuoso tópico en su época. Incluso, se podría decir, que en estos relatos hay una cierta ternura y comprensión a favor de la mujer “ligera” o “perdida”. Una última consideración respecto a este tipo de relatos: la mayoría de los autores no tenían como prima ratio una intención misógina, sino que alardeaban de expertos conocedores del alma femenina. ¡Qué ilusos! ~

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