Memorias, de Carlos Barral

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Genio y figuraCarlos Barral, Memorias, Península, Barcelona, 724 pp. El prestigio de Carlos Barral estuvo basado, durante muchos años, en su tarea como editor, hasta convertirse en una figura carismática y mítica. Apenas publicado en 1975 Años de penitencia, el libro fue saludado como la obra de un gran prosista, y hoy se le considera como el mejor libro de memorias escrito en la segunda mitad del siglo XX. El propio Carlos Barral no hizo demasiados esfuerzos para proyectarse como poeta, y la dominante poesía de la experiencia, cercana a Jaime Gil de Biedma, y que hoy puede considerarse literalmente como la línea oficial, apoyada por el propio presidente del gobierno (para desgracia de los poetas, lector de poesía), ha marginado todavía más a quien, en mi opinión, es uno de nuestros grandes líricos, verdadero orfebre de la palabra.
     En realidad no podemos separar al Barral editor y figura pública del memorialista y del poeta. Cada uno de estos personajes contribuye a dar la verdadera medida de la persona, enormemente compleja, melancólica obstinadamente enamorada de las cosas perdidas y radicalmente moderna y renovadora. Este personaje es el que aparece en su novela Penúltimos castigos, de carácter fuertemente autobiográfico y que muy bien se podría haber incluido aquí, como se podrían haber incluido los Diarios 1957-1989, publicados en 1993.
     Se incluyen aquí, en cambio, junto a los tres volúmenes de memorias, un breve prólogo de Josep María Castellet y una interesante introducción de Alberto Oliart, muy cercano al poeta, y autor asimismo de un reciente libro de memorias, Contra el olvido, en el que Barral es uno de los principales protagonistas. Oliart resume con eficacia las mejores cualidades de Barral, guiado "por una brillante y aguda inteligencia, por un sentido de la estética que impregnaba toda su personalidad, y por aquel don de la lengua que hacía todavía más poderosa y flexible su inteligencia". Se incluye asimismo "Memorias de infancia (Dos capítulos inéditos)", en el que se anuncian ya algunos de los temas centrales: la familia, los pescadores, las criadas, el espacio urbano, el catalán como lengua de la mar y de la playa, la familiaridad con las armas antiguas, los primeros recuerdos eróticos, las primeras lecturas, las ilustraciones y la familiaridad con los libros como objeto, un sentimiento de exilio "que había de perdurar por mucho tiempo" y la conciencia de la muerte.
     Oliart nos recuerda cómo para el historiador Raymond Carr "Años de penitencia era el libro, de todos los que él había leído, que mejor reflejaba el ambiente de la España franquista entre 1939 y 1959, año en el que termina ese primer tomo de las memorias". Barral insiste en la sordidez de la época, critica tanto la exaltación de lo castellano como "el mundo sórdido de los valores pequeñoburgueses particularmente catalanes, el universo tenderil", "un país que no me gusta, poblado por gentes feas" para declarar "mi liberalismo anarcoide y sensualista" y "mi ciega rebeldía esteticista" frente a "la espesa vulgaridad cotidiana". Reconstruye gráfica y mordazmente las costumbres de la época, la educación jesuítica y la exaltación de los deportes. Expresa su pasión por el lenguaje y su admiración por Mallarmé, nos habla de su mundo mitológico, el que ha de alimentar a gran parte de su poesía, y dedica excelentes páginas a los amigos, especialmente al poeta prematuramente fallecido Jorge Folch. Toda su prosa está alimentada por la palabra poética, sin perder la inmediatez de lo narrado y la plasticidad de lo descrito. La pintura tiene una presencia definitiva.
     En Los años sin excusa (1978) Barral nos habla de sus años en la universidad, de sus primeros trabajos poéticos y, sobre todo, de sus inicios como editor, "el editor intuitivo que yo quería ser". Recrea de nuevo sus espacios míticos, con frecuencia enfrentados a la realidad, muestra su desapego por lo contemporáneo y se dedica cada vez más a la lectura de los clásicos. Como "este no es un libro de cotilleo sino un conmovedor libro de oprobios, traiciones y deslealtades", arremete contra Juan Goytisolo, Julián Marías, Fraga Iribarne, Joan Ferraté o Félix Grande, pero hay también una amplia galería de amigos a los que rinde homenaje. El alcohol y la edad empiezan a ocupar un espacio central en un libro dominado por la melancolía y un análisis objetivo de sus mitos y sus nostalgias. Empieza a insinuarse el hundimiento que será central en Cuando las horas veloces (1988), que cubre cuatro lustros de historia, de 1962 a 1981, en los que une lo colectivo y lo individual, la memoria y el presente. Todo un mundo parece desmoronarse: se rompen los lazos con Seix Barral y fracasa su aventura de Barral Editores. "Seguía siendo el escritor premioso y casi estéril pero no resignado, y condenado a continuar representando el papel de editor de vanguardia".
     Son también los años de su dedicación a la política, de sus viajes a América Latina, de la decepción ante la Revolución Cubana, "aquella revolución eufórica que, sin embargo, empezaba a dar signos de resquebrajamiento"; aunque fue en Cuba donde hizo su "aprendizaje de Iberoamérica". Y si siente que "la sociedad literaria mexicana da la impresión de haber vuelto a la provincia", "mi afición a lo mexicano hace que todavía piense en ese país en caliente y con afecto".
     El título de este tercer volumen nos remite a Ovidio y al joven Faetón consumido por el fuego. La infancia sórdida y mítica de los Años de penitencia y los años de hedonismo, rebeldía y vitalidad de Los años sin excusa nos llevan ahora a la vejez: "en medio de un vacío a menudo aterrador, de un universo frío que traspasa el calor de los afectos cercanos. Debe ser eso el envejecimiento y la desmemoria". –

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