La ruina de nuestro periodismo

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Umberto Eco

Número cero

Traducción de Helena Lozano

México, Lumen, 2015, 224 pp.

La lectura de un diario puede ser un acto pesimista, la ruta hacia la certeza de que, como asegura Umberto Eco, algunos periódicos no son sino una máquina de fango que llena páginas. De este modo, hay que entender su novela más reciente, Número cero, como una crítica al oficio y una descripción de los mecanismos que mueven a un sector de la prensa y que explican la existencia de proyectos editoriales sin lectores que cada mañana, sin embargo, compiten por el espacio en los kioscos.

Bajo la superficie de su relato, Eco apunta contra el uso utilitarista de la libertad de expresión y lo redituable que se ha vuelto para algunas empresas periodísticas asumir el disfraz de prensa libre para chantajear al poder, mientras se alimentan conjuras de censura y se modela una audiencia instalada en la sospecha, convencida de que “la actualidad –faltaba más– no es otra cosa que descubrir que alguien nos ha estado engañando”.

El narrador elige Milán y el año 1992 para narrar la vida interna de un periódico que nunca saldrá a la luz. Ese diario podría ser cualquiera de los que conocemos, una ruina comprada a un precio ínfimo y que tras sufrir un cambio cosmético es transformado en el arma de negociación de un empresario ávido de tener una mayor participación en los negocios más grandes del país, acaso un banco, acaso una cadena de televisión.

En el diseño de Domani, el periódico de esta ficción, no importa el tiraje ni que los ejemplares lleguen al público; importa que los mensajes de primera plana sean vistos por alguien, importan las insinuaciones de las páginas editoriales que en sí no dicen nada pero arrojan una sombra de sospecha sobre la persona correcta, que a veces es un adversario en los negocios.

Sin embargo, para tener éxito el mal periodismo requiere de autoconciencia: llenar los editoriales de líneas sobre la corrupción porque “la llamada a la honradez siempre vende muy bien”, enorgullecerse de los desmentidos antes que admitir que se habla sin fuentes, sin pruebas, y saber que, en lugar de pregonar datos que alguien podría cotejar, siempre es mejor limitarse a insinuar acerca de quién cuestiona la calidad de un trabajo periodístico. Y es que hoy en día, para rebatir una acusación, no es necesario probar lo contrario, basta deslegitimar al acusador.

Número cero es una obra en la que hay por lo menos tres capas. En la primera de ellas tenemos una historia de amor artificiosa que palidece cuando aparece la segunda en la que se lee una delirante pero exhaustivamente elaborada conspiración que coloca la figura de Benito Mussolini como un elemento decisivo en la historia política de Italia de las décadas posteriores a su muerte.

En lo profundo, el texto es una reflexión sobre el estado de las cosas en el periodismo, acaso la seguridad de que nada puede turbarnos ya y que ante cualquier historia nueva que nos cuenten, decimos que hemos oído historias mucho peores, aunque quizá esa y aquella eran falsas.

De alguna manera, el autor discurre sobre cómo el periodista se ha puesto al servicio del lodazal, construyendo teorías de la conspiración fáciles de vender, que carecen de pruebas, que hacen ilaciones alucinantes y se convencen de que, una vez colocadas algunas comillas en los lugares adecuados, las afirmaciones se convierten en hechos. En síntesis, convencer al lector de que vive en la mentira porque, “si sabes que te mienten, debes vivir instalado en la sospecha”.

Aun en un contexto histórico completamente distinto, Umberto Eco logra deslizar su punto de vista no solo sobre la falta de controles en las noticias que hoy circulan en la web, sino sobre la paradoja de aquellos medios que hoy, más que difundir, parecen encubrir noticias; hay hechos que no pueden ser obviados, pero basta con que aparezcan algunos despachos informativos con titulares de escándalo para que el suceso más trascendente se ahogue en un mar de información.

Por otro lado, como relato de un medio que va definiendo sus líneas de trabajo y su relación con los lectores, Número cero exhibe el menosprecio de algunos sectores de la prensa por su público. El convenio de información entre ambos se establece sobre la base de que el lector entiende lo que está pasando solo si le explican los hechos mediante un catálogo de lugares comunes: así, se prescribe que las notas informen que una ley fue torpedeada, que fulano está en pie de guerra, que vivimos una etapa convulsa, que quemamos todos nuestros cartuchos, que estamos con el agua hasta el cuello o en el ojo del huracán.

En esa redacción ficticia no queda la duda sobre si los medios siguen las tendencias de la gente o las crean: se acepta como un hecho que los lectores y la audiencia no saben qué tendencia poseen y por tanto los periódicos tienen que venir a decírselo. Lo mismo pasa en otros sentidos como la gran misión y la labor social que Domani realiza con sus lectores, tranquilizándolos, no alarmándolos… a menos que el trabajo periodístico sea útil a los fines del propietario de hacer terrorismo contra sus competidores y enemigos.

Al final, la obra es una declaratoria de pesimismo por parte del escritor en la que es inevitable reconocerse. “Nos estamos acostumbrando a perder la vergüenza”, dice él y en esa afirmación cabe nuestra notoria corrupción, la propensión de las personas honestas a votar por truhanes y la de los partidos a llevar al Congreso y a los gobiernos a delincuentes, mientras a la cárcel solo van los ladrones de comida.

Semanas atrás, Fernando Savater decía que lo peor de los gobernantes es lo mucho que se parecen a la gente que vota por ellos. Eco, en todo caso, muestra que la crisis de nuestro periodismo también es nuestra, que las grandes líneas de nuestros medios son trazadas por empresarios que no sabrían decir qué es el periodismo, convencidos de que un ministro de Defensa no tiene por qué saber ni tiene necesidad de lanzar sus propias granadas. ~

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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