La crisis de los estudios literarios

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Jean-Marie Schaeffer

Pequeña ecología de los estudios literarios. ¿Por qué y cómo estudiar literatura?

Traducción de Laura Fólica

Buenos Aires, fce, 2013, 128 pp.

Lo hemos oído muchas veces: que la literatura está en crisis, que ya no son las cosas como solían ser, que es una pena. Jean-Marie Schaeffer (París, 1952) afirma que estas quejas esconden una crisis real que no tiene que ver con las prácticas sino con los estudios literarios y con la forma en que estos transmiten el valor de los textos: la jerarquización entre alta cultura y cultura vernácula es un argumento común para demeritar todo lo que se aleja de una concepción canónica de La Literatura escrita con mayúscula.

También vemos efectos de la crisis en la manera como se estudian los hechos literarios: la metáfora ecológica del libro explica las prácticas académicas como una agricultura de corte y quema, en la que las muchas y variadas parcelas se tocan solo para polemizar y descalificarse unas a otras, sin preocuparse por el aislamiento en que trabajan. Se trata de la cerrazón ante lo interdisciplinario, pero también del segregacionismo al interior de cada disciplina que fomenta la producción y el intercambio endogámico de conocimiento.

Por último, y quizá más importante, la crisis afecta la formación de estudiantes de literatura que, en el nivel de educación básica, rápidamente se ven obligados a reemplazar prácticas de lectura y redacción por comentarios de texto disfrazados de pensamiento científico. Esto es resultado de una confusión a nivel superior: los estudiantes universitarios no reciben una formación que separe claramente las funciones de la docencia y la investigación literaria. De la misma manera en que nadie enseña a enseñar literatura, tampoco hay una preocupación por romper el esquema autorreferencial académico, que insiste en pensar lo literario como una categoría preexistente y no como una construcción epistemológica.

Aunque el diagnóstico de Schaeffer se refiere al estado actual de los estudios literarios en Francia, la situación de la academia hispanohablante no es distinta. Hay mucho rigor en la academia, pero también hay orgullo y aislamiento, lo que no solo impide crear una base de conocimientos aceptada por toda la comunidad, sino que incluso convierte esa idea en un disparate a pesar de que contemos con el modelo científico que basa la transmisión y evolución del conocimiento en los conceptos de paradigma y falsación. El análisis de Schaeffer en este punto resulta útil para entender por qué es necesaria la creación de un marco de evaluación específico de los estudios literarios, que deje de lado la concepción cuantitativa de las disciplinas humanísticas que no funcionan por acumulación, como lo hacen las ciencias, sino por reiteración y particularización de ideas.

El agudo análisis de la crisis que hace Schaeffer bastaría para recomendar este libro a toda persona relacionada con la literatura y la enseñanza, pero para los necesitados de la idea –casi siempre condescendiente– de “crítica constructiva” también hay ideas útiles respecto a lo que se puede hacer. Él es el primero en alabar el impulso canónico de los estudios literarios: ¿quién si no tendría a cargo la noble tarea de conservar y transmitir lo que consideramos el legado artístico del ser humano? Lo importante, para él, es no caer en la tautología de justificar el estudio del canon por el valor canónico de los textos.

Schaeffer demuestra mesura y no llega tan lejos como para hablar de la consecuencia última de este vicio académico: el afán de mimetizarse con la obra y de calificar como “menor” todo trabajo que no implique el análisis o la interpretación de obra “mayores”. Algo peor: todos creen tener razón. Si alguien lo duda, basta con el experimento de reunir a tres personas para que hablen de literatura: una que estudie el siglo XX latinoamericano, una que se dedique al Siglo de Oro español y una más, especialista en teoría. Todos los malentendidos, las ironías y las burlas que se escuchen son parte del problema.

Luego están las preguntas que nadie hace por temor al ridículo, pero ¿no hace falta distinguir entre el estudio y la transmisión de valores literarios?, ¿no valdría la pena ahondar en la dinámica del canon?, ¿no es necesaria una reflexión sobre la manera en que describimos y comprendemos textos? La propuesta de Schaeffer es la inclusión teórica, una teoría de las teorías parecida a la que Terry Eagleton propuso casi al mismo tiempo en su libro El acontecimiento de la literatura (Península, 2013). Para Schaeffer, una mejor comprensión de la obra incluye la hermenéutica, la estética de la recepción y el estructuralismo, pero también dos de las tendencias que más ignora y satiriza la academia en México: los estudios culturales y la teoría queer.

También hay propuestas con respecto a la educación básica y a la tendencia que hay por medir la competencia lectora de los adolescentes mediante la vía analítica. Quizá algún día se entienda lo inútil que resulta en la escuela el análisis estructural del relato: ¿qué más da quién es el protagonista y cuál es la función del narrador en el texto? Esta dinámica aleja al estudiante de lo realmente importante: la lectura y las modalidades estéticas de atención necesarias para que las personas se acerquen a los libros sin la obligación escolar de por medio. En última instancia, eso es lo que busca Schaeffer: estrategias para que los libros no estén restringidos al mundo de la universidad. ~

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Es profesor de literatura en la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia.


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