Flores, de Mario Bellatin

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EL CUERPO DEL DELITOMario Bellatin, Flores, Joaquín Mortiz, México, 2001, 117 pp.En Efecto invernadero (1992), el protagonista recuerda el pubis desnudo de una sirvienta como su primer gran contacto con "la verdad de los cuerpos". Y en Flores (2001), un anciano señala que sólo la huella física del tiempo es capaz de transmitir naturalmente "la verdad de los defectos". La similitud de la frase es demasiado sugestiva, sobre todo tratándose de un narrador cuyo tema principal es la catástrofe del cuerpo, su lógica fatal y el desamparo inevitable que provoca. ¿Será lícito asumir, como parecen apuntar las dos frases del autor, que aquí el cuerpo es el defecto? Y en ese caso, ¿"la verdad" sería la misma para ambos?
     El bosquejo de una respuesta posible brilla especialmente en Flores, tal vez el libro que, junto a Salón de belleza (1994), refleja lo mejor del sombrío y filoso mundo narrativo de Mario Bellatin. Un mundo claustrofóbico y exuberante a la vez, hundido en escenarios cerrados de los que sólo se sale para perseguir las sombras literarias de Junichiro Tanizaki (en Flores y El jardín de la señora Murakami), Yasunari Kawabata (presente en Salón de belleza y La escuela del dolor humano de Sechuán) y Jorge Luis Borges (muy visible en Shiki Nagaoka: una nariz de ficción), entre otros. En ese espacio abierto por la tradición literaria japonesa y cierta narrativa fantástica heterodoxa, Bellatin ha construido una personalísima épica del cuerpo, un mapa sexual del deterioro físico que pone la mira en el ataque a cualquier idea de normalidad contemporánea. "Las mutaciones genéticas propias de cada raza se manifiestan en algunos momentos con más fuerza que en otros […] y al final de ese proceso suele reconocerse que lo anormal está llamado a convertirse en lo esperado", se lee en Flores. En más de un sentido, toda la obra de Bellatin es el relato de ese tránsito, el triunfo final y definitivo de un proyecto de anormalidad listo para convertir la verdad de los cuerpos en la verdad de los defectos.
     En Flores, la única verdad es el fragmento. A los cuerpos rotos y desmembrados de los personajes les corresponde la fragmentación de la materia narrativa, una serie de historias paralelas y multilaterales que confluyen en una carambola de soledades apenas iluminada por la enfermedad. "Así como había males de vieja estirpe, ahora existían los de nueva creación", dicen estas páginas, y de ahí que Flores resulte de la dolorosa convivencia entre el viejo egoísmo (el marido que decide cambiar de sexo y seguir viviendo con su esposa, el padre que inocula sida a su bebé porque cree que lo alejó de la esposa) y otro nuevo, físico, herido por un tiempo en el que la sexualidad es la verdadera religión. El cuerpo, en esta línea, también es cuerpo del delito: teatro del abuso científico, campo de la lucha de los sexos, marco experimental de perversiones secretas. La piratería farmacológica, el fanatismo musulmán o el despiste de la maternidad ocasional son los fragmentos escenográficos de esa deriva a mitad de camino entre lo nuevo y lo viejo, entre las verdades conocidas y los defectos de la verdad. En Salón de belleza, por ejemplo, lo que de veras deprime al narrador no es tanto que su salón se haya convertido en un "Moridero" como que, al mismo tiempo, desaparezcan sus peces de colores. De igual manera, la mujer que en esta novela asiste al trasvestismo de su esposo "no creía que lo peor hubiera sido la decisión del marido de someterse a una operación de cambio de sexo, sino no haber aceptado la propuesta de seguir viviendo juntos". En Bellatin, el camino que lleva de un mundo viejo a otro nuevo surge a través de los valores evidentes en ese estuporindignado e indignante. Y si hay un camino más rápido, un atajo, sólo se forma con el resto de la obra del autor.
     De hecho, el doble puzzle de la novela remite al que el autor parece ensayar entre todas sus demás novelas. Como (casi) siempre en Bellatin, Flores tampoco presenta una ciudad determinada, ni nombres propios, ni un tiempo ubicable: el protagonismo exclusivo y excluyente le corresponde al Cuerpo, ahora sometido a una asfixia donde "Mutante o Afectado son las dos únicas posibilidades dignas de contemplarse". Cronista de imágenes en las que no hay nada más personal que una malformación, Bellatin va más allá de sí mismo y arrastra el tiempo de su obra en el sentido de Flores, seguramente su libro más extremo, poderoso y brutal. En Efecto invernadero, alguien no puede establecer "la diferencia entre un cuerpo yacente y el mismo cuerpo cuando no tuviera vida. El tránsito podía quedarse como un simple cambio de tonalidades". Ya en Flores, la búsqueda desesperada de un sentido físico y vital sugiere que la verdad es un defecto, porque la única verdad sería la del cuerpo. Sobre esa convicción, Bellatin arma y desarma una literatura mutante y lúcida, quizás la única que en este tiempo merece recordar, con Kawabata, que "cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana". –

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(Argentina, 1967) es cronista y DJ. Es autor de Extranjero siempre (Almadía) y del blog Guyazi (www.guyazi.blogspot.mx).


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