El factor Borges de Alan Pauls

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Quizá ninguna obra de la literatura moderna se ha prestado, como la de Borges, al despilfarro teórico, a la manipulación de las más variadas retóricas, al uso y al abuso del comentario, de la exégesis, de la imitación, de la alharaca. Sobra decir que, aunque involuntariamente, Borges es el principal responsable del fenómeno, al haber dispuesto toda su obra como un mapa imaginario de la literatura desplegado para sustituir a la literatura misma. Y si la enciclopedia es el modelo por excelencia del libro borgesiano, como dice Alan Pauls en El factor Borges, es una consecuencia obvia, casi un desastre natural, que la crítica sobre Borges se haya transformado la oceánica superficie que actualmente representa.
     El novelista y crítico bonaerense Alan Pauls (1959) ha decidido empezar por el principio e ir al origen de la madeja. A través de las escasas ciento sesenta páginas de El factor Borges, Pauls, a fuerza de descreer de la solemnidad trascendente que suele rodear a Borges, nos ofrece unas atractivas instrucciones de uso. Y no es que Pauls parta de ninguna novedad radical o de algún luminoso deslumbramiento teórico. Le ha bastado a Pauls con desarrollar de manera brillante la hipótesis propuesta por Ricardo Piglia en Crítica y ficción.
     Entrevistado en 1986, decía Piglia sobre el estilo divulgador de Borges:

Borges en realidad es un lector de manuales y de textos de divulgación y hace un uso bastante excéntrico de todo eso. De hecho él mismo ha escrito varios manuales de divulgación, tipo El hinduismo, hoy, ha practicado ese género y lo ha usado en toda su obra. En esto yo veo muchos puntos de contacto con Roberto Artl, que también era un lector de manuales científicos, libros de sexología, historias condensadas de la filosofía, ediciones populares y abreviadas de Nietzsche, libros de astrología. Los dos hacen un uso muy notable de ese saber que circula por canales raros. En Borges como biblioteca condensada de la erudición cultural al alcance de todos, la Enciclopedia Británica…

Pauls no sólo sigue ese derrotero sino usa como brújula, me parece, el epígrafe de Witold Gombrowicz utilizado por el propio Piglia en Crítica y ficción: “No hay que hablar poéticamente de la poesía.” Pauls ha logrado no hablar borgesianamente de Borges, lo cual es un mérito no fácil de conseguir, y en buena medida alcanzado gracias a la disposición editorial de El factor Borges. Estamos ante un estupendo libro donde las notas al pie se transforman en una segunda posibilidad de lectura, nombres propios y conceptos que escudriñan a Borges en su laboratorio.
     El factor Borges es un ensayo que me recuerda a Kafka / Por una literatura menor (1975), de Gilles Deleuze y Félix Guattari. Me atrevería a decir, inclusive, que el libro de Pauls deberá ser tan influyente, para bien o para mal, en la apreciación futura de Borges como lo fue el de Deleuze y Guattari para Kafka. Pero el paralelo es muy incómodo y antes debo dar algunas explicaciones. No me gusta (ni me interesa mucho) la fraseología paracientífica y probablemente charlatana de Deleuze y Guattari, y creo que Pauls está muy lejos de compartirla. Donde aquellos filósofos franceses pusieron teorética, Pauls supone el sentido común de sus lectores y asume la cortesía intelectual como forma de expresión. Pocos libros como el de Pauls recalcan —por si todavía era necesario hacerlo— que el demonio de la teoría ha sido exorcizado, y que se puede volver a hacer buena crítica literaria al margen —y ya ni siquiera en contra— de las viejas escuelas.
     Sin embargo, pese a todas sus exageraciones e hipérboles (algunas ocasionadas solamente por malas traducciones de Kafka), debe concederse que aquel librito modificó algunos aspectos, no desdeñables, de la percepción kafkiana. Por un lado, Deleuze y Guattari ofrecían un Kafka hiperpolitizado, como lo requerían los años setenta del siglo XX, una suerte de profeta antiburocrático y anticapitalista que hoy deviene en una imagen un tanto ridícula, sobre todo para quienes nos alcanzamos a tragar el anzuelo. Pero aquel dúo también ofreció un Kafka en clave irónica y casi burlesca, más cercano a la comedia que a la tragedia, más propio del teatro yiddish que del culebrón existencialista. La actual bibliografía crítica sobre Kafka mucho debe a ese golpe de timón.
     Con procedimientos diametralmente opuestos, Pauls recorre con Borges ese camino de heterodoxa desmistificación que está en la posteridad de los clásicos. Tal pareciera que, en el momento en que abandonamos la lectura literal de las grandes obras, cuando dudamos de los acentos con los que cada personalidad artística se vanagloria en el mundo, llega el momento de la verdad crítica. En El factor Borges, Pauls vota por un Borges (ya presentido por otros lectores y por sus primeros adversarios) que se burla y a quien no hay que tomarse en serio, pues está en la línea de descendencia de Bouvard y Pécuchet como creador de personajes grotescos e inconcebibles, “suspendidos entre la gloria y el ridículo, la incapacidad y el prodigio, la grandeza y la insensatez” (p. 150). Ellos son, nos recuerda Pauls, Herbert Quain, Runenberg, Funes, “el Zaratustra cimarrón” y un largo etcétera cuya conclusión sería que Pierre Menard pertenece al mundo de Ramón Gómez de la Serna antes que al de Gérard Genette…
     Como escritor, Borges formaría filas en la estirpe de Raymond Roussel, de Robert Walser, de Gombrowicz, de J. Rodolfo Wilcock, ese Borges sin genio. No pertenecería Borges a ninguna escuela de escritores filósofos, y si lo contamos entre ellos se debe a una peculiar y memorable impostura. Dice Pauls:

‘Soy un hombre seminstruido’, ironiza Borges cada vez que alguien, hechizado por las citas, los nombres propios y las bibliografías extranjeras, lo pone en el pedestal de la autoridad y el conocimiento. Una cierta pedantería aristocrática resuena en la ironía, pero también una pose de poder, el tipo de satisfacción que experimenta un estafador cuando comprueba la eficacia de su estafa. Y la estafa consiste, en este caso, en la prodigiosa ilusión de saber que Borges produce manipulando una cultura que básicamente es ajena. Cultura de enciclopedia (aunque sea la ilustre Británica), esto es: cultura resumida y faeneada, cultura del resumen, la referencia y el ahorro, cultura de la parte (la entrada de la enciclopedia) por el todo (la masa inmensa de información que la entrada condensa). En más de un sentido, por sofisticadas que suenen en su boca las lenguas, los autores y las ideas forasteras, Borges —la cultura de Borges— se mueve siempre con comodidad dentro de los límites del concepto Reader’s Digest de la cultura. Borges no deja de evocar, cuando rememora sus primeras lecturas, los deleites que le deparaba la undécima edición de la Enciclopaedia Britannica. Sin duda las prosas de Macaulay o la de De Quincey —dos de los ilustres contributors que hicieron de esa edición única, histórica— tuvieron mucho que ver con ese deslumbramiento de infancia. Pero si la Britannica es el modelo de la erudición borgeana, es porque lo que Borges aprende allí, de una vez y para siempre, no son tanto los lujos de una escritura noble como los secretos para operar en una doble frecuencia simultánea: en el ‘estilo’ y en la reproducción, en la alta literatura y el proyecto divulgador, popularizador, que encierra toda enciclopedia… (pp. 142-143)

Pauls llega a esta conclusión al abrir la carta robada que Borges deja sobre la mesa en su calidad de autor de “Vindicación de Bouvard y Pécuchet”, aquel texto incluido arbitrariamente en Discusión. Hay, qué duda cabe, otros Borges posibles, pero la convicción de Pauls se alimenta, a su vez, de una imagen (o, más bien, de un sonido) trasmitido por Silvina Ocampo, quien contaba que cuando Bioy Casares y Borges se encerraban a escribir “esa deslumbrante enciclopedia de idiotas que son las Crónicas de Bustos Domecq“, lo que se escuchaba al otro lado de la puerta eran las carcajadas de uno y de otro.
     Ese Borges casi grotesco, ese Borges que se ríe a carcajadas, autor de una enciclopedia más patafísica que metafísica y divulgador de una enciclopedia popular que introduce a ciertas filosofías y a no pocas materias esotéricas, es el genio impostor que Pauls registra, un mago frecuentemente admirado por razones equivocadas. Tras reseñar negativa-mente la reciente biografía de Borges de Edwin Williamson, Rodrigo Fresán se quejaba en estas páginas de la inexistencia de una Encyclopaedia Borgesiana. Me parece que Alan Pauls, con El factor Borges, propone las líneas maestras de ese libro-biblioteca cuyo desciframiento tocará a los lectores del futuro. –

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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