Diario 3. Puerto Rico (1951-1956), de Zenobia Camprubí

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Coincidiendo
con la publicación, por parte de la Residencia de Estudiantes,
de los dos primeros volúmenes epistolares de una aventura
juanramoniana que se presenta interesantísima –el primero de
misivas del propio poeta a diversos destinatarios y el otro de su esposa Zenobia al matrimonio Guerrero
Ruiz–, se pone en circulación finalmente el tercer volumen
de los diarios de Zenobia Camprubí (Malgrat de Mar, Barcelona,
1887-Puerto Rico, 1956), que recoge los años pasados por la
pareja en Puerto Rico y sigue a los que dejaban constancia de las
etapas cubana y norteamericana, ahora reeditados.

Tras
su estancia en la Universidad de Maryland (Washington) y por
prescripción facultativa a raíz de un rebrote en la
depresión casi crónica que aqueja al poeta de Moguer,
Zenobia y Juan Ramón cogen sus bártulos, que ya tantas
veces, desde que en 1936 se exiliaran de la España fraticida,
han empaquetado y desempaquetado, y arriban en el verano de 1951 a la
isla portorriqueña en busca de unos años reposados, que
serán para ambos los postreros.

Son
estos tres volúmenes los diarios de una mujer culta, que de
muy joven comenzó publicando relatos en inglés en
diversas revistas y que acabó traduciendo la obra de Tagore,
de ahí que estén escritos con soltura y precisión,
amén de algunos toques de humorismo, especialmente ante las
adversidades, que fueron abundantes: un Juan Ramón dictador
dedicado a cultivar su neurosis y una Zenobia secretaria que tira del
carro del matrimonio y llega a bautizarse como Sancho. Algún
día podremos cotejarlos también con la correspondencia
cruzada entre ambos, donde sin duda hallaremos las razones y
sinrazones de su atadura. A una madre, más que esposa, se ha
asimilado la figura de Zenobia por haber vivido volcada en “el
cansado de su nombre”, dejando atrás sus posibilidades de
emancipación real y su deseo de escribir. Pero “Monumento de
amor” ha titulado su reseña de este libro Andrés
Trapiello, por mucho que algunos consideren esta tercera entrega, que
tanto se ha hecho esperar, la cumbre de una relación enfermiza
y a todas luces morbosa.

Acogidos
por la Universidad de Puerto Rico, que les abre sus puertas como
docentes, y aunque su economía cabalga como siempre entre el
desespero y el milagro, este período es aquel en el que Juan
Ramón pone punto final a su largo poema “Espacio”, cúlmine
de su introspección poética, cuya versión
definitiva apareció en la Tercera
antolojía poética
en que Zenobia trabajó
también en esos años sin poder completarla. Y es en
estos años también cuando la abnegada y laboriosa
Zenobia pone en pie la Sala-Biblioteca que llevará el nombre
de la pareja y se convertirá con el tiempo en el mayor centro
de estudios juanramonianos.

Este
diario de Puerto Rico es, en concreto, por ser el que los retrata a
ambos con mayor edad y por tratarse del que reproduce la derrota de
Zenobia a manos del cáncer que la llevará a la tumba,
el más triste de los tres, el más lastimero. Continuas
comidas con visitantes ocasionales y colegas, sesiones de barbería
con un hirsuto Juan Ramón, misa mañanera, paseos para
contrarrestar la rutina de los días, audición de
conciertos, lucha contra las manías olfativas del moguereño,
redacción de interminables cartas, sesiones de radioterapia,
control exhaustivo de ingresos y gastos, diluvios tropicales y
amenaza de ciclones. Zenobia es más que nunca en este tercer
acto el pararrayos de Juan Ramón, su lenitivo. Lo abandonará
dos días después de que a éste le sea concedido
el Premio Nobel, víctima de una última recaída
que no pudo vencer. El marido queda así desasistido,
prisionero de la astenia, sin poder realizar el soñado viaje
de regreso a España por el que ambos suspiraban de manera
intermitente. Un año y medio después sigue los pasos de
su gran amor.

Retrato
este, como tantos otros testimonios autobiográficos de
nuestros intelectuales exiliados, del día a día
universitario, de la llegada de noticias de otro lado del Atlántico,
de la vida social con autóctonos y exiliados como ellos
mismos. Relato preciso de miserias domésticas y de contactos
de índole laboral que también podemos cotejar con otro
volumen de aparición reciente, la correspondencia cruzada
entre Juan Ramón y Guillermo de Torre, que desemboca en el
mismo 1956.

Si
sopesamos la escasez de autobiografismo femenino, leída esta
nueva entrega y releídas las dos anteriores, acaso sea este
testimonio en nuestra literatura, seguido del de Rosa Chacel, el más
voluminoso y el más emblemático, por registrar, por
persona interpuesta, el devenir de un exponente excepcional de la
Generación del 27, desterrado como tantos otros en una
repentina desbandada que dejó al país huérfano y
culturalmente desasistido. Una muestra de la obra de estos viajeros
involuntarios está recogida en Poetas
del exilio español. Una antología
, de James
Valender y Gabriel Rojo Leyva, publicado este mismo año por El
Colegio de México. Reúne a Cernuda, Guillén,
Alberti, Prados, Altolaguirre y a tantos otros. ~

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