Alta infidelidad, de Rosa Beltrán

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Pareciera que cada época está condenada a padecer una sacudida debido a la equívoca maraña que nace cuando el binomio amor-atracción fusiona las relaciones humanas. Nuestro tiempo no es la excepción salvo por una delicada circunstancia: a causa de su velocidad, los cambios resultan imperceptibles para el ojo distraído. Y ahí, tras esa cortina, sólo una mirada reconcentrada es capaz de cartografiar ese laberinto lejos de la pedantería que nace de saberse experto en la materia y, a la par, rehuir la patética intención de hacer novelones llorosos o asépticos moralmente.

Rosa Beltrán (ciudad de México, 1960) encara el reto y en Alta infidelidad (2006), una novela que sin grandes pretensiones formales logra un pulso de maratonista en plena marcha, hila cómo la pasión humana, encadenada a nuestra incapacidad congénita para enfrentar la vida en entera soledad, pone en función un circo sentimental que se inicia cuando la avidez conquistadora de un hombre lo orilla a enredarse con tres mujeres rubricadas por el desequilibrio y la ausencia coincidente de relaciones duraderas. Pero ésta no es una historia sobre mujeres histéricas, ni un tratado frágil sobre cómo el amor puede tornarse infierno a causa de los celos. Ni una sola línea de Alta infidelidad se detiene a consignar lo ya sabido. Su autora sabe bien que un desliz de esa naturaleza daría al traste con su tentativa, orientada en primer término a trazar cómo se configuran las relaciones sentimentales en los albores del siglo XXI.

El registro, es cierto, evita las variaciones, la polifonía y los saltos intempestivos, gastados recursos para deslumbrar al lector. Y la elección es acertada. Preferible la transparencia frente a un tema palpado hasta la vejación. Beltrán elige la tonalidad adecuada y la lleva hasta sus últimas consecuencias: somos seres poblados de ansiedad, de recelo, y esto aun cuando logramos, en el vértigo de actividades sin cuento, desprendernos de nuestras falsas certezas. Julián duda frente a Marcela, Silvina y Sabine, y duda porque no puede hacer otra cosa. Se entrega y duda, promete, sueña, avanza, fornica y siempre duda. El retrato que logra Beltrán del laberinto sentimental contemporáneo es desalentador en todo sentido: si bien ya resulta complejo acceder a otro ser humano, los tiempos que corren, en su movimiento insaciable de mil destinos que se cruzan sin descanso, vuelven literalmente imposible la vivencia del amor pleno, áulico.

No faltará quien pretenda leer la novela como un apéndice posmoderno al mito del Don Juan y sus vericuetos sin fin. Puede hacerse, tal y como es posible considerarla igualmente un apéndice a la comedia de enredos, la narración humorística, el drama sentimental y hasta como una representación novelada del teatro del absurdo. ¡De ese tamaño es nuestra flaqueza frente a los tifones de la pasión amorosa! Pero no, por ahí no va la cosa. Julián se burla y es burlado. Lo mismo que sus amantes. Y lo mismo sucederá con cualquier otro individuo que en un momento febril de entrega absoluta se fusione con los sueños, expectativas y anhelos de otro ser humano. La entrega, sugiere la implacable lógica de este ajedrez sentimental, es la derrota. “No hay una razón objetiva para elegir el amor sobre cualquier otra experiencia”, se lee en una línea de Alta infidelidad. Y la falta de cumplimiento de este dictamen, gélido y soberbio, sigue y seguirá haciendo girar al mundo. ~

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(ciudad de México, 1978) es escritor y crítico literario.


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