Un nuevo camino para la poesía

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Desde los años setenta –los años de los novísimos–, Portugal y España han vivido un recorrido paralelo en la evolución de sus poéticas. Hay una afinidad evidente entre los poetas de la antología de José María Castellet –de Pere Gimferrer a Guillermo Carnero y Jaime Siles– y los poetas que empiezan a publicar en Portugal en la misma época.

Comparten, como rasgos comunes, aquello que a grandes y algo caricaturescos rasgos se designó culturalismo (surgido de una formación universitaria común a la mayor parte de esos poetas) y el venecianismo (atributo que designa un fondo intertextual y el referente europeo o cosmopolita de muchos poemas).

También se distinguen afinidades idénticas en las dos poéticas del espacio ibérico a partir de los años ochenta, y sobre todo noventa, con aquello a lo que se le dio el nombre de “poesía de la experiencia”: término que conlleva también algo de equívoco, como si pudiera haber poesía sin experiencia (de la vida o de la palabra). El hecho es que este género va unido a una vivencia urbana, nacida del fenómeno democrático, cuyo exponente en Portugal fue Al Berto: una poesía de la “movida” nocturna, de los bares y las experiencias radicales. La evolución más reciente de esta tendencia ha conducido a un progresivo abandono de las formas tradicionales, y sobre todo del métier poético, siendo sustituido éste por un prosaísmo muchas veces ramplón, a cambio de un confesionalismo superficial que sólo se puede “salvar” o rescatar gracias a algunos rasgos líricos, que recuperan cierta herencia romántica –en el sentido de intentar captar las pietas del lector ante la situación del poeta postmoderno, perdido en sus escenarios de cartón hopperiano.
     A partir del 2000 se da un nuevo intento de superar este impasse y es muy interesante que sea en el ámbito español, donde la poesía de la experiencia produjo efectos más devastadores y polémicos, sobre todo con fácil epigonismo que banalizó lo que esa línea pudiera producir de novedoso e interesante, donde esa reacción empiece a surgir. De esto son buen ejemplo dos libros recientes, de la editorial Pre-Textos: Adiós a la época de los grandes caracteres de Abraham Gragera y Carrera del fruto de Juan Carlos Reche. Creo que deberíamos señalar el hecho de que en estos dos libros surjan dos recorridos bien distintos –reveladores de una diversidad de estilo, de estética y de orientación, a pesar de su obvia afinidad generacional.
     Es significativo, en este aspecto, el titulo de Abraham Gragera: Adiós a la época de los grandes caracteres. Se ajusta bien al tiempo que vivimos –un tiempo de medianía (reino de los media)– en que el lenguaje, los comportamientos y el pensamiento nivelan la calidad con su mínimo rasero. El poema se inscribe en un tono de fondo crítico y alejado de esa medianía, pero no tanto en el sentido de un tono melancólico (rasgo más lusitano que español) sino reflexivo: “Aún es pronto, demasiado pronto para el ojo/ pero tarde, muy tarde ya para el pensamiento”.
     Y en esta zona de nadie entre la mirada (lo concreto, el espacio de la imagen) y la idea (lo abstracto, el espacio de la filosofía) el poeta ubica su palabra, lo poético, en un terreno elíptico que oscila entre lo narrativo (los poemas en prosa) y lo lírico (en su forma más depurada), siendo “Elegía” un ejemplo máximo de su calidad entre metafórica y alegórica –la aparición del cangrejo en la arena de la playa, como Orfeo que va a desaparecer, es una hermosa imagen que nos transporta lo mítico al interior de lo cotidiano.
     Más sintética, la expresión de Juan Carlos Reche encuentra igualmente el rigor poético con el que la palabra cerca su objeto: la génesis de la imagen y el proyecto metamórfico del mundo en verbo.
     También en Reche nos situamos en las antípodas de la efusión verbal que marcó las décadas anteriores; y ello en provecho de una reflexión sobre la escritura poética, tan descuidada en tiempos recientes, y tan fundamental para quien quiera edificar sólidamente su proyecto. Hay una estrecha relación con el mundo natural, tal vez no en el sentido alegórico de Gragera, sino en la forma intelectiva de buscar un puente entre el hombre y la naturaleza. Sin embargo, no se trata de una vuelta al Romanticismo, dado que hay un filtro teórico por donde pasan las imágenes más líricas:
      
     Estoy mirando la rosa
     de hojas de lirio
     cosidas con la savia de la rosa,
     estoy criando la rosa
     que se ríe de Saussure.
      
     La ironía atenúa esa distancia con relación al sentimiento puro de la flor, aunque la conciencia del objeto y de la palabra estén presentes en el poema, pronunciando la pérdida de la inocencia que conlleva el mismo acto de escribir. Y también al final del libro, una hermosa imagen da figura al sentido de la escritura, y a su necesidad: el fruto que en su camino, para encontrar su forma última y única, necesita multiplicidad:
      
     la carrera del fruto
     que necesita de varios árboles
     para ser sólo uno.
      
     Son dos libros –y dos poetas– que merecen una lectura atenta, y que conviene seguir con atención en este sentido de las transformaciones del lenguaje poético ibérico, en este comienzo de siglo XXI, recuperando el camino del rigor y de la perfección que exige la poesía, para ser grande. ~

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