Por qué ladran

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Mafalda murió atropellada; medio mundo ha oído que existe una última tira en cuyo cuadro conclusivo aparece tendida en el suelo con los ojos en cruz. Cada cierto tiempo recibo por correo electrónico “La marioneta”, ese poema que escribió Gabriel García Márquez al saberse enfermo de cáncer y que se parece tanto a “Instantes”, el poema tardío de Jorge Luis Borges. Apenas hace un par de semanas me topé con una reseña titulada “Play it again, Sam”, el parlamento inolvidable de Humphrey Bogart en la película Casablanca. Al tomar un café con un amigo que estudia matemáticas se quejó de que no hubiera un Premio Nobel para su gremio, y todo porque la esposa del inventor de la dinamita le fuera infiel con el matemático Gosta Mittag-Leffler. Y con cada apagón empiezo a tomar el tiempo hasta que alguien sucumba al impulso de citar las últimas palabras de Goethe: “¡Luz, más luz!”
     Las anteriores son premisas que contienen un grado mayor o menor de falsedad. Son sólo algunos de los numerosos lugares comunes errados que se asientan mediante un largo proceso de destilación cultural. Puede que el más notable de ellos sea “Ladran, Sancho, señal de que cabalgamos”, atribuido a Miguel de Cervantes Saavedra (quien, como bien se sabe, murió, al igual que William Shakespeare, un 23 de abril de 1616). Al terminar Don Quijote de la Mancha me extrañó no haberme topado con la celebérrima frase que había esperado durante el transcurso de la lectura. Traté de corroborar esta ausencia en diversas fuentes, pero lo único que encontraba eran ligeros cambios en la frase, citada por doquier. Incluso recurrí a un especialista de peso en el Siglo de Oro español, quien cautelosamente me sugirió que tales deslices de lectura son comunes en obras así de extensas. No era descabellado, tal vez al forzar los últimos párrafos de un capítulo antes de apagar la luz. Tan pronto como se me ocurrió verificarlo, descarté la idea. Releer la novela de Cervantes de inmediato para buscar algo tan específico parecía quitarle toda posibilidad de goce. Sin embargo, gracias a que ahora hay ediciones íntegras en Internet cualquier navegador permite comprobar en unos minutos si la frase forma parte de la obra o no. “Ladran” y “cabalgamos” son palabras que aparecen en las diferentes versiones y se repiten poco en el texto. Tan sólo requiere desplegar el menú Edición, elegir “Buscar en esta página” y teclear las palabras en los 52 capítulos de la primera parte y en los 74 de la segunda.
     Nada.
     Ni ésa, ni oración semejante aparece. Por métodos más tradicionales (y por fortuna) se ha comprobado que Borges y García Márquez no perpetraron los poemas mencionados. Cualquier enciclopedia servirá para aclarar que Cervantes y Shakespeare murieron en la misma fecha, pero con algunos días de diferencia; Inglaterra persistía en el calendario juliano mientras que en España se había adoptado ya el gregoriano que usamos actualmente. Con un vistazo a la biografía de Alfred Nobel nos damos cuenta de que sea cual fuere la razón que tuvo para no otorgar un premio a las matemáticas no fue por despecho conyugal, pues nunca se casó. E incluso Quino ha desmentido esa historieta terminal de Mafalda. Y sin embargo, se mueven; estas distorsiones siguen presentes, se comentan, se siguen diseminando: se replican.
     De acuerdo con el biólogo británico Richard Dawkins, lo que hace especiales a los genes es su capacidad para replicarse. En su libro El gen egoísta, dedica un capítulo a explicar la manera en que entidades diferentes a las unidades genéticas pueden replicarse de manera similar a éstas. Para ello aventuró el término meme, como un sustantivo que diera la idea de unidad de transmisión cultural.
     Las tres cualidades que permiten la supervivencia de toda entidad replicante son: longevidad, fecundidad y fidelidad de copia. En el campo de los memes las modas, por ejemplo, son fecundas en el corto plazo pero no son longevas, al contrario de lo que sucede con el corpus religioso hebreo, debido en buena medida al gran potencial que le concede la permanencia de los registros escritos. Algo semejante sucede con estos falsos lugares comunes de la cultura. Su longevidad puede llegar a ser ilimitada y al alcanzar cierto nivel la fidelidad de copia aumenta y se estabiliza.
     Los memes se propagan a sí mismos saltando de cerebro en cerebro de manera semejante a como los genes se propagan en el caldo genético saltando de cuerpo a cuerpo vía esperma u óvulos. La transmisión genética y la cultural son análogas en cuanto a que, aunque en esencia son conservadoras, ambas pueden propiciar una forma de evolución.
     Un caso que permite entender el proceso son las últimas palabras de Goethe. Esa dramática petición para espantar a las tinieblas, “¡Luz, más luz!”, tan sólo es una síntesis evolutiva, pues sus palabras completas fueron: “Abran la segunda persiana para que pueda entrar más luz”. En su caso, también existe la versión de que antes de expirar se dirigió a su hija para decirle “Pequeña, dame la patita”, mientras que un criado suyo aseguró que su último aliento lo empleó para pedirle la bacinica. Es obvio que entre las tres versiones la romantización encapsulada de la primera es la más apta para sobrevivir en su medio, la memoria, donde se ha replicado y subsiste.
     No deja de ser sorprendente el arraigo y en algunos casos el refinamiento que alcanzan estas aseveraciones. La frase apócrifa de El Quijote es indudablemente buena y por eso ha permanecido, transformándose en un apéndice que precede a la obra. Su recurrencia demuestra el rol a veces creativo, a veces censor del inconsciente colectivo, que impone adaptaciones a lo que admite. Indica también que la frecuencia con que se transmiten estas imprecisiones debe ser inversamente proporcional a lo frecuentados que son los originales. Si ladran, Sancho, es señal de que no los han leído. ~

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(Ciudad de México, 1973) es autor de cinco libros de narrativa. Su libro más reciente es la novela Nada me falta (Textofilia, 2014).


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