Los Kirchner vs. Clarín

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Tres años atrás, el enamoramiento Kirchner-Clarín alcanzaba su momento estelar. El 29 de octubre de 2007, al día siguiente de las elecciones, la tapa del principal diario de la Argentina gritaba a sus lectores: “¡Cristina, 43.9%!”, y acompañaba el entusiasmo triunfalista con la foto de la flamante presidenta haciendo la v de la victoria bajo una lluvia de papelillos albicelestes. Era la consecuencia lógica de un largo idilio entre el mayor grupo comunicacional del país y los cuatro años de la exitosa presidencia de Néstor Kirchner. Cuatro años en los que ese apellido de origen germano pasó de ser completamente desconocido a convertirse en el más poderoso de la política del país. Pero pronto, muy pronto, todo cambiaría y los amantes se convertirían en enemigos íntimos.

¿Qué había ocurrido? Son dos las hipótesis. La primera: en medio del desgastante conflicto con los productores agrícolas acerca de las retenciones fiscales (marzo de 2008), los Kirchner pidieron apoyo al diario y este se lo negó, asumiendo una actitud crítica frente a un conflicto que se le había ido de las manos al Ejecutivo. La segunda: la promulgación de la Ley de Medios de parte del gobierno de Cristina, que obliga a la desinversión de los mayores grupos comunicacionales del país, a cambio de una mayor democratización en la propiedad de los mismos. Recordemos que el Grupo Clarín es propietario de canales de televisión, cadenas radiales, servidores de internet y principal accionista de la única empresa productora de papel para diarios, Papel Prensa. Paralelamente, el gobierno reactivó una espinosa causa judicial: la presunta apropiación de parte de la dueña del Grupo Clarín, Ernestina Herrera de Noble, de dos hijos de desaparecidos durante la última dictadura militar.

Hoy en día el enfrentamiento ha cobrado niveles virulentos y la batalla se libra en cada uno de los puntos de la agenda nacional. El campo, junto con todo su poder económico y su tradición, tiene en Clarín a un fiel aliado en las políticas –muchas veces patoteriles– con que defiende sus intereses. La inseguridad, que se ha ido incrementando de manera preocupante en los últimos años, es interpretada por el gobierno como una “sensación”, mientras los medios destinan abultado centimetraje y largas horas de tele a relatar asaltos y robos de bajo y medio pelo. La libertad de expresión, que se ha convertido en el comodín de toda discusión política, es enarbolada como bandera por el Grupo Clarín frente a la eventual aplicación de la Ley de Medios, una ley que a juicio de muchos era necesaria, y que viene a sustituir a la que está en vigencia, promulgada por los militares de la última dictadura. Incluso el futbol ha sido alcanzado por esta áspera diatriba: el gobierno pactó con la Asociación del Fútbol Argentino, afa, dirigida por el controversial y ya casi vitalicio Julio Grondona, la trasmisión de todos los partidos de la liga nacional a través del canal del Estado, quitándole el negocio a los canales de cable del Grupo Clarín, lo que en definitiva se traduce en un subsidio directo al futbol, ya no como deporte sino como entretenimiento. Por supuesto en temas de política internacional la actitud del periódico ha cambiado radicalmente. Si antes tenía una postura de sospechosa indiferencia o a veces de alcahuetería inexplicable con relación a los asuntos y negocios con Venezuela, ahora el mismo diario ha pasado a ocupar un rol de abierta crítica con respecto a los coloridos movimientos del presidente bolivariano.

Pero el último y más reciente capítulo de este choque entre los Kirchner y Clarín alcanza a la empresa proveedora de papel, Papel Prensa, y sin duda constituye no solo un escándalo de enorme envergadura sino el laboratorio donde podemos desnudar la forma de hacer política en la Argentina de los últimos treinta años. La empresa, cuya composición accionaria actual es Clarín (49%), La Nación (27%) y el gobierno (22%), es la única productora de papel periódico establecida en el país y provee a los 170 diarios que hacen vida en la Argentina. Clarín y La Nación compraron su parte de la empresa en la época de la dictadura a Lidia Papaleo, esposa del ex banquero David Graiver, de quien se presume que recibió dinero del grupo armado Montoneros, obtenido a su vez en millonarias operaciones de secuestro. La ofensiva actual del gobierno se basa en la denuncia de que dicha compra, ocurrida en 1977, se efectuó bajo amenazas de muerte de parte de los militares, y que tras ello se vieron beneficiados el Grupo Clarín en primer lugar, y también La Nación. La viuda Papaleo, que fue posteriormente secuestrada y torturada, ha declarado que vendió la empresa de su marido (muerto en accidente aéreo antes de la venta) bajo amenazas. Sin embargo, el hermano de Graiver, Isidoro, sostiene lo contrario: en el momento de la venta –dice– el gobierno militar aún desconocía la vinculación de Graiver con Montoneros, y por lo tanto la venta se realizó sin ningún tipo de presión.

Sea como fuere, la única proveedora de papel periódico en la Argentina fue y es Papel Prensa, lo que obliga a todos los diarios del país a comprarle directamente, o de lo contrario importar. El gobierno pretende declarar de interés público la producción de papel para diario junto con su distribución y comercialización, lo que algunos interpretan como una maniobra para hacerse del control de la empresa y acallar las voces opositoras en los medios impresos. Si bien es un completo disparate que exista una sola empresa productora de papel periódico y que además se encuentre en manos de los dos principales diarios del país, tampoco es menos cierto que, si el gobierno la controla, con ello no haría más que trasvasar el monopolio de una mano a otra, cuando lo adecuado sería ampliar la oferta y democratizar el mercado. El caso ahora está en la justicia y promete ser uno de los mayores escándalos de los últimos tiempos, donde no quedará títere con cabeza.

La pregunta que se hacen muchos es ¿por qué esto se devela ahora, después de 27 años? Los denunciantes dicen que no estaban dadas las condiciones políticas ni la seguridad garantizada. Clarín sostiene que se trata de una nueva ofensiva de parte del gobierno contra la empresa y la libertad de expresión. Y como es obvio, para los Kirchner hasta ahora no había sido necesario abrir una olla que eventualmente los salpicaría. Lo cierto es que la trama que une al poder político con el poder comunicacional de la prensa revela una vez más estar compuesta de hilos grises y muchas veces invisibles. Ambos poderes, los Kirchner y Clarín, se necesitaron para celebrar lo bueno y tapar lo malo, para alcahuetearse mutuamente, y a veces también para transmitir estabilidad a una población acostumbrada a las turbulencias. Lo cierto es que desde hace algunos años la política en Argentina prácticamente se ha reducido a la pelea frontal entre estos dos titanes, otrora amantes y hoy enemigos íntimos. Mientras tanto asistimos al deterioro del discurso político y periodístico, y los verdaderos problemas del país (mejorar la calidad de la educación pública o acabar con la desigualdad de oportunidades) siguen esperando su momento. ~

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