La falacia del blanco malo

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He visto un infumable video del infumable Michael Moore sobre la maldad intrínseca del blanco americano. Se llama “Una historia breve de los Estados Unidos”. La peculiar “brevedad” del video requiere de una peculiar “brevedad” intelectual por parte del espectador. Lo del “autoodio” está muy gastado pero, o padece Moore de esa enfermedad o es que por hacer dinero uno es capaz de calumniar a toda su raza (con perdón). Una de las barbaridades que nuestro estúpido hombre blanco lanza es que (literalmente), como a los americanos no les gustaba trabajar, se fueron a África a buscar esclavos y que así se convirtieron “en el país más rico del planeta”.

Justamente he visto el video cuando terminaba el imprescindible, magnífico y esclarecedor libro de Thomas Sowell Black rednecks and white liberals (Encounter Books, 2005). Por si algún lector no se ha estrenado aún con la obra de Sowell, lo recomiendo encarecidamente porque es una especie de resumen de los temas que han centrado sus investigaciones durante los últimos veinte años. Thomas Sowell, negro negrísimo e incorrectísimo políticamente hablando no solo no compra el mito del blanco esclavista y malvado, sino que hace una ferviente defensa del papel de Occidente (el Occidente blanco del XIX) en la abolición de esta abominable práctica.

En el capítulo “The real history of slavery”, Sowell da un repaso a unos hechos irrebatibles que desmontan el mito asegurando que no existe otro “horror histórico” tan perfectamente construido. Hasta el punto de que no tiene reparo en enmarcarlo en este mismo “eurocentrismo” que tanto denuncian sujetos como Moore.

Dice Sowell que basta un simple paseo por una biblioteca de mediano tamaño para darse cuenta del maniqueísmo de la obsesión por el esclavismo americano cuando se compara con lo poco que se ha escrito sobre el número muchísimo mayor de africanos esclavizados por los países islámicos del Medio Este y de África del Norte. Por no mencionar la vasta cifra de europeos esclavizados en pasadas centurias por los países islámicos y por países en el mismo corazón de Europa. Al menos 1,000,000 de europeos fueron esclavizados por los piratas del norte de África entre 1500 y 1800. Los esclavos europeos eran vendidos en Egipto incluso después del decreto de emancipación proclamado por la ley americana en el siglo XIX. De hecho, un tratado anglo-egipcio de agosto de 1885 prohibió la venta de esclavos blancos y la importación y exportación de esclavos sudaneses y abisinios.

El esclavismo era común desde Asia hasta Polinesia. China, por ejemplo, era uno de los mayores mercados de esclavos del mundo. En la India era tan grande su número que su estimación indica que había más esclavitud allí que en todo el hemisferio occidental. También era común y brutal la esclavitud en la América prehispánica. Algunas religiones objetaron ese trato para los suyos en épocas antiguas, pero los cristianos, los musulmanes o los judíos no tenían reparo en esclavizar a miembros de otras religiones. Estar al servicio de Dios y de la fe no garantizaba ver al prójimo como semejante. El clero poseía esclavos tanto en los monasterios cristianos de Europa como en los monasterios budistas de Asia. Incluso, como recuerda Sowell, la sociedad ideal de Thomas Moore contemplaba y permitía la posesión de esclavos.

Uno de los argumentos más importantes de Sowell es su afirmación de que la raza (o el desprecio por una raza) nunca tuvo que ver con la esclavitud. Para remarcar la innecesaria relación entre esclavitud y racismo, nos recuerda que la palabra “slave” viene de slav (“eslavo”) y no solo en lengua inglesa, sino también en otras lenguas europeas y en árabe. Los eslavos fueron en su día la carne de esclavitud favorita tanto en Europa como en el mundo islámico. Blancos esclavizando a blancos.

Durante siglos (por no decir milenios) la gente esclavizaba a quien podía, aunque tuviera su mismo color de piel. En palabras de Sowell: “la gente era esclavizada por ser vulnerable, no por su aspecto”. De hecho la creación de naciones-estado vino a poner las primeras dificultades serias a este tipo de comercio. A partir de cierto momento, los esclavistas que secuestraban a un desgraciado podían recibir las represalias de una nación entera si formaba parte de ella.

Para Sowell, solo hace un par de siglos que el concepto de esclavo viene ligado a ciertas líneas raciales. La vinculación del esclavismo con la raza (negra) es una elaboración a posteriori, cuando los esclavistas del sur de los Estados Unidos tuvieron que fabricar argumentos para defenderse de la pujanza de un abolicionismo que amenazaba su sistema económico. Así se creó el mito de la raza inferior como pretexto para dar tal diferencia de trato a todo un colectivo. Para Sowell, el racismo no fue la causa sino el resultado de la esclavitud.

Este convencimiento le lleva a una encendida defensa del papel abolicionista de quienes precisamente han sido acusados de ser el paradigma del esclavismo y la crueldad: el mundo angloamericano y las sociedades blancas en general. Efectivamente, es de justicia recordar el liderazgo que tomó Inglaterra en el siglo XIX en defensa de la libertad de todas las personas, cuando ningún otro país esclavista lo había hecho y que le costó una pérdida importante de recursos económicos. No solo no le reportaba ningún beneficio tangible, sino que incluso llegó a pagar sobornos a España y Portugal para conseguir su cooperación en las campañas que emprendía. El papel que jugó entonces Inglaterra recuerda en cierto modo al que han jugado algunas de las modernas ONG. Por ejemplo, la armada inglesa entró en aguas brasileñas en 1849 y destrozó varios buques de este país porque estaban siendo usados en el tráfico de esclavos. También presionó al Imperio Otomano amenazando con abordar sus barcos en el Mediterráneo. Igualmente actuó en las costas africanas. Las acusaciones de hacerlo por motivos interesados, como ha expresado el ensayista David Brion Davis, las presenta Sowell como sumamente injustas, y recuerda cómo el mismo John Stuart Mill ya lo consideraba extraordinario en esa época y se sorprendía de que los británicos se gastasen una suma equivalente al presupuesto “de un pequeño país” en el bloqueo de los barcos de esclavos en la costa africana en contra de sus “intereses pecuniarios”.

No fueron los únicos “blancos” que abominaron del esclavismo en aquellos tiempos. Los americanos acabaron con él en Filipinas, los holandeses en Indonesia, los rusos en Asia Central, los franceses en las Indias Orientales y en el Caribe. Los alemanes, por su parte, colgaban a menudo a los traficantes de esclavos en África Oriental en el mismo lugar en que eran localizados.

Como dice Sowell, nunca hubo una civilización en un país no occidental que compartiera la animosidad contra el esclavismo que se experimentó en Occidente desde mediados del siglo XVIII y que no cejó hasta verlo erradicado por completo o casi en el siglo XX. En palabras de Sowell, “quizá no ha habido un contraste más grande entre los dos mundos en ningún período de la historia”. Para él lo extraordinario no es el esclavismo sino la emergencia en el siglo XVIII de tan gran conciencia de la iniquidad que representa esclavizar a otros seres humanos, cualquiera que sea su raza o religión. Sin desdeñar el papel de las iglesias cristianas en esta rebelión, planea sobre todo ello el espíritu de la Ilustración en sus aspectos más esclarecidos. Adam Smith en Gran Bretaña y Montesquieu en Francia escribieron profusamente denunciando la esclavitud.

Al contrario de los mitos creados por autores como Alex Haley, los negros africanos no eran esos bucólicos inocentes que se describen. Eran los propios africanos quienes esclavizaban a sus hermanos de raza vendiéndolos a los árabes o a los europeos. En el mismo pico del esclavismo los africanos retenían más esclavos para su propio consumo que los que enviaban al hemisferio occidental. A pesar de las descripciones de Haley, eran pocos los tratantes de esclavos propiamente blancos que se aventuraban en el corazón de África. La esperanza de vida de un no nativo en el interior del África subsahariana era de menos de un año, a causa de enfermedades como la malaria. Debido a las condiciones de hacinamiento, incluso los índices de mortalidad de los blancos que viajaban en barcos de esclavos hacia Occidente eran igual de altos que los de los negros.

Tampoco estaban libres de mácula los negros libres que vivían en el sur esclavista americano. Se calcula que un tercio de las personas de color que habitaban en Nueva Orleans poseían esclavos, y miles de esclavistas negros se unieron a la confederación durante la Guerra Civil. Por la misma época, Brasil tenía muchos más esclavos que Estados Unidos y seguramente fue el mayor “consumidor” de los mismos de cualquier nación de la historia.

Por otro lado, se discuten poco otros efectos, como un tipo de pervivencia del esclavismo que resulta en la adquisición de un sentido de estigma que algunas tareas u oficios sufrieron posteriormente y que fueron nocivos para el desarrollo y la prosperidad de ciertos pueblos. La clase trabajadora de ciertos países experimentaba gran repugnancia al ejecutar trabajos indispensables que antes habían sido cosa de esclavos. Grandes conquistadores, como los mongoles o los españoles, llegaron a desdeñar algo tan determinante para el desarrollo económico y cultural como el comercio, por las mismas razones. Todos estos perniciosos tics han tenido que ver con el subdesarrollo de algunos países. Los inmigrantes italianos, por ejemplo, que no habían vivido el esclavismo, prosperaron en países como Brasil o Argentina, donde el recuerdo estaba cercano y cuyos empobrecidos habitantes se negaban a efectuar según qué tareas aunque  pasaran hambre.

Para Sowell, la reiterada descripción de la esclavitud como una vergonzosa experiencia sufrida solo por negros, como triste sino de su raza, y practicada solo por blancos, como malvada consecuencia de su condición infame, acaba creando un marco donde la discusión racional sobre estos temas es difícilmente alcanzable. Eso, al contrario de lo que cree Michael Moore, rebaja a los negros y hace que perdamos de vista que esta práctica aún se resiste a desaparecer en países como Mauritania, Sudán y en algunas partes de Nigeria y Benín.

Esta autoflagelación etnocentrista es absurda y perniciosa. Si giramos la vista atrás, mucho de lo que vemos nos helará la sangre. Igual que Sowell, creo que ha habido un evidente progreso moral. Aquellos fueron otros tiempos y otras gentes. Como dice el prestigioso ensayista negro: “los principios morales son intemporales pero las elecciones morales son las posibles en un particular tiempo y lugar”. ~

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(Barcelona, 1955) es antropóloga y escritora. Su libro más reciente es Citileaks (Sepha, 2012). Es editora de la web www.terceracultura.net.


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