Chilango como gentilicio

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Millones de habitantes de la ciudad de México nacieron en otra parte, y por eso es común la pregunta: "¿De dónde eres?" La mayoría de los nacidos en la ciudad no responde: "Soy capitalino" o "Soy defeño", sino "Soy de aquí" o "Soy chilango". En el resto del país, que resiente el centralismo de la ciudad de México y atribuye a sus habitantes fanfarronería y malas artes, es común que la referencia tenga un tono peyorativo, hasta con palabras neutrales; por ejemplo, al hablar de "los de México". En lo cual no se hace distinción entre los nativos y los emigrados, porque se trata de un rechazo geopolítico, de larga tradición, desde la antigua Roma: las capitales como centro del mal. Lo peyorativo está en la imagen, independientemente de las palabras. Llamar a alguien jesuita puede ser un insulto, pero los jesuitas se llaman así tranquilamente.

En el habla común de los mexicanos que viven fuera de la ciudad de México, tampoco se usa mucho capitalino (aunque sí en la prensa), ni defeño (que hasta en la prensa se usa poco), sino "de México" (que es neutral) y los apodos (coloquiales o despectivos): guachinango (Veracruz), guacho (Sonora), huache (Yucatán) y chilango (en casi todo el país).

Chilango se ha difundido tanto en las últimas décadas que bien puede pasar de apodo a gentilicio: la palabra normal para llamar a los habitantes de la ciudad de México. Aunque algunos se molestan de ser llamados así (sobre todo cuando es obvio el ánimo ofensivo), la mayoría usa el apodo con humor o naturalidad. Y a medida que los propios chilangos lo tomen tranquilamente, la neutralidad de la palabra se extenderá a todo el país.

Chilango es una buena solución para un viejo problema. No hay gentilicio de la ciudad de México. Quizá porque México es simultáneamente el nombre de una ciudad, de un estado y del país. Quizá porque no sabemos bien qué es la ciudad de México. Empezó siendo una de las poblaciones que estaban en el

Decir "Voy a México", estando en Toluca, no deja lugar a dudas: es la ciudad, no el estado, ni el país. Pero, estando en Los Ángeles, hay que precisar: "Voy a la ciudad de México". Esta precisión no es tan fácil de hacer con el gentilicio. Llamar mexicanos a los del país, el estado y la ciudad sería confuso; llamar estadomexicanos y ciudademexicanos a los últimos, imposible. Los del estado encontraron una buena solución llamándose mexiquenses, que (afortunadamente, porque no es fácil inventar algo que prenda) prosperó entre los hablantes, quedó establecida y fue aceptada por la Academia. ¿Qué hacer a la ciudad?

Capitalino tiene el inconveniente de ser un término genérico para todas las capitales de estados y países, aunque se ha venido usando, a falta de algo mejor. Darío Rubio lo registra en 1925 (Estudios lexicográficos. La anarquía del lenguaje en la América Española, t. 1, p. 98), por lo cual es de suponerse que el uso tenga cuando menos un siglo. Tiene cierta coquetería de crónica modernista: quizá empezó a difundirse como elegancia periodística, que resultó práctica para abreviar. Pero, a pesar del tiempo transcurrido y del vacío existente, no acaba de establecerse en el habla común, y se ha topado con nuevos inconvenientes. Por una parte, la capital está en el Distrito Federal (para eso fue creado), pero la mitad de los habitantes de la ciudad de México ya no vive en el Distrito Federal, sino en los municipios conurbados. Por otra, para los susceptibles, capitalino y provinciano se han vuelto palabras políticamente incorrectas.

Defeño es muy reciente. El primer diccionario que la registra es el de Juan Palomar de Miguel (Diccionario de México, Panorama, 1991, p. 554). Sería bueno saber quién la inventó, y cómo empezó a difundirse, esencialmente en los periódicos. Parece corresponder al momento en el cual la ciudad de México cubría aproximadamente la extensión del Distrito Federal. No estaba mal para ese momento, aunque la forma es insólita (eleva unas siglas administrativas a la categoría de patria chica) y la palabra es fea. Quizá por esto, ha tenido poca aceptación en el habla común. Se usa más bien en la prensa. Y ahora, como capitalino (y más explícitamente), excluye a media ciudad de México.

Chilango empezó a decirse en Veracruz, según parece. El primer lexicógrafo que la registra es Alfred Bruce Gaarder (El habla popular y la conciencia colectiva, tesis unam, 1954, p. 138) en una lista de gentilicios mexicanos, donde viene como "Chilango… México, DF (Esto se oye en Veracruz)", aunque sin aclarar si el uso es neutral o despectivo.

 La segunda aparición lexicográfica es en el Diccionario de mejicanismos de Francisco J. Santamaría (primera edición, Porrúa, 1959, pp. 384 y 971). Da chilango como una "Variante de shilango, usual igualmente en Veracruz" y pone como ejemplo una nota publicada en El Dictamen (Veracruz, 27-ii-57): "Los chilangos en el mercado Zaragoza". Bajo shilango dice que proviene "Del maya xilaan, pelo revuelto o encrespado" y que es "Apodo popular que en Veracruz se da al habitante del interior, en especial al pelado de México".

Tres años después, Charles E. Kany (Semántica hispanoamericana, Madrid, Aguilar, 1962, p. 39) recoge "shilango (del maya xilaan, 'desgreñado'), usado en Veracruz para designar a los habitantes del interior".

Juan M. Lope Blanch (El léxico indígena en el español de México, El Colegio de México, 1969, pp. 32, 36, 50, 52 y 63) acepta el origen maya de chilango y su carácter peyorativo. Lo incluye en una lista de indigenismos que "forman parte del vocabulario vivo de la ciudad de México", aunque no aparecieron en una serie de 343 encuestas lexicográficas entre 490 hablantes de la ciudad de México, ni en libros literarios, revistas y periódicos de aquellos años (1965-1966). Esto da idea de que la gran difusión actual de esta palabra en todo el país apenas empezaba.

Más tarde, César Corzo Espinosa registra chilango en Chiapas (Palabras de origen indígena en el español de Chiapas, Costa Amic, 1978, pp. 95-96), como nahuatlismo. El autor cree que deriva de chilan-co ("en donde están los colorados"): "Con este apodo se conoce a los habitantes de la ciudad de México, aludiendo al color de su piel, enrojecida por el frío; este mote se aplicaba a los aztecas por los nahuas del Golfo de México". Con el mismo argumento, otros han explicado que se llame guachinangos a los habitantes del Altiplano: el pez rojo es una "Especie de pargo colorado, como los cachetes de los arribeños" (José Miguel Macías, Diccionario cubano, Veracruz, 1886, citado por Joaquín García Icazbalceta, Vocabulario de mexicanismos, edición facsímil, Academia Mexicana, 1975, p. 236). Y otros (Cecilio Robelo, Francisco Santamaría, Andrés Henestrosa, Fernando Espejo) han especulado que uno o más de los apodos guacho, huache y chilango derivan del apodo guachinango.

De 1982 a 1991, se multiplican los registros de chilango: Ramón García-Pelayo y Gross (Pequeño Larousse ilustrado 1982, Larousse, p. 307). Jorge Mejía Prieto (Así habla el mexicano. Diccionario básico de mexicanismos, Panorama, 1984, p. 50). María Ángeles Soler de la Cueva (glosario del Cancionero folklórico de México, El Colegio de México, 1985, t. 5, p. 65). Juan Palomar de Miguel (Diccionario de México, Panorama, 1991, pp. 520, 1553, 1807). Casi todos siguen a Santamaría, en mayor o menor grado.

La situación cambia desde 1992, cuando la Academia autoriza el uso normal de chilango, tanto en el Diccionario de la lengua española (vigésima primera edición, Real Academia Española y Espasa Calpe, Madrid, 1992, p. 455) como en el Diccionario geográfico universal (Academia Mexicana y Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 106) y la Ortografía de la lengua española (Madrid, Real Academia Española y Espasa, 1999, p. 126). Ninguna de estas publicaciones da etimología (porque en realidad no se conoce), ni marca la palabra como despectiva, coloquial o familiar. En la Ortografía, viene explícitamente como gentilicio. De igual manera, El pequeño Larousse ilustrado 1996 (p. 235) ya no dice, como en 1982: "Nativo de la ciudad de México, especialmente de la clase baja", sino "Que es originario de la ciudad de México". Es decir: elimina lo peyorativo y lo considera un gentilicio normal. Luis Fernando Lara (Diccionario del español usual de México, El Colegio de México, 1996, p. 314) registra chilango como coloquial, pero no como ofensivo.

Este cambio refleja la realidad. Hacia 1980 llegó a su máximo el peso (político, económico, demográfico, social y cultural) de la ciudad de México sobre el resto del país. También el resentimiento, que culminó en el racismo de aquella frase lamentable: "Haz patria, mata a un chilango". Desde entonces, la importancia relativa de la ciudad de México ha venido disminuyendo. Las crisis del poder central, la degradación de la ciudad, el desarrollo del resto del país y hasta la conciencia provocada por esa frase han matizado mucho los estereotipos. La palabra chilango empezó a neutralizarse, en un proceso reforzado por el hecho de que hace falta un gentilicio.

La Academia tuvo razón al autorizar esta palabra, pero se equivocó al no poner un aviso de que el uso todavía no es normal. Quizá resulte una omisión profética, porque cada vez hay más chilangos contentos de tener, por fin, cómo llamarse. –

 

 

 

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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