Fotografía: © Stefan Kubil

Peter Stamm: El reto no es el lenguaje, sino la estática

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Peter Stamm (Münsterlingen, Suiza, 1963) es una de las voces más singulares de la narrativa de habla alemana de la última década. Con un estilo conciso, se declara discípulo de Chéjov y de los narradores norteamericanos de la llamada generación perdida. Sus novelas hablan de lo “torcido cotidiano”, de esas vidas en apariencia insignificantes, pero llenas de tensiones, de fracasos, de alegrías ínfimas, de esperanza y desencanto. La más reciente, Siete años (Acantilado, 2011), es una novela sobre la incomunicación, y su autor, casi como un sello de su estilo, parece solo dedicarse a iluminar esas zonas oscuras de sus personajes, al tiempo que parece decirnos: “En ese juego de luces y sombras, en esa contraluz, cobra contornos la belleza de la vida.”

 

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Usted ha dicho en una entrevista que se siente más cercano a la literatura de la generación perdida norteamericana que a la de su país. ¿Qué le interesa de la producción de escritores como Fitzgerald, Hemingway, West? ¿Cómo han influido en su trabajo?

Cuando empecé a leer en serio, la literatura en lengua alemana era, por un lado, demasiado intelectual y, por el otro, se había vuelto también demasiado autorreferencial. Eso me interesaba muy poco. De Hemingway me gustó sobre todo su apego al mundo, el mundo contenido en sus textos. En su caso no se trataba de un autor mirándose el ombligo, sino alguien que observaba lo ajeno, un autor que conseguía representar el mundo de un modo que yo también podía sentirlo y reconocerlo. Hemingway no era un intelectual, pero tenía una enorme sensibilidad artística. Y eso es lo que me interesa del arte. Algunos autores de la generación perdidaeran, además, excelentes escritores.

 

Usted ha sido periodista. ¿Hasta qué punto el oficio de buscar y contar noticias ha marcado su literatura?

Para un autor cualquier experiencia vital es valiosa, lo mismo si se trata de un divorcio, de la fractura de una pierna o de un viaje de vacaciones. Como periodista, se tiene la oportunidad de viajar a lugares muy distintos, sitios que uno no visitaría normalmente. Es decir, lo que me proporcionó el periodismo fue la posibilidad de acopiar una cantidad relativamente grande de material. Y tal vez conseguí, a través de él, educar mi mirada. La precisión y el apego a la verdad me resultan igualmente importantes en el periodismo y en mi literatura.

 

“Peter Stamm escribe para europeos normales”, dijeron en una reseña dedicada a una de sus obras. ¿Qué es un europeo normal en esta Europa que avanza –o retrocede, según se mire– a dos velocidades?

No tengo ni idea de lo que significa eso. Tal vez lo verdaderamente atractivo de Europa es que no haya “europeos normales”, sino que, a pesar de la Unión Europea, siga habiendo italianos, griegos, polacos y suecos. Y también un par de suizos. Incluso dentro de los propios países hay, a su vez, grandes diferencias. Un bretón no es lo mismo que un parisino o un francés del sur. Esa variedad es lo que me gusta de Europa. En cuanto al público para el que escribo, pienso que un buen libro debería ser legible para gente de épocas y lugares muy distintos. Yo mismo estimo mucho a innumerables autores que no escribieron para mí ni para mi época y cuyos libros, no obstante, todavía me conmueven.

 

Se ha establecido una especie de marca de estilo “Peter Stamm” que se percibe sobre todo en sus novelas. Sin embargo, en los libros de cuentos aparecen piezas que se apartan de ese estilo. ¿Es el cuento para usted un género más apropiado para ensayar otras formas narrativas?

Sí, así es. Uno puede atreverse a hacer ciertos experimentos de estilo cuando tiene por escribir veinte páginas, pero en doscientas lo mismo sería demasiado agotador. Algunos de esos experimentos se han colado más tarde, de una manera atenuada, en mis novelas. Una novela, sencillamente, es una maquinaria demasiado grande, y uno ya tiene suficiente trabajo con el mero hecho de mantenerla funcionando. El reto no es tanto el lenguaje como la estática, la forma.

 

Quisiéramos abordar un aspecto interesante del proceso creativo. ¿Cómo se va concretando una historia de Peter Stamm? ¿Es un personaje lo primero que le ronda la mente, una historia escuchada, una vivencia personal? ¿Se puede determinar una pauta o es más bien algo fortuito, aleatorio?

Al principio lo que aparece a menudo es un personaje, otras veces es un lugar o una pregunta que yo mismo me hago; lo menos frecuente es que se trate de una vivencia personal. El material es abundante, uno se lo tropieza en cada esquina. La dificultad reside en identificar esa historia, el detalle que le diga algo a uno, con el que se pueda hacer algo desde un punto de vista literario. Cuando tomo una decisión, empiezo a escribir y voy viendo lo que pasa. La mitad de esos comienzos no llevan a nada. Pero eso es algo que uno no sabe por anticipado. Es preciso echar a andar, ponerse en camino, y a veces uno se da cuenta, al final de la carretera, de que se ha metido en un callejón sin salida.

 

En varias entrevistas ha planteado usted su poco entusiasmo por ese realismo mágico latinoamericano que tanto fascinó a autores europeos de generaciones anteriores. ¿Podría abundar en los elementos de esa literatura que le disgustan?

El elemento mágico es relativamente fácil de fabricar, y muy pronto se convierte en una trampa en la que uno cae. Para mi gusto, en el realismo mágico, a menudo se exagera demasiado. Lo mágico también ocupa un lugar en mi imagen del mundo, pero busco ese elemento mágico en lo cotidiano, en lo habitual. Se necesita la máxima concentración para que no se convierta en una farsa. Con frecuencia se sobrevalora la importancia de la fantasía o de la imaginación para la escritura. Cualquier niño tiene imaginación. El arte consiste en controlar la propia imaginación.

 

Usted estudió psiquiatría. ¿En qué medida sus estudios han influido en ese estilo tan personal?

Pienso, simplemente, que esas fueron experiencias que ahora puedo utilizar. Las teorías psicológicas jamás me interesaron demasiado, la verdad. Pero el contacto con seres humanos que padecían algún trastorno psíquico marcó y amplió mi visión del hombre.

 

Ha dicho en alguna ocasión que no lee pensando en si un autor es clásico o si pertenece o no a una tendencia, a un movimiento literario. ¿Cómo orienta sus lecturas?

Dicho de una manera banal: lo que me orienta es si un libro me gusta o no. Curiosamente, en la mayoría de los casos uno nota con bastante rapidez si un libro está o no escrito para él. Hay libros, por supuesto, para los que se necesita tomar un mayor impulso, pero la mayor parte de las veces basta con leer unas pocas páginas. En mi caso particular, eso se manifiesta a menudo en un sentimiento de simpatía o de antipatía por un autor, aunque no lo conozca personalmente. Chéjov, por ejemplo, es un hombre por el que, con gusto, me dejaría contar una historia.

 

En España es usted un autor de culto, de minorías, aunque cada vez gana más adeptos. Sin embargo, en el ámbito de lengua alemana usted goza de bastante éxito. Un éxito, por demás, ante el que mantiene una rara ecuanimidad. ¿Cómo lleva el tema de la fama? ¿Ha influido el éxito en su escritura?

Espero que no haya influido en mi escritura. Escribí durante mucho tiempo sin tener éxito alguno, de modo que tenía un método de trabajo bastante sólido cuando mis libros empezaron a venderse. Y sería un estúpido si cambiara algo en ello. Además, la escritura es la parte que más me gusta de mi trabajo, aunque también disfruto de los viajes de lectura, de las ferias del libro o de los encuentros con lectores y lectoras. En lo que atañe al éxito, cualquier autor o autora debería ser consciente de que solo una ínfima parte de la literatura sobrevive a su creador. La mayoría de los libros caen rápidamente en el olvido y, probablemente, es bueno que sea así. Ninguno de nosotros sabe cuáles de los libros actuales serán leídos todavía dentro de cien años. Y en realidad debería darnos igual, ya que para esa fecha estaremos muertos.

 

Se encuentra trabajando en la actualidad en un libro para niños y en una nueva novela. ¿Cómo se enfrenta un escritor a los más jóvenes?

Hace poco escuché una entrevista con el gran autor de libros para niños Maurice Sendak. En ella, decía: “No escribo para niños. Yo escribo algo y luego alguien dice que es para niños.” Lo más probable es que, aun cuando uno escriba conscientemente para los niños, no debería pensar que lo hace. Me parece muy importante, por ejemplo, que no se simplifiquen las cosas. Si uno se toma el esfuerzo, se le puede explicar a un niño de diez años la Teoría de la Relatividad. Además, los niños están acostumbrados a no entender muchas cosas. Y lo compensan formándose una idea de algo, imaginando ese algo. Y a menudo son más creativos que todo lo que el autor se ha inventado. ~

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(Santa Cruz de Tenerife, 1964) es periodista y coordinador del suplemento cultural El Perseguidor, del Diario de Avisos. Es autor también del libro La caja tonta (Ediciones Idea, 2005).


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