Fotografía: Bruce Davidson

“Gran parte de la mente humana es resultado de la evolución cultural”

Daniel C. Dennett (Boston, 1942) es uno de los pensadores más incisivos del mundo contemporáneo. Ha trabajado sobre ciencia cognitiva, filosofía de la mente y de la ciencia, inteligencia artificial y teoría de la evolución. Profesor de filosofía y codirector del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts (Massachusetts), se le ha designado junto a Richard Dawkins, Sam Harris y Christopher Hitchens como uno de los “cuatro jinetes del ateísmo”. Entre sus numerosos libros destacan Romper el hechizo: la religión como un fenómeno natural (Katz Editores, 2007), La naturaleza de la conciencia: cerebro, mente y lenguaje (escrito junto a Maxwell Bennett, Peter Hacker y John Searle y publicado por Paidós en 2008) y Bombas de intuición y otras herramientas de pensamiento (fce, 2015). “El ADN–ha dicho– es al gen lo que la tinta es al poema. Los genes no están hechos tan solo de ADN.”
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Paul Thagard asegura que la realidad es aquello que puede ser estudiado por la ciencia. ¿Estaría de acuerdo con él?

No sé si de la manera que se expresa en esta frase. Creo que la idea es mucho más amplia. Es una afirmación algo ambigua que acepto en el sentido de que nada que queramos abordar puede situarse más allá de los límites de la ciencia.

Wilfrid Sellars distinguió entre lo que llama la “imagen manifiesta” y la “imagen científica” del mundo. La imagen manifiesta tiene que ver con pensamientos y apariencias: colores, palabras, canciones… La imagen científica describe el mundo en términos de las asunciones de las ciencias físicas teóricas: bacterias, átomos, ácido ribonucleico, quarks. Estas imágenes o visiones se complementan ocasionalmente o a veces entran en conflicto. Por ejemplo, la imagen manifiesta incluye aseveraciones morales y la científica no. Podemos entrar asimismo en conflicto cuando la ciencia nos dice que los objetos que aparentan ser sólidos son mayormente espacio vacío. Cuando ocurren cosas así, Sellars se inclina porque la imagen científica tenga preferencia.

¿Los productos culturales pueden estudiarse desde el punto de vista de la ciencia y de la biología?

Por supuesto. Y es absurda la resistencia a esa idea que aún tienen algunos. Muchos de los conceptos y fenómenos de la cultura se comprenden mejor gracias a las aportaciones de la biología. Especialmente de la biología evolutiva. Podemos entender mejor el arte, la música o la literatura desde esta perspectiva. En vez de oscurecerlo aporta una luz nueva muy enriquecedora.

¿Cuál es la relación entre las mentes conscientes y creativas y el mundo?

¡Las mentes conscientes son parte del mundo! No pertenecen a una esfera distinta. A través de la conciencia el ser humano ha descubierto realidades que nunca antes habían sido accesibles. La mente humana tiene maneras de descubrir la verdad del mundo en formas antes desconocidas. Verdades que no habían sido accesibles a otras mentes porque la humana es muy distinta de la de cualquier animal. A menudo se dice que la inteligencia animal se parece a la humana, pero es una equivocación. Es como comparar el lenguaje humano y el canto de un pájaro. El lenguaje es un medio más expresivo, del mismo modo que una mente humana es más expresiva que la de un animal. Un cerebro humano al nacer necesita mucha preparación para llegar a ser una mente creadora y comprensiva. Necesita hábitos, información, contraste. Necesita de la cultura. Gran parte de la mente humana es resultado de la evolución cultural, que también es darwiniana, es selección natural.

En los setenta, gracias a los experimentos de Benjamin Libet, se descubrió que nuestro cerebro da una orden antes de que seamos conscientes de que deseamos hacer un gesto. Eso llevó a algunos filósofos y neurocientíficos a concluir que el libre albedrío no existe. Que no hay, por ejemplo, distinciones moralmente relevantes entre un psicópata y nosotros. ¿Está de acuerdo?

En absoluto, tenemos libre albedrío y podemos distinguirlo del que tiene un psicópata desquiciado. Estamos usando mal los términos. Esa interpretación según la cual los hallazgos de Libet suponen la demostración de que acontecimientos neurales específicos son la causa real de nuestras decisiones debe considerarse una concepción errónea de la conciencia. Los experimentos estaban mal concebidos. Las decisiones motoras que se estudiaban son modelos extraordinariamente pobres sobre las decisiones que permite nuestro libre albedrío. No tienen relación con el rango de nuestra autonomía decisoria. Hay investigadores y pensadores demasiado impacientes.

Si nadie es responsable, no solo las prisiones deberían vaciarse, tampoco serían válidos los contratos, las hipotecas deberían ser abolidas y no podríamos exigir a la gente que se responsabilice de sus actos.

Sería una calamidad si esos neurocientíficos y pensadores tuvieran razón en que no existe el libre albedrío. Los argumentos son manifiestamente insensatos. No se han dado cuenta de las consecuencias de esta visión y de las limitaciones de sus datos. Para avanzar en ello tenemos que hacer aún muchos estudios.

Cierta corriente sostiene que el libre albedrío es perfectamente compatible con los procesos inconscientes que preceden a las decisiones, una perspectiva que no concuerda con la idea que mucha gente tiene de lo que es el libre albedrío. ¿Qué deberíamos entender entonces por libre albedrío?

La gente cree tener un libre albedrío que en realidad no existe de la manera en que se suele formular. El libre albedrío no tiene nada que ver con el determinismo. Es “competencia moral”. Algunas personas no la tienen o la tienen en diversos grados. A algunas les falta información, otras son demasiado estúpidas o incompetentes y por eso no pueden ser razonables. A veces no es culpa suya: tienen, por ejemplo, una lesión o una anomalía cerebral grave. No tienen libre albedrío. No lo tienen porque no tienen competencia moral. No permitimos que alguien así firme un contrato o vote. ¿Por qué? Porque no tienen edad o capacidad para hacerlo. Cuando una persona está enferma o se ha vuelto senil se le retiran ciertos derechos. Para protegerle, puesto que ya no es moralmente competente. La idea de la “competencia moral” es muy clara. Y no tiene nada que ver con el determinismo o el indeterminismo.

¿Los “grados de libertad” solventan la cuestión?

Mi mano tiene distintos grados de libertad. Puedo moverla hacia arriba, hacia los lados, hacia abajo… Son grados de libertad: desde un punto de vista de la ingeniería, no desde la neurociencia. Hay órganos del cuerpo con distintos grados de libertad. Y deben existir mecanismos de control, porque un brazo no puede hacer lo que quiera. El que alguna parte tenga dos, tres o siete grados de libertad es totalmente independiente de que el determinismo sea cierto. Una pared de cemento no tiene grados de libertad, un abridor de latas tiene bastantes más, independientemente de que el determinismo sea cierto. Se usa el término “grados de libertad” para acercarse a la autonomía y la versatilidad.

Usted postula un modelo de libre albedrío que es consistente con la neurociencia y la psicología introspectiva, a través de un proceso que descansa en un tipo de responsabilidad que justifica el premio y el castigo. ¿Esos procesos tienen sistemas neuronales reconocibles?

No lo sabemos con el detalle que quisiéramos. Necesitaríamos exámenes psicológicos más precisos, mejores pruebas cognitivas, estudios que mostraran la flexibilidad y la habilidad para moverse por razones y motivos diversos, que incidieran en la capacidad para controlarse a uno mismo, para aprender de las consecuencias de las acciones, para actuar cuando las razones son buenas y para resistirse cuando son malas. Los niños aún no tienen esos procesos, algunas personas con graves minusvalías tampoco.

Algunas posturas restrictivas nos dibujan como marionetas de las incontenibles fuerzas de la naturaleza. En tanto uno no es responsable de sus actos, como postulan quienes niegan el libre albedrío, la solución sería medicar a quienes cometen faltas, en lugar de castigarlos.

Si la visión de la neurociencia restrictiva fuera cierta, todo el edificio social se hundiría. Es una insensatez. No existe ese problema. Decir que las personas no son responsables de sus actos porque no tienen libre albedrío, una aseveración que viene de la neurociencia mal interpretada, es decir una mentira. Por supuesto que los individuos son responsables. Es absurdo pensar que la solución es medicarlos, pensar que van a tener una cura cuando, en realidad, no están enfermos. ¿Darles drogas para “curar” su irresponsabilidad? Hablo por mí mismo. Si atento de alguna manera contra el Estado, contra el bien común, prefiero que me castiguen a que me declaren loco.

También ha dicho que el lado bueno de las posturas deterministas era “quitar la vieja mancha del pecado y la culpa de nuestra cultura y abolir los crueles castigos que aplicamos, como fanáticos, a los culpables”.

Es una de las posibles conclusiones: hay un concepto de culpa que es muy extremo. La sociedad estadounidense, de donde vengo, es demasiado punitiva. El sistema necesita reformas severas. Tenemos que reducir la punición y el encarcelamiento que ahora aplicamos. Todo eso no tiene nada que ver con la neurociencia ni el determinismo.

Un columnista español comentaba el juicio contra Oskar Gröning, miembro de las ss y funcionario de Auschwitz. Gröning tiene 94 años y fue juzgado este año en Alemania. El periodista se preguntaba si el anciano actual tiene que responder por los actos de aquel hombre joven. O, para ser más precisos, si este anciano es realmente aquel joven.

Es más bien una pregunta metafísica, propia de otro siglo. La manera en que decidamos tratar a esa persona es una cuestión forense o legal. Dependerá de si la consideramos plenamente capacitada o no. Nuestro sistema legal, sea el fiscal o el criminal, depende del respeto que le merece a la gente. Cuando hay leyes que quedan obsoletas, la gente ya no tiene este respeto. Tenemos que respetar la ley, pero también a veces tendremos que hacer excepciones. En todo caso, es una cuestión política, no neurocientífica.

¿Qué es la “continuidad de la conciencia”? ¿Su concepto de la conciencia y de la responsabilidad

la contempla?

Es una vieja cuestión filosófica sin una respuesta clara. ¿Qué puedo recordar de mis primeros días? ¿Cómo de continuo hay que ser para seguir siendo uno mismo? Si esta persona enferma es la que solía ser o ya no lo es. Si tenemos que tratarla como en los últimos años. Si tengo demencia, si soy un hombre viejo, senil, ya no siento que soy yo. En muchos sentidos soy yo, claro, pero de alguna manera ya no sigo ahí. No tiene nada de metafísico. Cuando tienes un pariente en estas condiciones consideras que se ha ido. Se le trata de la mejor manera posible, pero sabiendo que de alguna forma ya no está. Y esto es sensato.

¿Está la “peligrosa idea de Darwin”, el desafío a los dogmas religiosos, ganando la batalla en nuestra cultura?

Soy optimista por naturaleza. Tiene algo que ver con mi carácter, pero también con los hechos. Las religiones instituidas retroceden dondequiera que la seguridad y el bienestar mejoran: es un dato constatado por numerosos estudios. Hay suficientes pruebas para pensar que la religión retrocede incluso en los países islámicos. Hasta los fanáticos quieren vivir mejor. Es muy difícil ignorar la información que fluye, que inunda el mundo. Ya no habrá niños musulmanes sino niños de musulmanes. Van a nacer en otro mundo. Incluso los evangélicos en Estados Unidos. El mundo islámico se va a enfrentar a un cambio significativo. Mucha gente va a morir porque los fanáticos se resistirán, pero veremos el descenso de la curva en un futuro próximo.

Algunos biólogos y antropólogos evolutivos como Pascal Boyer, Scott Atran o David Sloan Wilson piensan que la religión puede explicarse a través de la ciencia cognitiva y que hay mecanismos evolutivos muy sólidos para la propensión a construir grupos religiosos cohesionados. ¿Aún cree –como Dawkins– que las religiones son “memes”, elementos culturales, exitosos aunque letales?

No digo que letales, pero sí perjudiciales. Por cada persona que la religión mejora moralmente hay muchas otras que son estropeadas por ella. Y no creo que todos vengamos al mundo con la misma propensión a la credulidad o la espiritualidad. Quizá tan solo la mitad de las personas manifiestan susceptibilidad hacia la religiosidad, que no es tan fuerte como se piensa. Cada mecanismo innato del cerebro tiene efectos en capas de acciones. Imagine un campo de maíz: es el mismo maíz, pero crece de manera distinta según las condiciones de lluvia, de humedad y sol en cada rincón. Me parece que estos investigadores, sobre todo Wilson, subestiman el papel de la cultura. Su modelo no funciona si no se toma la cultura más en serio de lo que él hace. Scott Atran, por otro lado, explica en sus ensayos hasta qué punto es importante crear sentimientos de hermandad en las células terroristas. Esta táctica es conocida de antaño y ha sido utilizada en los ejércitos occidentales, que cultivan también la hermandad en sus grupos o comandos.

¿Entonces no somos simplemente un vehículo manipulado por los genes?

En cierto sentido lo somos. Una gran parte de nuestro cuerpo son bacterias que afectan incluso nuestro comportamiento. Hay un tipo de hormiga que se pone en situación de ser comida por un animal del que depende el ciclo vital de un parásito que se aloja en su cerebro. Pero no somos vehículos manipulados por los genes sino por los “memes”. La gente muere por la democracia, por una ideología, o hasta por un equipo de fútbol. No, no estamos manipulados por los genes.

Ha dicho que las religiones más liberales y menos fanáticas están perdiendo adeptos en favor de las más vehementes y extremas. ¿Continúa esta tendencia?

El tema de los compromisos “costosos” ha sido muy bien argumentado por Pascal Boyer. La religión depende más de lo que quisiéramos de excitar lealtades emocionales. Estos sentimientos compartidos, esa capacidad para generar una pasión arrebatadora es clave para sentirse parte de una comunidad. Cuanto más nos haya exigido un compromiso –abandono familiar, donación de dinero o recursos, exposición pública–, menos facilidad tendremos para desertar.

Ha sugerido que una plaga global o el colapso de internet podrían darle un nuevo impulso a la religión.

Todo lo avanzado se iría a pique si internet colapsara. Es hora de que se planteen previsiones y posibles soluciones para un escenario de este tipo. Hacen falta redes humanas sustitutivas. Todos estaríamos más tranquilos si supiéramos que esta contingencia está prevista. No cabe duda de que si hubiera un colapso, un escenario donde la gente, desesperada, perdiera la confianza entre unos y otros, la religiosidad tal como la hemos conocido podría experimentar un retorno. A veces la religión es la única tabla de salvación.

¿Cree que las iglesias podrían evolucionar hacia comunidades humanistas, dedicadas a las buenas obras, con ceremonias distintivas pero con menos doctrina?

Absolutamente. Una gran cantidad de estadounidenses se dicen creyentes, pero las iglesias están vacías los domingos. Mucha gente desea participar en rituales, pero sin comprometerse con una fe. Hay diversas congregaciones que logran satisfacer las necesidades de sentirse en una comunidad. No se necesita la religión ni a Dios para hacer el bien. Y sin religión es igualmente posible admirar y exaltarse con la belleza y las cosas buenas de la vida.

¿Es realmente posible expandir el “arco moral”?

Sin duda, hay que expandirlo a todas las personas. Pero si se refiere a la idea de algunos de incluir en él a seres fuera de nuestra especie tengo mis dudas. No soy partidario de incluir a otros seres vivos antes de solucionar los problemas que aún tenemos en el mundo los humanos. No le encuentro sentido a la preocupación sobre cómo se lleva el ganado al matadero, por ejemplo, cuando tenemos tantos problemas que resolver con el hambre real que aún experimentan los seres humanos. No me opongo a que la gente dedique tiempo a esas cuestiones, pero creo que debe centrar más su atención en los problemas que sufren las personas.

Existen en Europa corrientes nacionalistas y euroescépticas que pueden destruir la convivencia y hacerla inviable. ¿Cómo contempla esto un filósofo estadounidense?

Las personas tenemos debilidades, sesgos y manías que son muy diversos y comprensibles. Nuestras sociedades avanzadas vuelven a revivir el separatismo y el tribalismo. A veces pienso que toda esa gente debería conocer bien los lugares donde el tribalismo campa a sus anchas, algunas partes de África, por ejemplo. Quizá así verían con otros ojos la suerte que tienen. ~

 

 

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(Barcelona, 1955) es antropóloga y escritora. Su libro más reciente es Citileaks (Sepha, 2012). Es editora de la web www.terceracultura.net.


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