Ilustración: Martín Elfman

Libros influyentes

Desde el catálogo de naves en la Ilíada hasta las listas que aparecen en las novelas de Joyce y Perec, hacer y leer listas es una operación apasionante. Más si se trata de listas de libros. Gabriel Zaid se remonta en este texto al origen de este arte.  
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Hay algo fascinante en las listas de libros. Los que acaban de salir, los más vendidos, los importantes en la historia de una disciplina, los de lectura obligatoria para un curso, los grandes libros que todos deberían leer, los más traducidos, los más influyentes, las bibliografías sobre un tema y hasta los catálogos editoriales. Hay quienes leen listas, no solo por razones prácticas, sino por un placer difícil de explicar. Hay quienes las escriben por un placer todavía más extraño. Dicen que Xavier Villaurrutia hacía listas (que no publicaba, pero a veces enseñaba) de los que sí y de los que no.

En el siglo IX, Focio (patriarca de Constantinopla, inventor de la reseña de libros y santo de la Iglesia ortodoxa que pudiera ser el santo patrono de los reseñadores) escribió cerca de 300, con mucha libertad. Todas empezaban con la palabra “Lee”, porque eran para un hermano suyo que vivía en otra parte. Por ejemplo: Lee Los primeros principios de Orígenes, aunque el primer tomo es un tejido de fábulas, lleno de blasfemias. (Hay una selección traducida del griego al inglés como Photius, The bibliotheca.)

En el siglo XVIII, Juan José de Eguiara y Eguren, indignado por el desprecio de un bibliógrafo español a los libros escritos en México, compiló en latín una Bibliotheca mexicana que incluye desde los códices indígenas. (El Fondo de Cultura Económica publicó sus Prólogos a la Biblioteca mexicana.)

Mortimer Adler, autor del utilísimo How to read a book, creó la colección Great books of the Western world que vende la Britannica (la lista puede verse en la Wikipedia). Además, promovió una fundación que sostiene miles de clubes de lectura de clásicos en los Estados Unidos (Great Books Foundation).

Algunos libros, como el Cantar de los cantares o los Diálogos de Platón, han marcado la vida occidental. Pero hay muchas otras vías de influencia. Un poema puede influir más que un libro de poemas. Unos versos cantados, más que escritos. Una película más que una novela. Un programa de televisión más que un periódico. En el mundo científico de hoy, la vía de influencia normal ya no son los libros, sino los artículos publicados en revistas prestigiadas internacionalmente. Esto sucede incluso en la lingüística, donde las ideas de Jakobson han influido incluso en otras disciplinas, pero no están en un libro emblemático. Los medios masivos y la web han creado nuevas vías de influencia que pesan mucho para globalizar una personalidad, una película, un deporte, una prenda como los jeans, una marca, una frase, una bebida.

No siempre es fácil observar, menos aún medir, la influencia. Hay influencias inadvertidas. En una conversación, las personas que escuchan pueden mimetizar los gestos del que habla, inconscientemente. Entre las influencias vivas, hay recientes y antiguas, sin distinguirlas ni saber cuándo, dónde y cómo se originaron. Según la Wikipedia, la frase A picture is worth a thousand words fue un eslogan publicitario inventado en los Estados Unidos a principios del siglo XX, aunque se ha dicho que es un proverbio chino. Y, a veces, lo que se dice en todas partes se presenta como dicho local (“No hay mal que por bien no venga” –como decimos en Comala).

La influencia literaria puede estar en los temas, en las ideas o en ciertas formas de escribir. Con excepciones, como la difusión occidental del soneto italiano, resulta más obvia la influencia de las ideas. Quizá por eso, en la encuesta realizada por Agustín Yáñez para la revista Occidente de Guadalajara sobre “Los libros fundamentales de nuestra época” (1945), predominaron los libros de ideas.

Hay problemas semejantes para responder a la encuesta de Letras Libres sobre “Los libros publicados en las últimas décadas con mayor influencia en el presente”. Nadie ha leído todo en todos los idiomas para observar la influencia global de ciertas formas literarias, ideas y temas. Pero se puede partir de las listas de libros más traducidos, de ver la lista de premiados con el Nobel, de ver en cuántos idiomas hay páginas de la Wikipedia sobre un autor o libro, de ver cuántas son las páginas correspondientes en Google.

Es de suponerse que los novelistas premiados con el Nobel ya eran leídos en muchos países, y lo fueron más después del premio. Pero no cabe suponer lo mismo de los quince o veinte poetas premiados en el último medio siglo (desde Seferis hasta Tranströmer). Algunos eran o se volvieron famosos, pero no necesariamente leídos y menos aún influyentes en la poesía de otros, quizá con excepción de Neruda y Paz. No ha habido nada semejante en el caso del teatro. La influencia de Soyinka, Fo y Pinter, reconocidos con el Nobel, no se puede comparar con la de Pirandello y O’Neill, Brecht y Sartre, Beckett y Ionesco.

También es de suponerse que los libros más traducidos son los más influyentes. Pero en el Index translationum de la unesco predominan la Biblia, Lenin, Agatha Christie y otros best sellers. De los publicados en décadas recientes, destacan El alquimista de Paulo Coelho con 67 traducciones, Harry Potter de J. K. Rowling con otras tantas, las novelas de Stephen King y Murakami, las “investigaciones” de Dan Brown, así como la Breve historia del tiempo de Stephen Hawking, un libro asombrosamente vendido en muchos idiomas, aunque escasamente leído.

De la narrativa menos reciente, fueron de influencia mundial los cuentos de Borges y las novelas Pedro Páramo de Rulfo y Cien años de soledad de García Márquez. En el caso del pensamiento, Indian home rule de Gandhi, El ser y el tiempo de Heidegger, Teoría general del empleo, el interés y el dinero de Keynes, Camino de servidumbre de Hayek, ¿Qué es la vida? de Schrödinger, Humanismo integral de Maritain, el Arte de amar de Fromm, Estructuras sintácticas de Chomsky, El opio de los intelectuales de Aron, El pensamiento salvaje de Lévi-Strauss, Las palabras y las cosas de Foucault, La sociedad contra el Estado de Pierre Clastres, La invención democrática de Lefort, Obra abierta de Eco, Los objetos fractales de Mandelbrot, el marxismo universitario y los libros de superación personal.

Hay cambios fundamentales de mentalidad que se pueden atribuir a libros de las últimas décadas.

La idea de que la miseria es una desgracia irremediable fue dinamitada. Hasta mediados del siglo XX se creía que así son las cosas, y no hay nada que hacer; a menos que las víctimas de la opresión se liberen con violencia; a menos que sus redentores, desinteresadamente, los encabecen y dominen en un Estado revolucionario.

Desde esa perspectiva, reconocer que en la vida pobre puede haber sabiduría, conocimientos, valores y formas de vivir admirables, se consideraba reaccionario. El atrevimiento intelectual de Gandhi, Lévi-Strauss, Clastres, Illich y otros tuvo que enfrentarse a ese prejuicio. Abrieron paso a las verdaderas soluciones: las del mismo Illich, Schumacher, Yunus, Paul Polak, Bunker Roy y otros.

No menos notable fue acabar con el prestigio milenario de la guerra, la violencia y el Estado. Todavía en grandes pensadores como Marx y Freud era insuperable esa tradición. Afortunadamente, Fromm, Hayek, Popper, Aron, Camus, Paz, Solzhenitsyn, Castoriadis, Lefort, Vargas Llosa y otros la dejaron atrás, aunque de ahí partieron.

Milton Friedman no fue un pensador del mismo nivel, pero como técnico ha tenido una influencia mundial sobre el diagnóstico de la inflación y la crítica del Estado. No confundir con sus ideas simplistas, entronizadas por los “Chicago boys”. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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