Ilustración: Fabricio Vanden Broeck

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Mis terrores

A mí, morder la pulpa del membrillo, entre acidulenta y correosa, me produce siempre una especial dentera. Apenas he hincado el diente, la abandono porque, además, la temo. Me da espanto su enorme poder astringente y su sabor paradisíaco me aterroriza, pues me parece que, por ser algo fuera de lo terreno, me está vedado.

Lo que admiro del membrillo es su acidez sin fondo, que ni azúcares ni mieles logran disipar. Hay acideces que no se palían y esta del membrillo es una de ellas. Además, nada menos empalagoso que el membrillo: te deja la boca más limpia y menos áspera que la azarola.

Hay escritores que tienen de membrillo y de azarola y en estos la fragancia jamás es empalagosa.

Cuando te veas encajonado en el burladero de las ideas ajenas, piensa que las tuyas también encajonan.

Conserva tu preciada mala memoria. Si estás tan amnésico, tus razones tendrás. El que vuela y recorre mundos siempre está desmemoriado. Además, si eres flaco de memoria, por qué desalentarte. Con lo que hay por desaprender, noticia más, noticia menos, de poco vale.

Tacha de impertinente todo eso de materialismo e idealismo. Son ganas de enredar el ovillo. Después te salen con Freud, que da pie a todas las desvergüenzas que se escriben en los urinarios.

Al acercarnos un melón al oído, nos damos cuenta de que su corazón está bloqueado.

Que los profetas fueron objeto de irrisión no es cosa mía. Después de inferirlo de la lectura de los textos proféticos, vi la idea lisa y llanamente confesada en San Juan de la Cruz. No hago más que transcribir:

“Esto sabían muy bien los profetas, en cuyas manos andaba la palabra de Dios, a los cuales era grande trabajo la profecía acerca del pueblo. Y era causa de que hiciesen mucha risa y mofa de los profetas; tanto, que vino a decir Jeremías: Búrlanse de mí todo el día, todos se mofan y me desprecian porque ya ha mucho que doy voces contra la maldad y les prometo destrucción […].”

De aquí que adopte el tono entre irónico y profético. Más irónico que profético. Es la primera vez que esto ocurre entre los profetas de Israel. Sarcasmos se dieron entre los profetas, pero esa mezcladilla de desplante y profecía, nunca. A Jonás le estaba reservada esta gloria. Así, nace un personaje insólito: el hebreo que, resistiéndose a ser profeta, tendrá que serlo. Y es más, habrá de ser el desautorizado por antonomasia. ¡Qué paradojas!

 

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La ironía de la vida de Jonás está presente desde la primera página, pero más se acusa a medida que se acerca al final de sus días. La mayor de las ironías que tiene que sufrir es la del veterano –poseedor de un viñedo inexistente– que le arrastra al páramo.

El viñedo lo utilizó con un fin simbólico. Representa la presencia del poder militar en el campo, del que Jonás no puede escapar.

Los reyes asirios, feroces guerreros, fueron espléndidos y metódicos plantadores. Filas de viñedos equivalen aquí a filas de soldados matavidas. Bien mirado, las plantaciones vitícolas observan una especie de rigor militar.

Lo que Jonás padece en el páramo me lo inspiró un tanto el Libro y otro tanto la tierra mediterránea que me vio nacer. A Jonás le hirió un sol fuerte, ese que hace al hombre delirar. Pero hay más: el viento que se levantó, tan sofocante era, que no podía ser otro que el terrible siroco.

Cuando se ha vivido el verano mediterráneo y el sabor amargo que deja ese viento enloquecedor, que cubre de polvo –personas, casas y árboles– se comprende qué clase de penalidad fue la de Jonás. Encima de que Nínive es perdonada, la naturaleza le maltrata, le envía un sol implacable, su viento solano, y por todo refugio le ofrece un ricino.

Peleas ha habido entre intérpretes por aclarar de una vez si fue ricino o cucurbitácea lo que a Jonás sirvió de amparo. Teniendo en cuenta el matiz irónico de tan escuálidos como grotescos refugios, me quedé con el ricino, porque su irreal sombra es aún más irrisoria que la calabaza agrietada por el sol inmisericorde del mediterráneo.

Tan acabado le imaginé que le hice morir en el páramo. Quién nos dice que no muriera allí después de aquel desvanecimiento y de aquella borrachera de sol que debió de dejarlo inerte.

El Libro no dice que Jonás muriera, pero los comentadores del Corán quieren que haya muerto a causa de las penalidades sufridas. El viajero medieval Benjamín de Tudela asegura que en Ashur está la sinagoga que edificara Jonás. Tan rara resulta esta erección que me temo que lo de la sinagoga jonasiana sea pura patraña.

 

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Los onerarios son monógamos por razones económicas. Han convenido, desde lejanos tiempos, que dos hembras son costosas. Arreglado este asunto, la vida doméstica, allá, es una actividad económica como cualquier otra: la mujer es la esclava y la bestia de carga.

Las casadas onerarias son ladinas y por eso inventan enfermedades. Los médicos, en Oneraria, son fáciles de convencer; constituyen un cuerpo facultativo que admite el fraude femenil. Es habitual que una oneraria casada tenga de cuatro a cinco enfermedades reconocidas y aceptadas naturalmente por el ignorante marido.

 

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Augurio Hipocampo sabía que, en el Evangelio, se esquiva la cuestión del sexo, que unos toman en broma y otros en serio. Jesús no había sido como Moisés, ni como Mahoma, ni como la gente moderna que liga más el sexo con la risa que con el humor.

“¿Había sonreído? Es posible que no fuera lo suyo la sonrisa porque esta fue siempre más o menos compañera de la duda. Además, la ironía, al ser cortante, es obstáculo para la sonrisa. En una raza que ha dado tantos profetas, el ingenio por el ingenio no cabe.” Estas palabras de Augurio Hipocampo, que escuché varias veces de sus labios, subrayaban que, si el lector moderno no era capaz de encontrar el tono irónico en el Evangelio, no sabía leer y menos sabía interpretar.

Los higos son extremadamente venusinos. Se abren como la mujer y, al desmenuzarlos en porciones y cogerlos por el rabillo, la desfloración se produce entre las yemas de nuestros dedos.

El eterno asunto de las relaciones amorosas, con sus conflictos que pueden acabar con ellas, se ha querido zanjar con la institución del matrimonio, para que no se diga que la legalidad no existe. Muy legal será la cosa, pero perfecta y generosa no es, porque en él, a veces, se encuentra todo, menos el amor.

El niño que mama con succiones violentas me hace temer por el sufrido pezón. Mira, te pondré a raya, niño pezonero, y te daré un pedazo de coliflor caliente, para ver si se acaban de una vez los furores de tus labios.

Quieras que no: la Revolución francesa es hito y también hiato.

Hacer reproches a un muerto es como hacer reproches a una piedra.

Abolengo del Asno

Tuvo que ser la Biblia, a la que el tópico tiene por inagotable, y no sin razón, la que me llevó a conceder al Asno importancia capital. Empecé por descubrir que el Génesis hace mención expresa del Asno al referirse a la creación de los animales. No dejaba de ser curioso que otros cuadrúpedos, más vistosos y más vanos, no aparecieran mencionados. Me costaba creer, por otra parte, que aquella especial mención fuera desliz.

Atribuir deslices al libro sacro es irreverencia para los que le tienen el máximo respeto y no constituye escándalo para el incrédulo, que considera que todo libro presuntamente sacro es pura filfa.

Si el Asno estaba tan presente en el Génesis, tenía el sacro autor sus razones y estas no eran otras, para mí, que el carácter cósmico y profético del asno. Me bastaba además contemplar el burro, en su brutal simbolismo, para saber que encarnaba la pura materia, enigma de la creación, objeto de tantas disquisiciones como preguntas. Su lado profético quedaba reforzado por el enlace indudable con la infancia y la apoteosis de Jesús.

Existía entre el misterio bíblico y mi cortedad un profundo divorcio, hasta que se produjo en mí lo que algunos denominan: la metanoia […] El Asno (lo escribo en mayúsculas para darle la dignidad debida) cuenta con una historia portentosa, que no hay nación que la iguale, por mucha hegemonía que haya podido tener. Los imperios, como es sabido, duran a lo más siglos, hasta que se desmoronan, como cualquier casa vieja.

El Asno no ha perdido ni un ápice de su poderío primigenio, pues aún pasea por entre los restos de las civilizaciones calcinadas por los siglos. No hay estampa más adecuada –para dar crédito a lo que afirmo– que contemplar, en nuestros días, cómo el viejo mediterráneo se enorgullece de montar serenamente sobre su burro […].

Siempre fui poco dado a la erudición, a la que tuve por pasatiempo de gente apoltronada en el sitial de la cultura. Ahora, advierto su necesidad, si han de escribirse los anales anisinos.

Escribir su accidentada historia es toda una empresa que tiene ante sí el historiador-poeta. Si yo, que no soy lo uno ni lo otro, tuviera que escribirla, empezaría por hablar de él como animal geórgico y jeroglífico.

 

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Ignorar es el supremo arte de nuestros tiempos.

El sabio no trata entender lo que el ignorante cree que hay que entender. Le asusta al sabio tener que dar explicaciones exactas que el ignorante exige.

Chang Tse es un gran místico, pero esto no es estorbo para que sea un consumado humorista. Juguetón, travieso, como un elfo metafísico, como un punk amante de jugarretas, va haciendo desfilar ante nuestros ojos atónitos los más fantásticos problemas. Lo que propone no es esclarecer, sino iluminar la vida caótica de las cosas. Chuang Tse nos enseña cuán superior es la contemplación de cualquier pensamiento acalorado o avispado. Y nos lo enseña con todo el humor del que es capaz un chino.

 

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Péndulo quiere hacer hablar a un sordomudo.

“La melancolía invencible. Necesito hablar con mudos y con imbéciles. El humo que sale de las chimeneas de las casa y los crepúsculos son lentos, muelles. Se diluyen lentamente como una tristeza que no reposa en nada y gravita. La tristeza atávica en el crepúsculo.” Y le sopla fuerte en una oreja.

Mercurio: –A mí me parece que tu poeta-pintor es Paul Klee.

Facundo: –¡Cuidado con pronunciar este nombre que en alemán significa: alfalfa!

El cronista, que no está seguro de este significado, se hace traer un diccionario alemán y ¡oh! desencanto de Facundo. La palabra klees ignifica trébol. Después de todo, la pifia no es descomunal. Facundo conoce mejor los anales de la Revolución francesa o las guerras de Crimea que los secretos de la flora germánica. ~

 

 

Seleccionados de:

Diario de signos (Aucadena, 1980, y Olañeta Editores, 2001).

La noche oscura de Jonás(Aloe, 1984).

Viaje a Cotiledonia(Cort, 1965, y Tusquets, 2007).

Augurio Hipocampo(Olañeta Editores, 1994 y 2001).

Con un solo ojo(Universidad de las Islas Baleares, 1986).

Péndulo y otros papeles(Tusquets, 1975, y Cort, 2008).

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