Fiesta patronal

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Tengo trece años, dentro de un mes y medio cumpliré catorce. Para entonces estaré viviendo en Zaragoza con mi padre y mi hermano mayor. Iré a un insituto de verdad. En mi clase habrá más de diez alumnos. Ahora vivo en un pueblo de Teruel donde mi madre es la médica. Vivimos debajo de la fuente: hay que bajar unas escaleras o cruzar un arco, junto al abrevadero, muy cerca de la carretera. La consulta está en la planta baja de la casa, donde hay, además de la sala de espera, un baño y una estantería con libros. Las escaleras llevan a la casa, que tiene dos plantas. En la primera planta están la cocina y el comedor. Unas estanterías llenas de libros hacen de tabique y separan un trozo de la habitación: hay un escritorio y una cama; es mi habitación. Antes era el estudio de mi padre. No sé por qué nos lo cambiamos. En la planta de arriba hay un baño y tres habitaciones: la de mis padres, la que antes era mía, ahora hay una mesa y un armario, y la de mis hermanos pequeños: hay una litera, una cama y un escritorio.

Antes de vivir aquí, vivíamos en otro pueblo, mucho más cerca de Zaragoza. Mi madre lloró cuando supo que le había tocado este. Hace muchos años estuvo trabajando un par de veranos en el de al lado: todavía recuerdan que saltó la barrera porque una de las vaquillas había herido al hombre que abría los toriles. Fue en la plaza mayor. Estaba embarazada de siete meses. Los del pueblo en el que vivimos ahora odian a los del otro pueblo y los llaman burros porque es el pueblo “de los once burros”. Los del otro llaman “el barrio” al pueblo en el que vivimos, aunque le prestan mucha menos atención. El segundo verano mi hermano mayor y yo cuidábamos del pequeño. Sobre todo, lo cuidaba él. Gateaba muy rápido y arrastraba el chupete por el suelo. Vivíamos enfrente de un señor, Cristóbal, que siempre llevaba un cigarro de liar medio apagado en la boca y lo llamaba recental. Cuando íbamos a la piscina nos preguntaba si íbamos a la balsa. Yo iba a jugar con los niños del pueblo y mi mejor amiga era la hija de la peluquera. Se llama Noelia y tiene un año más que yo. Grababa películas de la televisión en VHS y pasábamos rápido los anuncios. Vimos Ghost, Dirty Dancing y Ella siempre dice sí. Luego mandaron a mi madre a otro pueblo, que está mucho más cerca de Zaragoza, y allí tuvo otro hijo. Ya no trabajaba solo en verano, era médica todo el año. Mi hermano pequeño nació en Alcañiz, y la noche en que mi madre se puso de parto estábamos viendo 1, 2, 3… Splash. Me acuerdo porque mi madre no quería irse al hospital hasta que acabara la película y mi abuela, su madre, le decía que tenían que irse y que seguro que acababa bien porque era una película. Yo le dije que le contaría el final. Mis padres se fueron y mi hermano nació en el ascensor del hospital.

Ya llevamos tres años aquí y, como en todos los pueblos en los que hemos estado, al principio nos odiaban solo porque no éramos de allí. En el colegio yo era la única chica de la clase, en la que habían agrupado tres cursos, y eso deprimía a mi hermano mayor. Solo estuvo un curso, al año siguiente empezó el instituto en Zaragoza y vivía en casa de mis abuelos. Yo lo echaba de menos. Aunque vivimos a trece kilómetros, nunca veo a Noelia. Ya no me invita a su casa a ver películas ni me llama ni estamos juntas cuando viene a las fiestas.

Mi padre escribe y manda los artículos al periódico por fax: es muy complicado, va al ayuntamiento y lo hace desde allí. A veces pasa días fuera de casa: da charlas, tiene que hacer entrevistas o presenta libros. Al año que viene, cuando yo me vaya a Zaragoza, viviremos mi padre, mi hermano mayor y yo en el piso de la calle Bretón. Y mi madre se quedará aquí con mis hermanos pequeños.

Nunca me lo he pasado del todo bien aquí. No hay chicas de mi edad, son o más pequeñas o más mayores. Yo me entiendo mejor con las mayores, pero o están estudiando fuera o trabajan. Las chicas mayores que mis amigas me odian: este invierno mi madre me regaló un gorro y una bufanda a juego, porque aquí hace muchísimo frío, y ellas me llamaban Mary Poppins. Son unas idiotas y odio esa película.

A finales del verano pasado un chico me pidió salir. Le dije que sí porque todo el mundo decía que era muy guapo. La verdad es que es gordito. Vive en Valencia y aunque se llama Alejandro, todo el mundo le llama el Rubio. Tiene cuatro años más que yo y trabaja de electricista con su padre. En invierno venía algún fin de semana al pueblo. Venía a buscarme a la salida del colegio el viernes por la tarde. Por la noche, nos sentábamos en los porches de las casas nuevas y hablábamos. Nunca había besado a un chico. Luego me mandaba cartas llenas de faltas de ortografía diciéndome lo guapa que era y que por eso no podía dejar de mirarme. Luego rompimos. Me dejó. Supongo que se cansó de estar sentado en un portal con una cría. Dos semanas después quiso que volviéramos. Nos besamos con lengua. Y a principios de verano rompimos otra vez. Me dejó, pero creo que no se atrevió a decírmelo. No me saludaba cuando nos cruzábamos por la calle. Creo que se puso a salir con Ana Carmen, una de las chicas que veranean aquí, vive en Barcelona y tiene dos años más que yo. Eso fue hace un mes o así. Me da igual.

Los veraneantes son unos idiotas. Me dan miedo. Se mean en los litros de cerveza y te ofrecen para que bebas. Cuando no son fiestas juegan al correazo o a mosca, juegos que consisten en pegar. A veces van a las escuelas. Hay dos que son hermanos, y me dan mucho miedo: Mauro, el pequeño, que es medio tonto, y Paco, el mayor, que siempre está enfadado. Mauro siempre nos pregunta si mi madre tiene cloretilo en la consulta. Dice que le han dicho que se esnifa poniendo un poco en un pañuelo y coloca. Nos dice que podríamos mirar si mi madre tiene y coger un bote. Son amigos del Rubio.

Cuando era la novia del Rubio todo era más fácil. Hice todo lo que hacían las demás: me apunté a bailar el dance, como hacían las chicas de mi edad, iba los domingos al bar a comer callos y jugar al guiñote, como todo el pueblo. Odio los callos. Y las cartas solo me divierten si juego con mi abuelo, porque se deja ganar un poco y me deja hacer trampas.

Mi madre odia a Ana Carmen, la que ahora es la novia del Rubio. A mí siempre me ha parecido que tenía cara de ardilla. Mi hermano mayor dice que es guapa. En realidad, mi madre odia a la suya porque un día le dijo que yo debía de ser muy rebelde o algo así y mi madre no soporta que le hablen mal de sus hijos. Yo odio a Ana Carmen porque un día se rio de mí porque no supe responder a una pregunta del Trivial: cuál es el superlativo de pobre. Y yo no supe decir “paupérrimo”. Dijo que si mi padre era escritor tenía que saberlo. Me sentí una idiota. Me dio vergüenza no saber la respuesta.

Odio los toros. Y mi madre también. El alcalde le dijo a mi madre que si no se hacía cargo de las vaquillas tendría que pagar un alquiler por la casa del médico. Mi madre aceptó. En realidad, mi madre decía que no se haría cargo de los toros solo para que hubiera una ambulancia mientras había toros. Creen que somos muy raros. Ahora pagamos el alquiler de la casa, hay una ambulancia y yo tengo que estar con mi madre y mis hermanos por si pasa algo y mi madre tiene que atender alguna cogida.

Aquí se juega a la morra, es igual que piedra, papel o tijera, pero con números. Se juega de dos en dos, y consiste en adivinar el número total de dedos que va a haber entre los de uno y otro contrincante. Se juega en la plaza del ayuntamiento, junto a la barra que ponen en las fiestas, y gritan mucho. Hacen campeonatos y se lo toman súper en serio. Aunque el verdadero deporte local es la borrachera. Algunos también se drogan. Lo sé porque lo he visto.

Ahora son las fiestas patronales y yo solo espero que pasen cuanto antes y que llegue el momento de mudarme a Zaragoza con mi padre y mi hermano mayor. Tengo peña. Es un corral que hay junto al cementerio, donde está la mayoría de las peñas. Me estoy haciendo bastante amiga de una chica que no es de aquí ni tiene familia aquí. Es de Castellón, pero sus padres son amigos de los dueños del único restaurante del pueblo. Las dos primeras noches de las fiestas las he pasado con ella. Ella no sabe nada del Rubio, ni de los veraneantes y le gusta la misma canción de Los Rodríguez que a mí. Mi hermano mayor tampoco encaja, pero le da igual. Se emborracha y liga mucho. Va por libre, pero con él no se mete nadie. Mis padres me dejan hasta las cuatro, porque estoy con mi hermano y porque estamos en el pueblo. Alguna vez me quedo hasta más tarde y no pasa nada.

Hay una chica que era muy amiga mía, vive en Sant Boi y se llama Carolina. Pero este verano ya no somos amigas. No sé por qué. Somos de la misma peña, pero eso no quiere decir nada. También Ana Carmen es de mi peña, y Rebeca, la prima de Paco y Mauro, y Ana, la novia de Paco. Y a todos esos les caigo mal. Soy la más pequeña de la peña. Todas tienen dos años más que yo como mínimo. Algunas me llevan tres o cuatro años.

Las fiestas siempre son iguales: por la tarde hay vaquillas, por la noche toro embolado y luego, orquesta. En los descansos de la orquesta hay discomóvil y nos vamos a la peña. A mí no me gustan los toros ni las vaquillas. Me quedo con mi madre, cuidando a mis hermanos pequeños. Siempre me da miedo que el toro salte la barrera y mis hermanos estén ahí. De hecho, sueño con eso muchas veces.

Esta noche hay una cena popular en la que se come el toro de la noche anterior guisado con patatas, guisantes y zanahoria. La cena es junto al matadero. Hoy no hay toro embolado. No me gusta el guiso. Por eso me llevo un bocadillo de jamón y miro a los demás comer. Mi nueva amiga no está, debe de estar cenando con sus padres. La orquesta empieza antes. En la puerta del pabellón han puesto las ferias: hay una escopeta de juguete, unos toros mecánicos y poco más. La gente sube al toro mecánico para meter mano. Solo subí una vez y, además de que me metieron mano, acabé llena de moratones. Al tiro ni me acerco, tengo una puntería horrible.

Entro en el pabellón: es el momento de los pasodobles. En las fiestas de los pueblos parece que todo está permitido. Ves a gente mayor borracha, haciendo el ridículo y diciendo burradas. Hay un grupo de mi peña cerca del escenario, donde nos ponemos siempre. Bailamos “Paquito el chocolatero”. Luego hacen un descanso y, después, empieza la parte yeyé del repertorio. Mi hermano mayor está por ahí con su único amigo, Sergio. A lo largo de la noche nos cruzamos, hablamos y bailamos “El ritmo del garaje”. Siempre que tocan esa canción voy a buscarle porque a nuestro tío le gustaba y nos la cantaba. Es un poco nuestra canción. Cuando se hace la hora de irnos a casa, salimos del pabellón. En las ferias están los veraneantes y parecen alegrarse mucho de verme. Dicen que nos van a acompañar a casa. Digo que sabemos ir solos. Dicen que les va de camino porque van a la peña. Gritan mucho y se ríen, pero yo no sé de qué. Seguro que planean algo. Están todos: Rebeca y su novio Víctor, Ana y Paco, Mauro, el Rubio y Ana Carmen. Cuando llegamos a la calle de la fuente, dicen que es mejor pasar por debajo del arco. Entonces mi hermano se adelanta para avisar a mis padres: tiene miedo de que quieran robar algo de la consulta, como el cloretilo. Estamos casi bajo el arco. No quiero que sigan avanzando: podrían despertar a mis hermanos o querer entrar en casa. Estoy a punto de echarme a correr hacia casa. Entonces Paco y Víctor, que además de ser unos capullos pesan más de cien kilos, me sujetan. Forcejeo y estoy asustada. Víctor le grita al Rubio que no se raje y entre todos me levantan y me tiran al abrevadero. Luego se van corriendo. Cuando consigo salir de ahí, empapada y llorando, todavía oigo las risas a lo lejos.

En casa mis padres están despiertos, alertados por mi hermano mayor. Me preguntan qué ha pasado. Por qué estoy empapada. De dónde sale toda el agua. Mi madre me ayuda a quitarme la ropa mojada y me envuelve en un albornoz. Me dice que me dé una ducha de agua caliente. A lo mejor estoy tiritando. En el baño me quedo paralizada. No soy capaz de hacer nada durante un rato. Estoy ahí como una idiota, parada, con el grifo abierto. Oigo que mi padre le grita a mi hermano por haberme dejado sola. Oigo cómo mi hermano explica lo del cloretilo. Mi padre está muy enfadado. Pero no con mi hermano. Mi padre sube y me ve quieta con el grifo abierto. Me dice que me meta en la ducha, que me voy a quedar helada. Me siento una tonta. ¿Cómo no lo he visto venir? Entro en la ducha y pienso que si cayera una bomba en ese pueblo no se perdería nada. Seguro que están presumiendo de su hazaña en la orquesta. Todo el pueblo se está riendo de mí. Luego me seco y me pongo el pijama. Grito buenas noches asomada en la escalera. No quiero oír lo que están diciendo. No quiero que mi madre me pregunte si estoy bien porque me echaría a llorar y no me gusta que mis padres me vean llorar. Me da vergüenza lo que me ha pasado. Me acuesto en la litera de abajo. Mis hermanos pequeños duermen juntos en la de arriba. Mi hermano mayor se acostará en la otra cama. Esa noche vuelvo a soñar que el toro salta la barrera y que tengo que defender a mis hermanos pequeños. ~

 

 

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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