“En la literatura autobiográfica lo que está en juego no es la verdad sino la sinceridad”

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Anna Caballé es profesora de literatura española en la Universidad de Barcelona, donde es también responsable de la Unidad de Estudios Biográficos. Entre sus libros se encuentran Francisco Umbral. El frío de una vida (Espasa, 2004) y Carmen Laforet. Una mujer en fuga (rba, 2010), que escribió con Israel Rolón. Buena parte de su investigación gira en torno a la literatura biográfica y autobiográfica. Define su libro más reciente, Pasé la mañana escribiendo. Poéticas del diario español (Fundación Lara, 2015), como parte de una obra en marcha sobre el género.

Dice que el diario ha sido el último de los géneros autobiográficos en ganar el beneplácito de la academia. ¿Por qué ha tardado y por qué en el mundo de habla hispana este reconocimiento ha sido aún más tardío?

La cultura de habla hispana ha sido tradicionalmente reacia a la autobiografía. Desde el principio, cuando Lázaro de Tormes cuenta su vida a un superior, se presenta como un relato teñido de artificio y de recelo. Sin duda el peso de la religión católica, que se abate con toda su fuerza a partir de la Contrarreforma persiguiendo y castigando cualquier disidencia moral, influye decisivamente en la configuración de la identidad hispana moderna, donde la apariencia, más que el ser, tendrá una influencia decisiva. Es decir, el contexto de los siglos XVII y XVIII fue muy hostil para un desarrollo adecuado de la individualidad, sofocando sus primeras y grandiosas manifestaciones. Pienso en la literatura autobiográfica de Teresa de Jesús o de Ignacio de Loyola. Él mismo destruyó su diario, del que solo se salvaron unas pocas anotaciones. Ahora echamos de menos esa literatura que requiere de una libertad interior y que, en mi opinión, nos hubiera ayudado mucho como sociedad, pero tampoco sirve de nada sentir esa nostalgia. Lo que está claro es que si el pensamiento del Yo o del Sí mismo, como diría Paul Ricoeur, ofreció en el pasado tantas dificultades, su reconocimiento social y académico no podía ser otro que el que ha sido, prácticamente ninguno hasta fechas recientes, cuando hacemos todo lo posible por recuperar el tiempo perdido.

¿Cuáles son las fronteras del diario como género y en qué se diferencia de otros géneros cercanos?

Siguiendo a Philippe Lejeune, una autoridad hablando de escritura autobiográfica, el diario desborda la concepción de género literario, pues su escritura no se corresponde únicamente con la propia de un escritor profesional. Es decir, de alguien que aspira a una obra. El diario es una práctica, puede ser un hobby o una necesidad, como quien cuida sus rosales o ama la cocina. Mucha gente común ama la escritura y ha llevado diarios en alguna época de su vida sin otra pretensión que recoger algo de lo vivido, reflexionar, construir un espacio para sí. ¿Qué sabemos de esos diarios? En España muy poco. Algunos de ellos trascendieron y dieron forma al género, como el maravilloso Diario de Samuel Pepys, escrito en el siglo XVII pero conocido mucho después. Pepys era un hombre que sentía en lo más profundo de su ser el placer de vivir. Ahora nos fascina aquella intensidad. En todo caso, lo específico de la escritura de un diario es una cierta regularidad y la falta de énfasis. Nadie se pone pomposo para anotar cómo le fue el día, lo que pensó o lo que le preocupa. A partir de ahí el diario se caracteriza por su enorme libertad, hay tantas poéticas casi como diarios.

El diario, explica, tiene un origen bajomedieval, vinculado a la contabilidad. Tendemos a pensar en el diario como un texto destinado a publicarse, pero usted señala en su libro que eso no deja de ser una distorsión.

Sí, de hecho el diario es como un balance, un inventario. Uno al final del día, o al comienzo del siguiente, revisa el día anterior, anota sus estados de ánimo, el debe pero sobre todo el haber de su propia existencia. Por su estructura fragmentaria y marcada por el calendario, el diario se desarrolló a partir de los primeros libros de contabilidad que fundaron el comercio moderno. Cotrugli o Pacioli, autores de los primeros tratados mercantiles, encarecieron vivamente a los mercaderes del siglo xv a que llevaran sus cuentas por escrito y diariamente y no lo fiaran todo a su memoria, salvo, decía Cotrugli, que uno sea como Ciro, rey de Persia, quien conocía el nombre de todos sus miles de soldados. Y aun así: “A un mercader que le pese la pluma o que no la emplee con facilidad no se le puede llamar mercader.”

Su principio era Ubi non est ordo ibi est confusio (Donde no hay orden, todo es confusión), esa era la máxima por la que debía regirse todo comerciante si no quería ver la ruina de su negocio. Aquellos libros de cuentas sentaron las bases del diarismo moderno. Porque en algún momento, muy rápidamente además, la costumbre del Nulla dies sine linea se deslizó hacia otras particularidades: el nacimiento de un hijo, la disputa con otro comerciante, la muerte de un amigo… Así hasta hoy.

Dice en su libro que el diario, “tal como lo hemos conocido y en otras culturas han sabido valorar”, está en vías de extinción. ¿Por qué y hacia dónde va esa mutación?

El cambio epistemológico que están suponiendo las nuevas tecnologías para la cultura es extraordinario. Lo están transformando todo: las relaciones humanas, la génesis del conocimiento, el funcionamiento de nuestra memoria, de nuestro aprendizaje… La forma que tiene el individuo de relacionarse consigo mismo está cambiando también porque ahora el propio Yo se piensa en público a través de las redes sociales a las que el individuo está permanentemente conectado. Y por supuesto tiene muy en cuenta la respuesta que obtendrá, aunque ocasione efectos sorprendentes e inesperados, como lo ocurrido con Guillermo Zapata, concejal de cultura por unos días del Ayuntamiento de Madrid. Lo que escribió en un tuit hace unos años, en un contexto engañosamente privado como es Twitter (porque la esfera pública no está presente y por tanto es fácil dejarse llevar por las emociones del momento sin considerar las consecuencias) se volvió contra él, simplemente lo que decía no soportaba una lectura pública. Estas formas actuales de escritura no ya al día sino al instante no tienen nada que ver con el diario tradicional que cumplía una función íntima, reservada para sí. Es decir, que el diario tal como lo hemos conocido está en vías de extinción porque también lo está el sujeto analógico.

En el prólogo aborda la cuestión de la verdad. Dice que el problema es soluble pero está mal planteado. ¿Cómo hay que plantearlo?

La verdad, por más tierra que se le eche encima, es una noción fundamental para el conocimiento y el aprendizaje. Si la destruimos nos destruimos a nosotros mismos. Y la distinción entre verdad y mentira es la base de las relaciones humanas. Ahora lo estamos viendo en la política: cuando cede la confianza el sistema moral que nos rige se desmorona. Porque no somos islas y necesitamos creer en algunas cosas importantes. Todo el mundo se llena la boca con la verdad de la ficción –un oxímoron– y la mentira de la experiencia. ¿Qué sentido tiene defender eso como principio? Lo que yo sostengo es que plantear la verdad o mentira de un texto autobiográfico es una cuestión imposible de resolver en todos sus extremos. Es más que probable que el autor de un texto autobiográfico tampoco pudiera ayudarnos en eso porque trabajó con su memoria y esta, como decía Sebald, es una acumulación de escombros que difícilmente pueden poner en pie el edificio de nuestra vida. Dicho esto, esta memoria precaria y de naturaleza fantasmática es todo lo que tenemos. Lo que asegura nuestra identidad. Entonces, no es la verdad sino la sinceridad lo que está en juego en la escritura autobiográfica. También es el valor que el lector suele reconocer y agradecer cuando lo descubre en un texto. Y la sinceridad sí depende de nosotros.

Hay grandes diarios de escritoras, pero muchos de ellos son póstumos. Las mujeres escriben más diarios, pero el escritor que publica diarios habitualmente, parece, suele ser hombre. ¿Es así? ¿A qué se debería esta tendencia?

Sí, es así. En general, la mujer siente una particular atracción por aquellas formas de la cultura que son más próximas a la experiencia humana. Encuestas y estadísticas llevadas a cabo en algunos países europeos confirman que las mujeres son y han sido mucho más proclives a escribir un diario, y también a interesarse por los ajenos. Pero la relación de la mujer con su propia vida está cargada de servidumbres: los hombres no han tenido que enfrentarse nunca al gran problema que fue en el pasado la virginidad, ni conocen la maternidad, ni el aborto, ni el estigma de la belleza física. Y tantas cosas más que han hecho de la vida de la mujer un espacio cargado de silencio y de destrucción. ¿Cuánta verdad puede soportar la autobiografía femenina sin que su autora vea cómo se destruye su propia vida, la mirada que sus hijos, por ejemplo, puedan tener de su madre a la luz de lo que cuenta? Por eso me gusta tanto el diario de Rosa Chacel, porque ella hace lo posible por ser fiel a sí misma.

¿Qué textos que no son considerados como diarios pueden ser leídos como tales?

Parto de la intención del autor, es decir del pacto autobiográfico que propuso Lejeune para poder orientarnos académicamente en el magma literario. Si el autor no ha tenido esa intención no veo por qué hay que forzar el texto. Puede que se recurra a la estructura del diario como soporte narrativo o ensayístico, pero eso no es suficiente para convertirlo en un diario, es decir, en una escritura cotidiana vinculada a la propia existencia del autor. Y al revés, un texto narrativo o ensayístico nos puede sugerir una huella temporal, vívida, esparcida aquí y allá. Ese es el poder de la literatura, generar lecturas, interpretaciones, puntos de vista.

¿Cómo cambia en la apreciación de un autor la aparición de un diario póstumo?

Ahora sabemos que mucho, porque aparecen continuamente publicaciones póstumas que invitan a reconsiderar la figura de un autor en función de la nueva información que el material autobiográfico proporciona. Son sin duda un factor dinamizador de la obra, incluso pueden ofrecer una perspectiva inédita de la misma. Aunque creo también que se cometen muchos, demasiados, estropicios con eso.

Algunos diarios de otros tiempos nos interesan por el retrato de una época, como reflejo social. ¿Hay un repliegue hacia la intimidad en los diarios o es una ilusión óptica?

Claro que lo hay. En el siglo XVIII para Jovellanos, por ejemplo, era una necesidad el hecho de dar cuenta en su diario de lo que veía, la forma de un capitel o el estado de un camino. Hoy esa información está disponible online. Nadie la requiere en un diario, a no ser que se refiera al pasado que gracias a este tipo de literatura podemos conocer con cierta profundidad. Sin embargo, la mayor parte de los problemas ahora están dentro de nosotros, no fuera. Así que el individuo se ha convertido en un campo de batalla. Y los diarios suelen reflejar ese dolor.

¿Cómo hace la selección? Hay dietaristas que aparecen mucho, y en cambio otros, que han practicado el género de forma muy constante (desde Arcadi Espada a Fernando Sanmartín), que no.

Bueno, Fernando Sanmartín no tiene una entrada propia, pero sí aparece. En todo caso, lo que dice es cierto. Y es un reproche que yo me hecho a mí misma al leer el libro con cierta distancia. La inclusión o no de Arcadi Espada en el “Diccionario” me hizo dudar mucho. Tiene dos libros titulados precisamente Diarios y recurre a la estructura del diario a menudo, pero entendí que su intención era la de analizar el lenguaje periodístico. Probablemente me equivoqué. Faltan muchos nombres de diaristas en el libro, pero no pretendí hacer un estudio exhaustivo. Sencillamente no estaba a mi alcance.

¿Cuáles son los dos o tres diarios que le han conmovido más, que le han cambiado la percepción del género?

El diario que más me ha conmovido es Un día del año, de Christa Wolf, con mucha diferencia sobre cualquier otro. No he dejado de pensar en él desde que lo leí porque nunca antes tuve la sensación de honestidad literaria que transmite su diario. Ahora la he vuelto a revivir leyendo a Knausgård.

¿Cuáles son los diarios que han tenido una mayor influencia en nuestra tradición y cuáles deberían ser más conocidos?

Para empezar no hay tal tradición. Nuestros diaristas actuales se forjaron como tales leyendo diarios franceses, anglosajones, italianos… El diario de Pavese, por ejemplo, tuvo mucha influencia entre nosotros, como el de André Gide. La única excepción reseñable es El quadern gris de Josep Pla. Sin él apenas podría explicarse lo que ha sucedido luego en el panorama diarístico español. Ha representado una gran influencia ética y estética. Ha creado una escuela y también ha dado forma a cierto manierismo diarístico que no comparto. Es un fenómeno que habrá que analizar con calma. Entre los que deberían ser más conocidos están, por ejemplo, los diarios de Max Aub, Rosa Chacel, Gonzalo Torrente Ballester, Carlos Edmundo de Ory. De los diarios de Manuel Azaña habría que hacer una edición “escolar” que ayudara a comprender la Guerra Civil desde dentro. Lo mismo con los diarios de Jovellanos. El diario de José Fernández Arroyo, un poeta de la generación postista, ha tenido varias ediciones pero ningún éxito, es una lástima. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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