Ilustración: Mauricio Gómez Morín

Democratura

La historia de la degradación de la democracia venezolana en un régimen autoritario por obra y gracia de Hugo Chávez se analiza aquí con dos voces complementarias: Guillermo Sucre enumera sus principales acciones políticas, mientras que Alberto Barrera Tyszka estudia los rasgos de una personalidad al límite.
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Es posible creer en un espíritu universal. El título de estas notas es un feliz neologismo con que el escritor polaco Adam Michnik bautizó en los años 1980 al régimen comunista de su país: democracia muy a menos y –benévolamente– dictadura a medias. Lo que encaja bien en la situación política que vive mi país desde hace catorce años. Algunas de las reflexiones sobre el poder del filósofo francés Alain (Émile Chartier, 1868-1951) también son aplicables a Venezuela desde 1998. “Si quieres ser tirano –escribía Alain–, no des reposo ni a los otros ni a ti mismo” o “La fuerza de los malos consiste en el hecho de que se creen buenos y víctimas del capricho de los otros”. Es este mecanismo de la astucia y del patetismo del que se ha valido el comandante Chávez. Invocando una supuesta traición de los partidos, inició una incansable cruzada contra sus adversarios e inventó conjuras y magnicidios contra su régimen y contra su vida, para estigmatizar a una oposición que, según él, está integrada por “escuálidos”.

Chávez llegó al poder –después de un fracasado golpe de Estado en 1992– con una mayoría indiscutible pero bastante temible por su mezcla digamos que equitativa de buena y mala fe, de desinterés y de oportunismo, ávida de protagonismo y de ajustes de cuenta. Sospecho que quienes votaron por él lo hicieron, mayoritariamente, no por espíritu de justicia ni mucho menos democrático sino –oscuramente o no– por la muy vieja y venezolana moral de la vindicación histórica. Así, inicialmente, a Chávez lo movió la voluntad de refundarlo todo, y ya como presidente, abolió el Congreso de entonces, y convocó a nuevos comicios para elegir una Constituyente en los que obtuvo una mayoría aplastante. La nueva Constitución consagraba los principios esenciales del sistema democrático: elecciones periódicas libres, división de poderes y sistemas descentralizados de gobierno. En un plebiscito con gran abstención, el 70% de los votantes la aprobó. Mayoría evidente pero no muy entusiasta, ¿por qué? El chavismo había desatado muchos odios y gran parte del país recelaba de su vocación democrática y no aprobaba el lenguaje prepotente y procaz de su líder. Chávez era tan errático que se inspiraba en las prédicas populistas –por lo demás antisemitas– de un supuesto teórico argentino, Norberto Ceresole (“Pueblo y ejército unidos jamás serán vencidos”) y en las estrategias trasnochadas de ideólogos neomarxistas que anhelaban restablecer la polarización URSS-USA. Estas lamentables nodrizas ideológicas fueron progresivamente cambiando a medida que Chávez fortalecía sus vínculos con la Argentina de los Kirchner-Fernández, el desinteresado e inmortal Fidel Castro y el Ahmadineyad del arrogante Irán y del islamismo más fanático. El historial diplomático del chavismo es todavía más pintoresco y comprometedor.

Proclamada la nueva Constitución, nuestra democracia sería participativa y, más que un presidente, sería el pueblo el que iba a gobernar (“En Venezuela ahora gobierna el pueblo”, “Venezuela ahora es de todos”), un eufemismo para nombrar a Chávez. Vivíamos no en la iv sino en la v República, cuyo nombre de República Bolivariana de Venezuela garantizaba el despertar de Simón Bolívar. Los venezolanos vivíamos entonces con un frenesí originario y adánico en una segunda y definitiva Independencia cuyo héroe sería Chávez, siempre a paso de vencedor y el mago que iba a lograr el alza de los precios del petróleo a niveles increíbles para beneficio de todos los venezolanos (“Ahora el petróleo es de todos”, rezan los marbetes propagandísticos del régimen) y de nuestros hermanos de leche, que, por mala leche, están acaparando los chinos. Según cálculos actuales, Venezuela es el país latinoamericano con mayor deuda con China.

Lo curioso es que, con el tiempo, el líder máximo ha querido obstinadamente reformar su propia Constitución, “la más democrática del mundo”, según la previsible hipérbole chavista. En 2007 convocó a un nuevo referendo para reformarla, pero le dio un soponcio con la derrota, la primera que sufría.

Envalentonado de nuevo, gracias a los poderes habilitantes que se hizo otorgar por la Asamblea Nacional, ha gobernado mediante decretos leyes, refrendados por el Tribunal Supremo de Justicia. De este modo ha ido creando dentro del gobierno oficial otro gobierno autónomo, fuera de cualquier control público, y aprobando leyes que con el tiempo tendrán carácter constitucional: empezando por la adopción del socialismoversión chavista: la progresiva sustitución del Estado democrático federal por el Estado comunal, que remplazaría a los gobernadores, alcaldes, consejos legislativos y concejos municipales. Según la analista Claudia Curiel (El Nacional), en junio de este año “entró en vigencia el decreto con rango, valor y fuerza orgánica” que regirá “la gestión comunitaria y comunal de servicios en materia de salud, educación, vivienda, deporte, cultura, programas sociales, mantenimiento y conservación de áreas urbanas, prevención y protección vecinal, construcción de obras y prestación de servicios públicos”. Esto es, toda la vida política y social del país regida y controlada por un Estado algo más que filantrópico. La división y autonomía de poderes, el derecho a la libre expresión y a la organización sindical, que Chávez ha violado en la realidad, ya serán cosas del pasado. En cuanto a las elecciones periódicas y libres, la oposición acaba de denunciar la existencia de 5,500 centros electorales donde no hay abstención ni votos nulos y donde el chavismo obtiene el 100% de los votos. En la actualidad, esos centros no registrados oficialmente y de difícil acceso a la oposición sumarían tres millones de votantes. ¿Qué contestará el Consejo Electoral Nacional a esta denuncia y a la de los pueblos indígenas sobre la compra de votos?

Es visible, pues, que, desde 2007, Chávez gobierna al margen tanto de la Constitución de 1999 como de la voluntad popular mayoritaria expresada en el referendo de 2007. Esto para ser un poco indulgentes con los siete años anteriores. Culpables de este delito son todos los poderes públicos de la República y, más aún, las Fuerzas Armadas Nacionales, uno de cuyos deberes, si no el único, es la defensa de la integridad territorial y de la Constitución legal del país. ¿Quiénes son, pues, los fuera-de-la-ley y los apátridas traidores? No, ciertamente, la oposición democrática.

Pero no voy a detenerme en el historial de este régimen forajido, ni en su política de tierra arrasada contra toda tradición democrática e incluso contra el patrimonio físico, moral y cultural de nuestro país, que respetan aquellos chavistas que por voluntad o por necesidad se han separado finalmente de Chávez y su oneroso e insaciable culto a la personalidad.

Hoy estamos ante una nueva y quizá definitiva confrontación: las elecciones generales fijadas para octubre y diciembre de este año. Esta vez la oposición se encuentra más unida que nunca y mejor organizada. Después de 2007, cuando Chávez perdió el referendo por la reforma constitucional, la oposición decidió crear un organismo integrado por representantes de los partidos y de los sectores independientes democráticos, denominado Mesa de la Unidad Democrática, el cual designó como secretario ejecutivo a Ramón Guillermo Aveledo, un hombre sagaz, de corazón inteligente, muy distinto del corazón de Chávez. La Mesa de la Unidad obtiene su primera victoria en 2008 al ganar cinco gobernaciones, entre ellas las de Zulia, Miranda y Carabobo, que son tres de los estados más poblados, y diversas alcaldías (entre ellas la Alcaldía Metropolitana en la persona de un dirigente estudioso y creativo como Antonio Ledezma, presidente del partido Alianza Bravo Pueblo). Ya para este año los votos de la oposición se equiparan a los del oficialismo. Y en 2010 logran un claro triunfo al obtener 52% de los votos, aunque, por la naturaleza de nuestro injusto régimen electoral, aún no alcanza la mayoría en la Asamblea Nacional. Así fortalecida, la MUD convoca a elecciones primarias para escoger el candidato a la presidencia de la República y candidatos a gobernadores y alcaldes para 2012. Celebradas en febrero de este año, esas elecciones fueron un modelo de pulcritud política y la más fervorosa expresión de voluntad popular, con un récord de asistencia de más de tres millones de votos. Entre cinco opciones, algunas de ellas muy calificadas, fue electo como candidato presidencial Henrique Capriles Radonski, gobernador del estado Miranda hasta junio pasado, y con muy buena trayectoria en cargos de elección popular.

Poco después de los sucesos de abril 2002, cuando se presentó un problema diplomático con la Embajada de Cuba, ubicada en la jurisdicción del municipio Baruta, del cual era entonces alcalde, Capriles fue acusado de instigar la violación de este recinto diplomático por el propio embajador cubano y llevado a prisión en dos ocasiones por orden de Chávez, y no fue condenado por un tribunal gracias al testimonio del embajador de Noruega, que contradijo la acusación del diligente embajador de Cuba.

Capriles acaba de cumplir cuarenta años, es abogado y tiene la experiencia del hombre que en estos años ha trabajado por resolver los problemas de las regiones que lo han elegido como su líder político y administrativo. El inicio de su campaña electoral, cuando el domingo 10 de junio iba a inscribir su candidatura, fue una jornada de júbilo, de reconciliación y de gran solidaridad. Hasta ahora ha recorrido casi toda Venezuela y su discurso claro, honesto, ha logrado despertar la mejor sensibilidad del país en todos sus niveles. Su campaña es la prueba una vez más de que cuando el espíritu democrático se ejerce con generosidad es recompensado con el apoyo de la gente y hace que ellas se encuentren consigo mismas, con su conciencia y sus esperanzas. Capriles ha dado también una lección espiritual que el país le agradece, al liberar el debate político de lo que lo ha agobiado durante estos años: las bajas y soeces diatribas, el odio, el desvergonzado engaño. La Venezuela consciente de la necesidad del cambio ha encontrado en Capriles y en la Mesa de la Unidad Democrática la mejor vía para hacerse oír. Ya hasta los responsables de los flagrantes contrastes en que se ha querido sumir y encerrar para siempre al país en beneficio de una camarilla usurpadora no tienen argumentos sino prepotencia y engañifas.

Frente a la cada vez más cierta eventualidad de su derrota electoral, Chávez quiere invertir los términos y hacer ver que su candidatura es victoriosa, invencible como siempre, que las elecciones son una mera formalidad y busca difundir la idea de que la oposición “escuálida” no reconocerá la derrota y sembrará el caos en el país el próximo 7 de octubre. Nuestra democratura se inclina cada vez más a la dictadura que a la democracia, lo cual no se puede ocultar, mucho menos invocando un truculento socialismo del siglo XXI. La democracia es el régimen de la transparencia y de la verdad, y la verdad –como insistía Václav Havel– solo habla a quienes hablan desde la verdad, no desde el engaño y el rencor. El próximo 7 de octubre ya se anuncia como una encrucijada espiritual para todo el país: se cambiará de régimen y de sistema, de cuerpo y de alma. Venezuela lavará su rostro, como al final de la obra de un novelista –no cubano, ni chino, ni ruso, Mr. Chávez, sino del primer presidente civil elegido por votación popular y secreta en 1947, derrocado ocho meses después por un golpe militar, que no fue un golpe, que fue una quijotada, como siempre pretenden los militares.

En estos días he pensado en los familiares, en los seres queridos y en los amigos que han muerto en estos años sombríos y no podrán participar en ese momento de iluminación que será el 7 de octubre. Me he puesto a leer a un poeta austral, ciego y antiperonista por excelencia, que poco antes de morir escribió un poema, algunos de cuyos versos me gustaría repetir como piedra de toque: “Que el hombre no sea indigno del Ángel […] / Que no se rebaje a la súplica, / ni al oprobio del llanto, / ni a la fabulosa esperanza, / ni a las pequeñas magias del miedo, / ni al simulacro del histrión.” ~

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Tumeremo, Bolívar, 1933) es poeta, traductor y crítico literario, autor, entre otros libros, de Borges, el poeta (Universidad Nacional Autónoma, 1967) y La vastedad (Editorial Vuelta, 1990).


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