Ilustración: Olaf

Cómo se hace una canción

  
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Quisiera traer a colación tres preguntas que siguen un proceso que se va decantando. Primero te preguntas: ¿qué particularidad tienen tus canciones que las diferencia de las de los demás? Luego llegas a un punto más personal que es, ¿por qué uno decide ser artista? La tercera pregunta es la que nos ocupa, ¿cómo se hace una canción?

En la primera pregunta, ¿qué particularidad tienen las canciones que has compuesto?, estoy hablando de las canciones que Denis Dutton llama, en el libro El instinto del arte (Paidós, 2010), obras con “seriedad de propósito”. Los compositores podemos componer por encargo, para publicidad, incluso para uno de nuestros propios discos porque nos interesa que para el equilibrio del disco haya un hit, un estribillo o algo así. Pero normalmente, en el disco o en la obra siempre deslizamos un mayor número de canciones que tienen seriedad de propósito, que tienen aquello con que Dutton distingue a los verdaderos artistas del artesano. En el verdadero artista, esa seriedad de propósito está siempre presente, de tal manera que puede llevar a que una pequeña obsesión se convierta en una canción, y que esa pequeña obsesión se convierta en lo más importante en el mundo. Cuando estás trabajando en una canción con seriedad de propósito te parece entonces que será de vital importancia para la humanidad.

Nosotros tenemos, para responder a estas preguntas, un elemento que ayuda mucho a objetivar: el sonido. En el fondo trabajamos con el sonido, trabajamos con ondas de aire en vibración que producen instrumentos musicales y que activan los mecanismos del oído interno. Combinando de una manera concreta ese sonido se produce lo que damos en llamar música. Pero lo que damos en llamar música, si nos fijamos bien, tiene tres características que son muy particulares.

En primer lugar que es un universal: existe en todas las culturas a lo largo de la historia. Que yo sepa no ha existido nunca ninguna cultura sorda. No hace falta más que ver a los niños muy pequeños que se enfrentan a la música para darte cuenta de que hay cosas que trascienden lo cultural. Los niños todavía no han absorbido lo suficiente como para que su respuesta no sea instintiva y emocional.

Otra característica de la música es que para muchas personas es una pasión inquebrantable de por vida: desde el día en que conoces ese lenguaje lo usas, no como placebo ni distracción, sino como algo que te hace disfrutar más la vida. Es decir, creo que cuando la vida es insuficiente para disfrutar de ella es cuando recurres a las artes. El arte hace que la vida se pueda hacer todavía más vida.

Hay otra característica más elaborada: la música nos genera emociones. Estos tres son verdaderamente universales de la música. Tener tres universales en un arte es algo bastante interesante.

Existe otro universal que está bastante comprobado, que es un poco inexplicable: a los seres humanos la armonía de acordes mayores nos suena alegre, y la armonía de acordes menores nos suena triste. Luego hay otras armonías, hay acordes más enigmáticos, hay combinaciones, por ejemplo los acordes de disminuida mezclados con un tempo de la cadencia un poco lenta producen una cierta emoción de melancolía o nostalgia; son cuestiones técnicas que como artesanos aprendemos pronto a detectar y después la aprovechamos.

En la primera pregunta lo que descubres es el tema de la individualidad. Las canciones están cocinadas con una serie de ingredientes. En las canciones, las sustancias son lenguaje y sonido y los condimentos son el ritmo, la armonía, los efectos de sonido, los timbres, el tono, la distorsión, la resonancia y la lista es inacabable. Para hacer una canción puedes combinar todos estos elementos de tal manera que es difícil que dos personas los combinen de una forma similar. Es decir, detecto el punto individual de los compositores que conozco, su manera de ser, su temperamento, su obsesión… Esa diferencia no me extraña para nada; a mí lo que me extraña es lo contrario.

En la segunda pregunta, ¿por qué uno decide ser artista?, hablo de las motivaciones. Además de gustarnos la música, ¿por qué llegamos a dedicarnos profesionalmente a ella? Y una vez que nos dedicamos profesionalmente, ¿por qué no nos conformamos con facturar un año y otro una misma enésima canción y tenemos la necesidad de innovar, probar, mezclar todos los ingredientes?

Creo que estas motivaciones, las de verdad, las de la seriedad de propósito, pasan por un tamiz muy sencillo, y lo he buscado no solo en la música, sino en la teoría literaria, en los grandes, Tolstói, Flaubert: la emoción que te provoca un día una obra de arte, generalmente cuando eres joven. Uno queda tan seriamente impresionado y conmovido por ese efecto que piensa “yo quiero hacer esto”. Lo que realmente lo conmueve es el proceso de que te emocione una obra que ha creado otro ser humano. Entonces, si lo pruebas y te sucede como a mí, que logras cierto éxito, y además parece en principio un trabajo no dañino, con el que puedes ganar dinero, pues parece un buen plan de vida. Pero estamos trabajando con sonidos, y sobre todo con procesos mentales –procesos comunicativos, emitiendo cosas que yo espero que generen una emoción cuando lleguen a otro–. La materia principal son las emociones y los sentimientos, lo que Dutton llama conducta expresiva.

John Tooby y Leda Cosmides, dos psicólogos evolucionistas, proponen la hipótesis de que “la imaginación es fundamental para nuestra humanidad, y además queda integrada en nuestra naturaleza mediante la evolución”. Dice Dutton: “En concreto [para Tooby y Cosmides], el arte narrativo es una ampliación intensificada y funcionalmente adaptiva de las cualidades mentales que nos separan en gran medida de otros animales.”

Entonces, la “habilidad para imaginar escenas y circunstancias que no se encuentran presentes en la conciencia directa debe de haber tenido un poder adaptativo en la prehistoria humana”; una ventaja adaptativa que como sucede con muchas otras ventajas en la cadena de la evolución puede haber llegado hasta nuestros días, con lo cual estamos a un paso de poder proponer –tal como Chomsky propuso en su momento el innatismo del lenguaje– un innatismo narrativo. Propongo que demos ese paso.

Llegamos así a la tercera pregunta, ¿cómo se hace una canción? Una canción con seriedad de propósito, esa canción que haces a solas en tu casa esperando que tenga éxito, que eso te permita tocar, que incida en la sociedad, contando escenas populares… cualquier sistema sirve, cualquier ritmo sirve, todo está permitido y lo único que buscas es que primero te guste a ti, disfrutar tocándola, y esperas que haga diana en la gente.

Normalmente, cuando me pongo a trabajar con canciones, empiezo a trastear de manera errática un instrumento, combinando acordes por pura improvisación, yuxtaponiendo armonías sin un plan previsto, sin saber lo que saldrá en el siguiente compás. A veces, haciendo este juego, puede aparecer algo, un contraste que me ha llamado la atención. Entonces sigo por ese camino, busco esa melodía y noto si me ha provocado alguna emoción e intento definir cuál, para ver qué posibilidades tiene.

Es fácil que puedan pasar erráticamente dos horas trasteando en mi guitarra sin tocar nada en concreto sin darme cuenta. Tiene un punto hipnótico, que diría es algo emocional o neurobiológico. Cuando estás tocando tiene un punto más de mente en blanco, estás absorbido por el sonido, supongo que es la asemanticidad de la música, pero no hay detrás un proceso intelectual.

Keith Richards, el guitarrista de The Rolling Stones, dice que todas las canciones que se han escrito, las escribieron Adán y Eva con ayuda de una manzana, y el resto han sido variaciones que hemos hecho los demás. Es la frase de psicología más evolucionista que he escuchado en mi vida, dicho por un Rolling Stone, que toca, por cierto, igual que yo bastante mal la guitarra. ~

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es compositor y narrador. Fue fundador y guitarrista del grupo Loquillo y Trogloditas durante los ochenta, que luego abandonó para dedicarse a la escritura.


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