Fotografía: Alan Ortega

Autodefensas ¿héroes o villanos?

El ascenso en los estados de michoacán y guerrero de las milicias de vigilantes que se enfrentan a tiros con los cárteles de la droga y “liberan poblaciones” ha despertado esperanza y miedo. Pero la mayoría de los políticos ha evitado tomar una posición clara respecto a uno de los acontecimientos más importantes de las últimas décadas en México. ¿Pueden grupos ciudadanos armados desempeñar un papel positivo en un país democrático? ¿O representan una amenaza creciente?
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Dos años después de que lo torturaran el dolor todavía lo acosa. Los narcos le pegaron en la parte baja de la espalda con una tabla de madera, una técnica que puede causar hemorragias internas y dañar órganos. Elías nota el dolor cuando se sienta o hace movimientos bruscos. A veces lo despierta por la noche. Pero el dolor también puede ser una fuente de fortaleza, me dice. Cuando lo nota, recuerda por qué quiere justicia.

Busca esa justicia llevando un chaleco antibalas y empuñando un Kaláshnikov. Lo torturaron esbirros de los Caballeros Templarios porque Elías, un hombre de mediana edad que se dedicaba a cultivar limones en Antúnez, Michoacán, no pagó la extorsión de una “cuota”. Lo llevaron a un rancho en la sierra, lo retuvieron tres días, le pegaron y lo dejaron medio muerto de hambre. Ahora es él quien peina esas mismas colinas junto con cientos de vigilantes armados y son los Templarios quienes huyen para salvar sus vidas.

“Los Templarios saben hacer daño, saben torturar y saben matar. Pero ahora que nosotros estamos armados, ellos huyen”, dice Elías, mientras su grupo de autodefensas registra un refugio de los Templarios en el accidentado terreno de la Tierra Caliente. Levanta las tablas del suelo para ver si los narcos almacenaron armas. En una olla, a medio comer, hay un plato de cerdo, lo que indica que los Templarios estaban en la casa unas horas antes de que el grupo de las autodefensas llegara. “Son cobardes –dice, casi gritando–. Corren como cucarachas.”

Me pregunto si Elías, impulsado por su dolor, busca justicia o venganza. ¿O hay alguna diferencia entre las dos? Otros miembros de las autodefensas me dicen abiertamente que quieren sangre a cambio de los seres queridos que perdieron a manos de los Templarios: hermanos, padres e hijas que les fueron brutalmente arrebatados. Otros dicen que solo buscan la paz y que volverán a atender sus cosechas y a dirigir sus negocios en cuanto los Templarios se hayan ido. Mientras eso sucede, conforme “liberan” poblaciones, las autodefensas encuentran nuevas fosas con cuerpos en descomposición.

Esta cuestión de la justicia y de lo que significa para la gente es capital si queremos entender por qué miles de ciudadanos se han levantado en armas para luchar contra los cárteles de la droga en Michoacán y Guerrero. Cada día las noticias ofrecen imágenes que han provocado una mezcla de alarma, preocupación y esperanza: civiles armados que le arrebatan poblaciones al crimen organizado. En las poblaciones de la primera línea del conflicto encuentro a gente que pasa de la euforia porque los cárteles puedan ser derrotados al miedo de que las autodefensas sean tiranos todavía peores que los narcos. La mayoría está de acuerdo en que el fracaso del gobierno mexicano a la hora de administrar e impartir justicia en ciertas comunidades es el origen de las autodefensas. Pero no hay consenso acerca de hasta qué punto se deben tolerar los esfuerzos de los ciudadanos que se toman la justicia por su propia mano, ni si las autodefensas pueden o no incorporarse al Estado.

El asunto central es si los grupos de ciudadanos armados pueden desempeñar algún papel positivo en la construcción de un México democrático en el siglo xxi. Cuando el gobierno no logra proteger a la gente, ¿esta tiene derecho a protegerse a sí misma? ¿Y una forma de policía comunitaria armada debería ser una parte legal del aparato de seguridad de México?

Para bien o para mal, las autodefensas son uno de los movimientos más importantes que han surgido en México a lo largo de la última década. Ahora hay docenas de milicias que dirigen a miles de civiles armados en Michoacán y Guerrero, y hay indicios de grupos en al menos otros ocho estados. Han cambiado la dinámica de una guerra contra el narco que se ha cebado en México durante siete años y se ha cobrado más de setenta mil vidas. Las autodefensas añaden una tercera fuerza a este conflicto; milicias de vigilantes que ahora luchan junto a las fuerzas de seguridad del gobierno y los escuadrones de la muerte de los cárteles. Han alterado físicamente el campo de batalla, al construir capas de barricadas que se extienden desde la Tierra Caliente de Michoacán a la Costa Chica de Guerrero.

Pero hay mucha confusión en torno a lo que en realidad son las autodefensas. ¿Suponen un resurgimiento de los grupos civiles armados que han participado en la historia mexicana desde la lucha por la Independencia a la Revolución? (La historia es circular, o al menos a veces avanza en bucles.) ¿O son un fenómeno nuevo y posmoderno, impulsado por páginas de Facebook y videos de YouTube? ¿En verdad representan un movimiento civil independiente? ¿O son peones de otros cárteles del narco u oscuras fuerzas políticas?

Las autodefensas atraviesan la política de manera extraña, y atraen (o asustan) a los políticos de izquierda y derecha. Algunos las ven como los héroes que México necesitaba tras años de abuso por parte de los criminales. A menudo son retratadas como un movimiento social que prende, de nuevo, la mecha del romanticismo que rodeaba a los guerrilleros del siglo xx. Imágenes de campesinos y rancheros que empuñan sus Kaláshnikovs se han multiplicado en internet junto a eslóganes como “mejor armados que amarrados”.

Por otro lado, también atraen a sectores más conservadores, comprensivos con los granjeros y hombres de negocios de clase media que defienden a sus familias. Hay una simpatía particular hacia las autodefensas entre los mexicanos que viven en Estados Unidos, donde se producen manifestaciones esporádicas en su apoyo: “Michoacanos, no están solos”, gritaban unos manifestantes ante el consulado mexicano de Los Ángeles en marzo. La idea de los vigilantes también encaja con el relato estadounidense de las milicias en la frontera y el derecho a portar armas.

Otros temen que el movimiento de las autodefensas haya desatado un monstruo que podría resultar imparable. Antiguos criminales se han sumado a las filas de las milicias, y dominan activamente puestos de control, detienen a sospechosos y registran casas. Entrevisté a varios vigilantes que habían estado en alguna cárcel estadounidense por tráfico de drogas y otros confesaron que fueron pistoleros de los Caballeros Templarios antes de cambiar de bando cuando las autodefensas tomaron sus poblaciones. También son creíbles las acusaciones de que el cártel de Jalisco Nueva Generación, una organización rival de los Templarios, apoya a algunos elementos de las autodefensas.

La comparación con los paramilitares colombianos, que ejecutaron masacres brutales, es habitual. Uno de los críticos más severos es Human Rights Watch, cuyo director para las Américas, José Miguel Vivanco, dice que las milicias no son un remedio sino una enfermedad. “Las autodefensas son un cáncer que ha padecido Colombia durante varias décadas. Es muy fácil caer en este tipo de modelos donde se genera un Frankenstein que luego ningún gobierno controla.” Sin embargo, hay claras diferencias con los paramilitares de los Andes. Las autodefensas colombianas estaban politizadas desde el principio; luchaban contra guerrilleros marxistas. En cambio, los grupos mexicanos combaten contra cárteles del narco que no tienen una verdadera ideología. Eso ha producido una mayor simpatía hacia las autodefensas mexicanas por parte de un sector de la izquierda.

En esta mezcla de opiniones, los políticos mexicanos han eludido asumir una posición clara con respecto a las autodefensas. Considerando los sufrimientos que ha padecido la población por crímenes violentos durante los últimos años, la mayoría de los políticos no condena abiertamente a los vigilantes armados que rompen la ley y amenazan el monopolio estatal de la violencia. El Partido de la Revolución Democrática (prd) es una fuerza política importante en Michoacán y Guerrero. Pero cuando le pregunto al diputado Carlos Reyes, portavoz del prd en el Congreso, cuál es la posición de su partido con respecto a las autodefensas, señala que “no hay una postura. Hay una lluvia de opiniones sobre el tema y hay opiniones encontradas. Hay unos que lo ven como un movimiento social y otros que ven la necesidad de reforzar el Estado”.

Del mismo modo, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha dirigido una política confusa y cambiante. A veces ha ignorado a las autodefensas; en otras ocasiones la policía federal y los soldados han arrestado a los vigilantes; otras veces han trabajado activamente con ellos. Después de que en enero Alfredo Castillo fuera nombrado comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral en el estado de Michoacán, los soldados y la policía federal actuaron de forma coordinada con las autodefensas para acabar con jefes claves de los Caballeros Templarios. Pero en marzo la policía volvió arrestar a autodefensas. Quizás esta política ambigua ayudó a que el gobierno sorteara la agitación en Michoacán y Guerrero durante los primeros meses de este año, sin luchar ni apoyar por completo a los vigilantes. Pero es peligrosa a largo plazo. Si el gobierno no forja una política clara con respecto a los grupos ciudadanos contra el crimen, los vigilantes podrían ser cada vez más inmanejables.

De policías comunitarias a autodefensas

Cualquier política sobre milicias ciudadanas debe tener en cuenta la diversidad de grupos, tácticas y perspectivas. La distinción principal es la que se establece entre policías comunitarias y autodefensas. Por regla general, la expresión policías comunitarias designa a milicias ciudadanas en pueblos indígenas, que responden a asambleas y basan su legitimidad en leyes de autodeterminación. Normalmente llevan uniformes, muestran la cara y portan armas de bajo calibre. En cambio, las autodefensas son prevalentes en poblaciones y ciudades no indígenas, tienen armas de alto poder y actúan de forma ofensiva para tomar nuevas áreas. Pero la línea entre esas dos fuerzas es borrosa. Muchas autodefensas se denominan policías comunitarias y tienen miembros indígenas. Las leyes sobre quién puede formar una policía comunitaria y lo que puede hacer se debaten fieramente. Y la historia de las autodefensas está estrechamente vinculada con la de la policía comunitaria. Este es un punto importante de la historia; esta solución radical a los cárteles se forjó por primera vez en comunidades indígenas pobres.

Desde la Conquista han existido sistemas alternativos de vigilancia indígena que han coexistido con el sistema general de justicia. La moderna oleada de vigilantes indígenas ganó fuerza en Guerrero cuando la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (crac) se fundó en 1995, tras el levantamiento zapatista, en una época en la que existía un gran apoyo hacia los derechos indígenas. La crac está formada por voluntarios que sirven entre uno y tres años, y a lo largo de ese tiempo la comunidad les da comida y provisiones. Llevan uniformes identificados de color verde y escopetas y rifles de caza.

Cuando en los últimos años la extorsión y los secuestros de los cárteles asolaron Guerrero, brotó el movimiento de la policía comunitaria porque la gente buscaba una forma de defenderse, dice Eliseo Villar, coordinador regional de la crac. Ahora tiene unos mil quinientos policías en trece municipios del estado. “Nuestro proyecto de sistema comunitario imparte seguridad, justicia y educación donde sí se manejan armas. Claro, con justa razón, porque el gobierno no atiende a nuestras necesidades. Por eso nos vimos en la necesidad de organizarnos, de hacer nuestro reglamento interno y de identificarnos con uniforme.”

Cualquier política gubernamental acerca de las milicias ciudadanas debe tener en cuenta esos grupos moderados, que, por otro lado, no están exentos de polémicas. La crac, por ejemplo, no solo detiene a los sospechosos, sino que los encarcela en celdas improvisadas en algunos pueblos. Comisarios electos y asambleas comunitarias que votan en plazas públicas juzgan a los sospechosos, mientras que asambleas regionales juzgan a los acusados de crímenes más graves. Los que resultan culpables son castigados con trabajos comunitarios, ya que la crac subraya la idea de la rehabilitación. Sin embargo, algunos también pueden pasar años en prisión.

Para fundamentar su derecho a impartir justicia, la crac cita la declaración de las Naciones Unidas sobre pueblos indígenas y el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo. En la exposición de motivos de la Ley Número 701 de Reconocimiento, Derechos y Cultura de los Pueblos y Comunidades Indígenas del Estado de Guerrero se menciona que “ya hay en las reformas a la Ley de Seguridad Pública del Estado elementos suficientes para reconocer legalmente a la Policía Comunitaria”. Sin embargo, la cuestión de cómo deben coexistir los sistemas alternativos de justicia con las leyes generales es un asunto que produce un profundo debate entre los expertos legales.

Influidos por la policía comunitaria de Guerrero, los purépechas de Cherán, Michoacán, se levantaron contra los Caballeros Templarios en 2011. Golpeados por la tala ilegal y la violencia de los pistoleros de los Templarios, establecieron puntos de control, algunos con miembros encapuchados y con Kaláshnikovs. Los vigilantes de Cherán también citaron leyes de autodeterminación, entre las que estaba una Ley de Justicia Comunal de Michoacán que data de 2007.

En Guerrero, un volcán de milicias ciudadanas entró en erupción en enero de 2013 en la Costa Chica. Vigilantes con escopetas y machetes se alzaron en la localidad de Ayutla en respuesta al secuestro de un comisario y fueron de casa en casa hasta que lo encontraron atado en un rancho. Después de eso las milicias se extendieron como un incendio en las localidades cercanas de las montañas donde la gente padecía la extorsión de los secuestros.

El activista Bruno Plácido lideraba este nuevo movimiento. Aunque Plácido había estado en una policía comunitaria indígena, sus milicias terminaron pareciéndose con rapidez a un grupo de autodefensa. Se extendieron de los pueblos indígenas a los barrios de localidades mayoritariamente mestizas como Tierra Colorada y, de forma crucial, fueron pioneras en la táctica de formar a cientos de vigilantes para atacar a un objetivo. Cuando ocupaban localidades, llamaban a la gente a las plazas y reclutaban a los residentes en células de diez hombres. Cuando las autodefensas se levantaron en las localidades agrícolas de Michoacán de La Ruana, Buenavista y Tepalcatepec el mes siguiente, usaron tácticas casi idénticas a las de las milicias de la Costa Chica.

La tiranía de los Caballeros Templarios

Las autodefensas de Michoacán se volvieron rápidamente más grandes y agresivas que las de Guerrero por dos razones principales. En primer lugar, las apoyaban granjeros y empresarios de la Tierra Caliente con más dinero y recursos que los residentes de las montañas de Guerrero. Y, en segundo, porque se enfrentaban a un enemigo más temible. En Guerrero, las autodefensas lucharon con células de extorsionadores y secuestradores que tenían vínculos poco firmes con cárteles importantes. Pero en Michoacán luchaban con uno de los cárteles más organizados e implacables de México: los Caballeros Templarios. Las autodefensas de diferentes localidades de Michoacán sabían que ante ese enemigo tenían que unir sus fuerzas o acabarían por ser destruidas. Los Caballeros Templarios dominaban la vida económica y política de Michoacán y se habían convertido en un gobierno predatorio en la sombra.

El sangriento dominio de los Caballeros Templarios y su líder Nazario Moreno, “el Más Loco”, es una de las historias más surrealistas y aterradoras de la guerra contra el narco. Se ha escrito mucho acerca de cómo Moreno se presentaba como un líder casi religioso, escribía libros donde recogía su filosofía (en buena medida copiada de los eslóganes de Kalimán, el héroe de la famosa historieta), fingió su propia muerte a manos de la policía federal en 2010 y animó a sus seguidores a venerarlo como un santo. Sumado a eso, atrajo también titulares el que sus sicarios arrojaran cabezas a la pista de baile de una discoteca y la historia de que supuestamente comían órganos humanos.

El alcance de la tiranía de los Templarios se cuenta en poblaciones “liberadas” por las autodefensas. El cártel actuaba como intermediario al comprar maíz de agricultores en tres pesos y vendérselo a los fabricantes de tortilla por seis. Cobraba una tasa por tonelada en la producción de limones y aguacates, tanto a los productores como a los vendedores. Pero, además de extorsionar prácticamente a todos los negocios, ofrecían un sistema de justicia alternativo. Si se debía dinero a los residentes, los Templarios podían ir a cobrarlo por una comisión del 30%. Algunos deudores firmaban la entrega de sus casas a los Templarios, quienes se hacían acompañar por notarios.

A menudo, el poder de los Templarios se podía ver físicamente en sus ostentosas mansiones, como la que está ubicada en la localidad de Antúnez, en plena plaza principal, que comparte un muro con la iglesia. Las autodefensas han “asignado” a una mujer del lugar y a sus hijas el cuidado de la residencia y me han mostrado su piscina, bar, dormitorios con baño y jardín en la azotea. Los líderes Templarios también compraron terrenos de cultivo y establecieron el precio al que los propietarios debían vender. Un grupo de autodefensas me llevó al pueblo de Holanda, en el corazón del territorio templario, y me enseñó un campo enorme que se extendía desde una carretera hasta un río. Este campo pertenecía a Moreno. Se había convertido en una suerte de señor feudal.

Por miedo a represalias, las autodefensas de Michoacán planearon su levantamiento contra los Caballeros Templarios en secreto. Entre sus líderes hay rancheros y profesionales hartos de sufrir extorsiones. Varios de ellos, como el ganadero Estanislao Beltrán, conocido como “Papá Pitufo” por su barba larga y canosa, y el doctor José Mireles, resultaron articulados y elocuentes ante los medios, con lo que obtuvieron la simpatía del público. Esto hizo que el gobierno tuviera dudas acerca de si debía actuar contra ellos.

Beltrán, carismático y cómodo con los periodistas, se justificó mientras estábamos sentados en la iglesia de Apatzingán: “Nosotros creemos que cuando el gobierno no tiene la capacidad de cuidar y defender a su pueblo, el pueblo mismo tiene la facultad de defenderse y cuando el pueblo se decide, ¡aguas!, no lo para nadie. Aquí, el pueblo, harto de la injusticia que vivía causada por los Caballeros Templarios, dijo basta y se levantó.”

Bajo el terror de los Templarios, arguyen las autodefensas, la ley ya se había desmoronado. Michoacán se encontraba en un estado de excepción donde ya no contaban las reglas. Es un argumento potente con implicaciones peligrosas. Podría aplicarse a otros estados, como Tamaulipas, y justificar toda clase de violaciones legales.

Las autodefensas de Michoacán se armaron con rifles automáticos traídos de manera ilegal desde Estados Unidos y otros arrebatados a los Templarios. Entrenaron con miembros que habían estado en el ejército y aprendieron técnicas de combate, como avanzar bajo las balas. Algunos pertenecían a clubes de tiro y demostraron rápidamente que podían superar a los matones de los Templarios en potencia de fuego. Aun así, fue una campaña extenuante. Durante casi un año, las autodefensas y la mayoría de los residentes de Buenavista y Tepalcatepec quedaron incomunicados de Apatzingán, la ciudad donde compraban muchas provisiones. Los Templarios emboscaban a las autodefensas en las barricadas o hacían desaparecer a personas acusadas de simpatizar con ellas. Las autodefensas afrontaron fuego con fuego, abatiendo Templarios en una serie de tiroteos que se extendieron por la Tierra Caliente. Un líder de autodefensa me dice que cree que más de doscientas personas murieron en cada bando durante un año de combates en Michoacán. Sin un recuento oficial de víctimas, nunca conoceremos con seguridad el número exacto.

Final de juego

La toma por parte de las autodefensas de Parácuaro y Nueva Italia en enero provocó algunas de las batallas más feroces del conflicto. En Parácuaro, un templario salió de un edificio armado con una bazuca. Las autodefensas lo abatieron, y quedó tendido en el suelo, con el dedo sobre el gatillo del lanzacohetes.

Estas conquistas fueron un punto de inflexión, pues las líneas de aprovisionamiento de los Templarios quedaron cortadas y con ello perdieron importantes fuentes de ingresos y combatientes. Cuando las autodefensas tomaban una población, los Templarios más importantes huían o morían. Otros tantos se sumaban a las filas de las autodefensas. Los líderes de los vigilantes creían que era mejor tener a los pistoleros de su parte que luchar contra ellos. El argumento ayudó a que las autodefensas se aseguraran del control de su territorio. Pero significaba que lo que había empezado como un movimiento de ciudadanos quedara cada vez más contaminado por antiguos narcos.

Después de la toma de Nueva Italia, el gobierno federal envió a más de diez mil soldados y la policía federal empezó a trabajar estrechamente con las autodefensas a fin de destruir de manera sistemática a los Caballeros Templarios. Por lo menos, las autodefensas habían servido como fuerza de presión, al obligar a que el gobierno actuara.

En colaboración con fuerzas federales, las autodefensas tomaron Apatzingán, un bastión de los Caballeros Templarios, sin un solo disparo. Los Templarios se retiraron a las montañas en dirección al Pacífico. Con información de las autodefensas, la Marina encontró al líder templario “el Más Loco”, y lo mató la mañana posterior a su 44 cumpleaños.

Con el colapso de los Caballeros Templarios ha crecido la preocupación por las autodefensas. Han surgido reportes sobre financiadores vinculados a los cárteles que acechan tras bambalinas. El procurador general Jesús Murillo Karam dice que hay pruebas de que algunas de sus armas vienen del cártel de Jalisco Nueva Generación. Esto no significa que los narcos de Jalisco controlen al movimiento, pero quizá sí influyen decididamente en algunos de sus vigilantes.

Otro asunto es que las autodefensas no tienen un solo líder, sino al menos cinco comandantes influyentes, y hay tensiones abiertas entre ellos. El conflicto llegó al punto de ebullición cuando en marzo se hallaron los cadáveres calcinados de dos autodefensas en Buenavista. Cuando el ministerio público encarceló al fundador de las autodefensas Hipólito Mora como presunto autor intelectual del asesinato, algunas autodefensas denunciaron que el gobierno quería en realidad debilitar al movimiento.

¿Hacia dónde irán las autodefensas y la policía comunitaria?

Alejandro Hope, del Instituto Mexicano para la Competitividad, cree que el gobierno debe decretar una amnistía efectiva para los crímenes cometidos por las autodefensas contra los Templarios. Las autodefensas han empleado armas ilegales, han detenido a gente, han decomisado propiedades y han asesinado. Pero, ¿deberían ser castigados por luchar contra criminales? “Hay que encontrar una salida excepcional y una manera de reinserción social.”

El gobierno intentó legalizar algunas de las autodefensas en enero argumentando que podrían sumarse a las guardias rurales, reglamentadas por un instructivo que data de 1964. Sin embargo, la mayoría no cumple los requisitos para entrar en esa fuerza anticuada y Hope piensa que sería más útil aprobar una nueva ley federal sobre policía comunitaria que definiera claramente lo que pueden y lo que no pueden hacer.

Raúl Benítez, del Centro de Investigaciones sobre América del Norte, cree que la policía comunitaria debería centrarse en el modelo de los grupos indígenas, usando las leyes del estado. “La policía comunitaria tiene su lugar. Tiene una capacidad contra la corrupción y una vigilancia más directa.”

Si el Estado establece reglas claras, tiene más posibilidades de controlar a los grupos de ciudadanos armados. Hay obstáculos para crear un marco legal para las autodefensas y la policía comunitaria. A muchos políticos les da miedo tomar una posición. Pero la política de no condenar ni condonar es insostenible. Si las autodefensas siguen siendo ilegales pero se toleran, podrían seguir creciendo.

Algunos de los líderes de las autodefensas podrían entrar a la política. Beltrán, “Papá Pitufo”, dice no estar interesado en un cargo público e insiste en que solo quiere volver a su rancho. Pero circulan rumores de que varios partidos políticos cortejan a los comandantes de las autodefensas. Eso presenta el problema potencial de grupos armados apoyando a un candidato.

Una de las cuestiones más grandes que enfrentan las autodefensas es cómo gestionar el poder. En Antúnez, veo a dos residentes que han venido a ver al líder de la autodefensa para resolver una vieja disputa por un accidente automovilístico. Cuando el accidente sucedió, la controversia la dirimió el jefe de los Caballeros Templarios, que había ordenado al conductor pagar una indemnización al herido. Ahora, frente al autodefensa, el conductor se queja de que está sin trabajo y no puede seguir pagando la compensación. El líder escucha y suspira. Dice que los Caballeros Templarios no volverán. Y concluye que el conductor debe seguir pagando la compensación. Mientras tanto, saca la cartera y da al herido un par de billetes de doscientos pesos para que vaya tirando.

El colapso de los Caballeros Templarios ha dejado un vacío de poder en localidades como Antúnez. Los residentes recurren a las autodefensas para rellenar ese vacío. Por ahora, solo podemos esperar que las autodefensas sean más flexibles y menos rapaces que los Caballeros Templarios a quienes derribaron. ~

 

 

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Traducción de Daniel Gascón.

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(Brighton, Reino Unido) es periodista, escritor y productor de televisión. Su primer libro es El narco. En el corazón de la insurgencia criminal mexicana (Urano, 2012).


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