Precursoras de la democracia en México

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UN HOMBRE ASUSTADO

     El epígrafe de este ensayo es parte de un texto fundamental en la historia de las ideas en México.2 Su autor, además de ser un sociólogo distinguido, fue, junto con Pastor Rouaix y el general Francisco J. Múgica, uno de los arquitectos principales de la reforma agraria que emergió de la Revolución Mexicana.

El análisis del papel de la mujer en la sociedad que aparece en Los grandes problemas nacionales se apega a la visión aristotélica que considera a la mujer como un ser de categoría inferior al hombre por sus deficiencias de orden físico, moral e intelectual. Al coincidir con esa creencia, Molina Enríquez refuerza el punto de vista más convencional que se tenía acerca del lugar de la mujer en el México del siglo XIX: la mujer es sólo un apéndice del hombre y sus cualidades más valiosas son la docilidad y el recato.
     Aunque la perturbación que la emancipación femenina le produce a Molina Enríquez puede atribuirse a los prejuicios comunes de la época y a la inseguridad propia de su sexo, su agitación es tan vívida y palpable que uno se pregunta si fue provocada por transgresores específicos. Al tratar de averiguar quiénes alborotaron tanto a un hombre tan recio como Don Andrés, encontré a varios sospechosos, a los que a continuación me refiero.

     UNA HADA MISTERIOSA DEL PROGRESO

     El primer sospechoso es el grupo feminista del Porfiriato mejor recordado. Este grupo se reunió, a partir de 1887, alrededor de Laureana Wright de Kleinhans para publicar el semanario Las Violetas del Anáhuac. La señora Wright, hija de un empresario minero estadounidense radicado en Taxco, fue una poetisa, escritora y violinista que pertenecía a los círculos sociales cercanos a la esposa de Don Porfirio.
     La característica sobresaliente de Las Violetas del Anáhuac está anunciada con orgullo en su encabezado: es un periódico literario redactado sólo por señoras.3 Además de acoger contribuciones literarias, publica reseñas de espectáculos y de reuniones frecuentadas por miembros de las altas esferas sociales, así como artículos que advertían a las incautas de los peligros del pecado. El contenido artístico, con excepción de los finos retratos litográficos que Iriarte preparó para las portadas, es totalmente olvidable. A pesar del gran desperdicio de palabras, Las Violetas del Anáhuac es una publicación extraordinaria. Las revistas mexicanas para mujeres que la precedieron se reducían casi exclusivamente a ser manuales, basados en modelos europeos, que contenían instrucciones para que señoras y señoritas desempeñaran exitosamente el papel de “ángel del hogar”. Las Violetas tenía una misión diferente: afirma que la inteligencia del hombre y de la mujer son iguales, y que las deficiencias femeninas se deben únicamente a la falta de acceso a la educación.
     Las Violetas defiende esta posición recopilando biografías y noticias que muestran que las mujeres son capaces de logros extraordinarios. Además reseña con entusiasmo la inauguración de las instituciones de enseñanza femenina que se construyeron con el patrocinio de Doña Carmen Romero Rubio, la joven esposa de Don Porfirio. Las biografías son muy desiguales; los logros que describen van desde lo más ordinario hasta lo excepcional.4 La biografía más interesante es probablemente la de Sor Juana Inés de la Cruz, ya que revela las raíces ideológicas de Las Violetas.
     Esta biografía incluye el relato de una velada en homenaje a Sor Juana que José María Vigil organizó el 12 de noviembre de 1874 en el “Liceo Hidalgo”, sociedad literaria que reunía a casi todos los intelectuales de nota en México.5 Vigil hizo una revaloración literaria de Sor Juana, quien en esa época, como dijo Laureana, era considerada por muchos como “una vulgaridad mística o cuando mucho como una mediana poetisa”. En esa velada, Vigil también afirmó, basado en los logros de Sor Juana, las ideas de la Ilustración que sostienen que el hombre y la mujer son iguales intelectual y moralmente. Al usar hazañas femeninas como prueba de la capacidad de la mujer, Vigil cita al Padre Feijoo,6 quien en su Teatro Crítico Universal compiló un catálogo de mujeres extraordinarias, incluyendo a Sor Juana, para mostrar la igualdad femenina. Además, Vigil elogió lo que treinta y tres años más tarde Molina Enríquez llamaría el “absurdo feminismo americano”. Dijo Vigil: “Sor Juana, no sólo fue superior a la época en que vivió, sino que hoy mismo, a pesar de los grandes progresos realizados, no habría podido encontrar un medio social a propósito para sus aspiraciones, sino en un pueblo como los Estados Unidos de América.” Vigil no se limitó a hablar de la igualdad de las mujeres, también incluyó a Laureana como una de las ponentes de la velada.
     Hay más pruebas de conexión ideológica entre Vigil y Las Violetas. El periódico publicó una serie de artículos en defensa del espiritualismo, doctrina que Vigil había introducido en México en oposición al positivismo, que fue la ideología favorita de las elites porfirianas. La introducción del espiritualismo despertó tanta animosidad en Gabino Barreda y sus positivistas que Vigil tuvo que renunciar a su cátedra de filosofía en la Preparatoria Nacional. La afiliación espiritualista de Vigil puede hoy parecer extraña, pero en el siglo XIX abundaron las ideologías que intentaban conciliar las convicciones religiosas con las nuevas realidades científicas y sociales del momento. Lo indudable es que Vigil fue uno de los hombres del siglo XIX que más hicieron por poner a México al día. Además de organizar la Biblioteca Nacional, fue historiador distinguido, pionero en el rescate de la poesía indígena, periodista, revalorizador de la literatura nacional y promotor de la igualdad femenina.
     La red formada por Vigil, Laureana y sus Violetas fue extensa y poderosa. Uno de sus miembros sobresalientes fue Doña Carmen Romero Rubio de Díaz. La cercanía entre Vigil y la Señora Díaz se manifestó claramente al organizarse la representación femenina de México para la Exposición de Chicago de 1893. La Señora Díaz encargó a Vigil que preparara la antología poetisas de México, para demostrar el desarrollo intelectual de la mujer mexicana. En el prólogo, Vigil reitera sus convicciones feijooístas, alaba la campaña de educación femenina y dice que “en este punto todavía hay que luchar con preocupaciones tradicionales, de que suelen no estar exentas personas ilustradas, a quienes parece una profanación que la mujer traspase los límites del hogar doméstico, y comparta con el hombre el cultivo de la inteligencia. Creen que la debilidad del sexo no soporta la carga de una instrucción sólida […] que sólo servirá para fomentar vanidades insufribles, en que zozobrarán las […] modestas virtudes que forman el mayor encanto de la esposa y de la madre”.
     Las ideas de Feijoo, que Vigil venía diseminando desde 1874, tuvieron una manifestación concreta: la creación de planteles para educar a la mujer patrocinados por la Señora Díaz. Tanto el entusiasmo que esta campaña despertó en Las Violetas como la contribución de la Primera Dama a la condición de la mujer están magníficamente condensados en la noticia de la inauguración de la Escuela Nacional Secundaria para Niñas que presidió la Señora Díaz. El reportaje en Las Violetas afirma que Doña Carmen es una “hada misteriosa del progreso que quiere dar a la mujer de nuestro país una educación igual a la del hombre”.

     CAMINO DEL SUFRAGISMO

Otra parienta de Don Porfirio, Rafaela Varela, comadre del presidente y viuda de su hermano Félix, también estuvo involucrada prominentemente en una empresa feminista. En 1899, Joaquín Payno, diputado por el Estado de Puebla, reclutó a Rafaela, que era su madrina, para participar en una campaña para insertar a la mujer en el proceso electoral. La prueba de esta empresa está en una colección de documentos, encuadernados en un volumen en folio, que encontré en una casa de remates en Austin, Tejas. A primera vista los documentos no parecen extraordinarios, recogen firmas en apoyo de la candidatura de Don Porfirio para las elecciones de 1900,7 pero tienen varios aspectos excepcionales. Primero, todas las firmas son de mujeres. Segundo, las firmas no fueron recogidas en un solo poblado o un determinado club reeleccionista, sino en muchas localidades de varios estados. Tercero, en el texto principal de las peticiones se le pide a Don Porfirio ser el emancipador político de la mujer mexicana. El texto empieza con los elogios y comentarios obsequiosos de rigor, pero luego, cautelosamente, muestra su propósito afirmando que:

Hasta ahora la mujer se ha tenido como un ser secundario a quien se supone que nada afectan ni importan los acontecimientos públicos del país en que vive […] La mujer participa de las penas de la sociedad, justo muy justo es, que tome la parte que debe, en buscar el bien de la sociedad en que vive para atraer para ella días de feliz tranquilidad y de apreciable grandeza […] Sabemos […] que la Ley civil priva a la mujer de tomar parte en los comicios electorales; por desgracia esto es un hecho hasta hoy sancionado, el cual, la mujer lamenta en su corazón.

Después, el mismo documento pone de relieve que la dimensión histórica que ha alcanzado Don Porfirio se debe a que logró la paz interna del país, e intenta asociarlo con una nueva tarea:

Señor General, en esos pechos de las mexicanas […] permanecerá su nombre, que simboliza la paz en el hogar y la emancipación de la mujer […] la mujer mexicana completará con sus esfuerzos el camino que usted se ha trazado para llegar a la región de los inmortales. [Cursivas mías]

Varios misterios rodean estas empresas feministas: ¿Por qué dejaron tan pocos rastros? ¿Qué respuestas provocaron? ¿Qué pensaba Don Porfirio de las actividades de sus parientas? La única reacción que conozco al proyecto de Joaquín Payno y su madrina, la Señora Varela, apareció en el periódico El Sur de Sinaloa: lo califica como “repugnante”. Por lo que toca a Don Porfirio, no sabemos si tomaba en serio a sus parientas o si simplemente creyó que estaban ocupadas con distracciones inofensivas apropiadas para la mujer.

FEMINISMO ORNAMENTAL
     Y FEMINISMO REVOLUCIONARIO

     Andrés Molina Enríquez no estaba equivocado: el espectro del feminismo recorría México, y se manifestaba en muchas formas. Los sospechosos más visibles de promover el “absurdo feminismo americano” se reunieron alrededor de dos parientas de Don Porfirio. Por un lado estaban las feijooístas de José María Vigil, Laureana y sus Violetas, y Doña Carmen Romero Rubio de Díaz, y por otro lado las sufragistas de Doña Rafaela Varela y Joaquín Payno.
     El tono obsequioso y la fascinación por los rituales de la alta sociedad de muchos de los artículos de Las Violetas del Anáhuac puede despertar la sospecha de que sus autoras eran sólo un grupo de “cultas damas” interesadas en mostrar que en México se estaba al corriente de las modas intelectuales internacionales. Sin embargo, la persistencia y determinación con las que propagaron las ideas feministas por varias décadas indican que no se trató de una fascinación pasajera.
     Independientemente de las reservas que puedan despertar las costumbres de estas mujeres, su mérito es innegable, pues corrigieron el retraso de más de un siglo al promover en México, aunque en forma sui generis, las ideas acerca de la mujer del Padre Feijoo. Corregir el retraso era indispensable, particularmente en un mundo donde intelectuales tan sobresalientes como Molina Enríquez consideraban que la educación femenina sólo servía para fomentar vicios y vanidades insufribles.
     El juicio de que Doña Carmen Romero Rubio de Díaz fue una gran impulsora de la educación femenina debe mirarse con cierta reserva. Está basado en indicios incompletos, pues proviene, casi exclusivamente, de fuentes cercanas al régimen. Una de las grandes especialidades del Porfiriato fue el cultivo de las relaciones públicas; su éxito fue tan grande que muchos estaban convencidos de que el país había alcanzado la estabilidad y la modernidad, cuando se estaba al borde de un gran estallido revolucionario.
     Las mujeres de las altas esferas no fueron las únicas que estuvieron políticamente activas.8 Al acercarse el fin del Porfiriato, la participación femenina en las actividades políticas creció en paralelo con la proliferación de los movimientos radicales y antirreeleccionistas. El etnólogo Frederick Starr relata un episodio que ilustra vívidamente la militancia femenina en el movimiento antirreeleccionista.9 En los días previos al Centenario de la Independencia, hubo numerosos festejos para recibir los regalos enviados por las grandes potencias. La presencia de dignatarios y corresponsales extranjeros fue aprovechada por varios grupos antirreeleccionistas para organizar protestas. Cuando se dedicó la estatua de Jorge Washington, enviada por el gobierno de Estados Unidos, varios grupos, llevando flores y pendones, se reunieron en el Paseo de la Reforma, cerca del monumento a Cristóbal Colón. Cuando cantaban el Himno Nacional, la policía montada se lanzó a la carga con los sables desenvainados golpeando a los manifestantes y destruyendo pendones y ramos de flores. Uno de los grupos, “Las hijas de Cuahutémoc”, se identificaba en su pendón, de seda roja, como organización puramente femenina. Después de la golpiza, muchos de los manifestantes, incluyendo a la lideresa de las Hijas de Cuauhtémoc, fueron arrestados y detenidos en la Cárcel de Belén.
     Además de gran arrojo, Dolores Jiménez y Muro, la fundadora del Club Femenil Antirreeleccionista Hijas de Cuauhtémoc (éste era el nombre completo de la agrupación), tuvo una trayectoria intelectual destacada. Escribió en varias publicaciones, incluyendo el Diario del Hogar; participó en la elaboración del Plan de Tacubaya, y redactó el prólogo del Plan de Ayala. Las Hijas de Cuauhtémoc no fue el único grupo de mujeres activas en las luchas laborales y antirreeleccionistas; lamentablemente no hay estudios que esclarezcan hasta qué punto los proyectos de estas mujeres también incluyeron metas puramente feministas.
     A pesar del papel tan importante que las mujeres tuvieron en la Revolución, pasó mucho tiempo antes de que los revolucionarios mexicanos abandonaran los sentimientos expresados por Molina Enríquez. No importó que, después de la caída de Don Porfirio, hubiera muchos grupos feministas con programas bien definidos. ¿A qué se debió el retraso? ¿A temores políticos debidos a la simpatía de las mujeres por los partidos de afiliación religiosa o a idiosincrasias personales? En febrero de 1937, en una entrevista con Joseph Freeman, reportero de la revista New Masses de Nueva York, el presidente Cárdenas dijo: “Intentamos dar a las mujeres de México todas las oportunidades de participar en la vida social en circunstancias iguales a las de los hombres. Después, poco a poquito, se les dará la oportunidad de entrar en la vida política […] Los hombres han tomado parte en la vida económica, política y social por muchos años; las mujeres no. Por ello la mujer mexicana es más supersticiosa y fanática que el hombre […]”
     El presidente Cárdenas envió en 1937 un proyecto de Reforma Constitucional al Congreso en la que se otorgaba el voto a la mujer, el cual fue aprobado por ambas cámaras. Esta aprobación no bastó para que la propuesta presidencial se convirtiera en ley. Las mujeres mexicanas no recibieron el derecho al voto hasta 1953: probablemente porque había que proceder “poco a poquito”.10

 

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