Octavio Paz-José Revueltas: convergencia de dos disidentes

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La última vez que hablamos largamente con Octavio Paz, nos hallábamos mi esposa Hilda y yo con él en la casa de Francisco Sosa, que fue su final residencia, y es sede hoy día de la Fundación que lleva el nombre del poeta. Era la segunda quincena de noviembre de 1997.
Nos quedamos con él a solas. Acababa de irse de la pequeña reunión otro amigo que lo había dejado con el tema de la política mexicana en la boca, y a él retornó Octavio sin vacilar, con la extraordinaria lucidez de todos los meses y días anteriores, de la que hacía alarde en extensas conversaciones telefónicas, furioso con su enfermedad, pero con ánimo de abordar cualquier asunto de su interés.
     Volví a verlo y a charlar con él muy brevemente en tres o cuatro ocasiones. La última de ellas, el día en que se decidió otorgar el Premio Octavio Paz de Poesía al chileno Gonzalo Rojas, en la segunda quincena de marzo de 1998, cuando su salud empezó gravemente a decaer y sus más cercanos amigos procuraban importunarlo menos frecuentemente.
     Pero ese día de noviembre estuvimos 40 o 50 minutos en la casa. Continuó hablando sobre la compleja política mexicana, sobre la situación económica del país y sobre los deplorables incidentes jurídicos y criminales que habían llevado a la quiebra de la “familia revolucionaria” en el poder, al margen de los proyectos razonables y defendibles que en distintos aspectos legales y sociales había trazado la administración presidencial pasada.
     No me propongo hacer de memoria desleal (ni viene al caso) el recuento de la conversación entera, pero sí anotar lo que casi al despedirnos dijo, como un colofón de sus ensayos sobre la política y la historia mexicanas, risueñamente y con aire un poco melancólico: “Yo fui crítico severo de la Revolución Mexicana, pero llegué a creer que tenía futuro. ¡Una tontería!”, y se rió.
     Esa última conversación, y esa depresión de ver al poeta, al amigo y al maestro al borde previsible de la muerte, me retrotrajo al recuerdo de todos los compromisos de redacción incumplidos por mi parte en relación con esos temas, esas ideas y esa lucha de Octavio Paz y de otros escritores y pensadores. Después de tantos años de hablar y de discutir con él los grandes dramas morales no sólo de México, sino muy especialmente de las atroces tropelías ideológicas, genocidas, autoritarias, consumadas a lo largo del siglo XX por dictaduras marxistas-leninistas de Oriente, de Occidente y de América Latina, muy poco hemos hecho los de mi generación (y en particular los que teníamos la específica experiencia y la formación política necesaria) por defender en nuestro país las ideas y las causas políticas por las que Paz y muchos otros escritores del mundo se jugaron la vida y padecieron la animadversión de los ciegos de siempre, de los ignorantes y de los arbitrarios de costumbre, aparte del rencor de los escaladores y los acomodaticios de todos los regímenes.
     Algo hemos publicado y dicho algunos de mi edad y otros más jóvenes sobre el tema (en las propias revistas Plural y Vuelta, que el poeta dirigió y fundó, y en muchas otras publicaciones, libros, conferencias y coloquios), pero jamás logramos en nuestro país, ni en otros de América Latina, la repercusión ni la aceptación que en grandes sectores universitarios, políticos y aun intelectuales consiguieron con su antigua letanía progresista-marxista-antiimperialista los enemigos rabiosos de las ideas de Octavio Paz, así reconocieran todos, como lo siguen haciendo después de su muerte, su genio excepcional de poeta y de ensayista.
     ¿Por qué?, me preguntaba yo en algún reciente homenaje sobre la obra de Paz que se realizara en la Universidad de Guanajuato. ¿Por qué contra nuestro mayor poeta e intelectual en el siglo XX, contra el más brillante innovador de nuestros escritores y pensadores, tales explosiones del más largo encono irracional que hayamos conocido en nuestras tierras, tal odio enfermo y tales afanes de linchamiento público contra un hombre de intachables convicciones personales, de valor civil ejemplar, de moral firme y de inteligencia en tal medida iluminadora para sus mismos enemigos? Ya ocurrió en Grecia —lo decía con agudeza hace unos años un inteligente crítico peruano, que no era personalmente muy cercano a Octavio—, con el padre de la filosofía ateniense y universal.
     Efectivamente, ningún escritor mexicano (o extranjero que viviera en el país), coludido abiertamente con regímenes reaccionarios, usurpadores o dictatoriales de la historia, así se llamara él José Zorrilla, Federico Gamboa, Salvador Díaz Mirón, Victoriano Salado Álvarez o José Juan Tablada (sólo por dar algunos nombres de personajes conspicuos y respetables), fue víctima constante, y durante varias décadas, de semejante furia huracanada, republicana, populista, ignara y descabellada, como lo fue Octavio Paz en la segunda mitad del siglo.
     ¿Por qué? Vuelvo a preguntarlo para intentar una vez más decir en pocas palabras lo que ya hemos dicho en muchas: porque puso el dedo en la llaga moral de nuestro país y del mundo, como ya lo habían hecho antes algunos de sus predecesores en otros países donde también fueron maldecidos, perseguidos, llevados a la miseria física, al exilio y muchas veces a la muerte: Gide, Breton, Isaac Babel, Boris Pilniak, Trotski, etc., etc., etc. Como después lo fueron y lo siguen siendo muchos otros pensadores, artistas y escritores.
     Lo anterior me conduce a otras memorias, constreñidas por la extensión de este simple artículo, y que se refieren a José Revueltas, el narrador más dotado, el revolucionario de mayor arrojo y, junto a la de Octavio Paz, la inteligencia más visible entre los escritores que nacieron en ese año de 1914.
     Soy curiosamente, en mi generación y en cualquier otra, creo yo, el único escritor que compartió convicciones, batallas trágicas, también diferencias políticas, relación personal y en menor grado, aunque los hubo (eso es curioso), intereses literarios con esos dos personajes, Paz y Revueltas, y durante mucho tiempo: casi dos décadas con Revueltas, casi tres con Octavio. Ambos fueron mis maestros en el campo de la crítica, las singularidades ideológicas y el conocimiento de las utopías marxistas-leninistas, en distintos periodos de mi vida.
     El otro disidente mexicano del género mayor, no de signo tan contrario, sino de vida y trayectoria diferente, es precisamente José Revueltas, asimismo autor de una obra literaria y política vastísima, que se caracteriza por las irregularidades tanto de los libros extensos como de los ensayos, los artículos, las notículas y aun los mensajes que son propios del activista integral, del militante comunista de 24 horas al día, como lo eran los legendarios fundadores de la estirpe. Aparte de todo eso, Revueltas vivió inmerso en etapas de violencia represiva, y de heroísmo personal, que lo convirtieron, entre los años de sus reclusiones en las Islas Marías y su último encarcelamiento en Lecumberri (1969-1971), en el campeón mexicano de los pesos completos en materia de prisiones padecidas por razones de conciencia y actividad subversiva.

Revueltas murió en 1976, 22 años antes que Octavio Paz, y en 1979, cuando publicábamos el primer número del suplemento La Letra y la Imagen, Octavio me autorizó la publicación de un viejo artículo suyo, aparecido en 1943 en la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, sobre, a favor y contra la novela El luto humano, de José Revueltas, sobre la que ya apuntaba: “Algún crítico marxista lo ha acusado de pesimismo…” “Seguramente Revueltas no ha escrito una novela, pero en cambio ha hecho luz dentro de sí… De su obra no quedará sino el aliento, ¿no es eso suficiente para un joven que apenas se inicia y nos inicia en la misión de crearnos un mundo imaginativo, extraño y turbadoramente personal?”
     El crítico y el autor cumplían 27 años de edad. Por eso en su “Complemento” redactado para esa publicación en 1979, Paz declaraba: “Es la crítica de un principiante a otro principiante, además, es demasiado tajante y categórica”. Al término de su artículo y tras de hacer un análisis de la pasión marxista, atea, pero metafísica, mesiánica y cristiana de Revueltas, Paz afirmaba: “Revueltas, en nombre de la filosofía marxista, emprendió un examen de conciencia que San Agustín y Pascal habrían apreciado y que me impresiona doblemente por la honradez escrupulosa con que lo llevó a cabo y por la profundidad y sutileza de sus análisis”. Y para cerrar el artículo decía: “Vasconcelos terminó abrazado al clericalismo católico; Revueltas rompió con el clericalismo marxista. ¿Quién fue de los dos el verdadero cristiano?”
     Revueltas fue en algún momento un personaje y un escritor casi tan odiado como Octavio Paz (aunque nunca alcanzó su celebridad mundial, como sabemos), particularmente por los círculos de la izquierda democrático-burguesa (que practicaba el “demo-marxismo”, decía Revueltas), por la izquierda militante y por los partidos marxistas-leninistas en ejercicio durante el periodo 1957-1963. Tuve el honor de ser expulsado junto a él del PCM, del POCM y de la Liga Espartaco, que habíamos fundado y dirigíamos. También gocé de la parte alícuota de ese odio —vicios de la terminología marxista de El capital—, que modestamente me correspondía por ser su amigo, su defensor y su partidario. También he gozado de esa cuota honrosa de rencor por parte de los que delatan en su piel las marcas de la viruela negra del sectarismo, esos cacarizos del estalinismo, por mi cercanía y mi defensa de las ideas y las posturas de Octavio Paz, que no son nuestras, sino de la humanidad, creo yo.
     Los trotskistas mexicanos, y otros del mundo, era natural, se acercaron a Revueltas desde nuestra expulsión del PCM en 1960, como se acercaron a Paz, aunque arrastraban vicios sectarios estalinianos y leninianos de víctimas del PCUS. Hay una carta redactada en abril de 1969 por Revueltas, y firmada en la cárcel preventiva de Lecumberri, que dirigía al “III Congreso (después de la reunificación), de la IV Internacional”. Interesa señalar el siguiente párrafo:
      
El marxismo revolucionario está compareciendo —y comparecerá en el más inmediato futuro— ante un contexto de cada vez más profundas y generalizadas convulsiones revolucionarias. La ley de tendencia de estas convulsiones implica, en primerísimo lugar, la subversión de la conciencia socialista en el estado actual en que se encuentra, mediatizada y deformada por los partidos comunistas en la mayor parte de los países del mundo. (México 68. Juventud y Revolución, ERA, 1978, p. 206).
      
Los dos disidentes mayores de la generación mexicana de 1914 convergen aquí, en estas ideas clarísimas y esos años. Lo que Revueltas anuncia, aparte de algunos párrafos consoladores para sus amigos de la III Internacional, es lo que ya hemos visto de 1989 a la fecha: el cisma catastrófico de la utopía científica, que los fideístas del pasado se empeñan en defender con otra utopía: “el socialismo real no era ése”. Ojalá llegue el tiempo del real.
     En una de sus últimas cartas en Lecumberri, donde lo visité en varias ocasiones (es de mayo de 1971, y está dirigida a su hija Andrea), escribe Revueltas: “El domingo pasado vino a verme Octavio Paz. Como siempre magnífico, limpio, honrado, este gran Octavio a quien tenía más o menos ocho años de no ver, o algo así… Nuestro tema fue, por supuesto, Heberto Padilla”. (Las evocaciones requeridas, ERA, 1987, p. 218). Claro está: la disidencia es Cuba, las represiones castristas que empezaban entonces y continúan. Un funcionario cubano acaba de declarar en México que la palabra “disidencia” es una simple invención, literatura y demagogia pura para denominar a los enemigos del régimen cubano. Es posible que la palabra sea una invención, pero los disidentes cubanos perseguidos, reprimidos, torturados, injustamente encarcelados, y a veces fusilados, son reales, no son materia de retórica alguna.
     Si Revueltas hubiera llegado en vida al final de la década de los ochenta, habría estado orgullosamente sentado junto a Octavio Paz en esas mesas de la reunión convocada bajo el rubro “La experiencia de la libertad”, que también resultó abominable para la izquierda utópica y científica, renqueante y militante, pero cuyos materiales se encuentran felizmente editados y videograbados, aunque continúan sin ser leídos ni entendidos, como las extensas, apasionadas y brillantes obras de Revueltas y de Paz, sobre asuntos políticos e ideológicos, por nuestra recalcitrante y prehistórica izquierda mexicana que no se ha enterado, por cierto, de que hoy representa en nuestro país y en el mundo la vanguardia de la derecha extrema. –

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