Ilustración: Martín Elfman

Latinismos inesperados

La locución “a huevo” se usa en numerosos países hispanohablantes, con distintos sentidos. Su raíz latina alude a las obras, no a los huevos. Su historia llega hasta el Cantar del Cid.
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La locución a huevo parece mexicanismo, pero se usa en otros países de habla española, aunque no siempre con el mismo significado, como puede verse en asihablamos.com, una base de datos con aportaciones espontáneas. En Chile, Colombia y Ecuador, a huevo es lo barato, como si fuera “al precio de un huevo”. En España significa “fácilmente”; en Costa Rica y Uruguay, por el contrario, “con mucho sacrificio”. En Costa Rica (también), El Salvador, Honduras, México y Nicaragua, a huevo es “a fuerza”, “necesariamente” o “claro que sí”.

 

La diversidad de usos se confirma en otros diccionarios: Academia (drae), Seco y el Diccionario fraseológico del español moderno de Fernando Varela y Hugo Kubarth (Madrid: Gredos, 1994). El drae da como acepciones generales: 1. Dicho de vender o de costar: Muy barato. 2. Coloquial: a tiro (al alcance de los deseos o intentos). Y como coloquial en México y Nicaragua: por fuerza (necesariamente).

José Molina Ayala me hace ver que a huevo no viene del latín ovum “huevo”, sino de opus “obra, menester”. El diccionario de Vicente Salvá (París, 1846) registró uebos, haber uebos y ser uebos como anticuados, con el significado de “Menester, necesidad” (Nuevo Tesoro Lexicográfico de la Lengua Española). También lo registra como huebos. De 1899 a 1992, la Academia registró huebos, pero en 1992 incluyó además uebos como forma preferible, y en lo sucesivo eliminó huebos. El drae 2014 define uebos como “Necesidad, cosa necesaria. Uebos me es. Uebos nos es. Uebos de lidiar”.

El Nuevo diccionario latino-español etimológico de Raimundo de Miguel (Madrid: Visor, 2003) dice que opus derivó del griego epo “obrar”; que Cicerón lo usa como “obra, trabajo, artificio, industria” y Julio César como “obra de fortificación”. Y registra la locución opus est con el significado de “es necesario”.

En el Cantar del Cid (edición de Ramón Menéndez Pidal, con prosificación moderna de Alfonso Reyes), en la parte inicial, donde el Cid, preparándose para el destierro, convoca a sus vasallos para que lo sigan, aunque no tiene dinero, aparecen estos versos:

83 huebos me serié pora toda mi compaña

menester me sería [el oro y la plata] para todos

/ los que me sigan

123 Nos huebos avemos en todo de ganar algo

Nosotros a huevo tenemos en todo que ganar algo

/ [dicen los prestamistas]

138 huebos avemos que nos dedes los marcos

necesitamos que nos deis los [600] marcos

Dicho sea de paso: la terminación en os puede hacer creer que uebos es un sustantivo masculino plural. Hasta el drae ha caído en este error, marcándolo m. pl. en algunas ediciones. Pero es un adverbio: no tiene género ni número.

En su sabroso discurso de ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua (De tomates, cacahuates y otros disparates, 1995) Salvador Díaz Cíntora da una explicación convincente de cómo uebos perdió la s, tomó la a y se transformó en a huevo.

Ya en la época del Cantar, algunos adverbios habían empezado a tomar dicha a protética, como adelante, en vez de delante […] Por lo que hace a la pérdida de la s final, tenemos un desorden absoluto en el primitivo castellano; sucede que, mientras adverbios que no la tenían, la toman, como ante, apena, estonce, mientra, otros, como fueras, la pierden […] De hecho, en el adverbio fueras hallamos precisamente los dos fenómenos: prótesis de a y apócope de s para llegar a la forma común afuera, justo como en huebos para llegar a decirse a huevo.

O sea que a huevo es un latinismo, cuyo significado en México corresponde exactamente a la locución latina opus est.

Hay una locución sinónima: a chaleco, que, al parecer, no se usa fuera de México, Guatemala y El Salvador. Según el Índice de mexicanismos de la Academia Mexicana, todos los informantes la conocen y está registrada en doce diccionarios y listas de mexicanismos. Existe una versión burlesca en latín macarrónico: ad chalecum. Pero chaleco nada tiene que ver con el latín. Entró al español en 1605 como jileco, según Corominas, procedente del árabe de Argel (jalika), y a su vez del turco (jelek). En la primera parte del Quijote, capítulo xli (donde prosigue la historia del cautivo), Cervantes (que fue cautivo en Argel) escribe:

“Acordamos que el renegado se desnudase las ropas del turco y se vistiese un jileco o casaca de cautivo, que uno de nosotros le dio…” Es decir: lo disfrazaron de cristiano para salvarlo, porque había huido con ellos y se acercaban al frente cristiano. Otras versiones usan gileco o el diminutivo gilecuelo.

El drae 1884 registra jaleco “(Del turco yelec). Jubón de paño, de algún color, cuyas mangas no llegaban más que a los codos, puesto sobre la camisa, escotado, abierto por delante y ojales y ojetes. Era prenda del traje servil entre los turcos; pero los turcos argelinos, hombres y mujeres, lo usaban en tiempo de frío debajo del sayo; y siempre lo vestían allí los cristianos cautivos”. También registra jileco, pero remite a jaleco.

El Léxico del lenguaje figurado en cuatro idiomas de Yvonne P. de Dony (Buenos Aires: Desclée, 1951) registra “¡Es un loco de chaleco!”, “loco de atar” y “chaleco de fuerza”. Y relaciona estos dichos con camisole de force en francés y strait-waistcoat en inglés. Según el Webster, strait-waistcoat es la forma británica de straitjacket. Actualmente, los chalecos (de vestir, acolchonados, reflejantes, antibalas, salvavidas) no tienen mangas. El jaleco era de mangas cortas. La camisa de fuerza (llamada en Argentina chaleco de fuerza según Yahoo Respuestas) tiene mangas muy largas que permiten inmovilizar a un enfermo violento.

Se puede especular que la locución latina a fortiori y la castellana a huevo indujeron la conexión entre la casaca de cautivo y el chaleco de fuerza para acuñar la locución a chaleco. Pero habría que investigar cómo, cuándo y dónde.

En Monterrey y otras ciudades de México se llama huercos a los niños. Es un latinismo, como descubrí con sorpresa en mis tiempos de estudiante leyendo la Tragicomedia de Calisto y Melibea anotada por Julio Cejador y Frauca en la colección de Clásicos Castellanos. La Celestina le dice huerco a un criado, y una nota al pie lo explica: Del latín orcus, infierno, y por extensión diablo (cito de memoria).

El Dictionnaire étymologique de la langue latine de Ernout y Meillet dice que Orcus era el nombre de una divinidad infernal, y el de los infiernos y la muerte.

El Tesoro de Covarrubias dice que huerco viene de orcus y que “Desto tuvo origen llamar huerco las andas en que llevan a enterrar los muertos, en la lengua castellana antigua”. Cita el refrán “La casa hecha y el huerco a la puerta”. Lo explica por los que logran algo con mucho esfuerzo y no lo pueden gozar, pero también porque la casa nueva, cuando no ha secado bien, es insalubre y enferma.

El Lexicón del noreste de México de Ricardo Elizondo Elizondo (Fondo de Cultura Económica/itesm, 1996) recoge información publicada por Eugenio del Hoyo, autor de una documentada historia de Nuevo León, donde establece que había muchos judíos entre los primeros pobladores de Monterrey, aunque lo ocultaban por temor a la Inquisición. “Entre los cripto- judíos novohispánicos, la palabra güerco se empleó también con el sentido de ‘condenado’, el que no se salvará, el que irá al infierno.” Pero lo aplicaban a sus propios hijos pequeños, porque, por prudencia, no los iniciaban en el judaísmo hasta que fueran capaces de guardar el secreto. Antes de cumplir los 13 años, “eran güercos, condenados al infierno, por no ser aún judíos”.

De ahí quedó hasta hoy llamar huercos a los niños, que también puede interpretarse como “diablillos traviesos”. ~

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(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.


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