La desigualdad: ¿el precio de la eficiencia económica?

La desigualdad es uno de los grandes retos económicos y sociales de nuestra época. Para luchar contra ella, lo importante no es la cantidad de regulación, sino su calidad.
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Es difícil aportar algo al debate sobre la desigualdad. Despierta tanto interés (y con razón) que parece que está casi todo dicho. Sin embargo, en 2012 Jonathan Hopkin y Mark Blyth publicaron un excelente estudio sobre el tema que, por publicarse en una revista académica de estas que casi nadie lee, ha quedado totalmente marginado. Me dispongo a resumirlo aquí porque creo que aporta conclusiones interesantes.

En su estudio Hopkin y Blyth investigan la tesis de Arthur Okun desarrollada en 1975 en su libro Equality and Efficiency: The Big Trade Off, según la cual el precio que hay que pagar para conseguir una mayor eficiencia económica es una mayor desigualdad. El conocido como compromiso o sacrificio de Okun, aceptado todavía hoy por muchos economistas, dice lo siguiente: en las economías de mercado, toda intervención pública en la actividad económica crea distorsiones en la eficiente asignación de recursos. Por lo tanto, todas las sociedades tienen que enfrentarse a un dilema. Si quieren una economía altamente competitiva y eficiente, tienen que aceptar cierto grado de desigualdad. Si, en cambio, la prioridad es crear una sociedad igualitaria, el sacrificio es vivir en una economía menos eficiente.

Los países que se ponen como ejemplo para justificar esta tesis son Estados Unidos y Reino Unido. Ambos tienen una economía flexible y desregulada, por lo tanto altamente competitiva, tanto en el mercado de productos como en el laboral, pero también es bien sabido que son sociedades muy desiguales. Los últimos datos de la ocde de 2012-2013, según el coeficiente Gini, así lo demuestran. Entre los países desarrollados, Estados Unidos y Reino Unido son los más desiguales, aunque Reino Unido tiene con 0,35 (siendo 1 desigualdad completa) un coeficiente Gini menor que Estados Unidos, que llega al 0,40. Eso se debe a que su gasto social es mayor.

Muchos de los estudios sobre desigualdad muestran que una mayor redistribución de la renta y un mayor gasto social reducen las diferencias sociales. En esto hay cierto consenso, pero Hopkin y Blyth van más allá. En primer lugar, advierten de que el compromiso de Okun solo se da en los países desarrollados anglosajones. El resto de los países de la ocde o bien tienen una economía eficiente y poco desigual, como es el caso de los países escandinavos y del centro de Europa, o una economía altamente regulada y por lo tanto bastante ineficiente y desigual, que sería el caso de Turquía y México, pero también de los países europeos del sur. Es decir, hay países que viven en el mejor de los dos mundos, y hay otros que viven en el peor de los dos mundos.

¿Cómo se explica eso? Para obtener respuestas, Hopkin y Blyth analizan sobre todo la regulación en el mercado de productos (o sea, la libre competencia en la oferta de productos y servicios) y en el mercado laboral (sobre todo la facilidad del despido) y distinguen tres tipos de capitalismos. Por un lado están las economías de libre mercado como Estados Unidos y Reino Unido. Después están las economías liberales con mercado “incrustado”, como las escandinavas y del centro de Europa. Finalmente las economías que tienen mercado “incrustado” pero son iliberales, como México y las economías mediterráneas. Las primeras demuestran que una mayor desregulación puede llevar a una mayor eficiencia económica en términos de productividad y crecimiento. Las segundas demuestran que es posible tener mercados bastante desregulados para obtener cierta eficiencia, y a la vez tener poca desigualdad gracias a políticas sociales generosas. Finalmente, las últimas aclaran que mayor regulación no conlleva menor desigualdad.

Los datos de la ocde muestran cómo justamente las sociedades más desiguales, es decir, Turquía, México y los países mediterráneos, son las que más regulación tienen. Esto se nota sobre todo en el mercado de productos. Estos países tienen unas barreras de entrada muy altas. Es muy laborioso y costoso registrar una empresa y vender nuevos productos y servicios. Esta circunstancia protege a los agentes económicos que ya están bien posicionados en el mercado y a las élites rentistas y extractivas, y en general perpetúa la desigualdad. Para Hopkin y Blyth, en este apartado, la evidencia es bastante concluyente. El compromiso de Okun no se sostiene. Una mayor desregulación de los mercados de productos no tiene por qué necesariamente traer consigo una mayor desigualdad. Las economías del norte de Europa así lo atestiguan.

La evidencia no es tan clara en el mercado laboral. Una fuerte desregulación del mismo puede llevar a mayor eficiencia como demuestran Estados Unidos y Reino Unido, que tienen unas tasas de desempleo muy bajas. Lo mismo se puede decir de los países escandinavos, que también tienen poco paro y unos mercados laborales desregulados, algo que se olvida. El sistema escandinavo se basa en la flexiseguridad. El despido es barato, pero el subsidio de desempleo y las políticas activas de empleo son generosas. Sin embargo, mayor protección en el mercado laboral no implica necesariamente mayor desigualdad. Francia y Alemania tienen un mercado laboral más rígido que el de España pero su coeficiente Gini es menor.

Al final, la conclusión del trabajo de Hopkin y Blyth es que para luchar contra la desigualdad lo que importa no es la cantidad sino la calidad de la regulación. Muchos economistas, siguiendo la tesis de Okun, piensan que toda regulación es perjudicial para la libre competencia y por lo tanto hay que reducirla al máximo. Obvian los trabajos de historiadores económicos y economistas políticos como Karl Polanyi, que siempre han dicho que la regulación no distorsiona sino que crea el mercado, y por lo tanto cuanto más eficaz sea la regulación más eficaz será el mercado. Lógicamente, esto quiere decir que cada sociedad debe decidir qué tipo de modelo de capitalismo quiere desarrollar.

Los países anglosajones han optado por anteponer la eficiencia económica a la igualdad. No les ha ido mal, aunque el aumento en la desigualdad tiene también su precio. Incluso el Fondo Monetario Internacional reconoce que a partir de un límite la desigualdad frena el ascenso social y el crecimiento. La popularidad de Donald Trump es un primer aviso del descontento social en Estados Unidos. Los escandinavos, en cambio, compaginan la desregulación del mercado con unas políticas sociales generosas que conservan la igualdad y la cohesión social, aunque está por verse si sus poblaciones van a seguir pagando impuestos tan altos, especialmente si la población extranjera sigue en aumento. Francia y Alemania están en un término medio. Tienen un mercado más regulado y una desigualdad más baja que los anglosajones, pero más alta que los escandinavos. Eso sí, el gasto social en Francia es mayor que en Alemania, y la deuda pública también, de ahí las dudas sobre el modelo francés.

España, por su parte, está en evolución. Los datos de la ocde muestran que de 2003 a 2013 ha hecho grandes esfuerzos por desregular. Cada vez está más cerca de sus vecinos del norte. En una escala de 0-6 de rigidez, el mercado laboral ha pasado de 2,36 a 2,05, mientras que el danés está en 2,20 (como referencia ru: 1,10 y Alemania: 2,68). En la regulación de mercados de productos, España ha pasado de 1,79 a 1,44, mientras que Dinamarca está en 1,22 (ru: 1,08 y Alemania: 1,29). Aquí todavía hay cierto recorrido. Finalmente, el gasto social español asciende a un 27% del pib, mientras que el danés está en un 30% (ru: 22%, Alemania: 26%: Francia 32%). Los próximos años serán claves. O bien España sigue el modelo anglosajón, libera mucho más, gasta menos y tolera más desigualdad. O bien libera algo más y gasta más y mejor (pero para eso hay que recaudar más, como hacen los escandinavos). O bien sigue el modelo alemán: protege más a los trabajadores, gasta algo menos y mejor y libera bastante el mercado de productos. Las opciones están servidas, y lo bueno es que no necesariamente hay que aceptar el sacrificio de Okun. ~

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Es investigador principal para la economía europea del Real Instituto Elcano y autor de The Euro, the Dollar and the Global Financial Crisis (Routledge, 2014)


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