La casa de la escritura: Conversación con Enrique Vila-Matas

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“¿Sabes cómo volver a tu casa?”, me pregunta Enrique Vila-Matas luego de una conversación, a lo largo de una mañana de otoño, en su piso de Barcelona. Está claro que es una pregunta inequívocamente vilamatiana. Una de esas preguntas desconcertantes que en los libros o en las columnas de Vila-Matas este escritor contesta siempre con una desconcertante respuesta —casi siempre tímida y soberbiamente monosilábica— y por un segundo me tienta la idea de responderle “No”. Y a ver qué pasa. A ver qué se siente al convertirse en uno de sus personajes. Porque está claro que Vila-Matas es uno de esos raros y privilegiados escritores que, no conformes con ir construyendo una obra, a la vez perseguían la idea de un lector ideal para sus libros. Así, en los últimos dos o tres años, Vila-Matas ha pasado de ser un escritor de los escritores (un escritor cult y culto, leído y admirado por sus colegas) a consagrarse como una curiosa variedad de best-seller. Un escritor de escritores para esos lectores de escritores que él supo cultivar sin prisa ni pausa: alguien que en sus libros vuelve una y otra vez sobre la importancia del escritor como personaje y estilo de su propia obra sin salir nunca de esa casa para siempre que ha sido su obra desde el principio, desde la ubicación de sus cimientos, desde su primer trazado en el plano. Vila-Matas ha convertido literal y literariamente a los escritores (escritores verdaderos o falsos) en materia y material narrativo. Porque para él la escritura es El Tema. La escritura como estigma, como bendición, como patología, como cura milagrosa. La escritura como esa Roma a donde van a dar todos los caminos y, finalmente, todas las tramas propias y ajenas apenas escondidas bajo las máscaras étnicas de los itinerantes shandys, los renunciantes bartlebys o los sufridos montanos para los que la literatura lo es todo.
     Con los recuerdos inventados de su memoir mestiza e iniciática París no se acaba nunca —éxito de ventas y crítica luego de los premios recibidos por El viaje vertical (ganadora del Rómulo Gallegos 2001), Bartleby y compañía (Premio Ciudad de Barcelona, Prix Fernando Aguirre-Libràlire y Prix du Meilleur Livre Étranger) y El mal de Montano (Premio Herralde de Novela y Premio Nacional de la Crítica, Prix Médicis Étranger 2003, premio del Círculo de Críticos de Chile, y se quedó a un voto del Premio Nacional de Literatura)—, Vila-Matas cierra el círculo para que se abra todo un nuevo paisaje donde saluda un Vila-Matas joven, el Vila-Matas que fue, el Vila-Matas que sigue siendo, el Vila-Matas que escribe a Vila-Matas para que lo lean los cada vez más numerosos lectores de Vila-Matas. De todo esto habló Vila-Matas antes de preguntarme si sabía cómo volver a casa.

LA CARRERA. “Yo soy plenamente consciente de mi carrera de corredor de fondo, de haber ido no sólo construyéndome como escritor sino, también, de haber construido lentamente a mi lector ideal sin sacrificar la idea que yo tenía de lo que se supone es mi lector ideal. Lo supe y lo quise casi desde el principio, desde Historia abreviada de la literatura portátil. Ésa fue y ésa sigue siendo mi aventura. Una aventura que ha requerido de cierta constancia y paciencia; pero tampoco es que hubiera para mí otra opción. No creo que pudiera hacer o escribir algo diferente a lo que escribo o hago. Tengo que decir que el camino ha sido muy duro, porque el riesgo de fracasar es mucho más grande cuando se apuesta todo a un solo número. Esto no quiere decir que tenga una percepción heroica de mí mismo. Yo soy lo que hago y lo que escribo. Y supongo que mis lectores dirán y sentirán lo mismo.”

EL BIG BANG. “¿Cuándo supe que quería ser escritor, que no tenía otra posibilidad que ser escritor? Bueno, lo que te voy a contestar es algo muy bestia. Fui consciente de ello con Los cipreses creen en Dios, de José María Gironella. Ni siquiera fue el libro sino el serial de televisión. Fue en… no sé: yo tendría quince años entonces, y ya había escrito dos novelas policiacas que habían sido celebradas por mi familia. Una se llamaba Mis dos tíos, muy influenciada por la película El halcón maltés, y contaba la historia de un tío bueno y un tío malo. Y la otra… Bueno, en realidad había escrito nada más que una. Perdón: he querido aparentar que era más prolífico… Cuando vi Los cipreses creen en Dios en Televisión Española pedí que me compraran el libro, me lo compraron, lo leí, y de inmediato me puse a escribir una novela parecidísima a la de Gironella. Me acuerdo del nombre, pero me da vergüenza mencionarlo. El título tenía algo que ver con el Espíritu Santo. La tengo por aquí. La voy a buscar y te lo digo. Aquí está: La llamada de Dios. Y subtitulada: Novela río. La escribí durante un verano en la Costa Brava, huyendo un poco del tedio provocado por mis parientes y por esa imposición de tener que pasar en la playa largas horas, día tras día, durante todo agosto. No sabía qué hacer y me recuerdo casi fugitivo, sentado debajo de un pino, lejos de la familia y del lenguaje familiar, buscando un espacio solitario y escribiendo una novela río no frente al mar sino de espaldas al mar. Así, la necesidad de escribir surge de otra necesidad primera: la necesidad de quedarse solo.”

EL PERSONAJE. “Pero el libro que me marca a fondo y me cambia un poco la perspectiva de lo que, pensé entonces, yo podía llegar a hacer en literatura es La isla del tesoro. Tenía un niño de personaje y una determinada forma de mirar las cosas y recuerdo haber pensado: ‘A mí me gustaría hacer esto‘. Y Hemingway como primer gran escritor/personaje: alguien que viaja, que bebe, que tiene aventuras, que es muy mundano. Otro fue André Malraux, que fumaba mucho. Escritores aventureros, que habían estado en la guerra, vidas interesantes. Y Marcello Mastroianni en la película La noche: un personaje escritor que tiene que ir a la presentación de su libro en Milán y que se queja de tener que hacerlo. Yo lo veía, en el cine, tan bien vestido, guapo, y no podía sino preguntarme por qué le resultaba tan molesto ir a presentar su libro. A mí me parecía fascinante el haber escrito un libro y viajar a otra ciudad para hablar de ese libro. Y lo curioso es que hace un año yo fui a Milán a presentar la edición italiana de Bartleby y compañía y sentí y comprendí, tantos años después, esa pesadez que experimentaba Mastroianni. Y precisamente eso lo sentí en Milán. La vida es rara.”

LA LITERATURA. “Y de acuerdo: en todos mis libros hay escritores y hay libros. Podría escribir un libro donde no hubiera un escritor, o alguien que quiere ser escritor, o variantes de la forma de lo que es un escritor; pero no estoy del todo seguro de que me divertiría haciéndolo. Es como si para mí la figura del escritor fuera el recipiente perfecto, el frasco que contiene toda mi visión de la vida y el sentido de las cosas. Ése es mi tema, todos mis temas. El modo en que la literatura aparece en todas partes. Y está claro que soy un lector que escribe: para mí es normal sentarme a leer antes de sentarme a escribir. Leo como forma de calentamiento. A los escritores suelen preguntarles si, obligados a elegir, renunciarían a escribir o a leer. La mayoría contesta con seguridad que preferirían no volver a escribir. Yo no estoy tan seguro. A mí me gusta muchísimo escribir, y en cuanto a los grandes libros que aún no he leído, voy a decirte la verdad: si quiero, puedo imaginármelos todos; perdona la arrogancia, pero es que soy capaz de cualquier cosa con tal de que nadie me quite la posibilidad de levantarme por las mañanas y escribir. Pero en fin, lo cierto es que yo empecé en la literatura teniendo muy pocas lecturas detrás. Ya sabes: Gironella. Es decir, yo casi quise ser escritor antes de haber leído los libros que, seguramente, me hubieran descubierto esta vocación. Historia abreviada… refleja un poco eso: la necesidad casi irresponsable de haber querido abarcarlo todo desde el principio. Es un libro que hoy me provoca pena y alegría al mismo tiempo. Un libro que surge de un impulso errado, de una exageración; pero que, al mismo tiempo, está muy bien que lo hubiera escrito o que me hubiera sucedido. La opción ideal a la tan invocada pregunta anterior sería para mí la de un Bartleby con obra detrás y, llegado el punto de haber dicho todo lo que quería escribir, no optar por un ‘Preferiría no hacerlo’ sino por un ‘Preferiría no seguir haciéndolo’. Pero, si me llegara a suceder algo así, todavía falta mucho para que ocurra. En lo que a mí respecta, tengo la tranquilidad de sentir que es a partir de los cincuenta años cuando he empezado a escribir los libros más interesantes. En realidad hasta me cuesta pensarlos como libros. Son más parecidos a piezas de un tapiz o un puzzle que voy armando poco a poco. Son piezas diferentes, me impongo que lo sean, pero van a dar al océano de un mismo dibujo.”

LA JUVENTUD. “Cuando escribí y publiqué un libro mío titulado Nunca voy al cine, yo tenía perfectamente claro que era muy poca cosa lo que allí había escrito. Pero pensé: esto es tan pequeño que no hay duda de que lo mejoraré con el tiempo. Y es una idea o un credo que he venido manteniendo a lo largo de los años: mi situación no ha cambiado, no pienso que yo haya escrito nada magistral, así que sigo intentándolo, así que seguiré escribiendo hasta el final. Es una actitud joven. Tal vez por eso mi literatura conecta con los jóvenes, con ciertos escritores más jóvenes que yo que me consideran uno de ellos y que me mantienen vivo y alerta. Me gusta que eso suceda. Mi actitud para con ellos es abierta y generosa siempre y cuando no me den la lata y me entierren en manuscritos a leer. En fin: trato de no caer en la indiferencia absoluta que tuvieron conmigo los escritores españoles —no sucedió lo mismo en América, donde hubo intuitivos respaldos de Pitol, Monterroso, Bioy Casares, Rossi y Mutis— cuando yo empezaba. Ese malhumor de posguerra española que había entonces y que, de algún modo, todavía no se ha disipado en este país de todos los demonios. La idea mezquina de que hay tan poca parcela a repartir que mejor cuidarla nada más que entre dos o tres. Un reflejo extremista, como igualmente extrema fue aquí esa breve ráfaga de publicar y descubrir indiscriminadamente a escritores jóvenes. Moda que acabó inventando productos ficticios, artificiales. Lo que ahora ha devenido en esta nueva búsqueda de escritores latinoamericanos ante un mercado saturado de españoles y, claro, por la obvia ventaja económica. En cuanto a si soy o seré influyente, es una cuestión que no me preocupa. Lo veo como algo que, si sucede, sucederá fuera de mí: el hecho de que una o varias personas empiecen a escribir à la Vila-Matas o utilizando recursos y sistemas míos no me resultará tampoco motivo de orgullo, porque es probable que una imitación de lo que yo hago pueda llegar a ser horripilante. Lo intuyo como algo, para bien o para mal, inevitable. Tampoco me siento responsable de lo que pueda llegar a suceder. Hace unos días alguien me dijo que iba a escribir un libro donde yo sería el personaje; con lo que, supongo, se cierra algo para que se abra otra cosa: porque es algo que sucede justo después de que yo me asumo como personaje mío en París no se acaba nunca. Lo cierto es que muchas veces me he visto como si yo fuera un imitador de Vila-Matas. Creo que le puede pasar a todos los escritores. De hecho, en París no se acaba nunca narro el episodio de un Scott Fitzgerald-Odradek y ahí, de forma deliberada, recupero el estilo con el que yo escribí Historia abreviada… Y al leerlo me suena un poco forzado, porque ya no tengo esa forma de escribir. Pero lo hice a propósito, porque quería incluir algo de mi pasado en mi escritura actual. Ahora que lo pienso un poco, lo cierto es que yo preferiría tener muchos lectores y ningún escritor que me imite. Yo a este respecto suelo repetir una frase, y aclaro que la digo sin vanidad alguna. Es una frase muy ambigua pero que espero se entienda como yo la entiendo: Nadie escribe como yo.”

LA CONSAGRACIÓN. “Sería muy hipócrita negar que ante la llegada de los premios se experimenta satisfacción, porque significan un reconocimiento, una alegría. Una alegría que, por otra parte, se corresponde con mi forma de ser. Es decir: una alegría sin euforias desmedidas, una alegría que no se exterioriza demasiado pero que tiene que ver con haber recibido ciertos premios —premios buenos, premios que me gustan, premios interesantes— que yo ya conocía y seguía porque solían gustarme los escritores que recibían esos premios. Se experimenta con la llegada de los premios satisfacción y angustia. Un viejo amigo mío, cuando me dieron el Médicis, me recomendó que estuviera unos seis años sin publicar nada. Me dijo: ‘¿Por qué ahora no te dedicas a reflexionar? No deberías publicar nada nuevo hasta dentro de cinco u ocho años.’ Supongo que lo que quería decirme era que me dedicara más a leer, a pensar, que me retirara un poco. En todo caso, me pareció que, aunque sin duda seguía siendo un buen amigo, él deseaba verme —algo perfectamente lícito, por otra parte— casi idéntico al indocumentado que yo era hace treinta años. Mira, he obtenido cierto reconocimiento, he ganado una serie de premios… ¿Cuántas cosas buenas me ha proporcionado todo eso? Muchísimas. Las personas que más me quieren —son muy pocas— están encantadas. Ahora bien, no hace falta decirlo, como siempre sucede en la vida, lo que una mano te da, la otra te lo quita. Lo hablaba hace poco con Bernardo Atxaga. Ahora se me considera un “ganador”, y los ganadores siempre provocan algo en su contra. Hay una especie de justicia cósmica en su contra. Al perdedor en cambio se le encuentra una cierta belleza. Y yo, ¿qué puedo hacer? Puedo, por una parte, aceptarlo y hacer caso omiso de las antipatías y tener en cuenta los epigramas de Marcial, claro: ‘Hay uno que revienta de envidia, querido Julio, porque Roma me lee.’ Pero mi humor no es eso lo que generalmente me pide. Por otra parte, podría ser más modesto y poco a poco ir perdiendo mi sitio y volverme un resentido interesante. Pero tampoco es eso lo que me pide mi humor. ¿Qué puedo hacer entonces? Pues simplemente ser consciente de que las cosas que me han ido bien se han debido, sobre todo, a que continuamente me he renovado, aunque eso pocos han sabido verlo o aprobarlo. Muchas discusiones, obsesiones, amores y gestos del pasado me son completamente ajenos ya. Yo diariamente renuevo mi confianza en que cambiar de piel cada día y renovarse sin cesar no es una cuestión imposible. Y tengo algo muy claro: debo seguir trabajando, mejorando, tratar de ensayar de escribir lo que escribiría si realmente algún día pudiera llegar de verdad a escribir. Y pensar que tengo premios, pero que no los tengo, del mismo modo que estoy vivo y muerto.”

LA PERSONALIDAD. “Yo creo que en mi personalidad conviven tres temperamentos artísticos. Uno es el de Picasso, la personalidad del trabajador infatigable, del hombre-máquina de escribir que he sido durante estos últimos diez años. Pero tengo también el lado Dalí: esa compulsión delirante y exhibicionista de llamar la atención sobre mí, sobre mi personaje; una actitud que con el tiempo he justificado como necesidad de llamar la atención sobre mí para ver si de una puta vez me leían. Y está la tercera faceta, que es la más secreta, y que es la que en el fondo adoro: la vertiente Duchamp, que es la de la indiferencia hacia el arte. Y sí, tienes razón: es curioso que elija tres pintores y no a tres escritores a la hora de explicarme. A ver: a la hora de cambiarlos por escritores… No sé, Duchamp podría ser Salinger. Picasso… ¿Stephen King? Y candidatos a Dalí nos sobran en España. Ahora en serio: no creo que este equilibrio triangular vaya a mantenerse para siempre en mi vida. Evidentemente acabará triunfando Duchamp por encima de todos y de todo. Tal vez desaparezca un poco de los lugares que suelo frecuentar. Lo que de ningún modo modificará mi estilo; que sean los otros, los escritores y las hijas del pueblo de Madrid, quienes cambien de estilo. Tal vez me iré a Nueva York, a instalarme en el departamento de Duchamp, como se dice en París no se acaba nunca. O a París o a México o a Buenos Aires, o a la isla de Pico. No es que la fantasía de este Gran Viaje sea uno de mis grandes sueños, por lo tanto es posible que suceda. Es decir: buscar otro lugar donde nadie me conozca y llevar a cabo la experiencia de volver a empezar, pero con el equipaje de toda la experiencia adquirida durante estos años. Podría hacerse. Sería un montaje un poco complejo, tendría que llevarme muchos libros. Pero después de todo he podido dejar de fumar y de beber y he aprendido a usar el ordenador, lo que no deja de ser una extraña forma de vida nueva. Hago muchas cosas, como ves, antes de desaparecer.”

LA DESAPARICIÓN. “Cada vez soy más consciente del paso del tiempo. El trato que me da mucha gente ahora es el que yo siempre entendí, cuando era joven, que era el que se le daba a una persona mayor. Vivo un poco angustiado por el tema de la edad, y tal vez en esa angustia algo tiene que ver el súbito reconocimiento a mi obra de estos últimos dos o tres años. De pronto todos me tratan de usted. Está claro que sería peor que me trataran de usted —cosa que en cualquier caso inevitablemente ocurriría— y que me consideraran un idiota. Así que no me quejo. Es curioso: cuando cumplí cincuenta años esa cifra no me preocupó en absoluto; y ahora, cinco años después, sí. Hay días en que imagino que tengo cien años. Y no es así: hay mucho por hacer, acabo de empezar; y al mismo tiempo hay cierto temor… La muerte de Roberto, de Bolaño, me ha impresionado mucho; si bien era una posibilidad atendible, algo que, por su enfermedad, podía llegar a suceder en cualquier momento. Me ha afectado en muchos sentidos. Por un lado he renunciado a la idea de un libro que quería escribir. Un libro que era una reflexión sobre nuestra amistad, sobre la presencia y ausencia de Roberto a partir de su muerte. Iba a ser un diario de unos tres años sobre el modo en que Roberto iría desapareciendo y apareciendo con el correr de los días. Y no lo voy a hacer por una razón paradójica: Roberto no estaría para leerlo; no me parecería justo reducirlo a personaje sin posibilidad de que él lo leyera. Sobre todo luego de ver y de leer la cantidad de necedades que se escribieron o se dejaron de escribir a partir de su muerte. La muerte de Roberto —y el modo en que las grandes plumas españolas negaron esa muerte al no escribir una palabra sobre el asunto— ha vuelto a poner de manifiesto que esa supuesta comunión literaria entre España y América Latina no es tal. Lo que hay es una incomunicación mucho más grande de la que creemos que existe y que, en lo que a Roberto se refiere, no sólo no lo han leído quienes tendrían que leerlo sino que, además, les importa un carajo hacerlo. Por suerte, ahí están y seguirán estando sus libros. En cualquier caso, la idea de la desaparición en abstracto es algo que está y seguramente estará en mis libros. El modo en que las cosas y las personas se disuelven o se hacen más sólidas. Las alzas y las bajas en la cotización de los recuerdos.”

LA CONFUSIÓN. “Cuando últimamente me preguntan cómo me encuentro, suelo contestar ‘Feliz’. Y la gente se sorprende mucho al oírme, porque pareciera que, por lo general, nadie suele responder tan breve y enfáticamente a esta pregunta. Supongo que para muchos es una respuesta demasiado sencilla a una pregunta muy compleja. Lo que no quita que sienta cierto temor supersticioso y que, por momentos, no pueda evitar preguntarme si esta confesión tan clara y automática de mi felicidad no acabará funcionando como una llamada a los demonios. En realidad, trato de hablar lo menos posible sobre lo que soy y lo que siento. No me resulta fácil decirlo. Me resulta más sencillo ponerlo por escrito. Tengo una gran confusión al respecto. Casi prefiero que me vayan definiendo los demás… Hasta no hace mucho yo creía que escribir equivalía a empezar a conocerse a sí mismo; pero a medida que va pasando el tiempo me doy cuenta de que nunca sabré quién soy por culpa de escribir. Y es que tal vez la felicidad, la verdadera felicidad, el mejor premio de todos, sea simplemente esto. Mira, ¿sabes que te digo? Que a la larga, la verdad no importa. Lo que importa es saber volver a casa. ¿Sabes cómo volver a tu casa?” ~

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es escritor. En 2019 publicó La parte recordada (Literatura Random House).


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