Escenas de una vida. Conversación con Nadine Gordimer

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Infancia

Vengo de un entorno de clase media. Mi madre vino de Inglaterra, y mi padre, de Letonia, un humilde refugiado de la Rusia zarista que llegó sin hablar el idioma y que verdaderamente tuvo que batallar. Aunque no poseía muchos estudios, era un hombre inteligente, y poseía un don para los idiomas que lamentablemente no heredé. Pronto habló un inglés fluido, agarró algo del afrikáans, que también era necesario, y hasta se metió a una mezcla, el fanagaló. Vivíamos en el barrio donde mi padre vendía relojes y otras piezas de joyería. Yo vivía una vida dedicada enteramente a los estudios. Fui a un convento-escuela, de puras niñas, claro, y todas blancas. Si ahorrábamos algo de morralla para el sábado, íbamos al cine, y las películas eran sólo para blancos. Era una dedicada bailarina, no sin talento, y las clases de baile, claro, eran también sólo para blancas. Pero más importante es que mi madre me inscribió cuando yo tenía seis años, junto con mi hermana, en la biblioteca infantil, y eso me perdió en los libros. Pronto fui moviéndome fuera de la sección de libros infantiles a los que quisiera tomar. Cuando veo atrás, es increíble lo que llegué a leer en esa época. Pero si hubiera sido una niña negra no hubiera podido ser miembro de esa biblioteca, no hubiera podido tomar ninguno de esos libros. Pienso, entonces, que si hubiera sido negra jamás me hubiera convertido en escritora, porque la única educación para un escritor es leer, leer y leer.

Adolescencia

Ya en la adolescencia entendí que vivíamos una vida muy extraña. Hubo un incidente en particular: yo tenía once años y en la casa teníamos una sirvienta que vivía ahí, en su cuarto. Una noche llegó la policía. Nos despertaron a mitad de la noche y nos salimos de la casa. La policía sacó todas las pequeñas posesiones del cuarto de la sirvienta; estaban buscando alcohol hecho en casa, porque los negros no tenían permiso para comprar alcohol y por eso lo preparaban con diferentes ingredientes. Quién no lo haría. Pero ella no tenía nada de eso; quizá era fin de semana y no había preparado. Para mí fue un momento impactante: es mi casa, están parados en mi jardín y mis padres han permitido que eso pase. No preguntaron siquiera si traían permiso para inspeccionar; cooperaron con esa locura policiaca, y eso derivó en uno de los primeros cuentos que escribí. Fue así como me convertí en alguien políticamente alerta, no leyendo a Marx ni a Lenin (mis lecturas políticas vinieron mucho después) sino a través de experiencias personales.

Apartheid

Cuando yo me divorcié de mi primer esposo, pobre, batallando como escritora, tenía un departamento muy chico con mi pequeña hija. Te hacías muy audaz para superar ciertas prohibiciones del apartheid; mis amigos negros, mis camaradas, no podían venir por la puerta delantera, pero había una puerta trasera y por ahí entraban y salían, y hacíamos fiestas y muchas cosas completamente prohibidas. Aprendes a mentir cuando estás en la oposición política. Luego hablé con gente en otros países, en circunstancias más o menos similares, y nos reíamos mucho porque ellos habían hecho el mismo tipo de cosas.

Había un claro enemigo: teníamos que deshacernos del apartheid, teníamos que eliminar ese régimen, remanente del racismo y la opresión que comenzó en este país en 1652, cuando llegaron los primeros holandeses. Los siglos pasaron, y si el racismo no era de los holandeses, era de los británicos, o de una mezcla de gente de todas partes del mundo, gente blanca, mis ancestros… Así es que no teníamos tiempo ni relajamiento mental para pensar más allá de eso. No pensábamos en los problemas posteriores, sólo pensábamos: “¡Libertad!” Yo lo comparo con la caída del Muro de Berlín, que ocurrió unos meses antes de que se legalizaran nuestros movimientos liberadores. Veíamos en televisión gente corriendo hacia el muro, derrumbándolo, abrazándose, besándose… Bueno, eso también sucedió aquí. Ninguno de nosotros podrá vivir suficiente como para olvidar cómo se sintió la celebración. Pero tras la fiesta viene la mañana siguiente y un dolor de cabeza. Ese dolor de cabeza no mejora en mucho tiempo. Todavía vivimos con ese dolor de cabeza.

Sólo pensábamos: “Hay que acabar con el apartheid, hay que acabar el apartheid.” ¿Quién hubiera imaginado, por ejemplo, que tendríamos este tremendo problema de salud? Somos el país más altamente infectado de vih. Es una tragedia, y amenaza nuestro futuro. Mucha gente joven se contagia. Apenas ayer hablaba con un médico y me decía que probablemente pasarán otros diez o veinte años antes de que tengamos una vacuna. Tampoco nadie imaginaba entonces lo que pasaría en los países a nuestro alrededor, que ya habían alcanzado sus libertades y donde se desataron tremendos conflictos internos. No podíamos anticipar que Mugabe se convertiría en lo que se convirtió, al lado de nuestra puerta, en Zimbabue. Entonces ahora tenemos grandes cantidades de refugiados que huyen de esos conflictos. Y no sólo vienen de Zimbabue: también de Costa de Marfil, de Somalia, y ahora tenemos un excedente de población que, de la mano de la recesión mundial, se traduce en muchos desempleados nacionales y en muchos extranjeros que buscan ese mismo sustento, ese mismo techo para cubrir sus cabezas. Un dolor de cabeza que no pudimos preveer.

Lenguas africanas

Si de algo me arrepiento, si algo me avergüenza, es que nunca aprendí una de nuestras nueve lenguas africanas. Tenemos once, incluyendo el inglés y el afrikáans, que tuve que estudiar. Todavía hoy, si estoy en un cuarto lleno de camaradas y me salgo a traer bebidas o té, cuando vuelvo y se han soltado a hablar en sus propios idiomas, siento que he irrumpido en un país foráneo que es, al mismo tiempo, mi propio país. Es mi culpa: debí haber estudiado uno de esos idiomas cuando era más joven, pero, por supuesto, nuestras escuelas no lo enseñaban. Ahora ya lo hacen, aun las escuelas privadas. La gente tiende a elegir zulú porque se ha convertido en una especie de lengua franca a la que casi todos se adaptan o con la que consiguen darse a entender.

Escritura

La idea de que la inspiración brota por sí sola es propia de gente que no es escritora. Porque escribir es resultado de tu propio desarrollo, del desarrollo de tus propias emociones y, por supuesto, de tus relaciones con el mundo exterior, con lo social y lo político. La necesidad de escribir viene de esos dos impulsos: de lo que te sucede dentro y de lo que te viene impuesto desde la sociedad, el país, la política, la moral.

La ficción brota de una necesidad extraña de encontrarle sentido a la vida, lo cual viene tanto de la presión sociopolítica a tu alrededor como de tu propia evolución mientras vas creciendo, de tus emociones, de tus ideas, de tus relaciones. Entonces creo que la verdad está ahí. Escribo no ficción, por otra parte, con el objetivo de ilustrar algo en lo que creo, o para persuadir. No soy propagandista, pero mi no ficción, más si trata de temas políticos, quiere persuadir respecto a un punto de vista.

Letras africanas

Mi tradición literaria es completamente europea. Las letras africanas, la palabra escrita aquí, es comparativamente muy reciente. De eso hablaba ayer por la noche con un amigo que trabaja en el teatro: la tradición africana es muy teatral. Cómo celebran los nacimientos, cómo se guarda luto tras la muerte: es todo muy actuado y con palabra hablada y cantada. Por ello nosotros hemos producido los más increíbles actores en este país, gente como John Kani. Hay además una nueva generación de escritores que generan importantes obras. En este sentido, el teatro está muy adelantado.

Conrad

Conrad es un escritor formidable, y creo que su novela El corazón de las tinieblas ha sido muy mal entendida. De hecho, Edward Said y yo nos convertimos en amigos debatiendo sobre este asunto. Cuando la gente lee el libro, decía Edward, se olvida de que Conrad fue a Bélgica y ahí estaban estas mujeres sentadas tejiendo, y esa es la actitud de Conrad: que todo puede hacerse, que puedes cortarles las manos a las personas, siempre y cuando los belgas se mantengan seguros y esas mujeres sigan sentadas tejiendo. Es la base del viejo colonialismo: no importa lo que la gente sufra cuando es utilizada para sacar recursos naturales del país. Ellos trabajan y tú disfrutas del producto de sus recursos: es la base del colonialismo, en cualquier lugar. Entre mis amigos escritores africanos nadie leía a Conrad; les parecía muy pasado de moda, aunque para mí sigue siendo un gran escritor.

Optimismo realista

Soy una realista optimista. Realista en el sentido de que, después de haber salido del sueño de que con la libertad todo sería maravilloso, pronto empecé a reconocer los grandes problemas que tenemos. Me gusta decir a los europeos: hemos tenido hasta ahora sólo quince, dieciséis años de libertad, ni siquiera una generación, para construir una democracia, para dar a todos una casa y un trabajo decentes, para tener escuelas bien equipadas y profesores bien preparados, para educar a todos, incluso en lo más lejano, todo lo que los europeos han intentado por siglos, y tampoco veo en sus países una democracia perfecta, así que concédannos una oportunidad… Necesitamos de verdad que nos den la oportunidad de convertirnos en una democracia. Soy optimista en el sentido de que la voluntad para realizar esto está ahí y muchas cosas han sido combatidas. Hay determinación para salir adelante otra vez.

Convivencia social

Hay buenas razones para que muchos blancos tengan miedo a la gente negra, sobre todo si salen y cantan “Maten al bóer”, si reviven eso. Claro, esto también es parte de la acción reivindicativa, de eso de que si tú eres negro y yo blanco, y tenemos más o menos cualidades parecidas, tú obtendrás el trabajo y yo no. Eso hace a los blancos resentirse. Leía ayer, aunque las figuras cambian constantemente, que los blancos deben entender que los negros sudafricanos son el 79% de esta población; los blancos son sólo alrededor del 10% y el resto es gente de sangre mixta o de orígenes en la India.

Hay una nueva clase media. Tenemos una economía mixta que implica crear esa clase. Claro que todavía hay resentimientos, sobre todo de los negros hacia los mismos negros que han conseguido irse muy arriba de esa clase media y se han convertido en grandes derrochadores. Es el resentimiento de los ciudadanos negros que siguen viviendo miserablemente, y ven a sus hermanos y hermanas ahí. Nunca lo imaginamos: nos deshicimos de la cuestión racial y ahora las clases son el punto de mayor preocupación.

Nelson Mandela

El día de su liberación fue increíble, porque él había peleado muy fuerte y sacrificado tanto. En ningún momento, y eso te lo puedo decir, los muros de la prisión le cortaron de la gente. De alguna manera sabía lo qué pasaba y qué pensar de las cosas. Le llegaban mensajes de muchas maneras, a través de abogados a los que podía ver, y así mantenía contacto. Además, él siempre creyó que saldría adelante. Recordarás que dijo: “Espero vivir para ver libertad, pero estoy preparado para morir por ella si es necesario.” Que es muy diferente a decir, como Malema, “Mataré por Zuma”, o “Maten al bóer”, o esas cosas.

En el cambio de siglo, hace diez años, a algunos escritores se nos pidió elegir a los mejores hombres del siglo, y para mí fue muy sencillo: los dos personajes más grandes del pasado siglo fueron Mahatma Gandhi y Nelson Mandela.

Desmond Tutu

Es un hombre extraordinario, muy valiente y, para algunos, muy indiscreto. Él brinca cuando podría quedarse pacíficamente callado. Eso es justamente lo que amo de él. Siempre he dicho que soy atea: no tengo religión ni tuve una formación religiosa. Nací de padres judíos –él escapado del imperio ruso y la familia de ella viviendo desde mucho tiempo atrás en Inglaterra–, pero no se me formó religiosamente, ni me convertí en católica cuando estudié en un convento, aunque envidiaba a los niños católicos que iban al catequismo porque siempre traían dibujos preciosos de la Virgen María y el bebé Jesús. Por lo mismo, que yo admire con tanta reverencia a Desmond Tutu es maravilloso. Pienso que si alguien me pudo haber convertido ese ha sido Desmond.

Jacob Zuma

Olvidémonos de su poligamia. Mejor veamos su implicación en casos de corrupción que permanecen pendientes. Es un elocuente orador, y dice a la gente que los sobornos y robos deben ser combatidos, que la corrupción ha de ser derribada, pero sería mejor que empezara consigo mismo pues tiene un gran caso de corrupción en su contra. Aunque supongo que, como ocurre con Berlusconi, una vez que eres presidente ya no te llevan a corte.

Mundial de Futbol

Se sabe que la verdadera regla del gobierno para mantener a la gente tranquila es pan y circo, y aquí viene este gran circo. Desafortunadamente para mucha gente el pan todavía falta. Ahora, tampoco quiero ser aguafiestas: permitamos que la gente disfrute. También es cierto que hay mucha gente muy materialista que quiere venir acá a hacer grandes negocios muy rápido, ya sea importando cuatrocientas prostitutas o distribuyendo drogas. Es un aspecto muy desafortunado, quizá parte de ese circo. Espero que también traiga algo de pan, pan en el sentido de dinero y desarrollo. Pero no lo creo.

Yo nunca practiqué ningún deporte. Muchos de mis amigos son grandes entusiastas y respeto eso, a veces incluso los he envidiado. Mi esposo, por ejemplo, era un gran jinete, quiso enseñarme pero yo tenía mucho miedo a las bestias. Todos tenemos diferentes placeres y sitios para volcar nuestras energías. Nunca pensaría que haya algo malo con el futbol, cualquier actividad en la que ocupemos el cuerpo de esa forma es agradable de ver.

Yo no puedo entender la diferencia entre patear un balón o levantar la maldita cosa esa, el balón de rugby, y lanzarla, aunque supongo que no debo hablar de lo que no entiendo. ~

 

 

 

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Corresponsal que intenta usar el deporte como metáfora para explicarse temas más complejos.


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