Entrevista con Carlos Franqui

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La historia oficial de la Revolución Cubana se ha ido acomodando a los dictados y caprichos del poder unipersonal que rige el país; a la manera soviética, desaparecen protagonistas, se diluyen imágenes y se retocan acciones hasta presentar una doble caricatura: la primera, la de la Cuba de Batista como un país bananero, burdel de los estadounidenses; la segunda, la de la Revolución producto de la genialidad militar y política de un solo hombre, Fidel Castro, acompañado por sus fieles palafraneros, Raúl y el Che. Por ello, los libros históricos de Carlos Franqui, El libro de los doce y Diario de la Revolución Cubana, construidos a base de entrevistas, testimonios, cartas y documentos, son sencillamente indispensables para tener una visión veraz de la Cuba prerrevolucionaria, en toda su miseria y esplendor, y un cuadro completo de los múltiples hechos y protagonistas que hicieron posible el derrocamiento de Batista. Franqui es autor también de una biografía de Fidel Castro y un libro sobre la muerte de Camilo Cienfuegos. Además, es uno de los grandes periodistas cubanos del siglo XX, poeta y crítico de arte.

Ahora, con la publicación de sus memorias políticas, Cuba, la revolución: mito o realidad. Memorias de un fantasma socialista, Carlos Franqui vuelve a la historia de la Revolución, esta vez desde la subjetividad de su itinerario vital, que toscamente se puede resumir como la historia de un guajiro nacido en un latifundio cañero, que termina por ser una pieza clave del aparato mediático de la Revolución Cubana, en la clandestinidad y tras el triunfo. Y que acaba en el exilio cuando se hace incompatible la crítica libre con la dinámica propia de la Revolución y su cesarismo.

La presente entrevista se realizó en Madrid a las nueve de la mañana de un domingo, algo que, para los hábitos noctámbulos de aquellas latitudes, puede resultar inconcebible. Para mí, lo verdaderamente difícil de aceptar de aquella luminosa mañana de junio era que ese joven interlocutor que tenía delante, lleno de humor y velocidad mental, había cumplido ya 85 años. Franqui o el último testigo incómodo.

 

En Revolución, el periódico que dirigías desde la clandestinidad y luego al triunfo de la Revolución Cubana, intentaste conciliar la libertad de expresión con la dinámica del proceso revolucionario. ¿Era posible este empeño? ¿Son compatibles la libertad de expresión y la crítica con la lógica revolucionaria?

No, porque la cultura es libertad, y la Revolución es la negación de la libertad. Todos mis esfuerzos, desde la época de la Sierra Maestra, hasta el triunfo de la Revolución y su toma del poder, chocaron siempre con la lógica del poder revolucionario y con el propio Fidel Castro, que en algún momento, por sus contradicciones, y de manera táctica, permitía algunas iniciativas, como un César benevolente, pero que, en cuanto había una ocasión, las eliminaba. Así pasó con la visita a Cuba de intelectuales y pintores de todo el mundo, con el fallido plan de creación de algunos museos, con la censura al suplemento cultural de Guillermo Cabrera Infante en mi periódico, Lunes de Revolución, etcétera.

 

Fidel Castro ha transmitido la imagen de la Cuba previa a la Revolución como una tiranía monolítica, un país extraordinariamente atrasado, un burdel de Estados Unidos. En tu libro Cuba, la revolución: ¿mito o realidad? analizas la dictadura de Batista, pero también dejas entrever la riqueza cultural, los espacios de libertad y la riqueza material que existía en la Cuba prerrevolucionaria. ¿Cómo es la Cuba en la que triunfa la Revolución?

Los mitos de Cuba como república bananera, burdel de América, analfabeta, se pueden responder con palabras del propio Fidel Castro o del Che Guevara, rastreándolas en los periódicos de la época. Al triunfo de la Revolución, en Santiago de Cuba, el 9 de enero de 1959, Fidel Castro dijo textualmente: “Hemos roto el mito de que no se puede hacer una revolución sin el ejército o contra el ejército, y hemos roto el mito de que no se puede hacer una revolución en un país sin crisis económica.” Guevara, después de su primer viaje por el mundo socialista, dijo que para un cubano, acostumbrado a vivir con los niveles del imperialismo, aquel mundo era sorprendentemente pobre. Estas afirmaciones, por citar sólo dos, contradicen totalmente ese mito. Hay muchos estudios, como los de Leví Marrero, que demuestran que Cuba en los años cuarenta era un país en pleno desarrollo, y la mayoría de la riqueza estaba ya en manos cubanas; que a partir del 34, cuando desapareció la Enmienda Platt, la nación había recuperado su dignidad e independencia. Además, había un gran desarrollo de la cultura, y la prueba son los escritores, novelistas y pintores de esa época: Alejo Carpentier, Lezama Lima, Wifredo Lamn y otros.

 

Otro mito de la Revolución es que la guerrilla de Sierra Maestra fue central para derrotar a Batista, y tú has demostrado en tus libros, sobre todo en este último, la importancia decisiva que tuvieron el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario, la rebelión en las ciudades. ¿Por qué prosperó este mito de los guerrilleros frente al resto de la subversión contra Batista? ¿Tu primer libro, Cuba: el libro de los doce, no contribuyó en algún lugar a construirlo?

¿Qué es lo primero que hace Fidel Castro antes de atacar el Moncada? Hace un movimiento en el que se inscriben unos mil doscientos jóvenes. De ahí van a salir los asaltantes. ¿Quién hace después la campaña por su amnistía cuando está en prisión? Este movimiento. ¿Quién prepara todo para que venga de México? Este movimiento. ¿Y quién lo salva después del desastre del desembarco en Alegría de Pío? Este movimiento. ¿Quién hace popular a la guerrilla enviando a Herbert L. Matthews, del New York Times, y a otros periodistas? Este movimiento clandestino. ¿Quién manda en el año 57 –y Guevara lo reconoce– en cuatro ocasiones refuerzos de hombres y armas a la Sierra Maestra, si no este movimiento clandestino? ¿Y el dinero, las medicinas, para que se mantuvieran? Pero, además, el primer acto clandestino importante es la toma de Santiago de Cuba por Frank País, el 30 de noviembre del 56, dos días antes de que Fidel desembarque y fracase. Allí no se perdieron las armas y hubo solamente tres muertos. Después, el 13 de marzo del 57, el Directorio asalta Palacio, que fue un acto en el que murió José Antonio Echevarría, su máximo dirigente, y creó a la dictadura grandísimos problemas. Más tarde, el 5 de septiembre, se produce una nueva rebelión de la Marina de Guerra por el Movimiento y otras fuerzas: tomaron la ciudad de Cienfuegos y dividieron al ejército. Hubo, además de esto, miles de sabotajes, en todas partes de Cuba, actos como el que paralizó La Habana durante tres días. En mayo de 1958, cuando vivíamos en la Sierra Maestra, después de la ofensiva, había menos de trescientos hombres, eso era la guerrilla.

¿Por qué posteriormente se crea el mito de “los doce”? Porque Fidel Castro tenía un conflicto con el movimiento clandestino muy grave: después del fracaso de la huelga general de abril de 1958, mandó intervenir el movimiento de las ciudades, y a la victoria prácticamente lo disolvió. Entonces creó el “mito de los doce” como los únicos responsables del triunfo, a pesar de que en Santiago de Cuba había dicho que esa guerra la había ganado el pueblo. Porque es verdad: la nuestra no fue una victoria militar, fue una victoria por rendición del ejército, porque al final el pueblo se puso en contra.

Una de mis grandes discusiones con Guevara siempre fue ésta. Porque él, como todos los comandantes de la Sierra, se creía esta historia de la guerrilla como madre y triunfadora de la Revolución, y yo siempre le decía: “Tú te acordarás de Lenin, que no hay revolución sin movimiento revolucionario.” Fidel Castro crea ese mito para pasar todo el poder al ejército rebelde y, a través de éste, a sí mismo. ¿Por qué hice El libro de los doce? Por varias razones. En primer lugar, porque “los doce” míos no son los de Fidel. Aparecen las luchas de la ciudad y aparece algo fundamental: que la Revolución no es comunista, a través de la boca de todos ellos. Usé la capacidad de hablar de los cubanos para escribir ese libro coral, cuya única herramienta fue un micrófono. El libro se publicó en todo el mundo, en parte por la sensibilidad de la época de los sesenta a este tema. El último sitio donde se publicó fue en Cuba, y prácticamente en un momento de confusión, porque a Fidel nunca le gustó. Y esto porque en el libro hay ya algunos detalles, como que cuando muere Frank País y todos pierden el apetito, menos Fidel Castro, que revelaban ya parte de su carácter de absoluta indiferencia hacia el dolor ajeno y la suerte de los demás. O el detalle de cómo Fidel Castro engañó a Matthews, del New York Times, cosa que éste nunca me perdonó, al hacer desfilar varias veces a los mismos guerrilleros para dar la impresión de ser un ejército rebelde mucho mayor al real.

 

Un elemento estratégico de Fidel para hacerse con el poder absoluto, según se desprende de tu libro, es la forma en que planea la llegada a La Habana. ¿Fueron tan decisivos esos siete u ocho días que él tardó en hacer el recorrido, una especie de procesión triunfal, para acumular todo el poder sobre sus espaldas?

Fue importante, pero yo no diría que decisivo, porque de hecho, desde la toma del Moncada, el jefe indiscutible de la Revolución es Fidel. Por otra parte, la lucha la había hecho una minoría, pero la gran mayoría sentía simpatía por su genio. Además, la clandestinidad, como en todas las luchas de este tipo, era desconocida, y sus dos grandes líderes, José Antonio Echeverría y Frank País, habían muerto. Entonces, Fidel Castro sin duda habría sido siempre el caudillo de la Revolución. Pero, ¿por qué hizo esa marcha? Porque a la caída de Batista, Guevara está en el centro de Cuba, ha tomado Santa Clara, que se ha rendido. Además, Raúl Castro ha tomado todo el segundo frente. Y él, que preparaba la batalla de Santiago de Cuba, no había podido realizarla y queda en un segundo término militar.

Fidel Castro era un lector de discursos de Mussolini y conocía la Marcha sobre Roma. Por ello, planea la marcha sobre La Habana y de hecho, durante una semana, fue “tomando” todos los pueblos del país hasta llegar a La Habana, en procesión multitudinaria y para restarle peso a las tomas reales del Che y Raúl.

 

Una de las tensiones más importantes del libro es cómo la Revolución es traicionada por el caudillismo de Fidel Castro, no sólo al excluir al Movimiento 26 de Julio o al Directorio, sino también al entregar paulatinamente las decisiones y el poder al Partido Comunista. ¿Cómo se dio este proceso? ¿En qué momento te diste cuenta de que era irreversible? Y la pregunta central: ¿Castro fue alguien taimado, que estratégicamente ocultó su verdadera filiación, o es algo que utilizó porque le convenía en aquel momento?

Considero que la Revolución fue traicionada, porque la toma del poder se hizo con la Carta de la Sierra y con documentos que hablaban de la restauración de la Constitución del 40, de democracia y reformas. Ahora, yo creo que la naturaleza de las revoluciones comunistas es traidora. La tesis de Trotsky de la revolución “traicionada por un hombre” es muy limitada. Está en su propia naturaleza, por eso se produce igual en todas partes, en la Unión Soviética, en China… En el caso cubano, Fidel Castro siempre tuvo un proyecto, que como lo demuestran estos 46 años, no estaba basado en otra ideología que la ideología del poder. Es decir, él quería el poder total, y éste no lo podía tener con una dictadura tradicional. Quería ser un protagonista mundial, y la única manera en que esa isla pequeña fuera protagonista mundial era deshacerse de Estados Unidos y tener el apoyo soviético.

Lo que hace Fidel Castro es ingresar en el Partido Comunista con varios comandantes en minoría, y forzar los acontecimientos. No olvidemos que es un conocedor profundo de Maquiavelo. De no haber caído el comunismo en el 89, Castro habría continuado toda su vida diciendo, como dijo en el 61, que era marxista-leninista. Cuando cayó el comunismo, ¿qué hizo? Simplemente vendió Cuba a los capitalistas tras nacionalizarla, para seguir manteniendo el poder, su verdadera ideología.

 

Lo que dices, además, desmiente uno de los mitos de la Revolución: que por la actitud intransigente de Estados Unidos, Cuba se volvió comunista, cuando quizá fue justamente al contrario: forzaron el rompimiento con Estados Unidos porque ya había el plan de transformar la Revolución.

Los mitos son tan poderosos que tú le enseñas a esa gente al propio Fidel Castro hablando en público en ese sentido, y no lo acepta. Una vez, aquí en España, en los años ochenta, le preguntaron a Fidel en la televisión: “¿Es Cuba comunista por culpa de Estados Unidos?”, y respondió: “No. Cuba es comunista por un acto de mi voluntad, del que los Estados Unidos sólo fueron cómplices.”

 

En tu libro Diario de la revolución cubana también queda demostrada esa evolución, mediante documentos, cartas, hechos históricos. Tú has escrito mucho de tu relación con Fidel, un personaje con el que nunca tuviste la relación siervo-amo que él establece, y que en algún lugar eso hizo que te respetara, porque marcaste desde el principio los límites que no estabas dispuesto a transgredir. Dedicaste todo un libro a analizar la figura de Fidel y tu relación con él, sobre todo el Fidel temprano, Retrato de familia con Fidel. De esto se desprende una pregunta rara: si llegara un extraterrestre y le pidiera a Carlos Franqui “defíname en pocas palabras quién es Fidel Castro”, ¿qué le dirías?

Vuelvo otra vez a las autodefiniciones de Fidel Castro. En tres revistas de años recientes, se ha autocalificado como “el Diablo”. La primera vez que lo dijo, pensé que era un lapsus mental, porque últimamente tiene lapsus mentales. La segunda, ya me quedé más sorprendido, porque él es un conocedor de la Biblia y de los textos religiosos, dado que estuvo en un colegio de jesuitas. Y la tercera, ya no podía dudar. ¿Por qué se autocalificó como el Diablo? Pienso que por dos cosas: quizá porque cree que el Diablo nunca pierde el poder, pero no deja de ser sorprendente que la destrucción de Cuba coincida con la idea de que sólo el Diablo puede destruirla. Un hombre que tuvo la oportunidad, en el año 59, de hacer de Cuba una isla extraordinaria y que al final de ese año todavía tenía el 90% del apoyo de los cubanos, en 46 años lo que ha hecho es destruirla, como todo el mundo sabe. Además de eso, mi impresión, basada en hechos, es que Fidel Castro es un esquizofrénico: él se cree lo que oye y lo que dice, no ve la realidad. Y también, tiene una capacidad fantástica para pasar de una afirmación a la contraria como si no ocurriese nada. La esquizofrenia ha tenido en su vida dos fases: una, la del optimista, que dura hasta la zafra de los diez millones; Cuba como la maravilla del mundo. Su idea no era si Cuba servía o no, sino que lo que había en Cuba antes de él debía ser destruido para construirlo de nuevo, y ése es el gran problema, porque de hecho, sin duda lo destruye. Ésa es la fase donde habla del país más desarrollado del mundo. Después viene la segunda fase, la del pesimismo, cuando tiene que admitir que está en minoría; entonces aplica la técnica del terror y el hambre para mantener el poder.

 

Una de las primeras señales de que Cuba iba hacia una dictadura es la forma en que Castro manejó la renuncia de Hubert Matos. Matos renunció lealmente en una carta privada, y Castro transformó eso en una conjura y primera purga. ¿No fue para ti una señal suficientemente fuerte como para pensar en un exilio temprano? ¿Cuál es tu lectura hoy de lo que pasó con Matos?

Para mí, existieron señales previas. Y te lo dice alguien que desde 1946 sabía qué era el Partido Comunista Cubano y la Unión Soviética y había roto con todo ello.

La primera quizá fue advertir las enormes consecuencias, en 1953, del asalto al cuartel Moncada y la terrible matanza que provocó. Claro, aquella acción era la respuesta de Fidel Castro al golpe de Batista, pero la forma en que se planeó y ejecutó la acción del Moncada me llevó a pensar que el hombre que lo había diseñado era muy peligroso.

La segunda fue en el 56, cuando viajé a México para llevarle dinero a Fidel y para organizar, junto a intelectuales mexicanos como Fernando Benítez, una campaña internacional para sacarlo de la cárcel, que al final resultó exitosa, y él nos trató con enorme displicencia, menospreciando el trabajo clandestino que realizábamos.

La tercera, en la Sierra Maestra cuando se impuso el consenso de que Fidel era un caudillo y un militarista. Lo que pensábamos es que el movimiento de la ciudad era muy poderoso y que sería capaz de equilibrar su personalidad. El día que yo debí tomar la decisión que no tomé, fue el primero de enero del 59, el día de la victoria. Ese día estuve en Santiago de Cuba dando vueltas, decidiendo qué debía hacer. Al final, decidí fundar Revolución, como un instrumento de crítica dentro de la Revolución, y que pronto entraría en conflicto tanto con los conservadores como con los comunistas. Fidel Castro me ofreció ser comandante y luego ministro, y me negué a ambas cosas. Lo que yo quería hacer era hacer una revolución cultural, no burocrática, e invitar a todo el mundo a conocer Cuba y su Revolución. Siempre he tenido un espíritu de lucha, de rebeldía. Una vez escribí: “Perezco, pero me rebelo.” No es que yo desconociera que una lucha violenta y clandestina contra una dictadura no es un lecho de rosas. La cuestión está en saber si, en una revolución, los resultados justifican los medios. Es el caso, a mi parecer, de la Revolución Francesa, pese al Terror, cambió al mundo, cosa que no ocurrió con la Revolución Rusa ni con la Revolución Cubana. De manera que antes de lo de Hubert Matos pasaron ya muchas cosas, como la destitución de Urrutia.

 

Otras cosas que pasaron fueron la alejación táctica del poder por 45 días, o la postergación de las elecciones. Pero quizá una señal ya muy firme es todo el asunto de Hubert Matos, perdona que insista.

Así es. Pero recuerda que Revolución representaba la corriente revolucionaria no comunista, frente a la corriente marxista-leninista, y de alguna manera estaba dando una batalla en la cultura, el movimiento obrero y el estudiantil bajo la consigna de no renunciar. De manera que la renuncia de Hubert Matos, que él presentó pensando que iba a ser aceptada sin consecuencias, nos planteó al resto el hecho de aceptar un acto que no compartíamos, y que iba a liquidar la lucha que teníamos en estos tres frentes, incluido el Congreso Obrero de noviembre del 59, que le ganamos a los comunistas. Nosotros queríamos dar la lucha, y la renuncia la vimos como una equivocación. Hoy pienso que fue un acto que, además de valerle la injusticia de veinte años de prisión, lo salva de gran parte de su responsabilidad histórica.

 

En tu biografía sobre Camilo Cienfuegos especulas que su muerte no fue un accidente. ¿Cuáles serían las bases de esta afirmación?

La base de esa afirmación es, primero, el pensamiento independiente de Camilo. Segundo, su popularidad. Camilo no tenía miedo de ningún tipo y era el único contradictor real de Fidel. Dado que Fidel pensaba hacer una revolución comunista, no iba a tener problemas con el Che ni con Raúl, pero sí los iba a tener con Camilo. Además de eso, están los hechos. Uno, las órdenes contradictorias antes de la victoria para restarle méritos. Dos, se destituye a Camilo en octubre del 59, poco antes de morir, y se nombra a Raúl Castro. Tres, acontecimientos como la discusión de Camilo en mi presencia, diciéndole a Fidel: “Hay que escribir la historia, porque tú vas a estar viejo, vas a decir muchas mentiras, y no estará aquí Camilo para decirte que vas mal”, que no sólo lo dijo allí, sino en muchos lugares.

Camilo Cienfuegos es invitado por Fidel para ser el testigo de la acusación contra Hubert Matos, al que se culpa de conspirar contra la Revolución. Parece ser que Camilo descubre que, detrás del caso Matos, lo que hay es un montaje. Y Castro sabe que Camilo ha llegado a esa conclusión y, dada su honestidad personal, no se va prestar al juego. Esto ya crea una crisis, porque imagínate lo que habría sido un juicio a Matos donde Camilo niega la mayor acusación. Además, del accidente en sí, hay muchos cabos sueltos y actitudes sospechosas. ¿Cómo es posible que Camilo saliera –y está en todos los partes– y no llegara a La Habana cuando debió llegar? De eso hay comunicaciones que fueron publicadas en los periódicos. ¿Cómo es que Juan Almeida, jefe de la Aviación, manda un parte a Revolución, diciendo que lo están buscando, y Fidel Castro espera un día entero después para hablar, como si se acabara de enterar del accidente? Incluso yo descubrí los sospechosos desplazamientos de Oswaldo Sánchez, jefe de los servicios secretos y que participó activamente en los fusilamientos de La Cabaña en 1959, y que evidentemente fue el ejecutor de Camilo. Me parecen demasiados elementos. ¿Por qué Fidel, en la larga comparecencia, no analiza estas cosas, no trae a comparecer al aviador militar que siguió a Camilo, sólo a los aviadores civiles? ¿Por qué, mientras buscaba a Camilo, ponía delante de los periodistas cara de tragedia pero, en cuanto terminó la búsqueda, empezó a repartir comida? Todo eso daba a entender que Camilo no iba a aparecer. Y es muy curioso, porque para mí, la única figura revolucionaria que salva el pueblo cubano hoy es la de Camilo.

 

Camilo te dejó además usar libremente sus documentos para Diario de la revolución cubana ante el peligro de manipulación histórica. Algo que hemos aprendido de la Revolución Rusa es que los hechos del pasado pueden ser alterados. Pienso en la famosa pintura de los jerarcas comunistas en torno a Stalin, que van desapareciendo, hasta quedar solo el líder soviético. A ti te pasó lo mismo: fuiste borrado de una foto oficial. ¿Cuál es tu lectura sobre la historia en una revolución, y por qué impide la historia como ciencia social?

El sistema comunista es de naturaleza totalitaria. Es sorprendente cómo la aplicación de una doctrina en la práctica puede negar la realidad. Marx habla de la dictadura del proletariado, pero en la práctica, en el mundo comunista, el Partido sustituye al proletariado; después, el Comité Central sustituye al Partido, y después, el secretario del Partido sustituye al Comité Central, y así se crea el jefe absoluto. Además, toda la riqueza y las instituciones de un país van a parar a las manos del Partido, que tiene que crear una gigantesca burocracia para administrarla. Y ya se sabe de la ineficiencia de la burocracia. Todo esto niega rotundamente la posibilidad de una historia objetiva o de diversos enfoques históricos. Hay una verdad oficial decretada; por ello, la primera cosa que ocurre en la Unión Soviética es acabar con Trotsky; primero como figura histórica y luego como persona, y después con todos los demás.

Me acuerdo siempre de una frase que me dijo Fidel Castro en la Sierra, mientras discutíamos sobre la crítica: “Toda crítica es oposición y toda oposición es contrarrevolución.” Y yo le dije: “Estás equivocado, porque mira: hay un hueco en el techo y cae agua, y yo te digo: ‘Fidel, está cayendo agua por ese hueco, la solución es tapar el hueco’: ésa es la crítica revolucionaria; la crítica contrarrevolucionaria sería: ‘Este rancho no sirve porque cae agua’.” Pero esto no creo que sea sólo Fidel, creo que todo el mundo comunista es realmente así. En el caso de Cuba, no solamente han desaparecido muchísimos de los que hicimos la Revolución, sino que, al mismo tiempo, es más grave todavía: han logrado meter en la cabeza de la mayoría de los cubanos que Fidel Castro es la continuidad de la historia de Cuba. Martí, el Che Guevara y Fidel. Los jóvenes se creen todo eso y piensan “esto es el infierno, el infierno no se puede cambiar, y este país nunca sirvió”. Tienen una ignorancia absoluta de lo que era Cuba, de lo que era Martí, de lo que fueron las luchas previas, de lo que fue la revolución del 30, de lo que fue la propia Revolución. Es muy difícil refundar una nación que no se identifica con su historia real.

 

Ése va a ser uno de los problemas de la transición, sin duda. Otra figura que forma parte del mito occidental imbatible es la del Che. Sin embargo, el retrato que tú haces de él es muy duro. Él tenía unas ideas y estaba dispuesto a morir –y matar– por ellas, pero no a cambiarlas en función de la realidad. ¿Es ajustada esta lectura?

Peor aún: veía la realidad, la criticaba, y al final recurría siempre al dogma. Por ejemplo, su cambio del dogma prosoviético al prochino. Y en algunas cosas no cambiaba nada, como la idea de que fue sola la guerrilla en la Sierra la que triunfó –idea que le costó la vida. Todo el largo testimonio sobre Guevara lo he basado en palabras y en actos suyos, no me he inventado nada.

 

Nuevamente recurres a las fuentes originales, que es una de tus formas para hacer trabajos que no puedan ser cuestionados: no lo dijo Carlos Franqui, sino el propio Ernesto Guevara.

Además de eso, cuando Guevara se hace una autocrítica, ésta tiene poca consideración de los efectos. Y no se diga el desastre económico del que él es corresponsable. Y de la burocratización. Pregunto, si las revoluciones se burocratizan, conclusión a la que llegó el Che, ¿para qué intentar hacer nuevas revoluciones, siempre con los mismos principios?

Su mito pervive, entre otras cosas, por el hecho de que Fidel lo deja morir solo y por el hecho de morir asesinado después de hacerlo prisionero –a los prisioneros no se los asesina. Además, ante la caída de tantas certezas, su mito es necesario todavía para mucha gente. Es curioso: dado su enorme dogmatismo, seguramente se enfurecería de ver que muchos de los que desfilan tras su imagen lo hacen con un pito de marihuana en la boca.

 

¿Cómo piensas que llegará la transición? ¿Cuál es tu visión del futuro de Cuba en el mediano plazo?

En los años setenta, nos reuníamos disidentes como yo, de todo el mundo comunista. En un coloquio del Partido Socialista en Roma, nos pidieron una breve definición del comunismo. Yo expliqué que el comunismo en su primera fase acaba con toda oposición; en su segunda fase, se paraliza, y en su tercera fase, se autodestruye. Me parece que, de alguna manera, eso fue lo que ocurrió en la Unión Soviética. En esos sistemas tan poderosos, es imposible una oposición que salga victoriosa, si no hay dentro del sistema, en su desarrollo, una serie de contradicciones que ocurren con sus crisis, con la paralización de la economía, con la destrucción de la vida, con lo de que el individuo ya no es más un individuo. Como en el caso soviético, esos sistemas anhelan convertirse en un imperio. Al pensar en la historia de América Latina, ¿qué país, incluidos los grandes como Brasil, México o Argentina, ha mandado medio millón de hombres, entre civiles y militares, a hacer guerras en quince países? Son palabras de Fidel, no mías. Te puedes imaginar lo que eso significó para todos esos países y para Cuba, la locura de querer convertirla en la cabeza de los Países No Alineados.

El sistema castrista, aparte de todo eso, supone que el dictador es el Estado. No es como China o la Unión Soviética, donde ni Stalin ni Mao pueden gobernar el país sin el Estado: en el caso cubano, el Estado es Fidel. Además de eso, se trata de una personalidad como la suya, que carece de sentimientos, que no puede terminar más que con su derrota final. Claro, la transición va a depender mucho de la sucesión. Es evidente que, en la crisis que abra la sucesión, será muy importante que una parte del aparato –que de alguna manera es víctima también del propio poder, que sabe que está fracasado y que sólo tiene miedo a lo que va a pasar– se una a esa oposición pacífica que hay en la isla, que juega un papel importante para salvar la historia de Cuba de este periodo, incluido el nacimiento de la prensa independiente. De ahí puede nacer el intento de una reconstrucción de la isla. Claro, pueden ocurrir otras cosas. Puede ocurrir que una fracción de extremistas conserve el poder y reprima durante un cierto tiempo; puede ocurrir un estallido popular, porque ha engendrado mucho odio durante muchos años, no sólo fuera, sino dentro.

El castrismo es un cáncer que no termina sino con la muerte. Después de que muera, vamos a ver si podemos esta vez enseñarle al mundo todas las cosas terribles que ocurrieron en la isla. Porque el comunismo desapareció, pero se ha propiciado un olvido casi total del desastre y de sus crímenes.

 

¿Te arrepientes de haber participado en la Revolución?

No. Hay un hecho que es insuperable: yo siento que a mí me obligaron a ser un revolucionario. Por más que miro hacia atrás para ver si podía haber hecho otra cosa, no la encuentro. Esa revolución destruyó mi país, y destruyó la idea de un cambio profundo tan necesario. Y haber vivido esa tragedia es realmente una cosa muy dura. Más allá de los adversarios, de los enemigos, de todo lo demás. ~

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(ciudad de México, 1969) ensayista.


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