Diario de la hepatitis (febrero de 1992)

AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn
Si me encontrara deshecho por la desgracia, destruido, impotente, en la última miseria física o mental, o las dos juntas, por ejemplo aislado y condenado en la alta montaña, hundido en la nieve, en avanzado estado de congelamiento, tras una caída de cientos de metros rebotando en filos de hielos y rocas, con las dos piernas arrancadas, o las costillas aplastadas y rotas y todas sus puntas perforándome los pulmones; o en el fondo de una zanja o un callejón, después de un tiroteo, desangrándome en un siniestro amanecer que para mí será el último; o en un pabellón para desahuciados en un hospital, perdiendo hora a hora mis últimas funciones en medio de atroces dolores; o abandonado a los avatares de la mendicidad y el alcoholismo en la calle; o con la gangrena subiéndome por una pierna; o en el proceso espantoso de un espasmo de la glotis; o directamente loco, haciendo mis necesidades dentro de la camisa de fuerza, imbécil, oprobioso, perdido… lo más probable sería que, aun teniendo una lapicera y un cuaderno a mano, no escribiera. Nada, ni una línea, ni una palabra. No escribiría, definitivamente. Pero no por no poder hacerlo, no por las circunstancias, sino por el mismo motivo por el que no escribo ahora: porque no tengo ganas, porque estoy cansado, aburrido, harto; porque no veo de qué podría servir.
     — 23 de enero de 1992

      
     Martes
      Qué sentimiento de error interminable… Es el resultado obvio de la situación. En el estado febril de esta tarde, en la angustia, trataba de dormir dando vueltas en la cama… De pronto noté que había dormido, quizás muy poco, unos segundos. O una hora. Imposible decidirlo, y además no tenía la menor importancia. Lo único cierto era que ya estaba despierto otra vez. Sabía que había dormido porque recordaba el sueño: yo o alguien desde mi punto de vista tomaba un helado, creo que de limón por lo blanco, y en un corpúsculo de la crema, en una gota que saltaba, había hombrecitos…
     Entonces… me avergüenza decirlo… ¡hasta dónde llegará la miseria que padezco!… empecé a tratar de atraer al sueño pensando en hombrecitos en una gota de helado… a enhebrar las divertidas o peligrosas aventuras de los hombrecitos en el helado…
      
     Miércoles
Canta un pájaro. Es un momento. Se abre una flor. Otro momento: el mismo. Un momento en el ciclo. Es hora de que pase esto o lo otro. Por ejemplo el chillido mecánico de un pajarito que conozco bien. Se abrió el canto. Sonó la flor. Los sentidos florecen en círculos huecos por donde pasa la luz fantasma. Llegó el día del pájaro y cantó. Pasó la Edad Media del pájaro, el canto onduló en el aire, dio un salto, se hizo cielo. El instante del pájaro no está en el tiempo sino en esta tarde, en estas lentitudes raras de mi corazón, y también en el tiempo. Del pájaro a la flor hay una curva, que se enrosca como un alambre de oro en mi lengua de perro. Uno de mis anhelos más caros es escribir un libro sobre el Taladro, el regreso atorbellinado y metálico de un muerto a la vida.

Jueves
     Fondo y forma. Unidad de los opuestos. Meditación, zazén… Meditar es importante, de acuerdo… ¿Pero sobre qué? ¿Por qué todos hablan de la Meditación sin dar pistas sobre los temas? No lo entiendo. No lo acepto, no puedo, es más fuerte que yo. ¡Lo que importa son los contenidos!, grito en mi desconcierto sin objeto, literalmente sin contenido.
     Pero cuando todos los contenidos se revelan fútiles, pasajeros, vacíos… Y eso no tarda en suceder… Lo único que puede seguir pareciendo serio, lo único que sostiene la comedia, es la forma, la etiqueta, el cascarón.
     Posado en la cornisa de la forma como el pajarito en una rama, no puedo evitar una cierta curiosidad por los contenidos que siguen allá abajo, girando en el Taladro…
     Así fue como dejé de ser un pájaro y me transformé en la lombriz haciendo sus espiras y roscas dentro de esos interesantísimos materiales. Pero el pájaro canta sobre mi cabeza, la escalofriante clarinada…
     ¡Pero llueve!
     No puedo creerlo: se largó a llover mientras pensaba.

Jueves
Un buen motivo para desconfiar de las enseñanzas espirituales que X o Y quieren transmitirnos, es justamente esa intención pedagógica que los mueve. ¿Por qué motivo, más allá de una benevolencia que esas doctrinas en realidad no justifican, una sabiduría habría de ser objeto de una enseñanza? Se supone que de saber a enseñar el pasaje es natural, fatal, gravitatorio, ¡y es todo lo contrario! Si lo que pretenden los gurús es acrecentar su clientela, o no sentirse tan solos, o brillar, entonces son falsos gurús, perfectos fraudes. Y eso es imposible; es pensar mal. Es hacerle el juego a los charlatanes. La explicación más bien está en la doctrina misma: sea cual sea, la doctrina que se enseña es la que se realiza sólo cuando todos la han comprendido, cuando se hace mundo y se establece el Reino del Saber y el Amor, y sólo entonces puede haber un mínimo de amor y saber. Claro que eso no va a pasar nunca; ni el utopista más descabellado puede pretenderlo en serio… Es como en Soloviev; ¿por qué debemos practicar el sexo? Porque no disponemos de otro modo de producir el advenimiento del Reino del Amor. No podemos amar mientras no se haya hecho todo el sexo, y la humanidad entera no alcanza para hacerlo, justamente porque el hombre es lo que el sexo reproduce en su práctica… Todos los budismos y taoísmos, todas las filosofías en general son equivalentes a esas incomodidades excitantes y entretenidas con las que postergamos lo imposible. Hay un solo rubro en el que este mecanismo se da en efecto, y con una eficacia absoluta: el lenguaje.

Viernes
     Voy caminando en una dirección… en una, no en otra… por la Rue de Rivoli, bajo la lluvia… No, no la lluvia en sí… más bien lo que empieza; quiero decir: empieza a llover… No empieza sino que termina. Empieza y termina a la vez. Termina y empieza. Es una indecisión en la que está lloviendo, ¡me estoy mojando! Y encima: perdido. No, no perdido porque es la Rue de Rivoli… Pero igual estoy perdido, y no sé por qué, si es la calle que buscaba… Claro que una calle, sobre todo si es la calle que uno buscaba, es el sitio ideal para perderse, es el lugar donde uno siempre está perdido, si no encuentra la otra calle… Y eso que miro el mapa cada veinte metros, lo despliego (se moja), busco siempre lo mismo, lo encuentro, y sigo adelante… No puede ser, pero es. Esta calle es infinita, me pierdo cada vez más en este laberinto en línea recta, mi ansiedad crece a medida que la lluvia parece cada vez más a punto de descargarse…
     Hasta que al fin caigo en la cuenta de que… era tan simple… ¡voy en la dirección contraria! Iba bien, pero al revés. La calle estaba al revés, en el mapa… Doy vuelta al mapa… Como si ahora no fuera a mojarse, como si con eso bastara… Quizás sí, en fin… No sólo el mapa: en mí también, en mi cabeza, estaba al revés, todo, empezando por el mapa, porque lo miraba al revés… Debo reacomodar mi sentido de la dirección: es fácil, basta con poner la cara donde tenía la nuca… Es que la calle misma estaba al revés en la realidad: debo cruzar a la vereda de enfrente… Por suerte la Rue de Rivoli tiene revés. La línea no es abstracta: es real, es de ida y vuelta… Si no… Ahora sí, la inversión es completa, absoluta, un mundo. La lluvia estaba al revés, y París también, pero del todo, completamente; por suerte nunca fui a Europa, nunca estuve en París ni en ninguna parte.

Viernes
¿Qué es la entropía? Digo entropía por decir algo, cualquier cosa. Estuve hojeando esa enciclopedia de datos útiles… No sé para qué pierdo el tiempo… Lo olvido todo inmediatamente. Me quedan los ejemplos, pero no de qué son ejemplos. El autor explica así la entropía:
     Hay nueve hombres en formación, quietos. Les ordenan dar un paso pero sin especificarles la dirección; puede ser adelante, atrás, a derecha o a izquierda.
     * * +
     * * *
     * * *
     Obedecen y dan el paso. Si todos lo dan hacia adelante, se mantiene el orden, la formación se recompone en otro lugar. Pero para que ello suceda hay una posibilidad entre 4 x 4 x 4… (nueve veces), y el total dividido por cuatro, atendiendo a las cuatro direcciones posibles en las que puedan coincidir.
     No me voy a poner a hacer la cuenta, pero es una cantidad hipermillonaria.
     Ya se ve lo difícil que se hace mantener el orden. ¡Y con nueve hombrecitos nada más! (Con dos o tres sería dificilísimo también.)
     Cuánto más lo será con todos los átomos del mundo, que son una cantidad pasmosa… Directamente no vale la pena esperanzarse siquiera con la posibilidad de una coincidencia… El desorden se produce de entrada no más, al comienzo.
     Es descorazonador. El mundo comienza, y ya es un caos. Da un paso, el primero, y ya es un desorden irrecuperable. Ahora mismo, va a empezar, va a hacer su primera jugada…

Viernes
Sé mucho de brujería. No creo que nadie sepa más que yo. Porque he sido objeto de un hechizo, desde que nací, y a los cuarenta y dos años (casi cuarenta y tres) todavía no he despertado. ¡Qué voy a despertarme! Estoy en lo más profundo del embrujo, embrujado enteramente, un juguete en manos de un sortilegio que me domina. Por eso lo sé todo sobre el tema, lo sé mejor de lo que podría saberlo ningún nigromante estudioso que le dedique la vida al tema. Más todavía: lo sé mejor que cualquier charlatán que se gana la vida hablando en televisión de horóscopos y parapsicología. Lo sé ciegamente, por entero, sin fallas, como la materia se sabe sus átomos.

Medianoche
¿Escribir? ¿Yo? ¿Volver a escribir? ¿Escribir libros? ¿Escribir una página? ¿Yo? ¿Pero cómo se me puede ocurrir siquiera…? ¿Justamente yo? ¿Todo ese trabajo…?
     Jamás. Aunque quisiera, aunque fuera así de idiota, no podría. Necesitaría de esa insistencia un poco demente, que debo de haber tenido en mi juventud, para pasar otra vez por todos esos preliminares infinitos, para responder a todas esas preguntas.

Sábado
Un alto porcentaje de nuestra actividad mental está dedicado a funciones relacionadas con la supervivencia más estricta: mantener el equilibrio, evitar choques, coordinar movimientos, atender llamados de atención… Liberada de esas funciones, la mente podría expandirse, alcanzar límites nuevos.
     El hábito nos libera. El piloto automático se ocupa. Pero por lo visto no tanto como debiera, ni mucho menos. Apenas si nos deja en condiciones de efectuar el mínimo de actividad mental autónoma con el que podamos hacernos una idea de nuestras limitaciones. Algunas actividades de tipo ritual pueden contribuir, pero esporádicamente; por ejemplo una danza muy rítmica, muy repetitiva, que nos “posea” con mucha fuerza… Lo mismo estos dispositivos tecnológicos, flotar en un estanque de agua tibia, etc.
     Lo que me intriga es lo que pasará después, una vez “expandida” la mente. Seguramente allí encontrará nuevas funciones que la ocupen otra vez en su casi totalidad, y otra vez quedará un pequeño margen que vislumbre nuevas expansiones. Entonces una nueva tecnología anticipada por nuevos automatismos y nuevas danzas, se propondrá para la segunda “expansión”… Y si es así, ¿vale la pena?

Sábado
¿Por qué leés?
     Para hacer algo por mi cultura. Para recordar.
     Para hacer algo por mí. Para olvidar.
     Los mejores libros deberían ser los que olvidamos. Libros hechos con tanto arte como para darnos la experiencia extática del olvido. Pero los mejores libros pueden usarse también con el fin opuesto.
     La filosofía por ejemplo: la leo para tener un fundamento académico con el que dar clases o escribir artículos. O bien la leo para transformarme. Pero los objetivos se comunican: ¿qué otra transformación hay que valga la pena, que no sea la de volverme un apreciado profesor y autor de asuntos filosóficos? ¿No es la única transformación posible? Y la más simple, ya que la otra me parece que implica gran cantidad de manipulación del saber, mucha “creencia” (muchísima), sinceridad, hipocresía, simulación…

Sábado
De acuerdo, no voy a escribir más. ¿Por qué? No tanto porque me espante el trabajo. Al contrario, lo que me espanta es el vacío de no tenerlo. Es por la maldición del proyecto. No puedo escribir sino con un proyecto, y el proyecto se pone en el futuro, aniquilando el presente, borrándolo. Es un sacrificio. El sacrificio de la vida, en cuotas.
     Es difícil escapar del proyecto.
     No sé… habría que volver del proyecto, no ir hacia él. Como en mi historia del “taladro”, en ese estúpido proyecto de novela que tuve…
     Preferiría no hacer nada, nunca, que tenga un objetivo.

Sábado
Como es posible que la gente no haya captado la belleza del puro Tao de la inacción, yo iré corriendo como un loco hacia ellos, con la cucharita entre el índice y el pulgar, bien alta.
     Como es posible que todavía haya gente que no perciba la grandeza del puro Tao de la contemplación, iré a su alcance corriendo con la bisagra de mi ventana en la mano.
     Como es posible que alguien se aleje en un colectivo sin haber visto el puro Tao de la sabiduría, yo correré atrás durante kilómetros blandiendo en la mano, para que pueda verlo por la ventanilla, el destornillador.

Lunes
     ¿Volver a escribir, yo? ¿Yo? Jamás.
     La sincronización. Eso es lo peor. Sincronizar el trabajo de escribir con lo escrito… Las palabras con su significado, el sentido con el sentido.
     Vérselas con el tiempo, con el solo tiempo del que está hecha nuestra vida, es pavoroso. ¡Pero dos tiempos! Eso supera toda incomodidad imaginable. (Y sin embargo hay gente a la que le gusta, gente a la que le gustaría, horror de horrores, haber sido Joyce, haber escrito el Ulises, estar escribiéndolo… Y es lo que hacen, pobres infelices.)

Martes
Un maestro de sabiduría dice: “cuando tiene dolor de muelas, uno va al dentista. Ése es nuestro camino”. El Tao. De acuerdo. La simplicidad perfecta. ¿Qué podría ser más simple que eso?
     El Tao es el camino perfecto de la acción perfecta. Muy bien. ¿Pero eso no es contradictorio? Antes de ser perfecta, mucho antes, para empezar a calificarla no más, la acción debe ser eficaz. Y eso basta para que se ponga en un encadenamiento de causas y efectos. No creo que fuéramos al dentista sino en busca de un efecto, y porque estamos experimentando la causa. Y eso se parece muy poco al Tao. Y sin embargo, si hemos de creerle al maestro, ir al dentista es la consumación del perfecto Tao de la inacción. ¿Será que la acción y la inacción son lo mismo?

Martes
El Ulises, alguien debería decirlo, es nada. Nada en absoluto.
     ¡El tiempo que lleva! Es horrendo. El tiempo que le llevó a Joyce… Es como una amenaza: la profesión de novelista. Eso puede pasarle a cualquiera.
     “Hoy trabajé bien…” “Por aquel entonces estaba escribiendo mi novela…” “Me fui a un albergue de montaña a escribir…” “Por las tardes escribo en el Select…”
     ¡Nunca más caeré en eso! Por suerte, eso quedó atrás. Y no tanto por pereza como por respeto al prójimo, por no hacerlo víctima de ese narcisismo sin límites.
     ¡Creer que uno tiene realmente una vida! ¡Proclamarlo!
     ¿Alguien habrá notado que lo escrito con un procedimiento no es necesario leerlo? Salvo por desconfianza, para comprobar que se haya obedecido sin relajamiento a las reglas del procedimiento. El procedimiento es instantáneo, heterogéneo al tiempo de la vida, y cuando se lo pone en un continuo con la vida o el trabajo, lo que se forma es la felicidad, la plenitud, nunca uno de esos libros laboriosos y deprimentes, que en realidad derivan de una confusión de “procedimiento” con “proyecto”.

Miércoles
Pasada esta crisis de la novela, los pajaritos vuelven a lo suyo. Tras una serie interminable de tijeretazos, el gran chillido. Eso sucede todo el día, en todas las horas de luz.
     Hay pájaros imitadores. ¿Habrá pájaros inimitables? Quizás es todo lo que se proponen ser. Quizás todo lo que estamos oyendo son maniobras armónicas para hacer imposible la imitación. Complicaciones raras para desorientar al imitador. Si ésa es la intención, la repetición no es una torpeza: es el truco más sutil.
     Entra el aire por mi ventana, en forma de nada, como si viniera de espaldas.
     Entró el aire, rígido como una piedra.
     Entró el pensamiento, contoneándose.
     Entró una bola de plástico rosa, y cayó sobre mi pie descalzo.
      
     Miércoles
¿Cómo hacer, me pregunto, para agradecer con verdadera elocuencia el privilegio inaudito de ver pasar sobre nuestras cabezas esas cosas que vemos, esas formas, esas acumulaciones ingrávidas, esos volúmenes?

Miércoles
Mis escritores favoritos. Alguna vez tenía que hacer la lista:
     Balzac
     Baudelaire
     Lautréamont
     Rimbaud
     Zola
     Mallarmé
     Proust
     Roussel

Jueves
La vía del recto Tao olvida dos elementos fundamentales: la procrastinación y el acto gratuito. Elementos que por lo demás están relacionados entre sí, como contrapesos en las dos puntas de la causalidad.
      
     Jueves
No escribir. Mi receta mágica. “No volveré a escribir.” Así de simple. Es perfecta, definitiva. La llave que me abre todas las puertas. Es universal, pero sólo para mí; no pretendo imponerla, ni mucho menos.
     ¿Cómo pudo ocurrírseme? Ahora creo saberlo. Y eso explica a su vez su eficacia. Sucede que soy un escritor; he llegado a serlo, cosa que jamás habría esperado, sinceramente. Los que pueden fantasear con escribir son los lectores, la humanidad del tiempo. Un escritor, no. Yo no. Ya he pasado por eso.

¿Pasatiempo favorito?
     La epilepsia.

Viernes
Se me ocurre una nueva aplicación del continuo: la negación del pensamiento… En el extremo de esa negación hay una afirmación por la que el pensamiento vuelve a formarse, sin interrupción alguna.
     No sé cómo he podido hacerme este pasatiempo contradictorio de buscar “ejemplos de continuo”, siendo que los ejemplos son discontinuos y el continuo no puede tener ejemplos porque no se tiene más que a sí mismo.
     Salvo que sí tiene ejemplos: tiene transformaciones, que sólo pueden aprehenderse en forma de ejemplos si queremos seguir pensando.

Viernes
La ondulación de la realidad. No, no está bien así. Debe decirse: la ondulación. La realidad es adjetivo.

Sábado
Después de una eternidad de nubes en una dirección… Se me había hecho natural verlas correr de derecha a izquierda… esa dirección era la forma misma de las nubes…
     Hoy al amanecer las veo deslizarse al revés. Vuelven. Voy a ver todas las nubes que vi. Eso me hace pensar… que no les presté una atención uniforme… Y una atención salteada no es atención.
     Ni siquiera había distinguido lo necesario de lo contingente.

Sábado
Bien pensado, en la prosa todo es paréntesis, especialmente en la prosa que se sabe prosa, la que se complace de serlo.
     La prosa es el mecanismo de los paréntesis —creo que es más bien así que a la inversa.
     La prosa es la lengua escrita, liberada de las restricciones de la memoria y de la irreversibilidad del sentido.
     Escribir es entrar en el reino encantado de las adivinanzas.
     Adivinanzas. Paréntesis.
     Las soluciones de las adivinanzas se escriben siempre cabeza abajo.

Sábado
Estoy en la calle. Mareado, débil. Dando pasitos de tullido. Sofocado en un calor sahariano. Y descubro…
     En mi pequeño paseo alucinatorio por Flores, descubro: que todo es exactamente como era… Más que eso, muchísimo más: que todo es exactamente como es.
     El mundo se ha transformado en mundo.

Sábado
No es cuestión de preocuparse tanto por ser un buen escritor, por ser mejor que los escritores malos, ni siquiera por llegar a ser irrefutablemente mejor… Porque la gente, haciendo caso omiso de lo irrefutable, suele opinar lo contrario, o mejor dicho lo opina siempre; y después la posteridad, los siglos, opinan lo mismo que opinó la gente. No importa si los beneficiados son, en el presente en que hacen su obra y son objeto de comparación, tan obviamente desfavorable, con los buenos escritores (que son quienes comparan, ya en persona, ya a través de representantes), si esos beneficiados por la fama y la fortuna son chapuceros, fáciles, complacientes, comerciales, figurones. No importa porque el malentendido es más fuerte, y el malentendido no se resuelve nunca. El malentendido es la fuerza interior de la metamorfosis. El autor al que se le abren las puertas de la gloria es el torpe fraude sobre el que el tiempo y el malentendido han operado la transformación maravillosa. Y está bien que así sea, lo digo con dolor, con lágrimas (admitirlo equivale a hacer nada mi vida), pero está bien, porque vale más la transformación que la mera persistencia de la esencia. Sin transformación no habría continuo, y el mundo quedaría reducido a una colección de ejemplos inertes.
     El oro que son Góngora, Racine, Shakespeare, Balzac, se hace con el barro deleznable de García Márquez, Marguerite Yourcenar, Isabel Allende… Más que eso: Lautréamont se hace con Sábato.
     A la inversa, conmigo no se llevará a cabo ninguna transmutación, el malentendido no hincará el diente en mí. Cometí el error de querer ser Lautréamont directamente, como si el tiempo ya hubiera pasado. ¿Y eso a quién le interesa? Estéril, abandonado, atravieso mi posteridad como una completa nada.

Domingo
Luz, madre del sueño.
     Industria blanca del bostezo, la somnolencia y el dormir profundo.
     Claridad de hipnotismo.
     Ojos que se cierran en las transparencias del aire.
     Día que me adormece en sus honduras cada vez más iluminadas.
     Deslumbramiento narcótico…

Lunes
Cuando se habla de la segunda conciencia, la “conciencia de la conciencia”, y de la tercera, y la cuarta… No puedo dejar de pensar que el modo de detener esa escalada es crear una ficción, un dispositivo como los de la Literatura, que sirva de escenario, laboratorio, estadio final, de todos los infinitos.

Miércoles
Números proporcionales. Al parecer son los que forman una serie en la que el cuarto es al tercero lo que el segundo al primero, por ejemplo la mitad o el doble. Claro que cuando la relación es más sutil, por ejemplo si uno es la mitad del cubo del otro, debe de ser casi imposible completar el trío. Sin embargo, hay un método, y parece ser que todo el mundo (menos yo) lo conocía: se multiplica el segundo por el tercero, y se divide por el primero. A ver si sale

8 11 20 … 27.5
     2 4 9 … 18
     1.5 3 5 … 10

¡Sí! ¡Sale! Nunca jamás se me habría ocurrido.

Viernes
Hay una mujer en el barrio, alta, flaca, rubia, de edad indefinida, que se pasea repitiendo “Vete, Satanás”. Es su ensalmo, su paseo, su OM. Va y viene todo el día; debe de tener su base de operaciones en el templo evangélico de aquí a la vuelta. La veo desde la ventana.
     El barrio está pasando por un momento raro: una anciana agoniza en un dormitorio de planta baja a la calle, con la ventana abierta, la cama al lado de la ventana, un velador encendido en la mesita de luz las veinticuatro horas. Otra, provecta, deformada por la delgadez, vigila en la puerta de la casa de la esquina, justo frente a mi ventana. La sacan en la silla de ruedas a las ocho de la mañana, y ahí se queda hasta la noche, apenas cubierta con un camisón blanco, mostrando las piernas esqueléticas.
     Los pájaros sacan chillando uno por uno todos los tornillos de estos días interminables.
     Vete, Satanás.
     Me pregunto si existirán de verdad las inclusiones, del tipo: yo estoy en mi cama, mi cama está en mi casa, mi casa está en el barrio, el barrio en la ciudad, la ciudad…
     Quizás existen, pero en un registro instantáneo, sin duración. El tiempo las está desplazando todo el tiempo, aunque yo siga en la cama.
     Mi cama está en el mundo, el mundo está en el barrio, el barrio está en mi casa…
     No es tanto un sistema de inclusiones como de expulsiones: Vete, Satanás.
     Y es menos un ensalmo o una amenaza que una descripción. Las expulsiones se consuman sin cesar. A gran velocidad, todo el tiempo, como un desplazamiento incesante y atorbellinado.
     No se concibe la poesía argentina de los años sesenta sin “la loca”. Es el personaje central, la figura recurrente. Si alguien alguna vez se propusiera hacer un estudio de la poesía de Alejandra, paradigma de los poetas de esa época, debería empezar por “la loca”.
     La loca era una ficha poética, desprovista de sentido. Tardó muchos años en recuperarlo. Pero aquí también, recuperarlo no es incorporarlo, sino expulsarlo.
     “Lo expulsado por el vacío creador” (Lezama Lima).
     Viernes
Alguna vez debería escribir sobre estas contemplaciones del crepúsculo. Cómo me siento frente a la ventana y clavo la vista en el cielo, en el rosa, como un maniático, sin parpadear… Primero el rosa. Después el plus-rosa. Se repiten, escalonados, hasta que mi amiga, la nubecita negra en forma de murciélago, colgada en medio de esas planchas de rosa (a propósito, hoy mi nubecita negra vino adornada con un moño de vapor gris), hasta que mi nubecita se incendia, se carboniza, y el cadáver toma forma de castañuela y se entrechoca con un clap-clap, en medio del milésimo plus-rosa, y parte hacia arriba, vertical, como una flecha.

Sábado
La horrenda experiencia del fin del mundo. Sin embargo inocente, vivida casi al modo estético.
     En la Plaza Flores. Yo tenía en la mano, tomado con el índice y el pulgar, un terrón de azúcar. De pronto se disolvió en mis dedos. Si por un instante pude pensar que era por causa de la humedad, no tardé en desengañarme. El aire había tomado un resplandor verde, amarillento, y fue todo respirar y morir. Todos, el mundo entero, morimos en ese instante.
     Y sin embargo, hubo algo así como una sobrevida (siempre la hay) para pensar lo siguiente: se había descompuesto la química de la atmósfera, los átomos velocísimos llevaban la catástrofe a todas partes, en ese instante cesaba la vida en el planeta. Muy bien. Pero eso, ¿quién lo sabía? Los científicos cesaban de vivir también. No quedaba nadie para seguir haciendo ciencia, así que nadie podía estudiar el fenómeno.
     Salvo… que de algún modo se lo hubiera estudiado antes. Por ejemplo, ¿qué hacía yo en la Plaza Flores con un terrón de azúcar en la mano?
     También está la posibilidad de que haya sido un sueño.

Martes
Los pájaros cantan porque están lejos, y viceversa. La distancia que me separa de ellos es el canto, el resorte.
     Si estuvieran cerca habría dejado de oírlos hace mucho, en otro tiempo, en otra era. Ya me habría olvidado.
     Las nubes no admiten el menor cambio de ubicación ni, mucho menos, de posición. Deben quedar perfectamente inmóviles en su sitio, el menor desplazamiento las destruye.

Jueves
Es de todo punto imposible que yo pueda oír el canto del pájaro. Para ello debería estar en su “radio”, vale decir, debería haber una especie de círculo, conmigo en el borde y el pájaro en el centro, y una línea que nos uniera.
     ¿Y dónde está esa línea? ¿Quién la ha visto? Si existiera, sería un fenómeno más, agregado al mundo.
     Por esa línea vendría el canto, veloz y sin detenciones. Sería el camino, el Tao, y el Tao no puede estar en el mundo antes que yo. No puede ser un camino que me esté esperando para transportar el sentido, que se acumula como un ovillo en el pío. ~

+ posts


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: