Conspiración: un diálogo

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Político: La conspiración es siempre negativa y peligrosa. Es acción alevosa y secreta, no se conspira para hacer el bien, digamos, sino para dañar y destruir. Como abogado que soy te digo que es delito sancionado en el Código Penal. Puedes verlo en su Libro Segundo, título primero, “De los delitos contra la seguridad del Estado”, capítulo octavo, “Conspiración”. Se penaliza de uno a nueve años de prisión y multa de hasta 10,000 pesos.
Filósofo: Me parece apresurado condenar algo, la conspiración en este caso, sin saber bien qué es. No estamos empezando a hablar y ya quieres meter gente a la cárcel.
     Político: Dura lex, sed lex: “La ley será dura, pero es la ley”. Y todos sabemos qué es conspirar. El diccionario lo dice: “unirse algunos contra su superior o soberano” y también “unirse los particulares contra un particular para hacerle daño”. Ahí está, claro como agua.
     Filósofo: Eso es muy grueso. Tu definición no recoge, por ejemplo, la noción de sigilo. Un grupo de vecinos que se une para protegerse de los robos entra a tu definición (quiere dañar a los ladrones) y, sin embargo, no está conspirando.
     Político: Es cierto. ¿Qué falta en la definición?
     Filósofo: No, no hay que apresurarnos a definir. Primero hay que ampliar la cuestión, verla desde arriba. Enmarcarla.
     Político: ¿Cómo se hace eso?
     Filósofo: Empecemos diciendo que la conspiración es un tipo de acción racional. Como tal es moralmente neutra, de suyo no es ni buena ni mala. Todo depende de qué haces con ella y para qué. La conspiración para matar a Hitler o la de Querétaro fueron moralmente buenas. Ahora, una acción es racional cuando tiene, cuando menos, fines claros y logrables, y se vale de medios eficaces para alcanzarlos. Una acción se comprende sólo cuando es racional: comprender una acción, en este sentido, es captarla como medio para alcanzar cierto fin.
     Político: Eso es, como tú dirías, muy grueso.
     Filósofo: Muy general, pero verás que nos va a ser útil. Ahora vamos a particularizar. El número es el primer problema. ¿Tú dirías que puede hablarse de conspiración si las acciones las planea y realiza una sola persona?
     Político: No. La ley es concluyente: el delito es de forma concertada, es decir, tiene que participar más de una persona. Un solo conspirador no configura delito porque el delito está en el acuerdo; propiamente el delito es ese concierto de voluntades.
     Filósofo: Bueno, eso dice la ley, pero tú ¿qué opinas? Porque tenemos ejemplos muy presentes de conspiraciones solitarias.
     Político: Sí claro, el asesino solitario, Aburto. Cuesta pensar que Aburto no conspiró, aunque, supuestamente, no haya hablado con nadie. Pero, por otra parte, cuando en este caso se habla de conspiración, se piensa que hay alguien detrás de él, que no actuó solo. Y la gente insiste en sospechar que hay más conspiradores.
     Filósofo: Y ¿por qué?, ¿por qué el vulgo se muestra anheloso de multiplicar participantes y de maquinaciones?
     Político: ¿Porque el mexicano es novelero y melodramático?
     Filósofo: No, claro que no. Aquí entra lo que dijimos de acción racional. La gente quiere que se explique el asesinato de Colosio. Y explicar quiere decir, como vimos, mostrar la racionalidad de la acción. Es decir, encontrar en ella fines claros y medios adecuados. Pero un asesino loco y solitario no proporciona ninguna de las dos cosas: como no hay fines claros, la acción se vuelve irracional e incomprensible. Una especie de accidente. Y un accidente es, por hipótesis, casual e inexplicable. Dado que no hay explicación, parece que se está ocultando algo. Observa esto: para que la acción tenga racionalidad, se necesitaría inventar una conjura con maquinación bien estructurada. Y ¿quiénes inventan conspiraciones donde no las hay?
     Político: Los locos.
     Filósofo: Exacto, los paranoicos. Es su manera de organizar el mundo, y aunque parezca mentira, de darle cierta racionalidad. Porque, como dice Chesterton, lo que impresiona del lunático es su minuciosa lógica. Muchas veces es sutil e irrefutable. Su error está en las premisas, son disparatadas, sin lo que Russell llamaba fuerte sentido de realidad. Pero dejemos esto para más adelante y, si te parece, sigamos indagando qué es conspirar.
     Político: Me parece bien. En cuanto al número, ya decía el maestro Maquiavelo que una conspiración es más peligrosa en tanto menos gente participe en ella. La razón es sencilla: mientras mayor sea el número de conspiradores, mayor es la posibilidad de que haya filtraciones y el complot sea descubierto. En este sentido, dice, el asesino solitario es letal e imparable.
     Filósofo: Con esta cita de Maquiavelo estás indicando que un individuo solitario puede conspirar, ¿en qué quedamos?
     Político: Ya no sé. No puede ser que una cosa así, tan simple, sea problema. Me da coraje.
     Filósofo: Pues ya ves. Es problema, pero sencillo: el concepto de conspirar puede entenderse de dos maneras. Si lo entiendes como relación, entonces no puede haber conspirador solitario. Por ejemplo, hermano es una relación y sólo puedes ser hermano si hay otros hijos del mismo padre o madre. Así lo entiende la ley, como relación entre personas. Pero si entiendes conspirar como la ejecución de una acción, a saber, la de maquinar o premeditar algo contra alguien, entonces Aburto es, según dicen, conspirador solitario.
     Político: ¿En qué quedamos?, ¿puede o no puede haber?
     Filósofo: Las dos cosas valen según desde dónde lo consideres. Pero conviene seguir averiguando. Digamos que conspiración es unión de varios para hacer algo y preguntémonos algunas cosas. Si tiene que ser secreta, y por qué, y si tiene que ser por fuerza contra algo, o puede haber conspiraciones para favorecer o beneficiar. Pero antes conviene explorar un poco la fauna conspirativa. ¿La conspiración tiene que ser política? Si no, ¿cómo y dónde se da en otros órdenes de la vida? Y en general ¿qué supone o hace posible una conspiración?
     Político: Conspiraciones hay por todas partes. En las empresas, en los talleres literarios, en los laboratorios de investigación, en los concursos de perros, en los mercados, hasta en las familias.
     Filósofo: Y bien, ¿qué tienen en común estos ejemplos que diste? O, lo que es lo mismo, ¿dónde no puede haber conspiraciones?
     Político: En las relaciones de pareja, por ejemplo. Un amante no puede conspirar contra su pareja sin salir de la relación.
     Filósofo: Déjame considerar. Un marido envenena poco a poco a su esposa, como en aquella película vieja, La luz que agoniza, creo que se llama. ¿No conspira contra su esposa? De que maquina no hay duda, dice una cosa y hace otra, finge. Parece obvio que está conspirando, pero algo no suena bien aquí. ¿Qué es lo que suena raro?
     Político: “Conspirar” no es palabra adecuada para lo que hace el marido, es demasido grande, no le queda a la acción.
     Filósofo: Es cierto. La conspiración no parece configurarse, faltan elementos. Lo que me preocupa es hacer demasiado amplia la noción; entonces, cualquier cosa, toda forma de premeditar nos resulta conspiración y todos los gatos se vuelven pardos. Si te parece, dejemos abierta esta cuestión, sigamos indagando y luego la retomamos. Digamos por lo pronto que para que haya conspiración se necesita que haya, cuando menos, tres participantes.
     Político: Hay una ley sociológica que dice: “cuando hacen algo tres personas, las dos más débiles tienden a unirse frente a la más fuerte”. He comprobado que es cierto, a mí me ha pasado en un sentido y en el otro, me he unido y se han unido contra mí.
     Filósofo: Brillante. Esto que dices de los tríos me gusta mucho: es muy iluminador reducir un concepto a un campo primitivo, elemental, sencillo de apreciar. Y aquí aparece un nuevo elemento, la fuerza y debilidad, quién manda, organiza o dirige y quién obedece. Éste es el ámbito de la conspiración: el poder. Porque si te fijas, lo que hay en común en tu lista de laboratorios, concursos de perros y familias es que hay burocracia y, por tanto, mando.
     Político: Así es. El apetito de poder es lo que mueve al mundo, siempre lo he dicho.
     Filósofo: No, no lo creo. No enloquezcas. Vamos por pasos. Lo que es interesante de los tríos es que aparecen no sólo elementos de la conspiración, sino lo que los antiguos positivistas llamaban la función. La función hace al órgano, decían. Función, es decir, una especie de mecanismo: conspira el débil, el que no manda.
     Político: Claro, el que manda no conspira, ¿para qué?, para eso manda y ya.
     Filósofo: ¿Por qué el que manda no puede conspirar? Si definimos conspiración como “modo de organización de los débiles (o en desventaja) frente a los poderosos (o con ventaja)”, se ve claro: el que manda no puede ser, por hipótesis, débil ni está en desventaja, luego no puede conspirar.
     Político: No me gusta esa definición. Además está por verse si no pueden organizarse conspiraciones desde el poder.
     Filósofo: A mí tampoco, es muy incompleta, pero hace aparecer un lado atractivo y saludable de la conspiración: la hace mecanismo defensivo de los débiles. Y quiero recordarte que tú empezaste diciendo que era delito penalizado en el Código.
     Político: No lo digo yo, lo dice la ley. Ahora podemos volvernos y considerar si podemos llamar conspirador al marido que envenena a su esposa.

Filósofo: Ya tenemos los elementos que nos faltaban. Caractericemos: “conspirar” se usa sólo para maquinaciones contra un poder establecido. La esposa no constituye poder establecido frente al marido, luego no podemos decir que el marido “conspira” contra ella (si lo decimos suena raro y mal). Podemos decir, a lo más, que maquina, urde o premedita contra ella. Dejemos claro que no todo el que premedita, o urde, conspira.
     Político: En cambio sí podemos decir que la madre y los hijos que se asocian contra un padre autoritario y caprichoso, están conspirando.
     Filósofo: Ahí sí, y sucede todos los días. Pero ahí hay mando y poder establecido.
     Político: Antes, en la relación de pareja, el poder lo tenía el varón, pero con el feminismo o conspiración general de mujeres contra el poder masculino, se han ido equilibrando las cosas.
     Filósofo: Bueno, bueno, eso es bien sabido. Sigamos la indagación. El mecanismo o función conspirativa aclara por qué la conspiración es secreta y por qué es contra algo. Es secreta porque, en este juego, los conjurados juntos, vencen, y separados, pierden. Y debe evitarse que los mecanismos de poder se echen a andar antes de tiempo, es decir, que el fuerte enfrente a los conjurados por separado, uno a uno. Conspiración implica timing preciso, y el timing responde a los plazos necesarios para actuar en forma concertada y oportuna.
     Político: Política y secreto, qué tema. Marx decía, por ejemplo, que la esencia de la burocracia es el secreto. De ahí le viene su poder. Entonces, ¿toda conspiración tiene que ser secreta?
     Filósofo: Si un grupo de personas se reúne abiertamente para alcanzar el poder en alguna institución y forma, por ejemplo, un partido o una planilla, no está conspirando.
     Político: Sí, pero no basta el secreto para caracterizar, siento que falta algo. No sé cómo decirlo: ¿factor sorpresa, traición, ilegalidad?
     Filósofo: Tienes razón, falta lo tortuoso, es decir, transgresión de las vías, no digamos legales, sino establecidas, usuales o pertinentes que sean según el caso. Es decir, la maquinación. Conspirar implica maquinar, urdir. Y por eso es cosa oculta, escondida, porque siempre es tortuosa.
     Político: No está claro todavía. Quisiera saber si la traición es esencial a la conspiración. Porque conspira no el que está lejos, sino el que está cerca del poder. ¿Tú crees que todo conspirador da, de un modo u otro, el beso de Judas?
     Filósofo: Eso tiene que ver con romper la confianza. X traiciona a Y cuando hace de la confianza que Y le dio uso contrario a los intereses de Y. Para que X traicione a Y debe, pues, contar con su confianza. Pero las conspiraciones pueden ser muy variadas y no podemos imponer como condición algo como “tener la confianza de la autoridad o poder contra el que se maquina” porque dejaríamos fuera muchas conspiraciones canónicas. La de Querétaro o la bolchevique de Lenin no tenían la confianza de nadie (ni, por lo tanto, hubo traición alguna) y, sin embargo, son conspiraciones.
     Político: Pero el tipo de conspirador-traidor es frecuente. Ahí están Victoriano Huerta, Franco o Pinochet.
     Filósofo: Qué trío. Sus acciones, que se parecen, admiten dos tipos de descripción. Bajo una son conspiradores, y bajo otra traidores. Una sola acción y dos descripciones verdaderas. Porque ya vimos que “conspirar” no es equivalente a “traicionar”.
     Político: Y tampoco, supongo, puede ser conspiración a favor de algo, tiene que ser en contra.
     Filósofo: Eso es relativo, estás en contra de X porque estás a favor de Y. Pero es contra algo porque no hay conspiración sin disputa del poder, a eso se aplica el término, ésa es su función y su ámbito. Haría falta precisar en qué condiciones se suscita la conspiración. Pero, según parece, es cuando las otras vías, claras y sin secretos, la mayoría de votos, por ejemplo, se cierran. Estoy por pensar que, en ese sentido, el que manda tiene siempre la culpa de que haya conspiraciones. Es decir, el poderoso se las gana porque cierra las puertas de la acción abierta contra él.
     Político: Qué ingenuidad la tuya, de veras, hablas como niño. Se ve que no has hecho política y no sabes que el sapiens puede ser un animalito muy malo. Hablas de débiles y fuertes, y no sabes que la gente ambiciona mandar, como sea, por las buenas o a la mala, con razones y sin ellas. La envidia es grande y la ambición obsesiva. La tragedia de Julio César se ha repetido y se repetirá una y otra vez en los más diferentes campos. El odio gratuito al que descuella y dirige es constante, y peligroso. Y pobre del político que no lo sabe bien, porque tiene los días contados en el cargo.
     Filósofo: Tienes razón. El animalito es inconforme e inquieto, pero eso no autoriza al gobernante a ver conjuras donde no las hay.
     Político: ¿De qué hablas? ¿Desaconsejas estar alerta? Mira a Clinton, como César, acuchillado en el Senado, a la moderna, si quieres, pero es la misma eterna conspiración de senadores que se creen honestos e impolutos.
     Filósofo: Pero no es eso lo que decía, hablaba de cuando, desde el poder, como los paranoicos, se busca una racionalidad que no existe, cuando detrás de un movimiento, por ejemplo, no se ve una demanda masiva y popular, sino una conspiración de unos cuantos perversos conjurados. Eso que podríamos llamar “mentalidad de complot”.
     Político: Estás hablando del 68, de Díaz Ordaz y de la famosa conjura contra México.
     Filósofo: De ese delirio paranoide, por ejemplo. Pero hay otros casos porque esa mentalidad sigue activa.
     Político: Tienes que aceptar que no sólo la tiene el gobierno, el pueblo también es fantasioso, tiene ansia de conspiraciones novelescas y cree todos los chismes que le cuentan.
     Filósofo: Ya hablamos de eso: una acción sólo se entiende cuando es racional, y la idea de conspiración sirve para eso, para darle racionalidad a las acciones al situarlas en el esquema de fines claros y medios apropiados. Por eso la gente es novelera, porque quiere entender. Pero no tiene la culpa.
     Político: ¿Ah, no, y por qué?, cree lo que sea, ¿te parece sano que no haya el menor espíritu crítico?
     Filósofo: Chismes y rumores tienen mala prensa, pero bien vistos, no son otra cosa que un sistema de información, no por primitivo, menos útil y eficiente. A menor información objetiva disponible y mayor tensión social, corresponde mayor florecimiento del sistema. En las guerras, por ejemplo, donde hay censura militar y gran tensión, los chismes son incesantes. No hay otra cosa. No necesito recordarte que en México la nula transparencia, imperio del “mejor que no se sepa” y manipulación descarada de los hechos ha sido la regla. Ante la ausencia total de información objetiva, ¿qué te extraña? Pero eso es distinto de la mentalidad de complot del gobierno que no es otra cosa que maquinación que maquina maquinaciones inexistentes.
     Político: La regla detrás de la mentalidad de complot es sencilla, dice así: “si la negociación es imposible y necesitas reprimir, inventa una conjura”. No hay de otra sopa. Y así se ha hecho.
     Filósofo: No puedo creer que se actúe con esa frialdad. Que el mandatario se diga: “vamos a inventar que hay una conspiración y luego metemos gente a la cárcel”, así con esa claridad.
     Político: Me sigue asombrando lo ingenuo que eres. Claro que puede ser.
     Filósofo: No, parece que media ahí una creencia. Es decir, en el 68, Díaz Ordaz y los suyos creían de veras que había una conspiración contra México. Lo curioso y espantable del caso es que hayan podido creer eso, es decir, tener esa creencia y, por lo tanto, esa política delirante y represiva. Porque, como vimos, un delirio paranoico bien estructurado es imposible de refutar. Pero, claro, por lo mismo es imposible de probar, porque, como es bien sabido, sólo puede probarse lo que es en principio refutable.
     Político: En todo caso, ¿cómo se sabe si algo es una conspiración?
     Filósofo: Bien, desde el orden del conocimiento, diría que lo primero es el sigilo. En toda información sigilosa, ese “aquí entre nos, pero no lo divulgues”, hay presunción conspirativa. Pero eso no basta. Hay que añadir que la información sigilosa tenga un fin demoledor claro.
     Político: ¿Tú crees que es imposible probar que en el 68 no hubo conjura de perversos contra México?
     Filósofo: Es imposible. Pero ya nadie lo cree, es una hipótesis completamente desprestigiada. Sin embargo, se seguirá discutiendo, porque la historia nunca pone punto final a nada, es una discusión sin fin. Siempre será posible interpretar las acciones de algunos grupos en el 68 como conspiración, en especial las del Partido Comunista, que, como era clandestino, se veía obligado a cumplir la primera característica de lo conspirativo, a saber, el sigilo. Pero, claro, eso no es conjura contra México y de ahí no se puede pasar. Acuérdate: el paranoico no quita ni pone nada, sólo interpreta.
     Político: Me impresiona eso que dijiste de que la historia es una discusión sin fin.
     Filósofo: Sí, no puede decidir nada conclusivamente. Porque las cosas siempre pueden interpretarse de otro modo. Figuras como Napoleón o Pancho Villa, por ejemplo, son esencialmente ambiguas, unos piensan y pensarán una cosa, otros otra y no hay modo de zanjar la discusión.
     Político: Es cierto. El otro día conocí a un político, ya muy viejo. Había sido obregonista y lamentaba que la conspiración para asesinar a Obregón nunca se hubiera descubierto. Porque, según él, el general Calles fue el autor intelectual de la muerte de Obregón. “¿Cómo? —le pregunté—, ¿y Toral y la Madre Conchita?” Pero, según él, ellos fueron sólo meros ejecutores “porque Calles —decía—, con inteligencia diabólica logró introducir entre los fanáticos un agente confidencial que fue el que les calentó la cabeza con la idea del asesinato y lentamente los fue orillando al crimen”. Es un hombre ya muy viejo este obregonista y, sin embargo, sus ojos brillaban cuando moviendo la cabeza comentaba: “fue un crimen perfecto”.
     Filósofo: Toda esa generación discutió mucho esa hipótesis, y tal vez sea él el último que la sostiene. Qué idea. Pero ¿qué te parece que en unos años viniera un historiador, una especie de Sciascia mexicano, y demostrara que es verdadera? Lo cierto es que toda posibilidad de conspiración tiene encanto y fascinante atractivo, ¿no es cierto? –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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