Biografías: James Joyce

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James Joyce dijo en alguna ocasión —yo no soy tan preciso como Richard Ellmann—: "He llenado mi obra de tantos secretos que van a necesitarse dos o tres generaciones de investigadores para agotarla." Nosotros agregamos que nada puede agotar esta obra hasta el punto que el último de sus libros, Finnegans Wake, escrito durante cerca de 17 años, tiene un lenguaje tan particular, armado con base en referencias privadas, tan plagado de una importancia del sonido sobre el significado, que siendo absolutamente musical es también incomprensible.
Puede emocionarnos, pero la verdad es que no podemos entenderlo; opinión compartida por algún crítico, cuyo nombre no recuerdo, pero cito usando un recurso del que se sirven con tanta frecuencia los biógrafos de William Faulkner o Truman Capote, quienes sólo dicen "un crítico" o un "investigador opina": "pobre James Joyce perdiendo la vista en su empeño por escribir una obra ilegible." Richard Ellmann ni siquiera se ocupa de esta opinión. Para él todo está perfectamente claro. Tal vez, tal vez. Los ineptos debemos ser tantos lectores fracasados; pero hasta Harriet Shaw Weaver, protectora de Joyce desde los tiempos de Ulises, le confiesa a él no entender su nuevo libro. En seguida le pide disculpas. Nosotros también lo hacemos. James Joyce es James Joyce. Tenía derecho hasta a escribir una obra incomprensible para algunos ignaros. Uno de ellos adelanta la opinión de que esto se debe a que cuando escribe Finnegans Wake le interesaba más el sonido de las palabras que el hecho de que pudieran ser interpretadas de acuerdo con un código común. Después de todo el tema de Finnegans Wake es muy preciso hasta para los lectores que confiesan no entender su escritura: iba a describir un antiguo mito de la ciudad de Dublín como representación del país mismo. Pero esta obra ocupa los años finales de Joyce. Después de ella ya sólo le queda abandonar París en muy precaria situación, huyendo de los nazis, y morir en Zurich de una úlcera perforada. No nos adelantemos tanto entonces. Volvamos atrás, al principio del principio. Joyce, de acuerdo con Richard Ellmann y con cualquiera, nace el 2 de febrero de 1882 en Dublín, por supuesto. En 1903 muere su madre y Joyce tiene un abierto gesto de rebeldía negándose a actuar como católico en esas dramáticas circunstancias. En 1904 conoce a la que sería su compañera durante toda su vida y madre de sus dos hijos, la empleada en un hotel, Nora Barnacle. Los dos abandonan Dublín ese mismo año, van primero a Zurich, luego a Pola y se establecen en Trieste. Ahí Joyce da clases de inglés en la Berlitz School y a alumnos particulares. Tiene muchos amigos. Es irlandés y por tanto bebe abundantemente. La bebida elegida para toda la vida por él es el vino blanco. Dicen las malas lenguas que algunas veces se quedó tirado en la calle. Malas lenguas o no, estamos tratando de ser buenos biógrafos tal como Richard Ellmann, aunque debemos admitir no ser capaces de precisar cada detalle de su vida a pesar de haber leído meticulosamente todos sus libros. Ni modo, no somos biógrafos profesionales. El caso es que, en tanto, escribe continuamente, como lo hará siempre, y tiene las dificultades usuales para publicar, unidas a sus particulares indecisiones. A pesar de ellas, Chamber Music aparece en 1907 y en 1914 Dubliners. Richard Ellmann, tan preciso en detalles banales con los cuales cumple su deber como buen biógrafo, muestra al comentar el último cuento de este libro, "Los muertos", sus excepcionales dotes de crítico. La manera como se nos comunica el significado de la conversación entre Gabriel Conroy y su mujer Gretta, después de que han asistido a una animada fiesta en la casa de unas tías de él donde Gabriel ha hecho un gran discurso sobre Irlanda y ya están a solas en su cuarto viendo nevar —lo que hace que Gretta recuerde la muerte de un antiguo novio provocada por la tuberculosis después de que él le llevó una serenata, despierta los celos y la compasión de Gabriel y los hace meditar acerca de la nieve que cae sobre los vivos y los muertos—, es magistral porque Richard Ellmann consigue revelarnos el valor del cuento como una suerte de síntesis de los personajes principales de Joyce y por tanto de la humanidad entera. En Trieste escribe también A Portrait of the Artist as a Young Man y la que ahora sabemos que es la primera versión de la misma obra de Stephen Hero, y que Joyce intentó destruir, salvándola del fuego la heroica intervención de su hermano Stanislaus, quien ya vivía también en Trieste. Asimismo ahí nacen sus dos hijos, a los que les pone nombres en italiano, Giorgio y Lucia. De ahí la familia se traslada a Zurich, donde Joyce empieza a escribir Ulises. Durante ese viaje Joyce comete su única infidelidad a Nora. Primero ve por la ventana a una veci- na, averigua su nombre: Marthe Fleischmann, y a partir de que ella le escribe mantienen una correspondencia culminando en una cita en la que Joyce, le cuenta a un amigo, explora las partes más frías y más calientes de su cuerpo. Marthe Fleischmann después tiene los nervios definitivamente afectados por su audacia. Joyce regresa a Nora, a sus hijos, al vino blanco y a Ulises. No resisto la tentación de hacer dos comentarios anticipados sobre esta obra. Las tentaciones están hechas para caer en ellas. Mucho, mucho después, cuando Joyce ya está escribiendo Finnegans Wake, en alguna ocasión le comenta a Beckett si no exageró en Ulises las similitudes paródicas de cada episodio en relación con la Odisea; y todavía mucho, mucho después, cuando Joyce ya estaba muerto, Cesare Pavese comenta que no se trata de partir de la Odisea sino de llegar a ella. Quizá esto no tiene importancia, pero aparte del gusto de mencionarlo, sí señala dos posibles maneras de concebir la literatura. Ante la potencia de la obra y su significado para la literatura posterior a ella, ya sea siendo verdad la aprensión momentánea de Joyce o el comentario cáustico de Pavese, tan preocupado por la posibilidad de encontrar mitos en la vida contemporánea, ambos comentarios no hacen más que mostrar la amplitud de la literatura. Para nuestro intento lo importante es que Joyce prosigue con la redacción de Ulises en París. Ahí empieza a ser protegido económicamente por Harriet Shaw Weaver, quien durante mucho tiempo sólo conoce a Joyce por carta y en varias cartas se muestra muy preocupada por el hecho de las dos botellas de vino blanco consumidas por el escritor cada noche en distintos restaurantes de moda y le pide que al menos sea una sola. Por supuesto, Joyce no le hace ningún caso y en cambio le manda progresivamente los capítulos de Ulises ante la admiración de ella: Joyce ya cuenta con la amistad, siempre protectora también, de Ezra Pound. Terminada la ardua tarea de escribir Ulises, donde se cuenta un solo día en la ciudad de Dublín, el viaje, el 16 de junio de 1904, de este moderno Odiseo que se llama Leopold Bloom y cuyo hijo simbólico es Stephen Dedalus, el protagonista de A Portrait of the Artist as a Young Man, hasta llegar a la paródica Itaca, casa de Bloom, donde éste siente y vence la tentación de hacer entrar a su hijo simbólico y donde el libro termina con el famoso monólogo interior sin puntuación de Molly Bloom con su afirmación final: "sí", resta ahora la no menos ardua tarea de publicarlo. Nadie quiere hacerlo en Inglaterra, donde con toda seguridad el libro sería prohibido por inmoral. Ulises será publicado en París por Sylvia Beach, dueña de la famosa librería Shakespeare and Co. Lo demás es historia. La celebridad de Joyce es cada vez mayor. No vamos a mencionar todos los homenajes, pero el nombre de Valery Larbaud y los de Eug`ene Jolas y su mujer Maria Jolas deben ser recordados hasta en esta humilde crónica.
     Pasemos a otros aspectos de la vida de James Joyce, el lado familiar. Fiel a su concepción anticatólica del mundo, sólo se casó legalmente con Nora Barnacle muy cerca de su muerte y por motivos testamentarios. Fiel a su concepción del mundo, Nora nunca le pidió que lo hiciera. Tampoco se molestó en leer las obras de Joyce. Él tenía una voz de tenor admirable y ella pensaba que en vez de perder el tiempo con la literatura, Joyce debería haber sido cantante de ópera. Y en efecto, a los dos les gustaba mucho la ópera, además de que bajo los efectos del vino blanco Joyce siempre terminaba cantando. Por otra parte, la vida de sus dos hijos puede considerarse desastrosa. Giorgio de adulto se cambió el nombre por George. Intentó ser cantante de ópera sin lograrlo nunca. Se casó con una americana muy rica llamada (una coincidencia más en el mundo) Helen Fleischmann. Su matrimonio disgustó a Joyce, a Nora y a Lucia porque Helen era diez años mayor que George y para colmo durante un tiempo se lo llevó a vivir a Estados Unidos. Luego Lucia. Parece que era una niña muy bella y una adolescente igual. Estudiaba danza y participó en un concurso en París con un traje diseñado por ella misma. Contra la opinión de la mayoría del público, no ganó el premio aunque al conocer la decisión del jurado el público gritaba "¡Queremos a la irlandesa!" Joyce estaba sumamente complacido. Pero de ahí en adelante la historia de Lucia no es muy positiva. Tiene muchos novios, aunque Richard Ellmann guarda un discreto silencio sobre esto. ¡Él tan minucioso! Beckett hace su aparición en el hogar de los Joyce fascinado por el padre; pero Lucia lo espera, buscando verlo a solas. Beckett no está interesado en la hija sino en el padre y así se lo hace saber. Ni Lucia ni Nora están de acuerdo con ese interés tan puramente literario. Nora considera a su hija defraudada y engañada. Se queja firmemente con Joyce. Éste tiene que cumplir su deber como pater familias y le hace saber a Beckett que en la casa de los Joyce él es persona non grata. ¡Qué dolor, qué pena para Beckett! Tiene que renunciar a la amistad con Joyce. No obstante, Lucia hace cada vez más evidente su desarreglo mental. Finalmente será internada en un sanatorio y al cabo de un tiempo Joyce se reconcilia con Beckett. Ya está inmerso en la redacción de Finnegans Wake y su vista está cada vez más deteriorada. A pesar de ello se niega hasta a escribir a máquina. La enorme cultura y admiración de Beckett le son muy útiles. El eterno retorno tiene un papel muy importante en la novela. Juntos Joyce y Beckett leen libros que aquél considera indispensables. Entre ellos es decisivo Vico. La difícil escritura de Finnegans Wake continúa. Joyce tiene tiempo de terminarla como ya sabemos. La última palabra de la novela tiene que ser citada en inglés: the. De hecho podemos decir que no termina en nada. The puede ser en español el, la, los, las. El español es más preciso pero se presta mucho menos a los pum a los que tan adicto era Joyce. El final de la biografía, ya lo sabemos, es triste. Lucia internada en diferentes sanatorios, George, Nora y Joyce teniendo que abandonar París en precarias condiciones y encontrando finalmente refugio en Zurich, sólo para que Joyce muera muy poco después, en 1941. Richard Ellmann dice que tenía 58 años; siendo tan meticulosos y precisos como él hay que señalar que Joyce iba a cumplir 59 años veinte días después. Citemos a Richard Ellmann en su descripción del final de Joyce:

Frau Giedion-Welcker pidió, con el consentimiento de Nora, que el escultor Paul Speck hiciera una mascarilla mortuoria. Un sacerdote católico habló con Nora y George para ofrecerse a hacer un servicio religioso, pero Nora dijo: "No podría hacerle esto a él." […] Cuando el féretro de madera era colocado en la tumba, Nora extendió su brazo, en parte como despedida, en parte como si tratara de impedirlo. Hasta ahí la vida mortal de Joyce. Comienza su otra vida en las páginas de sus libros. –

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