Erecciones y libre albedrío

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El tema del libre albedrío fue un problema que agobió al gran sociólogo Max Weber, no solamente por su comple jidad teórica, sino también por las implicaciones con su propia salud mental. El sociólogo alemán era un hombre puritano que rechazaba la “nueva ética” que a fines del siglo XIX preconizaba una liberalización de las costumbres. Max Weber consideraba que las nuevas teorías provocaban una disolución de los valores morales. Cuando cayó enfermo, presa de lo que entonces se llamaba neurastenia, tuvo una confrontación con quienes le exigían un gran esfuerzo de voluntad para recuperarse de la enfermedad mental que lo torturaba. Especialmente su madre, pero también su esposa, insistían en la idea de que podía voluntariamente superar la enfermedad.

 

Ante su incapacidad para enfrentar el mal, se inclinó por enfatizar la importancia del destino, lo que reflejaba la impotencia de su mente para controlar sus nervios. El cuerpo parecía imponerse sobre su espíritu. Su malestar lo llevaba a desconfiar tanto del amor libre como del libre albedrío. Tan agudos fueron sus males, a los que él llamaba sus “demonios”, que se vio obligado a pasar unos meses en un sanatorio para enfermos mentales.

Los médicos vieron que tenía serios problemas sexuales, que Weber los vivía como una sujeción de su mente a incontrolables fuerzas somáticas. Durante el sueño tenía eyaculaciones involuntarias, pero cuando estaba despierto no tenía erecciones. Por ello, lo más probable es que nunca consumase sexualmente su matrimonio con Marianne, su abnegada esposa que creía ver en la lamentable situación de su marido un reproche implícito por su falta de feminidad o de atractivo. Una descripción de esta tragedia personal y de sus conexiones con las ideas del sociólogo puede verse en la excelente biografía de Weber escrita por Joachim Radkau, publicada en alemán en 2005. Yo mismo abordé el tema en mi libro El duelo de los ángeles (2004), en el ensayo titulado “El spleen del capitalismo”.

El comportamiento rebelde del órgano masculino ya había sido un ejemplo que postraba la impotencia del hombre ante las consecuencias cósmicas del pecado original. Para san Agustín, la prueba de que la voluntad no podía liberar al hombre de las repercusiones del pecado radicaba en el hecho de que no podía controlar a su albedrío las erecciones. Si los humanos hubiesen permanecido inocentes, dice Agustín en La ciudad de Dios, “el varón depositaría el semen y lo recibiría la mujer, siendo movidos los órganos de la generación cuando y como fuera necesario, bajo el mando de la voluntad, no por excitación de la libido” (XXIV:1).

Siglos después Weber retomó el antiguo problema, que además sufría en carne propia. En su famoso libro La ética protestante y el espíritu del capitalismo declara incompatibles el capitalismo y el libre albedrío: “El capitalismo no puede usar el trabajo de aquellos que practican la doctrina del indisciplinado liberum arbitrium.” Influido por sus hábitos puritanos, en este asunto Weber se equivocó. Se sentía demasiado atado a las consecuencias deterministas del pecado original como para aceptar que las libertades exaltadas por la contracultura de su época pudieran formar parte de la modernización económica.

Su esposa Marianne vigilaba su salud asiduamente, como una madre. En julio de 1901, estando Weber de vacaciones en Grindelwald, decidió tomar opio para calmar sus tensiones. Al enterarse, su esposa le escribió preguntándole: “¿Se ha rebelado Meister Iste con mayor fuerza gracias al aire de la montaña?” Meister Iste era el código que usaban para referirse al pene y provenía de un poema erótico de Goethe, donde en la metáfora se combinaban el latín y el alemán:

Pero ahora este maestro está aturdido,

no acepta órdenes y está encogido.

De repente aquí está y sin clamor

se levanta en todo su esplendor.

El problema de las involuntarias eyaculaciones nocturnas atormentaba enormemente a Weber y estimulaba su melancolía. En 1909 Marianne fue informada de que un médico que había sido consultado por Weber, Ludolf Krehl, miembro del famoso círculo de Eranos, recomendaba que fuese castrado. El asunto lo discutió seriamente la esposa de Weber con la madre de este. Afortunadamente esta drástica operación no fue realizada, pues ese mismo año, de alguna manera, Max Weber alcanzó una conversión interna, íntima y secreta, y abandonó su puritanismo. Tuvo dos amantes, una amiga pianista y una antigua discípula, con las que –podemos suponer– se repuso de su impotencia. En su fuero interno seguramente se volvió más tolerante con la idea del libre albedrío. …

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Es doctor en sociología por La Sorbona y se formó en México como etnólogo en la Escuela Nacional de Antropología e Historia.


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