Contra Ignacio Echeverría

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La regla de oro indica que un escritor nunca debe responderle a un crítico, por más severo o injusto que haya sido al escribir sobre sus obras. No obstante, esta norma admite una excepción: cuando el crítico de turno no se ocupa de asuntos literarios, sino personales —es decir, cuando utiliza su posición para fines distintos a la literatura—, el crítico no debe quedar impune, sino que sus faltas deben ser señaladas, como las de cualquier otro. Hace unas semanas, Ignacio Echevarría publicó un comentario —que no una reseña— del libro Palabra de América en las páginas del diario chileno La Nación (por alguna razón, en España prefirió guardar silencio). Lo que hace Echevarría en esta nota me parece, y lo digo con toda claridad, de una enorme vileza.
     Los antecedentes son los siguientes: en el mes de junio de 2003, la editorial Seix Barral y la Fundación Lara organizaron un encuentro de escritores latinoamericanos, en el cual participaron en calidad de invitados especiales Guillermo Cabrera Infante y Roberto Bolaño, quien falleció unos días más tarde. En enero de 2004, Seix Barral publicó el libro Palabra de América, donde se recogen las intervenciones de los asistentes al encuentro. Dado que Bolaño no pudo terminar su intervención, los editores decidieron reproducir el texto que el novelista chileno leyó entonces, aparecido también en la revista Lateral y luego en El gaucho insufrible, “Los mitos de Chlthú”, así como los primeros párrafos del texto inacabado que Bolaño había prometido enviar a los editores, paradójicamente titulado “Sevilla me mata”.
     En vez de hacer una reseña del libro, Echevarría no duda en utilizar al propio Roberto Bolaño, sacando de contexto un fragmento de su ponencia inacabada, para descalificar a los demás autores. Al parecer, Echevarría no puede entender por qué su amigo, quien no acostumbraba a asistir a tertulias literarias, se empeñó en acompañar a unos escritores tan mediocres. Consternado, la única respuesta que se le ocurre —y que se atreve a escribir sin sonrojarse— es que, unos días antes de su muerte, Bolaño viajó desde Blanes hasta Sevilla sólo para mofarse de sus compañeros.
     Sinceramente, no entiendo cómo un amigo de Roberto Bolaño puede atreverse a interpretar su conducta tan a la ligera, justo cuando él ya no puede contradecirlo. En vez de respetar su decisión o de callarse ante algo que no puede saber porque él no estuvo allí, Echevarría prefiere hablar por Bolaño. A fin de denostar a unos pocos escritores que no le gustan, a Echevarría no le importa traicionar la voz de su amigo muerto.
     Por otra parte —aunque tal vez esto Echevarría lo haya olvidado o no lo sepa—, hay un argumento definitivo en contra de su teoría: durante su último año de vida, Roberto Bolaño se dio a la tarea de preparar una antología en la cual pensaba reunir a algunos narradores latinoamericanos que él consideraba parte de su generación, es decir, nacidos a partir de 1950. Con enorme generosidad, invitó a muchos de los escritores que se encontraban en Sevilla a participar en este proyecto. Por supuesto, Echevarría también podrá insinuar que Bolaño quería incluirnos en su antología para burlarse de nosotros, pero pienso que ya sería demasiado.
     Nunca sabremos los verdaderos motivos por los que Bolaño viajó a Sevilla. Aunque a Echevarría le moleste, en realidad lo único que unía a los escritores que asistimos a ese congreso era una sincera admiración hacia su obra y hacia su persona. Y, al menos según mi percepción, Roberto pasó muy buenos momentos charlando con todos nosotros. Sólo eso. –

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