La ciudad de (los) Lagos

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La verdad surge más fácilmente
del error que de la confusión.

— Francis BaconDecía T.S. Kuhn que las revoluciones científicas se inician con un sentimiento creciente de que el paradigma que da sentido y lógica a los avances científicos ha dejado de funcionar adecuadamente. Este criterio es extensible a las revoluciones políticas y también a las urbanas.
     La Ciudad de México, abandonada al crecimiento informal y metastásico, dejó, por varias décadas, que el tejido urbano se conformara por las fuerzas demográficas, las tendencias económicas y la lógica del caos. Así, en una coincidencia histórico-geográfica, la metrópolis mexicana encierra en sí misma aquellas características que definen las circunstancias globales y son consecuencia de la complejidad, la interdependencia y la imprevisión. Digamos que los paradigmas que definieron su crecimiento y su morfología quedaron obsoletos y nunca fueron reemplazados.
     La propuesta de recuperación de la ciudad lacustre podría ser el nuevo paradigma que dirigiera el crecimiento de la capital mexicana. Se trata de un proyecto que da respuestas a las necesidades del presente y del porvenir, al límite entre realidad y utopía, y llena de esperanzas el futuro de la arquitectura y de nuestra ciudad. El proyecto de recuperación de los lagos del Valle de México y la reurbanización de sus riberas abre nuevos horizontes e invita a confrontar la ciudad del futuro, haciendo viable el regreso a la ciudad lacustre y demostrando que se trata de una buena posibilidad de garantizar el futuro de esta gran ciudad. Esta propuesta a gran escala para la metrópolis mexicana permite dignificar el este de la mancha urbana (Ecatepec, Ciudad Neza, etc.), fruto del crecimiento informal, y propone la ubicación de grandes infraestructuras necesarias para la escala megalopolitana de la Ciudad de México, como el nuevo aeropuerto internacional y, sobre todo, la recuperación de los lagos. El proyecto implica la solución de problemas capitales de índole urbano, infraestructural y de medio ambiente, que pasa por cambiar el manejo hidráulico de la cuenca evitando las inundaciones y deteniendo el hundimiento del suelo de la ciudad.
     No hay que olvidar, en estos momentos en que la discusión se dirime entre intereses económicos y visiones miopes, que si bien el aeropuerto en Texcoco puede ser el detonante económico que permita llevar a cabo el ambicioso proyecto lacustre y la reurbanización de sus riberas, la peor solución posible pasaría por un nuevo aeropuerto en Texcoco sin lago. Porque el proyecto de la recuperación de la ciudad lacustre pasa por el lago mismo: la recuperación del agua en el valle de la ciudad. Y como consecuencia vendrán nuevas soluciones para la infraestructura urbana, nuevos hoteles, parques y equipamientos deportivos o sanitarios en la ribera del nuevo lago; nuevas viviendas de interés social dignas que incorporen los aspectos arquitectónicos a los económicos —hasta ahora los únicos tenidos en cuenta— y nuevas escuelas.
     Pero para que se dé un salto cualitativo de tal envergadura tienen que coincidir la necesidad con la voluntad política y, lamentablemente, los políticos atrapados en el síndrome de Mafalda, en que lo urgente no les deja tiempo para lo importante, se dedican a subvencionar leches y reinventar corredores turísticos ya existentes en la ciudad, o se pelean por la ubicación futura del codiciado aeropuerto internacional.

Falta pues un buen interlocutor capaz de liderar y hacer suyo el proyecto. Un político inteligente capaz de ver el tiempo a lo lejos, de imaginar un futuro más allá de las urgencias, de las necesidades inmediatas y de los sexenios. La historia del pasado siglo ofrece algunos buenos ejemplos de proyectos imaginativos, como la nueva Brasilia, fruto del entusiasmo político del presidente Juscelino Kubitschek, quien, influenciado por el arquitecto Oscar Niemeyer, hizo realidad el visionario proyecto de Lucio Costa. O la nueva capital del amputado estado del Punjab indio, donde el presidente Nehru encargó a Le Corbusier el plan antropomórfico de Chandigarh. También están las intervenciones parciales y finiseculares de muchas ciudades europeas: de la Barcelona socialista y olímpica al nuevo Berlín imperial, un rico muestrario de opciones permite ilustrar el buen provecho político de la arquitectura y el urbanismo al servicio del poder.
     Cualquier neoliberal cínico podrá opinar, no sin razón, que no hay motivos para el catastrofismo, que quizá algunas ciudades han ido a menos en los últimos milenios —la Roma medieval, el Detroit contemporáneo, etc.—, pero que ninguna ha desaparecido o se ha colapsado. Es cierto. Pero dejar la colonización del territorio metropolitano a los avatares de la improvisación especulativa no puede producir más que un espacio sin cualidades.
     Y el mejor ejemplo —o peor, según se vea— es la ciudad de Lagos, estudiada por Rem Koolhaas en su último y pesado producto editorial, Mutaciones. En él, la capital nigeriana es considerada a la vez el paradigma y el extremo patológico de la mayor ciudad de África occidental. Y su enigma es que continua existiendo y produciendo pese a su casi completa carencia de infraestructuras, sistemas, organizaciones e instalaciones que definen la palabra "ciudad". En una cadena de patologías urbanas, en Lagos se invierten todas las características esenciales de la llamada ciudad moderna y su condición urbana se expande, se transforma y se perfecciona rápidamente, posibilitando que más de quince millones de personas sobrevivan en ella. Sus mismas carencias generan sistemas alternativos, ingeniosos y vitales. La estrategia de supervivencia de una aglomeración como Lagos podría entenderse como el resultado anárquico de las iniciativas individuales de sus millones de habitantes. Es un caso de desarrollo extremo hacia donde quizá puedan verse hiperbólicamente reflejadas las megalópolis actuales. Es el estado terminal y posible de ciudades como la nuestra, fruto de urbanismos elásticos e informales y la carencia de un proyecto de futuro.
     En un momento en que las autoridades federales todavía no asumen la capital mexicana en términos metropolitanos y las locales pasaron de la miopía a la ceguera, al bloqueo y la parálisis por miedo a los riesgos que conlleva el crecimiento, la propuesta de la ciudad lacustre es un proyecto esperanzador y posible paradigma de la futura revolución de la que fuera "la ciudad de los palacios" o "la región más transparente". Sin fatalismos pero con cierta urgencia, queda por decidir si queremos recuperar la ciudad de los lagos o sobrevivir en un vertedero informe y canceroso como la ciudad de Lagos. –

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