Ilustración: María Titos

Notas intempestivas sobre humanidades y universidad

La endogamia de la universidad española obliga a muchos investigadores a probar suerte en el extranjero. Pero en otros países también se enfrentan a vicios y servidumbres.
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Hace medio siglo la epidemia de la teoría literaria que vivieron las humanidades produjo un doble movimiento intelectual de repliegue autodefensivo y de ofensiva hegemonizadora. Mientras historiadores y críticos literarios del hispanismo peninsular sintieron la agresión de un saber en fase de definición y especialización, los nuevos autores de una teoría fuerte y autosuficiente colonizaban un espacio intelectual nuevo. En mi impresión de no experto pero muy curioso de los avatares de la teoría, la conquista de su espacio de saber se produjo en forma vertical antes que horizontal. La teoría literaria encontró su zona de crecimiento en la frontera con la filosofía, el pensamiento y un orden abstracto fundado en conceptos y reconceptualizaciones que iban expulsando lentamente a la literatura como primera justificación de la teoría y alcanzaban a la vez una forma de autonomía que consagraban nuevos o renovados departamentos universitarios y nuevos nombres de un star system académico que a menudo trascendía el ámbito de la especialidad y alcanzaba una evidente influencia cultural.

Michel Foucault o Jacques Derrida son seguramente los casos paradigmáticos de este fenómeno global. El efecto indeseado fue un descrédito abrumador sobre métodos y enfoques de la historia crítica de la literatura y la cultura y su fundamento positivista, como si la nueva teoría llevase aparejado el desdén por el análisis de procesos históricos con propuestas de interpretación imaginativa y renovadora, basada en un competente conocimiento factual de la actividad cultural. Esta nueva teoría, que a veces se asignaba a sí misma una suerte de mayúscula reconsagradora y valía simplemente por la Teoría, atrajo a muchas e inquietas cabezas, primero desde las derivaciones del estructuralismo y en seguida con la semiótica como llave para interpretarlo todo (pero casi nunca con la gracia de Umberto Eco ni de Roland Barthes). Progresivamente llegaron nuevos productos al mercado académico de la teoría, que tuvo siempre un pie plantado en Estados Unidos y sus hábitos congénitos de perpetua renovación. Nacía con la vocación de renovar el utillaje, el instrumental, el lenguaje y la retórica analítica, pero menos para complementar otros métodos que para suplantarlos o incluso obviarlos sin más: el reproche clásico del hispanismo norteamericano al español aduce que es untheorized y de ahí su casi integral ausencia en los congresos, trabajos, autoridades, etc. Los estudios culturales vivieron un parecido recorrido de consagración y les espera o les está llegando ya una nueva ola dispuesta a relevarlos en los departamentos de materias humanísticas en las universidades más poderosas de Estados Unidos. El código secreto para estar o no estar tiene hoy su propio santoral, por descontado, y su invocación oportuna es el nuevo requisito de paso obligado en un departamento (como puede ser todo lo contrario en otro departamento).

Estas apresuradas notas intempestivas nacen de la lectura intrigante de un libro raro en cualquier área del campo intelectual. Alberto Moreiras ha vivido su peripecia académica entre Estados Unidos y Europa con una etapa central brillante y vistosa en la Universidad de Duke entre 1992 y 2005. Hoy publica en la editorial Escolar y Mayo, vinculada a la producción teórica y política del entorno de Podemos con José Luis Villacañas al frente, una suerte de ensayo confesional, programático y autocrítico sobre su recorrido en el área de la teoría latinoamericanista, incluidas dos conversaciones a varias voces (una de ellas incluye al propio Villacañas): Marranismo e inscripción, o el abandono de la conciencia desdichada. El subtítulo es tan explícito como hermético es a menudo su contenido. La escritura del libro tiene algo de redención de una depresión causada por un cambio de estatus en el sistema académico norteamericano y, más exactamente, tras la ruptura de un grupo de trabajo teórico en marcha en su etapa de Duke. Hasta entonces, había disfrutado durante años de un lugar hegemónico y una significativa representatividad de las corrientes renovadoras de la teoría y la reflexión política, respaldadas también por una red de profesores e investigadores afines o cómplices… hasta que algunos de ellos dejaron de serlo, y hacia 2005 presentó su renuncia en Duke. A nadie se le ocurrió retenerle ni contraofertar para que no se marchase al Reino Unido, como sucede a menudo con profesores relevantes (y se fue a Aberdeen, en Escocia).

Un conflicto con Walter Mignolo en torno a 1998, aludido en una apretadísima nota de las pp. 83-84, abre una suerte de lucha fratricida entre latinoamericanistas cuyo resultado más escandaloso puede definirlo otra página de Moreiras, escrita en clave irónica: “Creías que eras deconstruccionista y te convierten en un neoconservador, pensabas que eras comunista y no eres sino un neoliberal, sospechabas que no eras nada pero te encuentras encasillado y clasificado, te imaginabas vivo y estás muerto, y no se puede hacer un carajo al respecto.” Desde entonces, sus ideas y análisis sobre la subalternidad en clave poshegemónica como crítica abierta a la teoría y a la política a la vez van a tener las horas contadas en Duke, o van a desaparecer de las citas, de los papers, de los paneles, de los congresos, de los debates: ha cambiado la consigna, ha cambiado la teoría, ha cambiado la hegemonía.

El relato de la víctima hace crujir las bisagras de las puertas de nuestras universidades al son de las mejores norteamericanas, al menos cuando un Moreiras dañado deplora que algunos académicos, antes que intelectuales, “son sepultureros de la intelectualidad. Ejercen su función crítica disparando contra todo pato que se aparte del vuelo de la bandada. Controlan la vida académica en función de su número, con amplia ayuda de la administración –una especie de ayuda estructural, sistémica, que es la que les permite llevar siempre las de ganar”. Ignoro quién tiene razón en este conflicto, pero sí sé que el relato es calcado al más habitual en buena parte de nuestras universidades, de acuerdo con la experiencia de muchos de quienes trabajamos en ellas.

No oculto que muchos de los planteamientos y algunos de los debates sobre los que pivota el libro se me escapan por incompetencia profesional. A veces no entiendo lo que escribe Moreiras y a veces no entiendo ni las preguntas que los interlocutores, en un par de capítulos, le hacen en relación con su trayectoria. La flaqueza es mía sin duda, por insuficiente familiaridad con el código privativo de una escuela de pensamiento, más filosófica y teórica que crítica o literaria, y eso me invalida como interlocutor competente de un lenguaje y unos conceptos predefinidos por Moreiras, entre otros. Es verdad que quizá tampoco toda la culpa sea mía si a veces la “confusión general” parece casi predeterminada, como afirma el propio Moreiras a propósito de dos autores, “quizás porque hay recompensas ocultas en la confusión misma, que nos permite proliferar nuestra toma de posiciones dentro de unas determinaciones conceptuales ambiguas y de constelaciones difusas de simpatías y antipatías, sobre todo en el terreno político”.

Lo que sí resulta nítidamente inteligible incluso para mí es la dimensión personal de una crisis profesional vivida tras un episodio académico que arruinó los sólidos equilibrios conquistados tras muchos años de profesión. Un congreso académico puede ser la espoleta que determina el fin de una hegemonía teórica en la medida que el relevo incesante forma parte de la lógica mercantil de los departamentos con mayor capacidad de liderazgo en la academia norteamericana. El mercado necesita abastecerse con novedades destinadas a un control del medio profesional que no tiene nada de metáfora abstracta o lenguaje figurado: ese control se ejerce a través de los concursos, las conferencias magistrales, las jornadas de expertos y los seminarios con determinados perfiles académicos. La nueva teoría o el nuevo método de turno va conquistando materialmente las posiciones clave del mercado norteamericano y eso exige una adaptación de los potenciales candidatos a esas plazas, tanto si han vivido un proceso consistente de asimilación de la nueva teoría como si simplemente conocen las reglas del juego y se adaptan a ellas para no ser automáticamente excluidos de plazas relevantes: “hay pavor en nuestro medio profesional –hacia las represalias, a no ser contratado, a no ser invitado, a no ser publicado, a no conseguir permanencia”, escribe Moreiras.

La perversión del mecanismo salta a la vista pero no es nuevo sino congénito. El descubrimiento tardío de Moreiras y la causa de su propio libro es haberse sentido víctima en un determinado momento de una de esas fases de inflexión en las que las tornas cambian y las figuras hegemónicas dejan de serlo. El ostracismo se convierte en una consecuencia sobrevenida alucinante y dolorosa, tras una larga etapa de excelentes rendimientos académicos y profesionales que se disiparán como por ensalmo y arte de magia. La depresión descrita por Moreiras ha sido para mí una suerte de resorte de comprensión de algunos de los mecanismos intelectualmente corruptores de un sistema en cuyo funcionamiento prevalecen los mecanismos más refrescantes y creativos.

Resulta casi angustioso que un catedrático de estudios hispánicos nacido en 1956 solo ahora, tras treinta años de ejercicio, haya llegado a la conclusión de que la universidad como institución no es “amiga del pensamiento” (aunque se lo pareció durante muchos años). Tras esta crisis ha llegado por fin la hora de escribir libros en libertad, cuando “ya no me siento vinculado a ningún campo profesional reconocible institucionalmente, y así no escribiré ya nunca más por relativa obligación”. Me asombra y me descoloca la confidencia, como seguramente habrá de hacerlo en el puñado de colegas que hemos escrito los libros que hemos querido, y sospecho que desde un sello, horma, escuela o corriente crítica muy desdibujada y apenas “reconocible institucionalmente”. Pero ese puñado significativo de académicos españoles ni ha ignorando la teoría ni la ha despreciado ni la ha considerado excrecencias sofocantes del ensimismamiento de los campus norteamericanos. Sin duda tampoco la han adoptado como ideologías gremiales excluyentes o incluso de debida obediencia disciplinar (o, peor aún, discipular).

La mejor noticia es que esa etapa de pensamiento en libertad le ha permitido a Moreiras desarrollar por libre un concepto teórico, infrapolítica, asociado a otro, poshegemonía, y ambos centran su inminente nuevo libro Piel de lobo. Ensayos de infrapolítica y posthegemonía, en prensa en Biblioteca Nueva. Lo que adelanta aquí de ambos conceptos resulta paradójicamente, o yo lo leo así, una confesión de desengaño sobre la autosuficiencia de una Teoría arrogantemente dotada de superpoderes analíticos. Y me parece valiosa por lo que tiene de experiencia honrada para uso de jóvenes profesores y estudiantes avanzados. Leo en su abandono de la conciencia desdichada una celebración de la pluralidad mestiza de la mirada crítica e ilustrada, cauce central del pensamiento humanístico y su congénita diversidad de enfoques y teorías: elaborado, matizado, alerta, crítico y sensible también a la dimensión social y política de cualquier acto cultural. Mientras la poshegemonía consiste en asumir que el “entendimiento de lo social y del mundo” exige rehuir “el apresamiento en estructuras políticas o de pensamiento” que son “estructuralmente incapaces de dar cuenta del mundo”, por su parte la infrapolítica actúa asignándose la potestad de leer políticamente textos literarios que disfrazan esa dimensión pero la contienen (cita como ejemplo “La lotería en Babilonia”, de Jorge Luis Borges).

Desde luego ambas actitudes han sido práctica rutinaria de muchos de quienes han ejercido con cierto nivel de autoconciencia teórica la historia crítica de la cultura literaria. O cuando menos han tenido la pretensión de entender más allá de la literalidad, en la ficción narrativa o en la poesía, un significado adicional que es a menudo verdaderamente central: un acto interpretativo intencionado que aspira a dotar al texto de un sentido político del que carece a primera vista. Maestros de esa lectura los hay en el hispanismo en España y fuera de España –a menudo sin haber necesitado cursar sus noviciados en sucesivas escuelas teóricas– desde tiempo inmemorial, aunque no haya habido, o yo lo ignoro, una voluntad formal de teorizar una práctica crítica que en absoluto ha actuado desde la inocencia, la mera espontaneidad ni la pura intuición impresionista. También desde luego el hispanismo español está trufado de ramplones inventarios de hechos y datos sin la menor idea que les insufle vida ni el menor hallazgo interpretativo que los redima de ser banal erudición puntillosa (que a su vez ha generado sus propias víctimas discipulares, a menudo tan masoquistas como calculadoras).

De golpe la lealtad a determinado programa teórico se ha desvelado espuria, fantasmal, transitoria o simplemente cuestionable: “estamos muy lejos de esos ideologemas que en el fondo pertenecen a toda la estructuración contemporánea de la servidumbre voluntaria, de la hegemonía efectiva. Hemos empezado a reconocer que han sido opresivos en nuestras vidas, quizás eminentemente opresivos en nuestra existencia”. Ese es el sentido de la rebeldía de su marranismo democrático como disidencia de un “populismo mesiánico-comunitario”, sin salir de una “estructuración populista, de una irrupción democrática sin la cual la democracia no es más que administración antipopulista del estado de cosas”.

Su libro puede leerse como una invitación a eludir el pensamiento de escuela por esterilizador y a menudo claustrofóbico; entiendo una alarma escarmentada contra formulaciones holísticas o totalizadoras o absurdamente endogámicas en su cripticismo discursivo, contra la credulidad ante corrientes teóricas que excluyen otras por definición y, sobre todo, predisponen negativamente contra otros modos de operar en el inabarcable campo de las metodologías y análisis humanísticos. A ratos parece una encriptada llamada a la reeducación constante y autocrítica para que la autocrítica no te la hagan los otros, como se decía sarcásticamente en los entornos comunistas. Quizá por eso mismo este volumen incluye tres análisis escritos y concebidos desde parámetros críticos muy inusuales, que es una manera de decir brillantes, sobre Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas y Javier Marías. No son Borges pero encarnan la nueva libertad infrapolítica y poshegemónica por parte de quien ha sido figura hegemónica en la teoría latinoamericanista, aunque ahora prefiera sentirse, más descansadamente, menos institucionalizado, marrano.

Nuestros jóvenes y competentes profesores, sin embargo, necesitan trabajo decente y lo necesitan ya. Saben privadamente que la profesión militante de una escuela teórica y el ingreso en una secta tienen demasiadas semejanzas. Saben que pueden pagar un precio alto en términos de enclaustramiento o incluso en términos de falsas convicciones oportunistas para integrarse en un mercado profesional tan diferente del español. Pero lo hacen, y se prestan a ello por necesidad y a menudo como emergencia vital, y por supuesto, miden muy bien, de cara a un casi forzoso futuro profesional en Estados Unidos, el uso de determinadas novedades teóricas que funcionan como claves de acceso y contraseñas de complicidad tácita con la nueva hegemonía, sea la que sea: es un rito de paso que se aprende con la práctica.

Los demás solemos ver esa operación con resignado consentimiento por dos razones. La primera es que las condiciones de vasallaje en el sistema español no imperan como antes pero subsisten con degradante buena salud; la segunda es que las condiciones laborales de los jóvenes profesores en España están siendo vapuleadas hasta extremos que pedirían un sabotaje institucional programado por parte de titulares y catedráticos, no solo por la vía de secundar paros sin eficacia alguna, sino actos más taxativos e intransigentes por responsabilidad civil y política, no solo por solidaridad gremial. La abulia gubernamental hacia la universidad y la investigación ha sido abrasiva en las últimas dos legislaturas y tiene la gravedad de una cuestión de Estado que lamina el presente contra el futuro.

Empiezo a temer que la pobreza de la oferta laboral en España a las mejores cabezas de las humanidades está condenándolas no solo a buscarse la vida fuera sino a aprender a sobrevivir fuera con adhesiones entusiastas que pueden ser artificiales. El maltrato aquí los está mandando a Estados Unidos y sin remedio tendrán que afinar su buen olfato sobre los aires que corren en este o aquel departamento y entrenar sus habilidades tácticas o su camaleonismo. Es verdad que aquí demasiadas veces el camaleonismo y la sumisión salen triunfalmente vencedores, pero en el libro de Moreiras a ratos se lee el pronóstico de un futuro depresivo para quienes acepten los enjuagues que pida la moda del día. La renovación permanente y a menudo volátil, allí, y el sabotaje doméstico a la independencia crítica, aquí. Si ese es el escenario de futuro para los profesores jóvenes, no solo nadie gana sino que todos perdemos. O si alguien gana, no es desde luego ni la sociedad española ni sus futuros profesores, atrapados entre la incuria y la pasividad de los poderes domésticos y la neurosis renovadora de un sistema que lleva dentro tanto su virtud como su deformidad. ~

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(Barcelona, 1965) es catedrático de literatura española en la Universidad de Barcelona. En 2011 publicó El intelectual melancólico. Un panfleto (Anagrama).


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