Máquinas del lenguaje

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Hace no mucho escuché a un escritor mencionar, un poco aliviado, que todavía no existían obras escritas o creadas por una máquina. En su imaginación, el escritor (él mismo supongo) es custodio de la semilla de la creatividad y la originalidad, aunque se sabe, ciertamente, vinculado con alguna otra tradición, con los libros que lee y subraya, con las películas que mira y comenta con devoción o con animadversión, con las fotografías y los cuadros de pintura que lo conmueven. No voy a criticar este punto, voy a suspender en el tiempo el momento en el que tal enunciado fue emitido: “no existe ninguna obra creada por una computadora”, para posicionar una cámara imaginaria, abrir el campo de visión, ubicar al escritor enunciador como parte de un panel, junto con otros cuatro participantes, moderadora incluida dentro de un simposio sobre el libro electrónico. Uno de los ponentes escucha, cruza la mirada con la moderadora, le guiña un ojo.

Ese guiño se llama Theo Lutz.

Y si bien es cierto que Theo Lutz era el hombre detrás de la máquina, hay que narrar esta historia una y mil veces porque sus indagaciones son la prehistoria de la poesía digital y, al mismo tiempo, la cristalización de varios episodios de imaginación colectiva: cuando una máquina escribe por sí misma.

Theo Lutz era un matemático alemán que en 1959 trabajó un proyecto singular en el que la protagonista fue una Zuse Z22, una computadora construida en la década de los cincuenta, una máquina como las de la época: grandes armatostes que funcionaban sin monitor y con el uso de tarjetas perforadas. Además del lenguaje de programación, Lutz usó fragmentos de la novela El castillo de Franz Kafka (algunas fuentes hablan del primer capítulo, otras aseguran que echó mano de sustantivos así como las frases de los títulos de los capítulos). Así, programó la máquina con un algoritmo que combinaba aleatoriamente sustantivos, verbos y conectores. La Zuse Z22 construyó relaciones lingüísticas de acuerdo a los datos que tenía y arrojó frases que no habían sido imaginadas ni por Kafka, ni por Lutz y que pueden leerse, sí, literariamente.

Si bien Umberto Eco en su prólogo a la novela Tristano de Nanni Balestrini (un experimento que bien merece un artículo aparte) hace un recuento de obras que implicaban jugar con el lenguaje y lo aleatorio, la posibilidad de generar una lengua nueva y la clara especulación de que para esto se requería una herramienta precisa, que en ese momento resultaba casi imposible de construir (en contraposición, Mladen Dolar documenta en Una voz y nada más la existencia de las máquinas de Wolfgang von Kempelen, una de ellas descrita como “un mecanismo del lenguaje humano con la descripción de una máquina parlante” que alude a su vez al órgano imaginado por Euler, el cual emitiría sonidos humanos cuando el “usuario” tocara sus teclas), la proyección o construcción de estas máquinas traen a cuenta la obsesión por expandir el momento misterioso en que algo que no existe comienza a existir, ya fuera por imitación del cuerpo, del proceso cerebral, o basándose en datos preexistentes. En este sentido los “Textos estocásticos” –llamados así por Lutz por sus variaciones aleatorias– documentan, pues, los inicios de lo que después sería la literatura digital. Los estocásticos son parte de lo que Chris Funkhouser llama la prehistoria de la poesía digital, una zona limítrofe, que se suma a los cuestionamientos y voluntades del lenguaje o detrás de este. Vuelvo a mi escena inicial, donde el escritor sigue hablando de la inspiración y la escritura, mientras leo algunos fragmentos de los poemas estocásticos de la máquina de Lutz (en versión del inglés de Ximena Atristain):

Cada extraño es cercano por lo tanto no hay extraño viejo.

Una casa está abierta. No hay camino abierto.

Una torre está enojada. Cada mesa es libre.

Un extraño es callado y no cada castillo es libre.

Una mesa es fuerte y un trabajador es silente.

No cada ojo es viejo. Cada día es grande.

No hay ojo abierto. Un granjero es callado.

No toda mirada es silente. No cada torre es silente.

No hay pueblo tardío o todo trabajador es bueno.

No toda mirada es silente. Una casa es oscura.

No hay conde callado por lo tanto no toda iglesia está enojada. ~

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poeta y autora, entre otros libros, de Hechos diversos.


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