Foto: Wikimedia Commons

¿Cómo serán las bibliotecas en el año 2100?

Nadie puede saberlo, pero quizás podamos hablar sobre cómo deberían ser las bibliotecas en ese futuro imaginario.
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¿Cómo serán las bibliotecas en el año 2100? La realidad es que no falta tanto para la fecha. La próxima vez que veas a un bebé, considera que seguramente viva para ver el siglo XXII. ¿Cómo será el mundo de las bibliotecas en ese entonces? Nadie puede saberlo, pero quizás podamos hablar sobre cómo deberían ser las bibliotecas en ese futuro imaginario.

Por ejemplo, ¿cuántas bibliotecas habrá? Se me ocurren dos respuestas buenas, que espero que sean correctas, y una muy mala respuesta, que espero que sea totalmente incorrecta. 

La primera respuesta correcta es simple. Habrá una biblioteca: una biblioteca completa y accesible de forma universal.

Esta visión muestra que pensamos las bibliotecas como colecciones, que es uno de sus atributos. El antiguo modelo de biblioteca dependía de colecciones físicas de materiales que se distribuían de manera estratégica en lugares donde las comunidades o las instituciones pudieran crearlos, mantenerlos y cuidarlos. Si consultar la Enciclopedia Británica era algo que valía la pena, entonces cada biblioteca para poder merecer dicho título tenía que comprar una nueva colección de manera periódica y pensar qué hacer con la edición anterior.

Ahora la EB y muchos otros recursos se encuentran disponibles en línea. Sin embargo, las bibliotecas continúan “comprando” (ahora es más parecido a un alquiler) ejemplares, de a uno por vez, a precios que ellas consideran muy altos y las editoriales muy bajos. La absoluta ineficacia de semejante duplicación es absurda. Continuamos con esta tradición tanto por costumbre como por necesidad. La necesidad que persiste es que no podemos pensar en otra forma de financiar la creación y la divulgación de recursos de información complejos que no sea distribuyendo el costo ampliamente entre las instituciones y los usuarios.

Eso tiene que cambiar. Cuando una enciclopedia, una base de datos, un periódico o un libro se encuentra digitalizado, no hay una buena razón por la que no debería ponerse a disposición de forma libre y universal, como tampoco hay una buena razón por la que no debería estar organizado y mantenido de manera centralizada. En este momento, las bibliotecas de universidades importantes albergan una gran abundancia de conocimientos y tesoros asombrosos; y no podemos compartirlos. La mayoría de las personas que hoy viven en el planeta no cuentan con acceso a fuentes de conocimiento a las que, desde un punto de vista técnico, podrían llegar hoy mismo a través de sus teléfonos celulares. Literalmente, hoy en día, podrían acceder dentro de la próxima hora si el proveedor eligiera permitir el acceso.

Si eso tiene que cambiar, cambiará. Veremos la consolidación de las colecciones y una consolidación de la infraestructura técnica para presentarlas. (¡Ah! Y habrá redundancia y copias de seguridad, iguales a las que hay ahora, por ejemplo, para las búsquedas de Google, que se alojan en muchos servidores en muchas ubicaciones, que comparten la carga de manera transparente. Tal distribución acelera el servicio y mejora la resiliencia ante desastres o emergencias). Y veremos el surgimiento de modelos de negocios para pagar por lo que ahora consideramos “publicaciones”, que permitan un acceso completamente libre y abierto a los contenidos de esta biblioteca global.

La segunda respuesta correcta a mi pregunta original es un poco más complicada: Habrá 3 millones de bibliotecas.

El cálculo exacto es irrelevante, pero obtuve ese número tomando y extrapolando el dato estimado provisto por la Asociación Estadounidense de Bibliotecas de que ahora existen 119,000 bibliotecas en Estados Unidos. Hay razones para esperar que el crecimiento de la población humana alcance los 9 mil millones de personas en las próximas décadas. En base a la tasa per cápita actual de Estados Unidos, eso daría un promedio de 3 millones de bibliotecas: una por cada 3000 personas, lo que me parece bien.

Pero estas bibliotecas habrán cambiado. Sus colecciones físicas serán lo que hoy llamamos “colecciones especiales”: materiales únicos que las bibliotecas poseen por el lugar donde se encuentran y por la historia que representan. En Arizona State University, donde soy bibliotecario, contamos con los documentos públicos del senador Barry Goldwater. [ASU se asoció con Slate y New America para crear Future Tense]. Nunca habrá más de una copia de esos documentos, pero tienen y tendrán un valor histórico y los atesoraremos. En algún punto es posible que también los digitalicemos, pero si lo hacemos, no habrá ninguna buena razón para que no coloquemos la versión digitalizada en la biblioteca central global y la hagamos accesible de manera universal.

No obstante, los lectores seguirán recorriendo los 3 millones de bibliotecas para ver las colecciones únicas que tienen, pero también seguirán encontrando en aquellos lugares mucho de lo que ahora van a buscar: personas inteligentes comprometidas a trabajar con los conocimientos y con la comunidad. Los bibliotecarios estarán allí como entrenadores, mentores, guías y facilitadores, mientras que otros miembros del público estarán allí para buscar conocimientos y compartirlos, y como emprendedores del espíritu y del mundo de los negocios. Las bibliotecas son el “tercer lugar” ideal para una sociedad libre y nunca perderán esa poderosa atracción.

¿Qué tan seguro estoy de que mis dos respuestas son correctas? Me sorprendo a mí mismo al decir que “en gran parte”. (Creí que era más cínico). La buena noticia es que si estoy en lo cierto, entonces muchas cosas realmente buenas le habrán pasado a la humanidad. Una sola colección global que sea accesible de manera universal significará que la raza humana ha dado grandes pasos para vencer el faccionalismo, la división, el sectarismo y la patología política. Si la biblioteca que imagino es accesible a todos los que viven en lo que ahora conocemos como Corea del Norte, sabremos que el mundo es un lugar mejor.

Dije que tenía una tercera respuesta para ofrecer, que espero que esté equivocada. Esa respuesta sería profundamente pesimista: cero.

Hay muchas formas en las que el pesimismo puede hacerse realidad. Una interacción desastrosa con armas nucleares, asteroides, un colapso climático: la pérdida de bibliotecas sería un síntoma menor de ruina en un futuro distópico. También podríamos perder las bibliotecas frente a la arrogancia y la falta de visión. “Ya no necesitamos bibliotecas; ahora todo es digital”. Todos hemos escuchado alguna versión de esa desestimación imperativa, completamente digna de ser escuchada en la etapa de debate entre candidatos presidenciales.

Pero necesitamos bibliotecas. En un mundo donde hay un exceso de información, las bibliotecas conservan, recopilan, discriminan y cuidan los buenos materiales: los materiales creados y preservados por personas realmente inteligentes, los materiales en los que puedes confiar cuando quieres comprender el mundo de forma profunda y precisa, los materiales que son demasiado complejos para surgir de una colaboración abierta por crowdsourcing, demasiado impopulares para que las corporaciones o los políticos nos los impongan. Los bibliotecarios —inteligentes, profesionales y apasionados por la verdad— son los caballeros Jedi del futuro de nuestra cultura y merecen ser respetados por eso.

Y las bibliotecas como lugares físicos no serán menos valiosas de lo que son hoy. Aunque pueda parecer optimista, todavía resulta prudente comprender que las personas buenas, inteligentes e idealistas no serán las únicas en el planeta. Valorarán en ese momento al igual que ahora la oportunidad de buscar conocimientos y compartir perspectivas en compañía de otros.

Si nos dejamos engañar por el tecno-optimismo y la indiferencia, y si permitimos que las bibliotecas se extingan, estaremos en un mundo más pobre. Hay muchas explicaciones históricas sobre la desaparición de la antigua biblioteca de Alejandría, pero mi opinión personal es que no fue víctima de Julio César, de los monjes cristianos ni de los guerreros islámicos. Es más posible que las bibliotecas desaparezcan porque los líderes responsables de una comunidad no les brindan apoyo, las dan por sentado, las tratan de manera despectiva.

Pero todavía puedo ser optimista. La antigua biblioteca de Alejandría desapareció durante los primeros siglos de nuestra era, pero ha regresado. Con todos los desafíos políticos, religiosos y sociales que Egipto está enfrentando hoy en día, un nuevo y brillante edificio en el puerto de Alejandría cumple su segunda década como lugar de encuentro, de diálogo y —más importante— de lectura. Siempre necesitaremos un lugar para leer.

Este artículo es publicado gracias a una colaboración de Letras Libres con Future Tense, un proyecto de SlateNew America, y Arizona State University.

 

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Profesor de estudios religiosos, filosóficos e históricos además de bibliotecario en Arizona State University. Su libro más reciente es Pagans (HarperCollins 2015).


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