Señor director:
Qué difícil celebrar el centenario de los artistas que no supieron estar a la altura moral de su circunstancia, por estimable que sea su obra, por virtuosa que fuera su técnica. Willem Melgelberg, Louis Ferdinand Céline y, a su modo, Salvador Dalí. Y tantos otros. Los que hicieron la vista gorda ante Hitler, Franco y Stalin, y la siguen haciendo ante Castro. Reconocer que esos artistas enriquecieron a la humanidad con su trabajo, a pesar de sus deleznables opiniones y conducta política, y su condenable manera de colaborar y consagrar gobiernos totalitarios. ¿Qué se celebra entonces? ¿La existencia de un puñado de obras bellas, originales, influyentes, curiosas, admirables, incluso necesarias de ahora en adelante? ¿Y qué decir de las víctimas que hicieron esos sistemas de persecución y muerte que Mengelberg, Céline y Dalí contribuyeron a camuflar? ¿Sabe usted cuánto tiempo duraron los fusilamientos, las deportaciones, las prisiones, los trabajos forzados, las desapariciones después de que Franco se hizo de todo el poder en España? A todo trapo, una docena años fácilmente, con largas secuelas de violencia selectiva contra la población civil después. Y encima, 36 años de antidemocracia. Y Dalí, en la cúspide de la fama mercadotécnica, parloteando de que la mejor
forma de gobierno es la monárquica, y realizando a troche y moche sus interminables gracejadas y sus buenos cuadros, claro, que vendía a buen precio.
En mi opinión, a los descendientes de víctimas y sobrevivientes de ese estado de cosas nos faltó siquiera un recuadro junto al espléndido artículo del señor Nicolás Cabral sobre Dalí: antes de “arrojarlo a los gatos” surrealista y merecidamente, nos faltó a los que oímos desde la infancia las historias de esa España maldita que Dalí bendecía, con su estela de tumbas e insondables injusticias que alguien señalara también esta llaga y esta mancha: Salvador Dalí, el pintor de lienzos memorables, el escritor de páginas también excepcionales, fue un simpatizante y colaborador del fascismo que siguió al desastre de la Segunda República Española.
Atentamente,
Manuel Muntaner i Pi
-Émile Cioran-
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