Un debate medieval entre el vino y el agua

El debate en un poema hispánico del siglo XII. 
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Razón de amor con los denuestos del agua y el vino es un poema hispánico del siglo XII, derivado de la tradición latina de debates. Hay once textos, latinos y en lenguas romances, con el mismo tema.

El poema es bastante singular ya que lo conforman dos partes claramente disímiles, lo cual se nota ya desde el título. Muchos estudios académicos[1] se han dedicado a dilucidar si la obra tiene unidad o si, por el contrario, se trata de dos poemas unidos arbitrariamente. Un breve desglose del texto puede ayudar al lector a tomar su propia resolución.

La obra comienza con un verso en latín que, grosso modo, invoca la gracia del Espíritu Santo. Enseguida, ya en lengua romance, se anima a quienes tengan triste el corazón a escuchar una  “[…] razón acabada / feyta d’amor e bien rymada”. El tono de este pasaje es claramente el de un juglar que se dirige a su público.

Se dice luego que el autor del poema es un hombre culto, conocedor del mundo y diestro en los asuntos del amor cortés. Este clérigo, en el caluroso mes de abril, después de comer se sienta bajo un olivo y ve que hay un vaso de plata lleno de vino en un manzano cercano. La dueña del huerto lo ha puesto allí para su amado. El vino es mágico y quien lo pruebe no volverá a padecer enfermedad ninguna. Un poco más arriba, en el mismo árbol, hay otro vaso lleno de agua. El joven, agobiado por el calor, desea  beber de él, pero no se atreve por temor a algún encantamiento.

El ambiente es lo que se conoce como un locus amoenus: un sitio hermoso con agua, árboles y pájaros, que suele presagiar cambios diversos. Al sentir el frescor de una fuente cercana, el joven se aligera de ropas y se dispone a tomar una siesta. En ese momento ve venir a una doncella que, sin notar su presencia, canta y recoge flores.

La mujer canta sobre el temor de perder a su amado por culpa de otra dama. El joven se muestra y pregunta cómo es el hombre del que habla. Cuando ella responde que se trata de un clérigo que sabe mucho de “trovar, de leyer e de cantar”, él quiere saber cuáles son los regalos que ha recibido de su lejano amor. Ambos muestran los regalos mutuos y se dan cuenta de que son los amantes hasta ahora separados. Se besan y, sentados bajo el olivo, dejan pasar el tiempo. Ella tiene que despedirse no sin antes prometerle amor constante.

Una vez solo, el joven quiere dormir, pero algo imprevisto se lo impide. Una paloma blanca, con un cascabel dorado atado a la pata, quiere posarse en la fuente, pero asustada por su presencia, huye hacia el vaso del agua y derrama un poco de ésta en el vaso del vino.

Aquí comienza la segunda parte del poema, el debate propiamente dicho. El vino, molesto por la intrusa, se queja airadamente porque rebaja su calidad. El agua responde que él es despreciado por los hombres prudentes porque hace perder la razón incluso a los sabios. El vino contraataca y vuelve este reproche a su favor. Las palabras del agua solo muestran que el vino posee un grandísimo poder: aun sin tener manos o pies es capaz de vencer a los más fuertes. Por si fuera poco, las mesas donde él falta no valen nada. El agua se burla y propone una prueba. Si un borracho es capaz de caminar sin tropezar o si puede contar bien cinco velas que le pongan enfrente, ella se retractará.

El vino se enfurece y contesta que únicamente ahora, mezclada con el vino, tiene un mejor aspecto “vermeia e fermosa”, no como antes, “amaryella e astrosa”. El agua lo anima a guardar la calma, ya que, después de todo, conoce a la vid,  madre del vino, a quien ella – nada más, nada menos– alimentó e hizo crecer.

El vino le recrimina entonces su andar por calles y caminos, la manera en que se limpian trapos con ella, la suciedad de los pies y manos que lava, el polvo con el que se mezcla hasta convertirse en lodo. Él, por el contrario, está siempre bien resguardado en buenas cubas. No solo eso, también logra milagros: devuelve la vista a los ciegos, hace correr a los cojos, hablar a los mudos y sanar a los enfermos. Y más aún: con él se representa la sangre de Cristo en las misas. El agua no puede quedarse atrás y le recuerda que con ella se realiza el bautismo y quien no lo recibe no puede llamarse hijo de Dios. En este momento se termina el debate. No se sabe quién es el vencedor.  La voz lírica se limita a pedir, como los buenos juglares,  un poco de vino.

El texto cierra con tres versos en latín que recuerdan los poemas de los goliardos –aquellos universitarios medievales que dividían su tiempo entre las aulas y las tabernas, llenos de vino y de conocimientos inmensos. Los dos primeros versos desean que el autor escriba y que siempre beba con el Señor (se trata de un juego de palabras ya que debería decir viva). El último verso menciona que el autor es Lope de Moros.

Aunque no se declara ganador a ninguno de los contendientes, es posible pensar que los versos finales indican una preferencia por el vino. Después de todo, los poemas latinos con tema similar le dan la victoria –como sucede en Denudata veritate,texto que debido a su gran semejanza con la Razón de amor es considerado su antecedente más directo.  Por otra parte, si el vino, siempre limpio y bien guarecido, vence a los poderosos, hace milagros, ennoblece la mesa y, por herencia,  trae consigo las virtudes del agua, podríamos darle las palmas sin ninguna vacilación.  

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