José María Pino Suárez, la errada lealtad

Un extenso y detallado perfil del Vicepresidente en el gabinete de Francisco I. Madero. 
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Dos días antes de su asesinato el 22 de febrero de 1913, prisionero ya por los golpistas e intuyendo el desenlace fatal, el depuesto vicepresidente José María Pino Suárez se lamentó con uno de los pocos testigos de aquellas horas de agonía, el embajador de Cuba, Manuel Márquez Sterling:

Qué les he hecho para que intenten matarme? La política sólo me ha proporcionado angustias, dolores, decepciones. Y créame usted que sólo he querido hacer el bien. La política al uso es odio, intriga, falsía, lucro. Podemos decir, por tanto, el señor Madero y yo, que no hemos hecho política, para los que así la practican. Respetar la vida y el sentir de los ciudadanos, cumplir leyes y exaltar la democracia en bancarrota, ¿es justo que conciten enemiga tan ciega, y que, por eso, lleven al cadalso a dos hombres honrados que no odiaron, que no intrigaron, que no engañaron, que no lucraron?

Así, al final de su vida, después de haber presidido el Club Antireeleccionista de Mérida, participar en las dos campañas de Madero por la presidencia, formar parte de su gabinete provisional durante la Revolución, ganar la gubernatura de Yucatán y a quince meses de ocupar la vicepresidencia, en la lamentación de Pino Suárez se atisbaba una verdad paradójica: él no era ciertamente un político.

¿Quién era entonces Pino Suárez? Distinguido por la historia de bronce con el mote de “caballero de la lealtad”, su vida guarda algunas sorpresas y más de un misterio. Uno de ellos, cómo este “hombre sin tacha”, “firme, inteligente, modesto”, como lo llamó Vasconcelos, consiguió despertar en Madero un sentimiento de amistad tan profundo que no dudó en acompañarse de él en su breve gobierno, pese a la oposición de muchos de sus partidarios y las acusaciones de sus enemigos.

La lealtad de Pino Suárez hasta el final, su renuencia a escapar cuando pudo hacerlo por no abandonar al presidente tras el golpe de estado de Huerta, demuestran que Madero no se equivocó al escogerlo como amigo, pero tal vez sí al hacerlo vicepresidente. No debe soslayarse que con ese cargo, en el que recaería el Poder Ejecutivo en ausencia del presidente constitucional y estando bajo la amenaza de un golpe de Estado, la lealtad de Pino desacertó: no se debía a Madero, la persona, sino a las instituciones democráticas que ambos se habían esforzado por construir. Su prioridad debió haber sido la supervivencia del poder que representaba. Eso habría hecho un político, un estadista. Pino era un poeta.

 

***

Nacido tabasqueño en 1869 casi por accidente –su familia se contaba entre las más notables de Mérida y era bisnieto del padre de la armada mexicana, Pedro Sáinz de Baranda– José María Pino Suárez abandonó su Tenosique natal a los diez años para estudiar primero en el puerto de Progreso y más tarde en la capital de Yucatán. Ahí obtuvo el título de licenciado en Derecho en 1894. Dos años después contrajo matrimonio con María Cámara Vales, de una conocida familia de propietarios de haciendas en el estado.

Al tiempo que desarrollaba su carrera como abogado postulante en Mérida, Pino Suárez comenzó a ganar cierta fama local como escritor. Componía sobre todo poemas que aparecieron en publicaciones como La Revista de Mérida y el semanario Pimienta y Mostaza. Sus obras eran pequeñas creaciones de un tardío romanticismo (de ninguna manera modernistas como han querido ver algunos biógrafos), sonetos muchas de ellas, que muestra la innegable influencia en formas, lenguaje y vocabulario de la poesía lírica de Gustavo Adolfo Bécquer. Dos volúmenes publicados en vida recogen la mayor parte de ellas: Melancolías (1896) y Procelarias (1908). Por más que no fueran obras de gran aliento, José María nunca dejaría de sentirse y saberse poeta; la vocación no es necesariamente genio.

El interés literario de José María se orientó también hacia el periodismo. Asociado con su suegro en ciertos negocios, en 1904 consiguió de él los 80 mil pesos necesarios para adquirir una imprenta y fundar el periódico El Peninsular. Este diario vespertino se destacó –curiosamente– por su servicio de noticias nacionales e internacionales, como fue su reseña de la guerra ruso-japonesa. Durante su primer año de circulación el periódico ganó bastantes lectores y anunciantes importantes. Sin embargo, las denuncias del sistema de explotación de los peones en algunas haciendas henequeneras que aparecieron a partir de febrero de 1905 provocaron el enojo de los propietarios, quienes presionaron para quitarle anuncios y suscriptores hasta el punto de amenazar su estabilidad. En sus esfuerzos por mantener el diario y defender la libertad de expresión frente a dichas presiones, Pino Suárez participó en agosto de ese año en la fundación de la “Asociación de la Prensa Yucateca”, de la que fue vicepresidente. Parece haber sido entonces cuando, al calor de la defensa de su diario, creyó vislumbrar su vocación política. Al cabo, Pino Suárez tuvo que deshacerse de la empresa para evitar que quebrara, vendiéndola a su cuñado Alfredo Cámara Vales.

El llamado a la política no fue entonces suficientemente fuerte. Entre 1906 y 1909, por el contrario, Pino se marginó voluntariamente de la vida pública, retirándose incluso físicamente a la hacienda azucarera de Polyuc. Lo que nunca abandonó fueron “sus apasionamientos literarios” que desarrollaba sin “menoscabo  de su reputación como hombre de negocios”, como escribió en el prólogo de Procelarias su gran amigo Ignacio Ancona Horruytiner, jefe de redacción de El Peninsular. Es más, para Ancona “el Pino íntimo” era “el de los versos”. Significativamente, a esa intimidad no permitía el poeta que llegara lo que en unos años acabaría por arrastrarlo en su torrente: “no resuenan en sus poesías los trágicos acentos de la vida contemporánea… no llegan los clamores del obrero ni la rebelión en que estallan las multitudes oprimidas”, observaba, no sin cierto reproche, el propio Ancona.

***

En junio de 1909, Francisco I. Madero inició en Veracruz su primera gira política en busca de la presidencia que habría disputar con Porfirio Díaz. Alentado por el gran recibimiento decidió continuar hacia Yucatán, pero al llegar al puerto de Progreso le esperaban apenas seis personas. Una de ellas es Delio Moreno Cantón, candidato a la gubernatura por el Centro Electoral Independiente. Otra el propio Pino Suárez, hasta entonces prácticamente retirado, como ya se dijo, de la vida pública, pero que había recibido con entusiasmo la publicación del libro  de Madero, La sucesión presidencial en 1910. La decepción de Madero por la poca asistencia fue pasajera, no sólo porque al llegar a Mérida una gran multitud lo aclamó, sino por el encuentro con Pino, a partir de entonces un verdadero amigo. Misteriosamente, o quizá lógicamente, el espiritista había congeniado con el poeta.

José María aceptó esta vez la llamada a la política que le hizo Madero en su libro y en persona. Fundó y presidió en Mérida el Club Antireeleccionista, que apoyó a Delio Moreno Cantón como candidato a la gubernatura para las elecciones de 1909. Los comicios resultaron, sin embargo, tan fraudulentos como serían los federales de 1910 en los que compitió Madero contra Porfirio Díaz y resulto vencedor Enrique Muñoz Aristegui. Mientras el “morenismo” era reprimido por el nuevo gobernador y pasaba a la clandestinidad, Pino Suárez se refugiaba en Tabasco, Estados Unidos y la ciudad de México, y estrechaba su relación con Gustavo Madero.  Cuando estalló la Revolución de noviembre de 1910, se exilió a Belice y Guatemala. Regresó para estar presente en la firma de los Tratados de Ciudad Juárez.

Madero designó a Pino Suárez gobernador provisional de Yucatán a mediados de 1911.  Esta designación provocó fuertes protestas y reacciones violentas entre los partidarios de Delio Moreno Cantón, el candidato que había perdido las elecciones anteriores por obra del fraude perpetrado por el gobernador Muñoz Aristegui. Se trataba claramente una imposición del maderismo triunfante, a la que el movimiento morenista respondió radicalizando sus posturas, al tiempo que los antiguos partidarios de Muñoz se acercaban a Pino.

Tanto Moreno como Pino Suárez se presentaron como candidatos a gobernador en las elecciones de septiembre de 1911. La afluencia fue masiva: 77% de los votantes potenciales, pero las pruebas de un fraude a gran escala resultaron evidentes: casillas que Pino ganó con el 100% de los votos (pese a la existencia de organizaciones morenistas en la localidad), casillas con más votos que votantes, “acarreo” y “carrusel”, propietarios que forzaron a sus peones analfabetos a votar a favor de Pino, empleados de gobierno obligados a votar por él, etcétera. Aún así, Pino Suárez se alzó con el triunfo con sólo el 57.5% de los votos. Significativamente, en Mérida Delio Moreno obtuvo un 85% de los votos y en Valladolid un 66%.[i] Delio Moreno Cantón salió del estado y se unió a las fuerzas de Pascual Orozco que se sublevaron contra el gobierno de Madero. Cuando vino el golpe de estado de Huerta, Cantón le brindó también su apoyo.

Casi simultáneamente con todo esto, en la ciudad de México se desarrollaba otra batalla política que involucraba a Pino Suárez: aquella en la que el Partido Constitucional Progresista (sucesor del Partido Nacional Antireeleccionista de 1910)  eligió su candidato a la vicepresidencia. Parecía casi natural que este candidato fuera el mismo que había acompañado a Madero en los comicios contra Porfirio Díaz: Francisco Vázquez Gómez. Pero Madero había tenido ya algunos “desacuerdos graves” con él y por ello tenía en mente a otro para formar mancuerna: José María Pino Suárez.

La oposición contra Pino Suárez al interior del partido era muy fuerte. Lo mismo que en Yucatán, se le vio como una imposición de Madero que no tomaba en cuenta ni la historia reciente ni la opinión de los miembros del partido. Se hizo famoso el grito entre los vazquistas “¡Pino, no!, ¡Pino, no!” Quien exitosamente maniobró para conseguir que la convención reunida en el Teatro Hidalgo el 2 de septiembre de 1911 eligiera finalmente a Pino fue un joven maderista, José Vasconcelos. Pero el maderismo cargó desde ese momento, escribe Vasconcelos, “con la imputación de violar el voto público”.

Ganadas las elecciones por el Partido Constitucional Progresista, en noviembre, Pino Suárez dejó el gobierno de Yucatán en manos de su cuñado Nicolás Cámara Vales para asumir su cargo no sólo como vicepresidente, sino también como Secretario de Instrucción Pública del nuevo gobierno. Aunque Vasconcelos no obtuvo en el gobierno de Madero el ministerio que sus enemigos aseguraban le sería concedido por su actuación a favor de Pino Suárez, tenía cierto ascendiente sobre el tabasqueño. El caso de quien Vasconcelos en su Ulises Criollo llama despectivamente “Pansi” –en realidad Alberto J. Pani– es muestra de esta influencia, pero sobre todo de la forma en la que el nuevo gobierno tuvo que improvisar su propia organización:

Pansi […] intimó conmigo hasta que logré colocarlo con Pino Suárez. Llegaba este último a la capital, sin conocimiento alguno del medio, y Pansi pudo servirle de auxiliar discreto, dado que se había rozado con el viejo régimen aun cuando fuese desde posición secundaria. Gracias a la generosidad de Pino Suárez y a la escasez de hombres que el régimen padecía, pronto obtuvo Pansi el increíble ascenso a subsecretario. Uno de los más perniciosos efectos de las escisiones en los partidos es la oportunidad que otorgan a los pansistas. Resultaba ahora un Pansi subsecretario de estado en tanto que los Vázquez Gómez y tantos otros, andaban en situación casi de proscritos.

Pino Suárez era sin duda uno de los hombres más leales en el gabinete de Madero, pero resultaba también un importante lastre por las acusaciones sobre las elecciones en Yucatán y su designación como candidato a la vicepresidencia. Cuando el 25 de noviembre de 1911 Emiliano Zapata rompe definitivamente con Madero y proclama su Plan de Ayala, el caudillo del sur no omite la imputación:

El Presidente de la República Francisco I. Madero, ha hecho del Sufragio Efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo, en la Vicepresidencia de la República, al licenciado José María Pino Suárez, o ya a los gobernadores de los Estados, designados por él…

Tampoco escapó el desempeño de Pino en el gobierno a la crítica de la prensa antimaderista. Un editorial de El País titulado “Menos política y más administración”, publicado tras derrocamiento del gobierno de Madero, resume la naturaleza de las críticas:

En el gabinete del señor Madero la política fue todo; la administración, nada. El señor Pino Suárez, Ministro de Instrucción Pública, cuya clase de trabajo era de lo más ajeno a la política “de actualidad”, ocupábase tan sólo de urdir intrigas contra la prensa, contra los “independientes”, contra los católicos, contra Flores Magón y Calero; a favor de Sárraga o de sus parientes de Yucatán, etc., etc.

Lo cierto es que en el fondo de su escritorio en la oficina del ministerio, bajo llave, lo que Pino guardaba no eran planes para “urdir intrigas”, sino algo mucho más sencillo e íntimo: sus poemas.

 

***

A las cuatro de la mañana del domingo 9 de febrero de 1913, José María Pino Suárez llamó a la puerta de la casa del licenciado Federico González Garza, gobernador del Distrito Federal. Poco antes se había enterado de la rebelión militar encabezada por el general Manuel Mondragón que pretendía poner en libertad a los generales Bernardo Reyes y Félix Díaz para juntos derrocar a Madero. Tras confirmar la noticia por teléfono, abordaron el automóvil de Pino para dirigirse a Palacio Nacional. Al llegar al Zócalo se toparon de improviso con los rebeldes de la Escuela de Aspirantes y sólo una maniobra del chofer les salvó de ser reconocidos y caer muy tempranamente en manos de los golpistas.

Aunque el golpe resulta fallido en sus propósitos iniciales, los rebeldes se atrincheraron en La Ciudadela y a lo largo de diez días combatieron en plena capital del país contra las tropas leales a Madero. A lo largo de esta “Decena Trágica”, la figura de Pino Suárez parece esfumarse en medio de los personajes que dominan la escena: el presidente Madero, acusado por una prensa histérica, presionado por los legisladores y el cuerpo diplomático, conminado a renunciar para que acabe la destrucción y la masacre de civiles; el embajador de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, que no oculta su simpatía por los golpistas y su odio hacia Madero; y, finalmente, Victoriano Huerta, nombrado por Madero comandante militar de la plaza, quien pacta con Mondragón y Félix Díaz, consumando el golpe, y ordena la aprehensión del presidente y del vicepresidente el 19 de febrero.

¿Por qué Madero no ordenó a Pino Suárez que se alejara desde el momento en que estalló la sublevación? ¿No había sido suficiente prueba de la amenaza que se cernía no sólo sobre su gobierno sino sobre su vida el balazo que en un momento de la refriega mató a un soldado que se hallaba a su lado? ¿Acaso no comprendió que el puesto de vicepresidente existía para que las instituciones del país pudieran sortear con certeza situaciones como ésta? ¿Y Pino Suárez, por qué no se dio cuenta él mismo de la necesidad de alejarse en previsión a tener que asumir el Poder Ejecutivo? ¿Se creía, como lo creyó el embajador de Cuba cuando estaba ya prisionero “a salvo de todo riesgo”?

Incluso, según cierta versión recogida en un discurso del diputado Manuel Piñera Morales, Pino pudo haber escapado y no quiso hacerlo.

Hubiera podido salvarse, a la hora del peligro, si hubiera accedido a las solicitudes de un su amigo que llegó hasta forcejear con él, tratando de esconderlo cuando ya Madero estaba preso. 'Si huyes al Norte – le aconseja el amigo – allá está Venustiano Carranza que te protegería, levantando un ejército, reconociéndote como Vicepresidente de la República. Y si asesinan al Presidente Madero, tu asumirás el Poder Ejecutivo al faltar el Primer Magistrado de la Nación'. Pero antes de salvarse, pensó en la vida del señor Madero. En su deber de estar a su lado. Y correr la misma suerte de su jefe y amigo.

Lealtad encomiable de amigo, grave error de quien tenía tan alta responsabilidad política.

Durante tres días,  Madero, Pino Suárez y el general Felipe Ángeles permanecieron prisioneros en la intendencia de Palacio Nacional. Manuel Márquez Sterling permaneció muchas horas a su lado, pretendiendo protegerlos con su influencia diplomática. Es suyo este retrato de Pino:

Pino Suárez duerme sentado en el sofá, abrigándose con una colcha gris. Ambas manos, descarnadas, sujetan sus bordes; y sobre el pecho, y las piernas, caídas sobre la alfombra, ensayan la rigidez de la muerte. La cabeza reclinada sobre el hombro flaco, en desorden los cabellos, afilada la nariz, trasparente la mejilla, rendidos los párpados, da frío contemplarlo. Por la boca entreabierta escapa suave, fino, el resuello; y, a veces, contrae los labios como secando con un beso las lágrimas de sus tiernos hijos, que habían comenzado a ser huérfanos. Despertó a la incipiente claridad de la madrugada y, enderezándose díjome muy quedo, para no importunar el sueño de su amigo: “¿No ha dormido usted? Es una noche helada, ¿verdad? ¿Ha oído usted el constante, sordo y amenazador ruido de los aceros? Temen que inspiremos simpatía en cada centinela y los cambian por minuto.

Para la sensibilidad de Márquez Sterling no pasó desapercibido que, en las horas aciagas, reaparecía el Pino íntimo, el de los versos:

Frotóse los ojos con el pañuelo, arrancándoles la visión del pesar que lo amargaba y respiró con todo el pecho como si no hubiera respirado mientras dormía. El poeta, seguramente, anulaba en su alma al político; y turnábanse en ella, deslumbrándola, el ideal de la patria por quien moría, y el amor de la esposa, por quien anhelaba vivir.

El 21 de febrero de 1913, Pino Suárez escribió su última carta, dirigida a su amigo Serapio Rendón. Además de pedirle que vele por su familia, el caído vicepresidente le encargaba en ella que intentara recuperar los textos que guardaba en su escritorio:

Tengo en los cajones de mi mesa algunos manuscritos que en nada se relacionan con la política, pues son esbozos literarios escritos a vuela pluma. Procura conseguirlos del subsecretario, que conoce el número de la llave. Si los obtienes hazme el favor de entregárselos a mi esposa. No quiero que se hagan perdedizos o vayan a ser vistos por ojos profanos. El tomito llamado Constelaciones escrito en papel azul lo hallarás en el fondo del cajón de la derecha, bajo varias cartas de carácter privado…

El 22 de febrero por la noche dos automóviles salieron de Palacio Nacional y enfilaron al oriente, hacia la penitenciaría de Lecumberri. En el primero viajaba Madero vigilado por el mayor Francisco Cárdenas. En el otro vehículo iba José María Pino Suárez, llevando por custodio al cabo de rurales Rafael Pimienta. Al llegar a su destino, los automóviles extrañamente pasaron de largo frente a la entrada principal de la cárcel y doblaron en la esquina para llegar a la parte posterior del edificio. Ahí, el mayor Cárdenas ordenó al ex presidente apearse y cuando lo hizo le disparó a la cabeza. Descendiendo del otro automóvil, José María Pino Suárez intentó correr, pero Pimienta le descerrajó varios tiros que dieron en su espalda.

Años atrás Pino, el poeta, había escrito unos versos dedicados a Antonio Maceo que podrían describir su propia muerte:

¡Y pudiste caer, al fin, herido,

al rudo golpe de alevosa mano..?

¡Y pudo, al fin, el bárbaro tirano,

cebar en ti su saña, fementido?

Y otros más, en su poema Gloria victis, que tal vez le habría gustado tener como epitafio:

No importa no, que entre la vil escoria

altivo gladiador hunda la frente,

con destellos de luz aun en la mente,

con ensueños de amor aún en el alma;

si vencido corónase de gloria

y de mártir conquístase la palma.

 

Pero quizá, más que la corona de gloria y la palma de martirio, en lo más íntimo de su alma, lo que Pino Suárez habría deseado ganar era la corona de laurel del poeta.

 


[i]Todo esto está bien documentado en Francisco Savarino, “Una transición ambigua: la elección de Pino Suárez en Yucatán (1911)”, Secuencia, no. 50, mayo-agosto 2001.

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Ingeniero e historiador.


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