El nuevo orden transhumano

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¿Qué resulta de la mezcla de Matrix, Terminator y The Truman show? El “transhumanismo”. Explico: usted se cree inteligente, crítico y medianamente culto e informado, alguien a quien difícilmente le pueden tomar el pelo y que es más o menos libre en sus decisiones. Pero no. En realidad usted es poco menos que una pulga incorporada a un sistema tecnológico y militar que lo ha rebasado en su biología y condición social. Hay otros más listos que usted, lo vigilan y controlan sin que usted pueda hacer nada para remediarlo.

Peor: usted tal vez gusta de jugar Candy Crush en Facebook, compartir un meme en Twitter, mandar carita de beso en WhatsApp o ver fotos de chicos y chicas con poca ropa en la web. En tal caso, le tengo una mala noticia: usted no es cool sino una “persona-ente”, que forma parte de una “gran masa” entregada al “ocio, narcosis y sexualidad”, mientras “soslaya la amenaza del desamparo extremo” al que nos han sometido los “dirigentes analistas”.

Según Campo de guerra, de Sergio González Rodríguez (Anagrama, 2014), vivimos en “la era del transhumanismo planetario”. ¿Qué significa esto? Aun cuando se trata de un concepto que resulta fundamental para este libro, pues lo atraviesa de principio a fin, entre retórica y enredijo no hay una definición clara. Componiéndolo y recomponiéndolo en retazos descubrimos que se trata de un “proyecto” o “modelo de civilización” “impuesto en el planeta desde la última década del siglo XX”, que se caracteriza no solo por el dominio militar de Estados Unidos sino también por un “marco normativo en política, economía, sociedad y medio ambiente” por el cual las personas pierden sus derechos. Estamos deshumanizados –en “condición transhumana”– pues el campo de guerra abarca literalmente desde la molécula genética hasta el ciberespacio.

El transhumanismo posee todas las características de los mitos de conspiraciones: un plan de alcance mundial, histórico, secreto, malvado y es obra de una minoría todopoderosa para preservar su dominio. La única diferencia es que González Rodríguez es ambiguo para identificar a sus autores, los “dirigentes analistas”. No nos dice si son sionistas, masones, iluminados, raelianos, jesuitas o la mafia del poder, sino que se refiere a ellos como quienes “encabezan, poseen o administran” el “proyecto transhumanista”. Deja a la imaginación o suposición de cada quien un ellos posible.

Las fuentes para fundamentar la veracidad de este proyecto son dos documentos: Global Trends 2030, del National Intelligence Council, y Joint vision 2020. America’s military-preparing for tomorrow, de la National Defense University. No son documentos secretos ni están en archivos privados ni fueron filtrados por WikiLeaks ni se obtienen en la internet profunda. Están de manera gratuita y sin restricciones en internet; en materia de conspiraciones esto equivale a que los legendarios ancianos de Sion hubieran publicado sus protocolos en el New York Times.

El primero de estos documentos menciona tendencias mundiales contrarias al “transhumanismo”: el empoderamiento de los individuos, la relevancia de key players distintos a Estados Unidos (China, Rusia e India) y la difusión del poder entre los países (declive en la hegemonía estadounidense); sociedades con mayor calidad de vida (más educadas, con más salud), más igualitarias (o menos desiguales), másy mejor informadas e intercomunicadas… Nada que deba sorprender si miramos la tendencia en índices del desarrollo humano de los últimos cincuenta años. Y, lo más importante, por ningún lado hay trazos de algún proyecto o plan global dictatorial.

El segundo es un documento de hace catorce años que, si bien establece la importancia de la información en las operaciones militares, carece de orientaciones de acción en inteligencia (espionaje) y se trata de lo más previsible que puede haber en el tema: que una potencia identifique fortalezas y debilidades propias, de sus aliados y de sus adversarios, y establezca prioridades a su favor. Pero no hay ningún plan para vigilar y controlar permanentemente a los miles de millones que habitamos el planeta, ni siquiera de manipular la información o los medios de comunicación. Inclusive considera acciones como la asistencia humanitaria y el reforzamiento de la paz en el mismo nivel de importancia que el contraterrorismo y el combate a las drogas.

Como todo relato conspirativo, en el del “transhumanismo” en versión de González Rodríguez hay una selección de ideas y datos que lo confirman, y la exclusión de los que le restan congruencia o verosimilitud. No hay matices ni claroscuros; solo oscuros. Todo está mal. Absolutamente mal para todos y todo el tiempo, excepto para ellos. Y lo poco que parezca bueno es simulacro o mentira. Por ejemplo, las reformas aprobadas en el Congreso mexicano han sido “implantación” de los intereses estadounidenses para “absorber” nuestros sistemas, la democracia es formal y no real, pues el Estado mexicano simplemente no existe, es un no ser, aunque la página legal de Campo de guerra dice: “Fondo Nacional para la Cultura y las Artes” (para eso sí hubo Estado).

El espionaje, por supuesto, es real, tal como las filtraciones evidenciadas por Edward Snowden o Julian Assange, de las cuales hay hasta hoy más obviedades que grandes revelaciones. Pero vigilancia y control son precisamente carencias en nuestro país para poder garantizar el derecho a la seguridad pública o ciudadana (de ahí el surgimiento de policías comunitarias y autodefensas), la prioridad es contar con una policía altamente calificada y apoyada con inteligencia y tecnología. Las malévolas cámaras vigilantes de las que nos habla Campo de guerra no alcanzan ni para cubrir por completo la avenida Paseo de la Reforma en la ciudad de México y en la mayor parte de Iztapalapa ni se han visto.

En caso contrario, con tanta vigilancia y control, me pregunto cómo el poder hegemónico planetario habría permitido patrocinar, premiar, publicar y difundir un libro que lo desenmascara. ~

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Politólogo y comunicólogo. Se dedica a la consultoría, la docencia en educación superior y el periodismo.


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