Antonio Vizcaíno, fotógrafo y conservacionista

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“Ya no es tener conciencia: es el momento de la acción inmediata”.

Antonio Vizcaíno (Guadalajara, 1952) dirige desde hace años la asociación América Natural, que busca concienciar sobre la destrucción del medioambiente a través de imágenes esplendorosas, tomadas desde Alaska a Tierra de Fuego. Hasta ahora, éstas llenan dos libros, Agua (2006) y Bosque, que se presenta el próximo 3 de diciembre en el Club de Industriales. Vizcaíno contagia su entusiasmo desde el mismo instante en que se define como “un explorador en busca de la belleza natural”.

Tus fotografías de tan brillantes y hermosas parecen casi irreales. ¿La belleza está en la naturaleza o en la lente?

En la naturaleza, que sobrepasa cualquier imagen que puedas producir a través de la cámara. Lo que sucede es que soy un obsesivo de la calidad y la técnica. Estudié en Nueva York en la mejor escuela, la ICP; tuve un maestro maravilloso, Gilles Larrain, y tuve otro mentor en México, Matías Goeritz. No utilizo cámara digital porque no me da la calidad de lo que busco: llevo veinticinco años experimentando con películas, con las que obtengo lo que quiero. Y cuando voy a fotografiar, primero voy a los sitios más conservados, que son los más hermosos, y segundo, espero el momento: si voy en una temporada y la luz no me gusta, regreso en otra estación, así sea el Amazonas o Chile. Tampoco tengo límites de tiempo: puedo esperar dos o tres semanas a que se dé la luz que yo quiero. Voy creando mis imágenes un poco en sueños, hasta que encuentro lo que estoy buscando. Luego, revelo en Nueva York en el mejor laboratorio, Duggal, e imprimo en la mejor imprenta del mundo, Toppan, que está en Tokio.

Explícame cómo se vive sin estar pendiente del tiempo.

Tienes que liberarte primero de ti mismo y del concepto de estar sujeto a un horario. Porque el tiempo planetario es otra cosa: lo rige el sol; es el día y la noche nada más, y todo es transformación y movimiento. En el año 2000 dejé absolutamente todo –amigos, familia– y me fui a viajar. Mi hija, que tenía doce años en ese momento, fue mi compañera de viaje e hizo la secundaria por internet. Ya no había nada más que el intercambio con la naturaleza, y cambié mi percepción absolutamente. Esto lo había aprendido antes de dedicarme a la naturaleza, cuando conviví durante tres años con los huicholes, cuya manera de relacionarse con la naturaleza también es intemporal.

¿Fotógrafo antes que conservacionista o viceversa?

Antes que nada, soy un ser humano, y después soy un amante absoluto de la belleza. De la femenina, muchísimo: la naturaleza para mí es femenina, aunque tengas esos arbolotes y esos volcanes. Ser fotógrafo simplemente es un pretexto. Me hice fotógrafo en India, donde trabajé como diplomático por tres años, en el 77, y viajé fotografiando todo el país menos un estado. La experiencia me encantó, porque me daba la libertad de poder viajar y a la vez vivir de algo. Al fotografiar la naturaleza, soy testigo de la destrucción –si yo fotografiara la destrucción no te imaginas los libros que podría producir, pero mi sensibilidad no puede, está con la belleza–, y me siento también como una especie en peligro de extinción, porque en unos años no voy a tener nada que fotografiar. Por eso soy conservacionista.

Pongamos que soy una escéptica del cambio climático, un término que se ha convertido casi en un lugar común. ¿Cómo me convences de lo contrario?

Primero, no me interesa convencerte. No te puede convencer nadie de algo tan intangible como eso. Si llega un huracán y destruye tu casa y te dicen que es el cambio climático, lo puedes creer o no. Lo que sí te puedo decir es qué veo: glaciares que fotografié hace ocho años que se han recorrido kilómetros hacia arriba de la montaña. He visto y he estado con científicos en estaciones biológicas del Amazonas, donde grandes extensiones están secas por la falta de humedad, producida por medio grado de diferencia. He visto áreas, como Ohio, que era un área fértil, ahora inundada, o Iowa, que era el granero de Estados Unidos, ahora en desertificación. La bahía de Hudson, en Canadá, donde la temperatura llegaba hasta 40º bajo cero en los inviernos, ahorita está llegando a veintitantos. Y hay otra cosa muy importante: olvidemos el cambio climático como concepto: en 1960 éramos tres mil millones de humanos; en el 2000 éramos seis mil millones; en cuarenta años se duplicó la población, creció la sociedad de consumo, y los recursos naturales eran los mismos. En el libro Bosque decimos que en el bosque se reúnen los reinos de la naturaleza para crear una comunidad autosustentable y sostenible a largo plazo; todos los organismos en él están interrelacionados, sin uno no existe el otro: sin la bacteria que está en la micorriza de las raíces no existe el árbol. Lo deberíamos aprender como seres humanos. Y con respecto al cambio climático, que nos sobrepasa como concepto, si entendemos que cada una de nuestras acciones, por pequeña que sea, va a influir en el todo, creo que podríamos transformar nuestra perspectiva.

¿Cuál crees que es el principal enemigo de la naturaleza en México?

Los hombres.

¿Y algo concreto que los hombres provoquen?

La deforestación, uno de los elementos más serios, porque los bosques son comunidades de vida, donde se encuentra la mayor diversidad, y además son cunas de agua y verdaderos controladores del clima. De todos los países de América, donde siento mucho más deterioro –lo ubican en el cuarto o quinto lugar a nivel mundial– es en México.

Siempre he pensado con respecto a la conservación de la naturaleza que no tiene que ver con la riqueza o la pobreza, en este sentido: hay una destrucción producida por la avaricia o por el exceso de consumo, y otra producida precisamente por la escasez: como no se tiene nada, se devora todo lo circundante. ¿Qué opinas?

Tienes toda la razón, aunque quizá lo más grave se dé en el área de la riqueza, porque es donde existe un consumo mayor. En cuanto a las comunidades pequeñas, en África, por ejemplo, tenemos comunidades ya ecológicamente acabadas, al borde de la extinción. Pero por el lado de las clases consumistas es donde el impacto es más grande; ve los Estados Unidos: si quisiéramos tener el nivel de vida de su clase media en todo el planeta, necesitaríamos cuatro planetas más, como dice Wilson, un investigador de Harvard.

Volviendo a eso que dices de las comunidades pequeñas. Parece que se repite a lo largo de la historia de la humanidad: grupos que han acabado con las reservas de su hábitat. ¿No es el sino trágico y paradójico del hombre, su autodestrucción por la destrucción de la naturaleza, la que le proporciona el sustento?

Sí. Leí un libro que me impactó profundamente, un estudio del bosque a través de la literatura y el arte, desde el principio de la humanidad. Una de las tesis del autor era que posiblemente el hombre desde el inicio nunca estuvo verdaderamente integrado a la naturaleza. No puede haber civilizaciones sin bosques, y sin embargo, lo destruimos y acabamos con él. Ha existido siempre una lucha del ser humano por crear su propio hábitat, por aislarse, por vivir en el medio artificial creado por él.

También tiene que ver con que desde el principio de los tiempos se protegió de una naturaleza que no deja de ser hostil y llena de depredadores…

Sí, y por eso crea la técnica. Pero es una paradoja enorme. Ahora bien, el momento actual es grave, dicho por los expertos. Trabajamos con científicos al más alto nivel: nuestro asesor en América Natural es Mario Molina; para el libro Agua contamos con Jean-Michel Cousteau; con Peter Raven, el mayor experto en flora; en Bosque está Ghillean Prance, que fue director por veinticinco años de los Jardines Botánicos de Kew, en Inglaterra; Well Davis, el explorador número uno en National Geographic… Entre ellos hay una enorme preocupación por lo que está sucediendo. Mario Molina dice que si no se resuelven las cosas en los próximos años, dentro de 75 estaremos realmente ante el peligro de extinción. Dice, por ejemplo, que si no se reducen las emisiones de inmediato, puede haber un incremento en el clima de dos a seis grados en los siguientes 75 años, algo muy serio si tenemos en cuenta que la diferencia entre nuestra época y la última glaciación es de cinco grados y medio.

Yo sí creo que nos hemos puesto contra la pared, y que en cuanto a conservación, estamos más allá de la conciencia. Ya no es tener conciencia: es el momento de la acción inmediata. A través de las imágenes, nosotros tenemos el gran deseo de que el espectador sea seducido por la naturaleza. Ya no desde el punto de vista pragmático, sino más allá: ver el paisaje como un territorio del espíritu.

– Yaiza Santos

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(Huelva, España, 1978) es periodista y editora afincada en México. Imparte clases de periodismo en la Universidad Iberoamericana.


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