Velibor Čolić: “El exilio es un aprendizaje”

Una entrevista sobre Manual de exilio (Periférica), una novela basada en la experiencia del autor como refugiado en Francia tras la guerra de los Balcanes.
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Velibor Čolić (Modriča, Bosnia, 1964) dejó los Balcanes a principios de los noventa. Autor de un libro estremecedor sobre la guerra, Los bosnios (Periférica, 2013), vio cómo su casa era destruida, en una zona donde se produjo la limpieza étnica. Combatió y desertó en el ejército bosnio, y pidió asilo político en Francia, cuando “tenía tres palabras del idioma como todo equipaje: Jean, Paul y Sartre”. Su vida como refugiado es el origen de Manual de exilio (Periférica, 2017), un libro profundo, emocionante y divertido sobre la pérdida y la supervivencia, la soledad y la escritura.

Llegó a Rennes en 1992, pero Manual de exilio salió el año pasado. ¿Por qué ha esperado?

Por algo que llamo el triple airbag: necesitaba la distancia del tiempo, pero también una distancia espacial. Y en tercer lugar la lengua. Era obligatorio que el libro del exilio estuviera escrito en la lengua del exilio. Por otro lado, Manual de exilio es una novela. Eso me da la oportunidad de ajustar. Es una mentira verdadera. El personaje del libro tiene mucho de mí y a la vez es un personaje literario. Es una novela pero en el fondo está lo vivido y me importa que esto se note.

Hay dos grandes temas en el libro: por una parte, el recuerdo de la guerra; por otro, la necesidad y la dificultad de la adaptación.

El exilio es un aprendizaje. Te preguntas: ¿Por qué no soy nada? También es importante lo que has dejado atrás en tu país. Aquí hablo de los verdaderos refugiados, de los exiliados, del expulsado político. Al principio, no lo aceptaba: soy escritor, me siento superior, conozco la diferencia entre realismo y surrealismo. Y de pronto, nada te distingue. Te dices: Yo no soy así, no soy un sin papeles, no soy esta especie de nada. Después, durante unos meses, la búsqueda del exiliado era para mí la búsqueda de la normalidad. Era alguien que lo había perdido todo y aspiraba a la reconquista: quería ser como todo el mundo.

A veces recuerda a la literatura picaresca. Son importantes la privación y las necesidades del cuerpo: de alimento, de bebida, de compañía.

Buscaba un ángulo: ¿cómo contar mi exilio de forma un poco original? Soy un gran lector de literatura de exiliados: Stefan Zweig, Gombrowicz, Kundera. Lo que sucede ya es suficientemente duro: no pretendo mantener ese tono durante doscientas cincuenta páginas, con todos llorando. Me di cuenta de que hablamos muy poco del cuerpo en el exilio. Y quería que estuviera en el libro. Yo soy escritor, busco la lengua, busco los libros. Pero el cuerpo está muy presente: engorda, adelgaza, busca comida, bebe mucho. En esa época, se hablaba mucho de Bosnia. Yo quería ir más allá de la estadística: ¿qué quería decir la cifra? Quería dejar de lado el espíritu en el exilio y hablar del cuerpo, dar rostro. Quería hablar del miedo metafísico pero también del cuerpo del exiliado, que a veces es divertido, inteligente, estúpido, torpe, que se enamora. Una señora en Francia me preguntó: ¿puedo comprarlo para un amigo? No, le dije, es un libro para los no exiliados.

¿Qué importancia tiene el humor?

Es muy difícil hacer algo divertido con el bolígrafo, si lo comparas con el cine. Pretendía desdramatizar mi historia, pero nunca desdramatizaría la de los otros. Quiero ser irónico, pero no cínico. No tengo piedad de mí mismo, eso me permite no tener piedad con los demás. Hay mucho cinismo en la literatura francesa: el ejemplo más claro sería Houellebecq. A mí me interesa la ironía. No llego a lo burlesco, pero, como exiliado, hay situaciones donde un adulto se ve en una posición ridícula.

¿Cuál era el propósito del libro?

Mi objetivo era mostrar la humanidad del inmigrante: es alguien inteligente a veces, a veces bobo, a veces prudente y a veces temerario, a veces hábil y a veces torpe. Si a él le gusta un equipo y a ti otro, al menos puedes entender esa pasión: se puede ver que es como todos nosotros. Con este libro yo quería trazar una pasarela que permitiera la conexión.

Ha hablado de la lengua. Es algo recurrente en escritores exiliados: la idea de que no solo se pierde el país, también la lengua.

Mi exilio ha salido bien, pero he pagado el precio más alto: he renunciado a mi lengua materna. La escritura de este libro fue paradójica. Recordaba por olvidar. Recuperaba para librarme de algo. Era una especie de terapia. Escribo: si hubiera sido panadero, la lengua no habría sido tan importante. Pero no sabía francés, tenía treinta años. Empecé a escribir mi sexta novela en francés. Para mí, el francés es un apartamento alquilado. No es mío, pero puedo organizarlo para sentirme cómodo. Hay un elemento que me hace pensar en la naturaleza. Se necesitan hojas muertas para que el árbol se nutra. La lengua materna no muere, pero desaparece como lengua de escritura. Ahora tengo tres lenguas: una lengua materna, la lengua francesa y la lengua de escritura francesa. No es tan raro que los escritores extranjeros adopten la lengua francesa, e incluso hay cierto orgullo en eso. Una amiga escribe en alemán y escribe a la vez el mismo libro en francés. Yo no puedo: todo debe estar en francés, incluso las notas. Si escribo en serbocroata es un desastre. Está bien, el francés me exige más concentración: es bueno para la salud, porque no puedes tener alcohol o confusión. Quiero ser el Clint Eastwood de la literatura en francés: mirada clara y mano firme.

En el libro muchas veces parece que la literatura es lo que le salva.

Soy ateo. Quizá para un creyente es otra cosa, pero yo pensaba en Kafka y otros autores. La literatura es un increíble motor de vitalidad: como escritura, como lectura y como paisaje. Cuando lo vas a dejar todo, cuando tu cuerpo está agotado, la literatura te puede ayudar. En París en noviembre o en enero hace mucho frío. Pero intentas asociarlo a otras cosas. Estás en la plaza de Clichy, tienes hambre y frío y piensas: Henry Miller tenía hambre y frío también aquí. Escribía notas, apuntaba el lugar y la fecha. De manera inconsciente, quería inscribirme en esa gran fraternidad de los escritores de París. Hay cosas que son poco utilizables a nivel literario, pero sirven de otro modo. Al principio no podía leer, eso me entristecía. Recuerdo cuando pude leer por fin, solo, El extranjero de Camus. Ya me gustaba mucho cuando era estudiante.

El protagonista le dice a una chica que es “camusionista”.

Sí, claro, en esa divisoria entre Sartre y Camus yo me siento más próximo de Camus. Además, me gusta el fútbol y Camus era portero. Mis dos grandes momentos fueron Los bosnios, el primer libro que publiqué en Francia, y cuando pude leer El extranjero.

Manual de exilio es la historia de un personaje. Los bosnios es una historia colectiva: breves fragmentos sobre personajes que viven y muchas veces mueren en la guerra.

Es también literatura. Soy escritor. Escribía durante la guerra. Tenemos la imagen de la destrucción, pero se olvida lo ruidosa que es. No hay tiempo de pensar. Manual del exilio es una reflexión tranquila, Los bosnios son como ráfagas de ametralladora. El cielo en la guerra es como una camisa que se desgarra. Me molestaba más el ruido que lo que veía. Es también un pequeño homenaje a Borges, que escribía cuentos breves: yo escribía pequeñas historias sobre esa guerra. Había poco tiempo y no tenía muchas esperanzas de sobrevivir. Apuntaba historias de prisioneros, como al que le cortan los dedos, al que degüellan. Utilizaba el mínimo de elaboración, era la experiencia bruta. Puse las fechas y los nombres. La obsesión del momento para mí era apuntar el nombre y el apellido, registrar eso. Está el olvido y al mismo tiempo su dificultad: El otro día estuve en Perpiñán y unas personas empezaron a discutir sobre la guerra civil española, que ocurrió hace ochenta años. La que yo viví es mucho más reciente.

¿Los personajes son reales?

Las historias son verdaderas, pero es literatura. No solo un testimonio, sino un testimonio literario. No me quiero comparar, por supuesto, pero pienso en autores como Primo Levi o Jorge Semprún, que cuentan su testimonio pero hacen un tratamiento literario.

Al leer Manual de exilio es difícil no pensar en los refugiados actuales.

En Europa yo era un extranjero invisible. No me paraban. En el metro, veía cómo paraban a los norteafricanos, a los subsaharianos. Es mi acento lo que hace de mí un extranjero: de nuevo, la lengua. No el rostro o la piel. Y, por otra parte, el número te protege. Pero yo estaba solo. Yo fui a Francia, mis familiares a Alemania o Escandinavia. Es como la vida, solo que el tiempo de decisión es mucho más reducido. Vas a Alemania o Austria: lo decides en un día. Los otros eran acogidos, en Alemania. Una vez que terminó la guerra, los expulsaron. Yo había desaparecido en París.

Más adelante, estuve en un festival en Haití. Y ahí, al ser blanco, tuve la sensación de que mi otredad era visible. La visibilidad de un refugiado de Oriente Medio es incomparable con mi situación, lo mío era más ventajoso. Y en cuanto tuve papeles… Si no tienes papeles, no eres nada. Yo no tengo una gran historia, solo mi experiencia. Tengo amigos historiadores que hablan de lo poscolonial en Francia: por ejemplo, Pascal Blanchard. Dice que esta ola (pequeña en Francia, no es comparable con otros lugares) de refugiados no es algo excepcional ni apocalíptico: hubo otras de italianos, españoles, polacos. Los italianos fueron los peor recibidos, y eran católicos. La idea del extranjero no invitado es importante. Rara vez se acoge bien al emigré.

Se ha extendido una visión negativa de los refugiados y los inmigrantes.

El problema es el populismo y la derecha. No oculto mis preferencias. Soy más bien de izquierdas. Pero he visto los mítines de Melenchon y Marine Le Pen y son casi lo mismo. Hay una diferencia sobre la inmigración, pero hay muchas coincidencias. En el momento en que se unen los extremos piensas: la izquierda debe reinventarse. Y, por otra parte, piensa en Marine Le Pen, que intenta parecer una persona popular pero es todo lo contrario. Hija del fundador del partido, nace en un castillo, apenas ha trabajado en su vida. Desde su juventud, ha sido política. Se inventa raíces populares y adopta un discurso antiestablishment

¿Ha vuelto a Modriča?

He vuelto, como turista. Es extraño ser un extranjero en tu propio país. Mi familia vive fuera. Fuimos víctimas de la limpieza étnica. Ahora mi ciudad pertenece a la República Srpska, una república serbia. Los hombres de mi generación no están. Han muerto o están en el extranjero. Y 25, 30 años después, los mejores están fuera. Los mejores jugadores de fútbol, panaderos, escritores: todo el mundo quiere marcharse. El sueño de la juventud es coger el pasaporte y largarse. Ves a un serbio y le dices: Felicidades, has ganado la guerra, tienes tu república, habéis echado a los otros. Mira lo que hay. Y ganas ochenta euros. ¿Mereció la pena?

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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