Gérard Genette y la ciencia del relato

El estudioso francés, que falleció el 11 de mayo, fue un ingeniero de la narración que nos enseñó cómo funcionan las historias.
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Gérard Genette, el científico de la narración, falleció el viernes pasado. Su marcha nos ha recordado que, a pesar de las reticencias posmodernas al estructuralismo, las pautas y reflexiones que intentaron ordenar una gramática para las historias y las dinámicas de la imaginación constituyen hoy herramientas muy útiles para el oficio del narrador de mundos inventados en la literatura, el cine o la televisión.

Gérard Genette (1930-2018), discípulo de Derrida y compañero de Roland Barthes, nos deja valientes propuestas en trabajos como Figuras I, Figuras II, Figuras III, Palimpsestos, literatura de segundo grado, por citar solo algunos en los que funda los cimientos más fuertes de la narratología.

Desde los intentos de Aristóteles de crear un mapa de elementos para la ficción y unas pautas de operación para sus códigos emocionales, nadie hasta Genette –y sus colegas de generación– había vuelto a intentar crear una gramática, un orden, un mapa, un inventario que permitiese pensar, enseñar y acometer la narración como una ciencia. Empezando por el espacio-tiempo.

Más allá de las distinciones grecolatinas entre Kronos y Kairós, fue Genette quien, en la modernidad, creó un diagrama temporal para los relatos. Propuso así tres categorías para distinguir los tiempos literarios: el récit, el orden real de los sucesos del texto; l’histoire, la secuencialidad real de los sucesos; y la narration, el acto de relatar y su propio devenir temporal.

Genette fue uno de esos pensadores del siglo XX que se dieron cuenta de la importancia que tiene el relato en nuestra identidad individual y colectiva. Por ello se plantea la audacia de intentar, más que una pedagogía, una ingeniería de la narración. Genette puso las vigas para poder armar cualquier arquitectura literaria, según sus parámetros. De esta forma, en sus estudios de narratología propuso cinco categorías centrales del análisis que nos otorgarían las coordenadas para poder orientarnos en la selva del relato.

Él hablaba del “orden”: cómo opera la organización; la “duración”, donde intentamos vislumbrar si ese tiempo se estira o se encoge en elipsis dirigidas por el narrador; la “frecuencia”, que son los ritmos, acciones, símbolos y sus repeticiones; la “distancia”: en la manera de referir la historia o representarla; la “perspectiva”, donde analizaba la posición del narrador. Ahí, además del tradicional punto de vista, proponía no dos sino tres “nuevos narradores”: el heterodiegético (ausente de su propio relato), el homodiegético (refiriéndose a la primera persona narradora) y el autodiegético (situado dentro del relato). Y, por último,  la “voz”. A día de hoy, antes de realizar el guion de una película, reviso varias veces estas coordenadas.

Pero Genette no solo dedicó sus horas a la voluntad estructural. Sabía que el relato no se explica únicamente por sus vigas de construcción sino también, y quizá en mayor medida, por su relación de osmosis y eco con otros textos que le preceden y le continuarán.

En su libro Palimpsestos, literatura de segundo grado, parte del concepto de intertextualidad que Julia Kristeva había acuñado años atrás para reformular su propuesta. Genette intenta abrirla y destilar más depuradamente el tipo de relación que los textos establecen entre sí, no solo como cadena, sino como vocación de trascendencia de unos sobre otros.

Kristeva explicó la intertextualidad como lo que establece que el significado de un texto no es solo un vector que va de un escritor hacia un lector, sino que involucra necesariamente los códigos y ecos de otros textos que le preceden. Genette expande estos planteamientos en su concepto de “transtextualidad”. Y en ella propone albergar cinco categorías diferentes de trascendencia textual donde se pueden mezclar sus límites en diferentes grados. Y, curiosamente, esas categorías tan abstractas, en un campo tan lejano como la teoría y la crítica literaria, han acabado integrándose en la cotidianidad de nuestros discursos creativos y analíticos. Todos hablamos, más o menos acertadamente, de intertextualidad, metatextualidad o hipertextualidad. Sus reflexiones sobre los mapas, los ecos y los palimpsestos de voces que tratan de adivinar cómo se tejen y destejen los hilos invisibles de los relatos siguen siendo uno de los enigmas sin resolver.

La importancia de las tesis de Genette para los narradores, y para aquellos que reflexionan sobre el arte de diseñar una ficción, es enorme. La ciencia del relato de Genette sigue siendo un mapa iluminador al que echar un ojo de vez en cuando, especialmente en este momento de relatos que se arman y desarman, se cruzan y se alargan varias temporadas, como en las series de Netflix y HBO. 

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Paula Ortiz es directora de cine y guionista. En 2015 dirigió La novia, y está preparando una adaptación de la historia de Barba Azul.


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