Ciclos zapatistas II

¿Cuál es la necesidad de mezclar el relato de la dignidad indígena con una nueva oleada de confrontaciones? 
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Entre la dignidad y la bravata

A lo largo de la segunda mitad de los años 90, el EZLN fracasó repetidamente en sus esfuerzos por convocar a un amplio movimiento social que alcanzara la transición democrática en México en los términos que el zapatismo proponía: el arribo al poder de una coalición ciudadana de izquierda, la convocatoria a un nuevo congreso constituyente, el abandono de las políticas económicas neoliberales y la creación de un marco jurídico para el ejercicio de la autonomía indígena. Por supuesto, el fracaso zapatista se apoyó en un fracaso mayor: el de los simpatizantes zapatistas para ponerse a la altura del desafío. A pesar de los grandes esfuerzos de personas y grupos por fomentar un clima de diálogo y cooperación al interior de los diferentes espacios del zapatismo civil, terminó por imponerse la inercia sectaria y en ocasiones francamente gandalla de veteranos activistas de las izquierdas viejas y nuevas convertidas por obra y gracia del discurso de Marcos en franquiciatarios de la “sociedad civil”.

Ante este panorama, resultó difícil entender que frente a la inoperancia de los espacios civiles que fomentó, el EZLN decidiera, con la Otra Campaña, convertirse en una más de las sectas de izquierda y que su vocero se dedicara a antagonizar con otras facciones, varias de ellas aliadas del zapatismo hasta entonces. La confusión aumentó por el hecho de que, desde 2003, los zapatistas se habían dedicado a consolidar la autonomía indígena que el Congreso de la Unión no se atrevió a garantizar, demostrando en la práctica que la dignidad de los pueblos indígenas no está condicionada a la aprobación gubernamental ni a la validación de la llamada “sociedad civil".

Si lo que dijo recientemente Marcos sobre la vida en las comunidades zapatistas es cierto, y yo no tengo la intención de ponerlo en duda, los municipios autónomos han sido un éxito en muchos sentidos. El autogobierno zapatista no solo ha logrado crear un espacio de participación social y democracia directa a contracorriente de la profunda crisis política que vive el país, sino que también se ha traducido en una mejora sustancial de las condiciones de vida de las comunidades participantes. ¿Cuál es la necesidad entonces de mezclar el relato de la dignidad indígena con una nueva oleada de confrontaciones?

A decir verdad, no existe una clara demarcación entre la bravata y esa legendaria capacidad del Sub para soltar verdades como latigazos.

“Hace 6 años, un segmento de la clase política e intelectual salió a buscar un responsable para su derrota…. Incapaces y deshonestos para ver que en sí mismos tenían y tienen la levadura de su ruina, pretendieron desaparecernos con la mentira y el silencio cómplice.

"Seis años después, dos cosas quedan claras: ellos no nos necesitan para fracasar. Nosotros no los necesitamos a ellos para sobrevivir"

Muchos lopezobradoristas siguen cargándole al zapatismo parte del muerto electoral de 2006. Uno escucha todo el tiempo variantes de la versión común: la Otra Campaña fue, deliberada o accidentalmente, una forma de restarle votos a López Obrador. La respuesta de Marcos se podría resumir: si el Peje ganó la elección de 2006, pero el gobierno se la robó, como juran sus seguidores ¿qué culpa le queda al zapatismo?

El problema, creo yo, es que al lado de la crítica se introduce un elemento de autovalidación que no admite réplica. Este no solía ser el caso. Quienes siguieron puntualmente los comunicados zapatistas de los 90 podrán recordar la función que desempeñaba el personaje de Durito en los comunicados del Sub. Más allá de explicar el zapatismo a los niños, Durito funcionaba como una especie de “superego” (o Pepe Grillo) del Sub. Establecía una frontera de sorna y escepticismo que mantenía a raya el ego del subcomandante. En un comunicado fechado el 11 de marzo de 1995, Durito responde a Marcos, cuando el Sub trata de explicar el repliegue zapatista tras la ofensiva gubernamental del mes anterior:

“- ¡Corriste! -dijo Durito.

Yo traté de explicarle lo que es un repliegue estratégico, una retirada táctica, y lo que se me ocurrió en ese momento.

– Corriste -dijo Durito, ahora con un suspiro.

– Bueno sí, corrí ¿y qué? -dije molesto, más conmigo mismo que con él.”

Desde hace poco más de diez años, el Sub ya no se da el lujo de burlarse así de sí mismo. Se convirtió en un personaje infalible que en 2002/2003 quiso, a la Fox, resolver el conflicto vasco en 15 minutos; en 2005 amenazó con “hacer pedacitos” a sus adversarios perredistas; y recientemente afirmó su derecho de endilgarnos a todos su catarsis tras años de silencio, para luego recoger sus canicas e irse a jugar con los amigos que él elija.

Siempre ha sido fuerte la tentación de “desMarcar” al zapatismo: pintar la raya entre el Sub y las comunidades indígenas. Creo que hay que evitar a toda costa esa condescendencia insultante. El Subcomandante Marcos es el vocero del zapatismo y es al zapatismo al que hay que enderezarle las críticas y comentarios pertinentes. Van los míos: ojalá quisieran ahondar en el éxito de los municipios autónomos y ayudarnos de paso a desmontar el fetiche del Estado que tanto pesa sobre la izquierda; ojalá aceptaran que la crítica es de dos sentidos bajo el sagrado principio de “el que se lleva se aguanta”; ojalá recuerden lo que pensaban de las sectas de izquierda.

Postdata violenta contra el Sup:

1. ¿Cómo le puedes ir a los Jaguares de Chiapas, ese invento de Alejandro Burillo y Pablo Salazar Mendiguchía (de tan buenos recuerdos para las comunidades zapatistas)?

2. ¿Cómo te atreves a mencionar en el mismo párrafo a los dignos aficionados de los Pumas y a los seguidores de esa pandilla de mercenarios de Coapa?

3. ¿Qué diablos es “La Polvorilla”: otro grupo de porros del poli disfrazados de americanistas?

 

 

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Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.


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